El Rincón Literario
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

Histórico Año I

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Abril 1999. Nº 4

He aquí la última entrega de los "cuentos de guerra" de nuestro colaborador especial Ivo Klaric. Esperamos que hayan disfrutado con su extraordinario sentido del humor, pero esperamos más que estas cortas historias les hayan hecho reflexionar.

A D’ ARTAGNAN, CON AMOR

Por Ivo Klaric

 

El palacio de Lutecia, unos momentos después de que el señor Presidente, en la solemnidad de la ocasión, recibiera el diploma con el título "Al SEÑOR, con AMOR", que le había entregado la delegación de Dobrinja, antaño célebre barrio de Sarajevo, en nombre de todos los que habían logrado sobrevivir, al menos diez días, a su sorpresiva y fructífera visita.

El señor Presidente, todo exultante por esa expresión de agradecimiento que le había procurado su acción heroica, no tuvo ningún inconveniente cuando le pedí una breve entrevista con tal motivo. ¡Al contrario!

-¿Qué le impulsó a esa hazaña caballeresca, sin precedentes en la historia de Europa, de América y de las Galias en los últimos diez meses, veinticuatro días y cinco horas? Una hazaña que, a mi modesto entender, no ha sido menos efectiva que la hazaña de los gansos que salvaron a Roma... ¡Por no mencionar a Asterix, digo, a Vercingétorix!...

-Bueno, me impulsó la triste y penosa reunión de Lisboa, en la que intentamos hacer todo lo posible para impedir de una vez por todas las trágicas consecuencias del insensato conflicto de las partes en conflicto en Yugoslavia. Después de la reunión, que una vez más produjo conclusiones muy constructivas, queríamos relajarnos un poco, así que, aunque cansados, fuimos todos juntos a escuchar unos buenos fados. Estuvieron en la reunión, ya lo sabe usted, los señores Dumas, Athos, Porthos, Aramis y un servidor. Como puede ver, casi toda la Europa Unida junta. Pero ni siquiera durante la actuación, que, tengo que alabar a nuestros anfitriones, fue extraordinaria, podíamos eludir ese triste tema. "Imagínense, señores, -exclamó de repente, como en un sueño, el señor Dumas- esa gente muere no porque la degüellen, sino porque, teniendo harina como tienen, no tienen levadura! ¡¡¡Qué horror!!!... ¡El típico detalle, pero un detalle del que depende la vida!" Algo estalló dentro de mí al oírlo. De repente sentí cómo renacía en mi interior el espíritu mosquetero, aletargado en las profundidades de mi alma. Me levanté resueltamente y dije: "¡Señores, yo me voy; ustedes hagan lo que quieran!"... Dejé los fados, me fui volando a la primera tienda, compré un quilo de levadura de la mejor calidad, salí corriendo al aeropuerto y despegué en el primer avión hacia Yugoslavia. Aterricé en la ciudad de mi viejo amigo Diocleciano, donde algunos pelmazos me intentaban convencer de que ése era otro país, un país que no tenía nada que ver con Yugoslavia. ¡Y hasta exigían que les enseñara el pasaporte! A punto estuve de desenvainar la espada... Se da usted cuenta de a lo que se dedican cuando 300.000 personas se mueren de ayuda humanitaria, digo, de hambre, sólo porque no tienen levadura? Pero bueno, ni mi fiel compañero el señor Touche-Noire ni yo le dimos la menor importancia. En el primer helicóptero llevamos la levadura a Sarajevo. Eso fue todo. Lo demás ya lo ha visto u oído.

-Sí, pero a los lectores les interesan los detalles. ¿Sus impresiones personales?...

-Bueno, ya hubo varias desde el helicóptero. Cuándo nos acercábamos a la ciudad me preguntaba sorprendido: ¿Que son tantísimas cruces y signos raros plantados en los parques? Me recordaban cementerios, pero no eran cementerios... Esa pregunta se la hice después, en cordialísima conversación, al general Mladic y al señor Karadzic. Me explicaron que la otra parte en conflicto, por pura dejadez, entierra en los parques públicos y en los campos de fútbol a los niños, mujeres y ancianos fallecidos, lo que, al parecer del general Mladic, es bárbaro e inhumano, así como muy antihigiénico, existiendo como existen en el mundo civilizado lugares especiales para eso. Le di la razón y le pregunté cuáles eran las perspectivas a ese respecto. El general Mladic tenía la sincera esperanza de que, junto a la ayuda ya mencionada, pudieran surgir, sólo en los parques de Sarajevo, unos cincuenta mil signos sepulcrales más. Hay que poner fin a esos bárbaros enterramientos, concluyó el general. Le di la razón. Mi fiel Touche-Noire y yo nos quedamos pensando en esas palabras, y nos dimos cuenta de que la ayuda humanitaria no podía limitarse a la levadura, sino que había que enriquecerla. Por eso propondremos inmediatamente a los máximos responsables de la comunidad internacional que se despachen urgentíííísimamente a esa parte en conflicto afectada, para las primeras necesidades, unos cincuenta mil ataúdes. Con el firme compromiso de que no vuelvan a hacer eso en los parques. ¡Ya que quieren entrar en Europa que se comporten como europeos! Por lo demás, el conflicto tarde o temprano tiene que terminar. ¿Pero por dónde pasearía el mundo civilizado y unido con sus perritos, de seguir así? ¡Eso sin mencionar a los numerosos turistas que más tarde querrán contemplar los resultados de la ayuda humanitaria en el conflicto de las partes en conflicto!

fin

Hasta pronto.

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