El Rincón Literario
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

Histórico Año II

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Septiembre 2000. Nº 18

EXPLORADORES ESTELARES

Por Sigfrido del Alce

La nave de rescate maniobró para aproximarse a la cápsula de salvamento, que emitía constantemente una señal de socorro.

Amarre realizado y verificado.- Musitó el copiloto.

Inmediatamente el comandante Yemenuhin dio las instrucciones al ingeniero y al médico de la tripulación para penetrar en la cápsula.

Aunque los sensores parecen indicar que el aire en el interior es respirable y a presión normal, no podemos arriesgarnos a que existan biopatógenos. Desde luego no hay vida macroscópica en su interior. Así pues, procedan a hacer el vacío antes de entrar y examinen bien todos los rincones.

Cuando los dos astronautas desaparecieron tras la puerta de la cámara de descompresión, el copiloto se volvió intrigado

¿Espera alguna sorpresa, señor?

¿No le parece raro, Sanllehi, que una cápsula de salvamento no presente ningún indicio de haber contenido tripulación y, sin embargo, tenga activada la señal de socorro máximo? – La frente de Yemenuhin estaba fruncida y su voz denotaba ansiedad.

No había duda alguna de que la pequeña nave de salvamento pertenecía a la expedición enviada al planeta tercero del sistema SG-124. Hacía más de seis meses que habían cesado los mensajes de los exploradores que componían el potencial humano de la misión EG-2259/38. El último recibido en la Flota Intergaláctica había sido normal, simplemente notificaba el descenso sobre SG-124/3. El grupo de rescate capitaneado por Yemenuhin había sido enviado, casi inmediatamente, tras la interrupción de las comunicaciones, para investigar las causas. El problema podría reducirse a una avería de la antena, pero resultaba raro que no hubieran dejado en órbita una radiobaliza de posición.

Nada más poner rumbo a SG-124, la señal de socorro de la cápsula que acababan de interceptar apareció en el receptor de la Rescatadora y desde entonces no había dejado de emitir en la clave de máxima urgencia. Era extraño que no se acompañara de algún mensaje de la tripulación explicando su situación; sólo la fría llamada de petición de ayuda. Ahora que se había confirmado la ausencia de humanos en su interior, vivos o muertos, la incógnita se hacía más grande. ¿Por qué se había lanzado una nave de salvamento para pedir socorro? El coste energético era grande y había otros medios para llamar la atención de la Flota.

La voz del ingeniero Hernán se oía con claridad en el altavoz del puesto de mando

No hay rastro de vida, jamás ha estado tripulada.

Sanllehi miró intrigado los datos que iban apareciendo en la pantalla de la computadora de contacto. Tras una pequeña comprobación ordenó

Hernán reinicie el ordenador de bitácora y conéctelo a su transmisor, voy a volcar los datos que pueda contener.

Transcurridos unos segundos empezaron a llegar los bits, evidentemente cifrados en clave de alta seguridad. El contenido no era largo, pero estaba precedido de una señal inconfundible de alarma.

Yemenuhin urgió el retorno de los exploradores, se dirigió a su camarote, que cerró, e inmediatamente conectó el descifrador. Se colocó para que el detector retiniano pudiera verificar su identidad, introdujo la clave numérica y colocó su mano izquierda en el escáner. Inició el proceso de traducción y se dispuso a leer el archivo.

Todavía no se había abierto la puerta de la esclusa de conexión entre los dos vehículos, cuando la voz del comandante, claramente emocionada, se hizo oír en toda la nave

Volvemos a la base. Sanllehi haga todo lo necesario para abandonar la cápsula rápidamente y poner rumbo a la Flota. Hernán active el dispositivo de autodestucción para que tenga lugar media hora después del desamarre.

Sanders, el médico, se quitó la escafandra y, antes de pulsar la apertura de la esclusa se dirigió a Hernán

¿Se ha vuelto loco? Ahora que no nos oyen, ¿tú qué opinas? El reglamento obliga a realizar la investigación hasta encontrar los restos de la nave perdida. Si volvemos ahora nunca sabremos qué ocurrió. Esto no es un procedimiento normal.

Hernán se encogió de hombros

Yemenuhin es competente, siempre se ha comportado bien, incluso más allá del deber. Sus razones tendrá.

Sanders pulsó un botón rojo, y corrió la palanca de compensación de presiones, mientras decía

No estoy de acuerdo, esto es muy irregular.

La nave de rescate soltó las amarras electromagnéticas de la cápsula del EG-2259/38 y procedió al encendido de los motores.

Sanllehi estaba perplejo y dirigió una mirada inquisitiva a Sanders. Hernán se dirigió a su puesto frente a la pantalla visual del exterior y observó atentamente hasta que un resplandor cegador le obligó a darse la vuelta.

Unos minutos después apareció el comandante visiblemente afectado. Los tres pares de ojos de la tripulación se volvieron inquisitivos hacia su alta figura, ahora encorvada.

He tomado una decisión claramente contraria al reglamento, - dijo con voz entrecortada – pero espero que ustedes comprendan tras escuchar el mensaje de Eric Yemenuhin, el comandante de EG-2259/38, mi hijo.

Siguieron unos segundos de interminable silencio, tras los cuales, inspirando profundamente, manipuló el teclado y transfirió la comunicación al ordenador de su camarote.

No aparecieron imágenes. Sólo una voz hueca, como si procediera de un artefacto sintetizador antiguo, inundó la pequeña sala.

"Soy el comandante Eric Yemenuhin, responsable de la misión EG-2259/38 al planeta SG-124/3. Este mensaje ha sido confeccionado en ausencia de cualquier miembro de la expedición. Lo enviaré en una cápsula de evacuación, si es que alguna funciona, porque los demás recursos han sido destruidos".

A continuación seguía una lista verbal de todos los expedicionarios, con sus correspondientes cargos y responsabilidades.

La voz se hacía cada vez más imperceptible y Hernán activó el clarificador y subió el volumen.

"Todo empezó el segundo día del mes de Centauro del año 2257 a las 17,30 hora estelar. Nos disponíamos a descender sobre el suelo de SG-124/3. El piloto Rashid arrancó los motores auxiliares y dispuso el lanzamiento del satélite de posició, pero algo debió fallar porque, cuando verifiqué los sensores de la temperatura externa, comprobé que la radiobaliza aún continuaba amarrada a estribor. Rashid me mostró las indicaciones de su panel. El lanzamiento se había producido sin problemas según los datos de la pantalla. A partir de ese momento los instrumentos comenzaron a dar informaciones contradictorias. No obstante, nuestra nave se posó, sin otras incidencias dignas de mención, a sólo 7 kilómetros y medio del lugar elegido.

Dispuse que salieran al exterior el geólogo Péres y la biofísica Hopkings. Insistí en que, aunque los indicadores daban una atmósfera respirable, usaran siempre las escafandras, puesto que los dispositivos de control de la nave parecían haberse vuelto locos. Las cámaras de televisión ofrecían un paisaje paradisiaco, con grandes plantas de un verde intenso, de las que colgaban frutos apetitosos.

Péres y Hopkings permanecieron en el exterior cuatro horas y media, recogiendo muestras, analizando el aire y el agua, que saltaba fresca y cristalina entre las rocas graníticas que formaban una abrupta garganta, a unos dos kilómetros de nuestra posición. Entretanto la tripulación que permanecía en el interior de la nave comprobaba la situación de nuestros recursos, mientras el médico Hashimoto se movía, con aire preocupado, buscando algún síntoma anormal entre los más de cincuenta hombres y mujeres que totalizaban nuestra dotación.

Hashimoto volvió al puesto de mando con la ansiedad reflejada en su rostro, y me hizo señas de querer hablar conmigo en privado

Algo anormal se ha producido comandante. He sido testigo de muchos descensos y nunca había visto un comportamiento tan normal y, a la vez, tan carente de interés, en la tripulación de una exploradora, sobre todo después de un descenso que podría haber sido catastrófico, tal como se comportan los instrumentos. Cada uno de los hombres y mujeres que he sometido al escáner de diagnóstico presenta constantes vitales y hematológicas de una perfección asombrosa. Incluso Votjok, que padecía una anemia bastante acusada, parece haberse curado como por ensalmo. Comandante, ¡le había sometido al diagnosticador sólo tres horas antes de iniciar las maniobras de descenso!

Calmé a Hashimoto y le recomendé que hiciera revisar sus aparatos.-Lo más seguro es que estén afectados por las mismas anomalías que tienen los instrumentos que estaban funcionando en el momento de nuestra entrada en la atmósfera del planeta –le dije-. Busque en las naves de rescate algún escáner que se encuentre en buenas condiciones.

Al día siguiente de SG-124/3, extrañamente de igual duración que el día terrestre, era yo el preocupado. No había forma de lanzar un satélite de posición, todos los existentes se negaban a despegar, aunque cada vez que lo intentábamos los indicadores señalaban que se había producido el envío sin problemas. El ingeniero Sadak, me informó de la ausencia total de combustible en los lanzadores pequeños, así como en las reservas de la EG-2259/38

He abierto uno de los depósitos y está completamente vacío. Sólo se han salvado tres de los cohetes de lanzamiento de gran tonelaje, los Aquiles.

Otra de las cosas que me preocupaban era una especie de desgana que me invadía. Tenía que hacer verdaderos esfuerzos para concentrarme en el trabajo. No obstante me encontraba bien, eufórico, con ganas de salir al exterior y retozar en la pradera que se extendía al pie de la nave. Pero el trabajo rutinario del gobierno de la expedición empezaba a resultarme desesperante. Algo parecido parecía ocurrirle al resto de la tripulación. Les costaba obedecer mis órdenes y adaptarse al reglamento. Sin embargo estaban siempre contentos, ansiosos por salir de la nave. En este segundo día, la expedición de exploración había sido encargada de nuevo a Péres y Hopkings, a pesar de que todos, absolutamente todos, se habían presentado voluntarios para embutirse en el engorroso traje espacial.

El problema lo achaqué a las atractivas informaciones que nos llegaban de fuera. Cada parámetro medido resultaba idéntico al correspondiente terrestre: la composición del aire, la bioquímica de las plantas, de los numerosos insectos que habían analizado... Ni rastro de mamíferos, aves o reptiles, pero en el fondo pensábamos que era cuestión de tiempo encontrarlos. Los peces que poblaban las aguas de una profunda laguna que se encontraba al sur, entre una arboleda frondosa, alimentada por el arroyo que bajaba de la garganta, eran demasiado similares a los de nuestra Tierra.

Al tercer día cedí a los deseos de la tripulación y establecí turnos para que salieran en grupos de diez sin el uso de escafandra. Yo mismo deseaba poder respirar la fragancia de las flores y el frescor del aire húmedo de la especie de oasis en que nos habíamos posado. Los datos recogidos no admitían réplica. Mantener la estricta disciplina de las salidas, con las precauciones del reglamento, hubiera supuesto un problema añadido a la falta de interés por el trabajo que mostraban los hombres y mujeres de EG-2259/38. Péres y Hopkings se acercaron a darme las gracias.

Es impresionante comandante –dijeron-, es como si hubiéramos vuelto a casa. Esto se parece tanto a la Tierra que, si no fuera por el cielo nocturno, uno diría que habíamos aterrizado en África.

La primera expedición volvió sin problemas, sus componentes se mostraban maravillados y plantearon la posibilidad de organizar un campamento exterior.

Siempre será mejor que la estancia en la nave –dijeron-. Son muchos los meses que llevamos encerrados en este montón de chatarra.

Bajé al cuarto día, junto con Hashimoto, el físico Hernández y los siete ingenieros agrónomos de la dotación, con la intención de establecer el lugar idóneo para acampar. Me sentía extasiado.

¿Cómo se encuentra comandante?

Nunca me he sentido mejor Hashimoto –exclamé-. ¡Este planeta es el paraíso!

¿Pican los insectos? – preguntó uno de los técnicos.

Son totalmente inofensivos según los informes de las expediciones anteriores – dije sin mucha convicción-, pero aunque piquen, esto merece la pena observarlo sin el casco de la escafandra, ¿no creen?

Hashimoto me miró con aire compasivo, y acercándose para que los demás no pudieran oírle, comentó

Comandante, ¿no piensa que se está portando de forma poco usual? Estamos en un planeta extraño, sin explorar. Yo sigo sin fiarme de los sensores.

¿Cómo van sus diagnósticos, doctor? – pregunté.

Encontré un escáner de diagnosis, en una de las cápsulas de salvamento, que nunca había sido usado, pero sus indicaciones son idénticas a las de los otros instrumentos. Eso me preocupa porque los datos son de una normalidad que nunca me había encontrado hasta ahora. – Su expresión era de escepticismo no exento de ansiedad, pero él fue el primero en corretear como un niño por la hierba que se extendía al pie de la rampa de la esclusa de salida. Entonces no parecía tener duda alguna sobre nuestra situación.

Pasé ocho horas maravillosas durante el paseo. Habíamos encontrado el lugar más adecuado para instalar el campamento cerca del lago, en un claro del bosque, y todo parecía salir a pedir de boca. Resultaba inquietante la ausencia de sonidos provenientes de animales, pero nunca me había encontrado mejor, ni durante mis años de adolescente en la Tierra.

Al volver a la nave, el copiloto Rashid me informó de que dos de las cápsulas de salvamento estaban disponibles y había comprobado que, efectivamente, tres cohetes estaban llenos de carburante con capacidad para un lanzamiento hacia el espacio exterior

De lo demás, no funciona absolutamente nada. El recuperador de agua está completamente inservible. Quizás los de las cápsulas se hayan librado. He de verificarlo -me dijo entre divertido y asustado.

No importa. Haremos un primer envío hacia la flota, explicando la situación, sin tripulantes. –y añadí- Se trata de que acudan a auxiliarnos, no a recogernos. Al fin y al cabo veníamos para una larga estancia.

Utilicé parte de la noche en redactar un informe detallado, al que uní imágenes de los alrededores del punto de contacto con el planeta.

La mañana del quinto día fue desastrosa. Cuando la cápsula de salvamento número cinco llegó a unos cinco kilómetros de altura, impulsada por el potente cohete Aquiles, explosionó fundiéndose en una filigrana de llamaradas, que nos hizo estremecer. No obstante, ningún miembro de la tripulación, incluido yo mismo, pareció sentirse mínimamente afectado a los cinco minutos del suceso.

El día transcurrió sin ningún otro incidente digno de considerar. Pero al final de la jornada, al pasar lista en el campamento, faltaban dos ingenieros agrónomos y la programadora jefe. El médico se acercó y me dijo con aire enigmático

Estaba en lo cierto comandante, quizás mañana se lo pueda explicar.

El amanecer del sexto día fue aún peor, y sentí que cierta sensación de angustia se apoderaba de mí. Tomé la decisión de no proceder al lanzamiento de una nueva cápsula hasta nueva orden. Faltaban once miembros más de la tripulación, entre ellos el copiloto.

Me reuní con los dos primeros exploradores, Hopkings y Péres, con Hashimoto y con el ingeniero electrónico Campoy

¿Tienen alguna idea de lo que está sucediendo? Ustedes como exploradores han debido detectar algo que se saliera de lo normal.

Hopkings me miró escéptico y no hizo más que un leve encogimiento de hombros. Péres aseguró, con voz algo hueca, que no habían encontrado huellas que pudieran dar lugar a sospechar de la existencia de animales de envergadura suficiente como para hacer desaparecer a los humanos.

Hashimoto afirmó

No se preocupe comandante, la situación está bajo control y es normal. Le dije que quizás se lo explicaría hoy, pero todavía me faltan algunos datos por encajar. Asegúrese de que el otro misil Aquiles funcionará correctamente y prepare otra cápsula de salvamento para su lanzamiento hacia la posición de la Flota. Una vez que sepa con certeza lo que ocurre, envíe el mensaje de socorro conveniente y adecuado a la realidad de este planeta. De usted depende la seguridad, no de esta tripulación, sino de las posibles expediciones que puedan llegar a este sistema.

Las palabras de Hashimoto me causaron una gran impresión. Debía estar tomando las medidas necesarias para encontrar a los desaparecidos, pero no tenía interés por ellos. Me planteé la posibilidad de enviar la cápsula de salvamento tripulada. Pero decidí que no hacía falta, teníamos víveres suficientes para dos años, y el entorno, según todos los indicios, nos podía proporcionar los que necesitáramos para el resto de nuestras vidas, aunque nadie viniera a rescatarnos. Seguía eufórico y empezaba a pensar que los desaparecidos simplemente habían desertado, y decidido vivir al margen de mis órdenes. Al menos esa era la necesidad que yo empezaba a sentir: me rondaba la idea de abandonar mis responsabilidades y disfrutar del paisaje que me rodeaba.

Durante la tarde estuve ocupado en los preparativos del lanzamiento. Me costaba aún más concentrarme en el trabajo, pero mi sentido de la disciplina era más fuerte que mis deseos de retozar en los maravillosos parajes que se divisaban en cualquier dirección. El lanzamiento estaba ya dispuesto pero, afortunadamente, decidí aplazarlo hasta conocer lo que Hashimoto tenía que contarme. Nadie de los que se encontraban a mi alrededor pareció sentirse contrariado por mi decisión.

Al séptimo día envié una expedición más allá del lago y prohibí a los demás salir del entorno del campamento protegido por detectores de grandes animales. Me dediqué a revisar las instalaciones de la nave. Una inquietante "anormalidad" parecía haberse establecido, los instrumentos marcaban una cosa y aquello que podíamos comprobar con nuestros sentidos nos decía que esas indicaciones eran erróneas.

Al atardecer sólo quedábamos siete hombres y dos mujeres. Los demás se habían esfumado y los exploradores no habían vuelto. Hashimoto me seguía como una sombra a todas partes. Inspeccionaba con más interés que yo y movía continuamente la cabeza, como si se dijera que estaba en lo cierto, pero ¿cuáles eran su teoría y sus conclusiones? Seguía sin darme las explicaciones prometidas.

Dormí mal. Ya no tenía la sensación de euforia, al contrario, sentía una laxitud impropia de mi adiestramiento. Sin saber por qué empezaba a tener la necesidad imperiosa de caminar hacia la garganta granítica, como si una fuerza misteriosa me impeliera a seguir esa dirección.

La mañana del octavo día me despertó con una gran sorpresa. Para empezar nadie me había llamado para realizar mi turno de guardia. Recorrí el campamento y me desalenté, sólo encontré a Hashimoto en la tienda enfermería, que no se había usado desde nuestra llegada, a pesar de que eso no era lo habitual en una misión exploratoria; siempre se ponía alguien enfermo o, al menos, lo fingía para evitarse el penoso trabajo de desembarco. Le dejé que siguiera durmiendo. Seguía sintiendo ansiedad por dirigir mis pasos hacia la pequeña cascada de agua cristalina que caía desde el macizo granítico. Pensé que era la necesidad de bañarme como lo hacía en mis años jóvenes, cuando acompañaba a mi abuelo a pescar, a la espera de noticias sobre mi padre, al servicio de la Flota.

Me desnudé y me sumergí en el agua fresca de una pequeña oquedad, suficiente para poder dar algunas brazadas. Entonces lo vi. Se divisaba la entrada de una gruta unos doscientos metros más arriba. Era extraño, nadie me había informado de la existencia de esa especie de refugio natural. Me vestí mientras subía con paso rápido. Al llegar a la boca de la cueva sentí un escalofrío. Una parte de mí me obligaba a retroceder, pero la otra mitad me decía que allí estaba la clave del enigma de las desapariciones.

Me interné por un oscuro pasillo que fue aclarándose a medida que mi vista se habituaba a la falta de luz y, sorprendentemente, se hacía más claro el fondo del corredor. Al acabarse éste desemboqué en una gran sala de techo en cúpula, plagado de estalactitas, e iluminado por linternas de la dotación de la nave.

Lo que vi heló ¿la sangre? en mis venas. Allí estaban Péres, Hopkings, Hernández, Campoy, Rashid, Sadak, Votjok y los demás, sentados en circulo, sin que parecieran interesarse unos por otros. Pero lo peor era la expresión de sus ¿caras?.

Retrocedí corriendo, a pesar de que algo me decía que debía unirme a ellos. Llegué sin aliento a la rampa de la esclusa de salida y entrada de la nave. Cerrándome el paso estaba Hashimoto, esperándome con una sonrisa. Su voz era cavernosa y carecía de expresión alguna en sus ¿ojos?

Veo que usted mismo ha encontrado la respuesta comandante –dijo sin apartarse de la entrada-, no necesito darle los datos, ¿verdad?

Usted lo sabía desde el principio y no me avisó –le dije, a la vez que observaba que mi voz parecía lejana y ajena.

¿Para qué? ¿Eso habría cambiado las cosas? Usted mismo acaba de descubrir que estamos todos muertos.

¿Cómo sucedió? ¿Sabe usted algo? Dígamelo Hashimoto, todavía tengo tiempo de enviar un mensaje de advertencia si funciona el Aquiles.

Sí, inténtelo Yemenuhin, quizás pueda salvar muchas vidas, si llega el mensaje. Por alguna razón la energía, la mente superior, el espíritu, o lo que sea, que nos ha aniquilado ha dejado un cabo suelto, y tenemos combustible para intentar un nuevo lanzamiento.

¿Un espíritu? -pregunté incrédulo.

Sí, alguna energía especial se encargó de matarnos a todos en el momento de entrar en la órbita de SG-124/3. Pero, curiosamente, no separó el alma del cuerpo, y dejó que siguiéramos moviendo nuestros músculos, recibiendo sensaciones y, en cierta manera, sintiéndonos vivos. ¿Cómo hace para transmitirnos la energía necesaria?, he ahí el misterio. Los instrumentos marcaban una vida perfecta, porque ¡no había vida! Marcaban la confirmación de lo que deseábamos ocurriese, porque tenía que mantener nuestra actividad sin sobresaltos. En cierta medida no puede engañar a nuestros sentidos, aunque es dueño de la electrónica que nos rodea. Poco a poco nos vamos descomponiendo y de ahí esa sensación de laxitud que nos ha venido finalmente. En la gruta se ha reunido la tripulación al completo para terminar esta especie de existencia artificial descansando, ya que no tienen músculos que mover y se sienten débiles, o quizás esa mente superior nos reserve alguna sorpresa más y es allí donde está la respuesta, quién sabe... ¿De dónde sale la energía necesaria?, repito. No lo sé. ¿Nunca se preguntó por qué le resultaba tan innecesario engullir las pastillas alimenticias de nuestra ración diaria? No las necesitábamos. Qué interés puede tener este planeta en mantenernos activos después de muertos lo ignoro.

Hizo una pausa, que aproveché para tantear mi cuerpo, ahora excesivamente enjuto y frágil.

El primer Aquiles fracasó porque Rashid lo saboteó, lo vi en sus ojos en el momento de la explosión. El planeta SG-124/3 quiere más víctimas. Intente enviar el mensaje Comandante.

Dejó caer los brazos a lo largo de su figura adelgazada y emprendió la marcha hacia el arroyo, para reunirse con los demás.

Este es el final del mensaje. Intentaré enviarlo con un aviso: ¡Eviten el sistema SG-124!"

El viaje de vuelta se hizo en un silencio sepulcral.

FIN

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