Editorial
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

  Histórico Año VII

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Marzo 2005. Nº 63

LAS FRASES DEL MES:

Si sigues haciendo lo que estás haciendo, seguirás consiguiendo lo que estás consiguiendo.

Stephen Covey

La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio.

Cicerón

Responsables de las lacras sociales y V

Por fin le toca el turno a los protagonistas: los estudiantes y sus profesores. De todos los grupos analizados, son éstos los menos culpables de los males sociales. Y lo afirmamos con toda rotundidad.

Hemos de hacer un paréntesis para explicar el porqué hemos centrado la responsabilidad de las lacras sociales en el sistema educativo. Partimos de la base de la importancia que la educación tiene en el desarrollo de una sociedad –al fin y al cabo es el motor primario de la misma-, por tanto, en ella reside el principio de todo comportamiento y actitud posterior del ser humano. No olvidemos que la educación y el aprendizaje es un proceso dado en la Naturaleza entre muchos animales, sobre todo los primates.

Sin un buen sistema educativo no puede haber estado de derecho ni democracia que se precie. Sin un buen sistema educativo no habrá desarrollo social ni económico. Sin un buen sistema educativo la política de un país es deficiente, cuando no desastrosa. Por éstas y otras muchas razones que renunciamos a enumerar, consideramos responsables de las lacras de la sociedad actual a la forma en que educamos a los futuros ciudadanos y al grado de compromiso exigido en el proceso de su formación social, cultural y científica. Dejen ustedes a su libertad más absoluta a los pequeños y tendrán algo parecido a lo que se puede ver en el foso de los monos en un zoo.

El hombre ha llegado a ser el Rey de la Creación gracias a la represión de sus instintos más básicos e impulsivos, cambiándolos por una serie de reglas llamadas ética, moralidad y/o leyes naturales. Quizás se podría haber hecho mejor desde el comienzo. Sin embargo, tras más de siete milenios de historia escrita, parece que hemos ido acercándonos, por aproximaciones sucesivas, a lo bueno, aunque nos quede un gran camino por recorrer.

Por ello, si la sociedad actual parece haber olvidado el papel crucial que la educación representa en su futuro, no es culpa de los profesores y de los propios estudiantes, aunque algo de responsabilidad tengan en el asunto, sino de todos aquellos que, por unas razones u otras, han decidido arremeter contra todo lo que representa un esfuerzo para labrarse un porvenir. Políticos, profesionales de los medios de comunicación, psicólogos y pedagogos y, como no, los padres, en las últimas décadas, han ido minando la confianza de los alumnos en sus maestros y la vocación de entrega de éstos.

Así pues, es indudable que los estudiantes, tras los años pasados en la escuela primaria, llegan a la secundaria con la idea del "todo vale" y la falta de hábito de trabajo. Cuando pasan a los estudios superiores, aunque por edad y por derecho deberían ser lo suficientemente maduros como para saber afrontar la tarea del estudio con otra perspectiva, la experiencia adquirida puede más que cualquier planteamiento racional. ¿Podemos, pues, culparles de su actitud? Además, pese a que la sociedad menosprecia y minusvalora la enseñanza superior, por alguna misteriosa razón está empeñada en que los más jóvenes tengan todos un título universitario. Olvidan que para muchos de los estudiantes es una obligación para la que no están preparados, no les interesa o, peor aun, ni siquiera están capacitados para realizar. ¿Qué sería de una sociedad en la que todos sus miembros hubieran cursado estudios universitarios? Posiblemente estaría muerta. ¿Nunca se han parado a pensar en la diferencia que existe entre los deportistas de élite de las diversas modalidades? No todos son aptos para todos los deportes. Algunos ni siquiera son aptos para el deporte.

Imagínense el grado de frustración de una persona obligada a desempeñar trabajos para los que una buena formación profesional es suficiente, cuando ha sido educada para desempeñar un grado de responsabilidad mucho mayor. Eso en el mejor de los casos, pues lo normal es que muchos tengan aptitudes para otros desempeños. Por lo tanto, para conseguir un pleno de titulaciones universitarias en el tejido social, la única solución consiste en descender el nivel hasta límites insostenibles, en los que una titulación superior vale tanto, a efectos prácticos, como el certificado de estudios primarios de hace unas décadas.

Pero no vamos a repetir aquí lo ya comentado en anteriores ocasiones. En resumen, los estudiantes no son más que las víctimas silenciosas de la propia sociedad a la que creen estar dando un servicio con su actitud.

En la cúspide de la pirámide educativa se encuentra el profesorado. ¿Qué grado de responsabilidad podemos asignarle? Según se mire, puede ser muy alto o muy bajo. Muy alto, porque en el fondo son los culpables de todos los males denunciados por su silencio y falta de bemoles para decir ¡basta ya! Muy bajo porque hagan lo que hagan el resultado puede ser prácticamente el mismo: el porcentaje de estudiantes responsables, con actitudes y aptitudes apropiadas al aprendizaje es una constante. Siempre habrá unos cuantos capaces de superar todas la trabas que la propia sociedad pone al sistema educativo, incluida la calidad del profesorado.

Año tras año se constata la existencia de alumnos que, sea cual sea la preparación de sus profesores, sean éstos buenos docentes o unos negados, salen adelante y aprenden lo correspondiente a su nivel. Lo peor de todo es que ese porcentaje de alumnos medios, buenos y brillantes es el mismo independientemente de la valía del profesor. Y éste es un dato silenciado alevosamente. Ciertamente, con un buen profesor el esfuerzo del estudiante medio es menor y el aprendizaje más rápido, pero el resultado es el mismo, pues ese tipo de alumno, pese a todo su bagaje anterior, es capaz de sentirse responsable ante su obligación. Este porcentaje se encuentra también en cualquier ámbito profesional. Sin duda hay profesionales responsables y una mayoría que hacen su trabajo sin interés alguno –los profesores no son una excepción en este sentido-.

Evidentemente, existen docentes que no preparan sus clases, que enseñan con los mismos métodos y maneras anticuados con los que aprendieron, sin hacer esfuerzo alguno por estar al día, no ya en las técnicas de enseñanza, sino, aun peor, en los avances en la materia que explican. A esos profesores los conocemos y no hacen falta encuestas para detectarlos.

En este sentido recordaremos una anécdota contada por uno de nuestros colaboradores. Durante la realización de las Pruebas de Acceso a la Universidad, el presidente de un tribunal recorrió las aulas avisando a los aspirantes del error detectado en la redacción de una de las preguntas. Uno de los estudiantes preguntó cómo era posible ese tipo de errores, cuando se suponía que las cuestiones estaban redactadas por profesores universitarios. El docente no tuvo más remedio que aceptar la recriminación y explicó: el número de subnormales y/o incapaces que hay en una sociedad responde a un porcentaje que se extiende a todas las profesiones. Es decir, también hay subnormales y/o incapaces que llegan a ser catedráticos de universidad. El que en otras profesiones haya más incapaces y/o subnormales que entre los catedráticos de universidad se debe exclusivamente al hecho de haber menos catedráticos de universidad que carpinteros electricistas, etc.

Por otra parte, los docentes, los buenos -una gran mayoría por las razones del párrafo anterior-, han optado desde tiempos remotos por guardar silencio ante la actitud de la sociedad respecto de su trabajo. Hubo tiempos en que el profesorado incluso pasaba hambre y no se quejaba. Es como si la profesión docente llevara aparejada una especie de estigma masoquista que le impidiera tomar conciencia de la realidad en toda su crudeza. Si de una vez por todas, ignorando lo que muchos calificarían de políticamente incorrecto, el profesorado se rebelara para plantear el problema en su verdadera dimensión, muchos de los males que hemos denunciado tendrían remedio. Desgraciadamente, no parece ser esta la situación a corto plazo, al menos en nuestra generación. Quizás en un futuro no muy lejano, gracias al efecto pendular de las conductas sociales, se produzca la revolución en este sentido. Pues bien, el silencio no se interpreta sino como un reconocimiento de culpabilidad: "el que calla otorga". El profesorado parece ser incapaz de hacer valer sus derechos -en España el fenómeno reviste mayor gravedad por causa de las envidias y los acosos psicológicos a los que los mediocres someten a los que sobresalen-. Ya conocen el aforismo: "clavo que sobresale martillazo seguro".

LA REDACCIÓN

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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Última modificación: 21-03-2005