Juan tenía mucho éxito en su carrera, no tenía problemas económicos y era muy querido por sus amigos. Sin embargo, con el tiempo empezó a sufrir dolores de cabeza, ligeros al principio, pero que fueron aumentando de intensidad hasta llegar a ser insoportables. Cuando su salud, su trabajo y su vida amorosa empezaron a ser afectados por este problema, Juan se decidió a consultar con un médico. El especialista lo examinó, realizó varios análisis, le tomó radiografías, muestras de sangre, de heces, de orina, y por fin le dijo: - Le tengo una noticia buena y una mala. La buena es que puedo curarle sus dolores de cabeza. La mala es que para hacerlo tendré que castrarlo. Usted sufre una rara condición en la que sus testículos oprimen la base de su columna vertebral, y eso es lo que le causa dolores de cabeza. La única manera de remediarlo es extirpar sus testículos. Juan quedó sorprendido y deprimido, pero sus jaquecas empeoraban más cada día, y preso de la desesperación decidió someterse a la operación. Al salir del hospital, el dolor de cabeza había desaparecido por completo, pero se sentía abatido y desanimado, como si le faltara una parte de sí mismo (obviamente). Caminando por un parque, se puso a reflexionar, y decidió que, puesto que se sentía como una nueva persona, empezaría su vida de nuevo, disfrutándola a cada momento. Animado, pasó frente a una sastrería y modistería y vio en el escaparate un magnífico traje de Armani. - Eso es lo que necesito - se dijo a sí mismo - Para empezar, me compraré un traje nuevo. Dicho y hecho. Entró en la tienda, subió a la planta de caballeros y le dijo a un vendedor que necesitaba un traje. El vendedor le observó por un momento y dijo: - Muy bien, talla 46. - ¡Exacto! ¿Cómo lo sabía? - Es mi trabajo señor, llevo más de 20 años en el oficio -repuso el vendedor-. Juan se probó el traje, y le quedó perfectamente. Mientras se observaba en el espejo, el vendedor le dijo: - ¿Qué le parece una camisa nueva? Juan lo pensó por un momento, y respondió: - Pues, ¿por qué no? - Veamos..., ha de ser una talla 6. - ¡Noooo! ¿Cómo lo ha sabido? - Es mi trabajo -repitió el vendedor-. Juan se probó la camisa, que le quedó como hecha a medida. Mientras se veía en el espejo, el vendedor le volvió a sugerir: - Y ¿cómo ve unos zapatos nuevos? Juan estaba cada vez más animado. - Por supuesto -respondió-. El vendedor echó un vistazo a los pies de Juan. - Ha de calzar más o menos un 44, no? --Juan estaba asombrado-. - ¡Exacto! ¿Cómo lo supo? - Ya le dije, es mi trabajo -añadió el vendedor-. Mientras Juan admiraba sus zapatos nuevos, el vendedor le preguntó: -¿Cómo ve, ya que estamos en esto, unos calzoncillos importados que son de lujo? Juan lo pensó por un segundo, pensó en la operación que acababa de sufrir, y dijo: - Pues bueno. - Muy bien, deben ser calzoncillos de la talla 44. Juancho se rió. - No, mi amigo, ahora sí se equivoca. He usado talla 36 desde los dieciocho años. El vendedor negó con la cabeza: - No puede ser señor, no es posible que use la 36... Porque el calzoncillo estaría demasiado apretado, le presionaría los testículos contra la base de la columna y tendría todo el día un gran e insoportable dolor de cabeza... Fuenteovejuna Volver al principio |
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