Ivo Klaric no ha querido terminar su colaboración con Vivat Academia sin antes pasarle la antorcha a un compatriota suyo Ivan Golub, científico, catedrático, profesor invitado en numerosas universidades de Europa y América, sacerdote y teólogo, y sobre todo POETA de la cotidianeidad. Debemos agradecer a la editorial Oikos-Tau de Barcelona, su gentileza en permitirnos reproducir los textos de Ivan Golub, que iremos entresacando en próximos números de Vivat Academia, recogidos en la espléndida edición bilingüe, croata-español, titulada "Peregrino" ("Hodocasnik") (1998). La traducción ha sido responsabilidad de Albertina García Corveiras-Razum y Francisco Javier Juez Gálvez. Para esta ocasión hemos elegido el poema "Por un plato de lentejas", que, desgraciadamente, tanto tiene que ver con el comportamiento habitual del humano de hoy, y si no observemos a nuestro paisanaje, cuando no a nosotros mismos. Vivat Academia se lo quiere dedicar a Pepe y además a aquellos que, en la Universidad de Alcalá, han conseguido minimizar el "efecto Esaú", lo que significa que ahora "venden la primogenitura por una lenteja del plato".
Ivan Golub: "POR UN PLATO DE LENTEJAS"Me desperté. Con la mano me acerqué el reloj de pulsera a los ojos. Las cinco y unos minutos. Me levanté. Levanté la cortina de la ventana. Rojo. Ahora saldrá el sol. Abro la ventana. Un mirlo canta en el alambre. Se despluma. Y me siento bien. Gracias por habernos dado el sol Escrito está: La codicia es la fuente de todos los males. ¿Sigue cantando el mirlo en el alambre? Volver al principio Volver al principio del poemaEl siguiente cuento, de autor desconocido, pero de circulación reciente, nos ha sido remitido por M.G. alumno de la Escuela Politécnica de la UA. Vivat Academia se lo dedica a Andrés. EJECUTIVOSUn yuppi ambicioso decidió por fin tomarse unas vacaciones. Hizo una reserva para un crucero por el Caribe y se dispuso a pasar la mejor época de su vida... por el momento. De forma inesperada, se formó un tifón que hizo naufragar el barco en pocos minutos. Cuando el hombre volvió en sí, se encontró en una playa sin nadie a su alrededor, ni víveres ni nada que no fueran plátanos y cocos. Acostumbrado a la vida en hoteles de cuatro estrellas, este hombre no tenía ni idea de lo que hacer. Se pasó los siguientes cuatro meses odiando los plátanos, bebiendo coco, añorando su vida pasada y fijando su mirada en el horizonte en busca de barco que viniera a rescatarle. Un día estaba tumbado en la arena, cuando percibió por el rabillo del ojo algo que se movía. Era una barca de remos, y en ella iba la mujer más hermosa que había visto jamás. Ella llegó remando hasta él y le preguntó asombrado: - "¿De dónde has venido? ¿Cómo has llegado hasta aquí?" - Vengo remando desde el otro lado de la isla" - continuó. "Vine a parar aquí cuando mi barco se hundió". - "Asombroso", - dijo él. "No sabía que hubiera habido más supervivientes. ¿Cuántos sois? Habéis tenido mucha suerte de que el mar arrojara a vuestra playa esta barca de remos" - "Estoy yo sola", - dijo la mujer. Y el mar no llevó esta barca a la playa, ni esta barca ni nada de nada. Él estaba confuso. - "Entonces, ¿cómo has conseguido la barca?" - "Es fácil", - repuso la mujer. Yo misma hice la barca de materiales que he ido encontrando por la isla. Los remos están hechos con troncos de árboles de caucho, el fondo lo tejí con ramas de palmera y los laterales y la popa están hechos de madera de eucalipto" - "Pe..pe..pero eso es imposible", - tartamudeó el hombre. "No tienes herramientas, ¿cómo has podido hacerlo?" - "¡Ah! ¡No ha habido ningún problema en eso!", - replicó la mujer. "Al sur de la isla hay unos estratos poco comunes de roca aluvial. Me di cuenta de que, si lo calentaba en el horno hasta una cierta temperatura, podía obtener una especie de hierro bastante dúctil. Lo utilicé para hacer algunas herramientas y con ellas el resto del material que necesitaba. Pero basta ya de hablar de estas cosas. ¿Dónde vives?" Bastante avergonzado el hombre contestó que había estado durmiendo en la playa todo el tiempo. "Bien", - dijo ella,"ven conmigo a barca y vayamos donde yo vivo." Después de unos pocos minutos remando, atracó el bote en un pequeño embarcadero. El hombre miraba el lugar al que habían llegado. Delante de él se abría un camino de piedras que conducía a un pequeño bungalow pintado de azul y blanco. Mientras la mujer amarraba el bote con una cuerda tejida en cáñamo, el hombre solamente era capaz de permanecer de pie mirándolo todo como atontado. Mientras caminaba hacia el interior de la casa ella dijo de modo informal: - "No es gran cosa, pero yo le llamo mi casa. Siéntate por favor, ¿te apetece beber algo?" "No, no gracias", - dijo él todavía aturdido. "Soy incapaz de beber una gota más de zumo de coco". - "No, no es zumo de coco", - replicó la mujer. "Tengo un refresco, ¿te va la piña colada?" Tratando de esconder su continua vergüenza, el hombre aceptó y ambos se sentaron en el sofá a charlar. Después de que hubieran intercambiado sus historias, la mujer dijo: "Si no te importa, voy a ponerme algo más cómodo". ¿Te gustaría darte una ducha y un afeitado? Hay una maquinilla de afeitar arriba en el armario del cuarto de baño". Sin preguntar nada más, el hombre fue al baño. En el armario había una maquinilla hecha de hueso tallado. Dos conchas afiladas se ajustaban a presión a ambos lados de un eje en cuyo extremo había engarzado un mecanismo giratorio. - ¡Esta mujer es increíble!", - exclamó el hombre. "¿Con qué me sorprenderá la próxima vez?". Cuando él volvió, se encontró que la mujer llevaba como único atuendo unas hojas de parra estratégicamente situadas y desprendía un intenso aroma a magnolias. Ella le hizo señas con la mano para que se sentara a su lado. "Dime", - comenzó a musitarle con voz sugerente mientras se sentaba más cerca de él -, "hemos estado aquí durante mucho tiempo. Te habrás sentido muy solo. Estoy segura de algo hay que realmente te gustaría hacer ahora, algo que has estado añorando durante todos estos meses. ¿Verdad...?",- dijo mirándole a los ojos directamente. Él no podía creer lo que estaba oyendo: "¿Quieres decir ... ",- replicó -, "... que puedo ver desde aquí mi correo electrónico?" FIN Volver al principio Volver al comienzo de este cuento |
|