Editorial
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

Histórico Año II

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Septiembre 2000. Nº 18

LA FRASE DEL MES:

Puedes comprarte una casa, pero no comprar un hogar.
Puedes comprarte una cama, pero no el sueño.
Puedes comprarte el mejor reloj, pero no puedes comprar el tiempo.
Puedes comprarte libros, pero no conocimiento.
Puedes comprarte una posición, pero no el respeto.
Puedes comprarte medicinas, pero no la salud.
Puedes comprarte sangre, pero no la vida.
Puedes comprarte sexo, pero no amor.

Fuenteovejuna

EL MERCANTILISMO UNIVERSITARIO

"... y aquel que se lleve todo este lote de mantas y toallas, recibirá de regalo un precioso juego de tocador de veinte piezas". Así se expresaban los charlatanes que antiguamente recorrían los pueblos de nuestra geografía, intentando encandilar a los pobres paisanos, desconocedores de los intríngulis del mercantilismo. Claro que cuando el incauto de turno recibía el regalo, se daba cuenta de que el juego de tocador consistía en un gran peine de 20 púas, eso sí de carey, que todavía no se hacían de plástico.

Pues bien, ahora este tipo de discurso, un poco reambientado, se está convirtiendo en habitual en el mundo universitario. ¡Quién lo diría! El profesorado de la institución docente por excelencia se había distinguido siempre por su falta de mentalidad mercantilista: trabajaba con dedicación constante, reclamaba aumentos de sueldo por las vías que fueran precisas, corría delante de la policía si hacía falta, tras manifestarse ante la autoridad competente..., pero nunca jamás había caído en la trampa del charlatán de turno que le ofrecía el "oro y el moro", a cambio de dejarse engañar por las promesas de dinerillo extra de fácil adquisición.

Todo eso, desgraciadamente, ha cambiado. Hay muchos docentes que ahora se dejan llevar por las corrientes del capitalismo al uso, que ofrecen la posibilidad de ganar bastante (en realidad no es mucho) con el "mínimo" esfuerzo suplementario de dar cursos, masters y otras engañifas por el estilo (de otras áreas mejor no hablar, como los servicios prestados a empresas camuflados de investigación). Con ello sacian el legítimo apetito de vivir holgadamente, como corresponde al gran esfuerzo y el largo periodo que corresponde a su formación.

Pero ello conlleva varias trampas (ahora el peine no es de carey y además tiene algunas púas rotas).

En primer lugar estamos aniquilando la universidad como servicio público. Resulta harto deprimente oír el discurso de alguno de nuestros compañeros: "Es el signo de los tiempos, la universidad de mañana va por ahí, es mejor que estemos en la línea de salida". ¿De dónde habrán sacado esa idea? No es el signo de los tiempos, es el signo y la enseña de los que nunca han creído en la Universidad con mayúscula, de los que tampoco creen en la sanidad pública, ni en nada que tenga que ver con la solidaridad.

Es el signo de los que opinan que el modelo americano es el que debe imperar. Claro que no se han parado a pensar en lo que les ocurrirá, en un futuro no muy lejano, cuando acudan a las urgencias de un hospital y en vez de la cartilla de la Seguridad Social, les exijan la tarjeta "visa". Eso sí, si no la pueden mostrar les indicarán amablemente la dirección del hospital de la beneficencia más cercano, independientemente de la gravedad de su mal. ¿Qué ha sido de tantos años de trabajo y sacrificada lucha por conseguir el estado de bienestar que se había implantado en nuestro país (o al menos lo parecía)?

En vez de esforzarnos por conseguir una docencia de calidad, por conseguir atraer a los mejores y más motivados estudiantes, por enseñar los contenidos que exigen los descriptores de los planes de estudio, nos esforzamos en enseñar poco, para después tener algo que impartir en los cursos pagados de postgrado o, en el peor de los casos, abandonamos nuestras obligaciones regladas, porque el tiempo y las fuerzas son limitados.

Hace años se implantó el régimen de dedicación exclusiva y se aplicó la ley de incompatibilidades porque, entre otras cosas, se entendía que la carga horaria docente de los universitarios era más bien excesiva, si se quería tener una enseñanza de mínima calidad. Ahora resulta que nada de eso importa, podemos dar las horas que nos vengan en gana. Claro que a lo mejor no tenemos que preparar las clases, ya que nos limitamos a repetir los contenidos correspondientes a la asignatura troncal u optativa de la licenciatura que nos ha caído en suerte.

La segunda trampa es todavía más peligrosa. Este sistema que estamos dejando invadir poco a poco nuestras aulas, consiste en pan duro para hoy y hambre para mañana. ¿Nos hemos parado a pensar que sería mejor que de una vez por todas lucháramos por un sueldo digno y conseguir cotizar por la totalidad de nuestro salario? ¿De qué nos sirven tantos cursos y cursitos, si mañana la jubilación nos va a dejar en la miseria? Puestos en plan cínico a lo mejor resulta que deberíamos luchar por que no existiera la jubilación para el profesorado, total para lo que enseñamos, que más da que lo hagamos en nuestras plenas facultades o chocheando mientras el cuerpo aguante. Claro que a lo mejor alguno es previsor y ese dinero extra lo está empleando en engordar un buen plan de pensiones.

De momento, y no por mucho tiempo, vaticinamos, la enseñanza oficial reglada de nuestros hijos nos está saliendo más o menos gratuita, pero ¿somos conscientes de la trampa que estamos tendiendo a nuestros nietos? Ellos van a encontrarse con una enseñanza universitaria pagadera en su totalidad (ya estamos de nuevo en el modelo americano). Parece mentira que no nos demos cuenta de lo que nos avecina con tanta película yanqui bombardeándonos diariamente desde la televisión. ¿No nos estremece el hecho de estar potenciando estos cambios con nuestra actitud, no ya negligente, sino activa? Insistimos en que se empieza por la enseñanza y en poco tiempo se acaba por la sanidad, el uso de las vías públicas, hasta para pasear, y el aire que respiramos porque, al fin y al cabo, los gobiernos, sean universitarios, autonómicos o nacionales, tienen otras necesidades más urgentes que atender: véase construir monumentos a la torre del ajedrez, subir substanciosamente los sueldos de diputados que nunca asisten a las sesiones de los correspondientes parlamentos, o pagar guerras iniciadas por los imperialistas de turno.

Y hay una trampa más, quizás la más denigrante. ¿Con qué autoridad moral estamos formando a nuestros alumnos, que sólo pueden ver en nuestro comportamiento cierta ambición y ambigüedad derivadas del modelo mercantilista? Sabemos que muchos profesores universitarios han llegado a la conclusión de que nuestra misión en la universidad consiste en "soltar", más o menos acertadamente, los cuatro conocimientos que aprendimos en su día, y eso de la formación integral, el ejemplo y monsergas por el estilo están de más. Triste conclusión, pero conclusión al fin y al cabo. Sin embargo, también sabemos que todavía quedan profesionales altruistas de la enseñanza, dedicados en cuerpo y alma a la labor docente, deseosos de inculcar un modo de pensar y de afrontar las dificultades de la vida a sus alumnos, en armonía con los avances de la civilización, desde la época en que se abolió el feudalismo, pasando por la que abolió la esclavitud, hasta este nuevo siglo.

Puede parecer que este artículo ha caído en el mismo error que los párrocos de esos pueblos mencionados al comienzo: cargaban las tintas sobre la falta de asistencia a los oficios, abroncando a los pobres que asistían. La inmensa mayoría de nuestros lectores lo son porque confían, quizás ingenuamente, que esta situación denunciada todavía no es definitiva. Pero cuidado, si esos creyentes en que las cosas deben ir por otros derroteros no hacemos nada, seremos tan culpables como los caídos en la trampa del peine sin púas.

Reconocemos que existe un problema adicional: el pasotismo o la depresión inherente a la impotencia de muchos de esos profesionales, recalcitrantemente seguros de la capital importancia de su trabajo y del alcance real de la universidad como servicio público, pero hastiados de la falta de reconocimiento de su labor. Estas actitudes negativas, de alguno de nuestros compañeros, proceden de una falta de confianza en el progreso. Bien es verdad que la historia es cíclica y que, hagamos lo que hagamos, siempre habrá un puñado de "locos" que se dejarán el pellejo cuando la situación sea insostenible, para volver las aguas a su cauce y retomar el camino de ese progreso donde lo dejaron los que se encargaron de darle marcha atrás.

¿Nos hemos preguntado alguna vez lo fácil que sería evitar el inicio de la marcha atrás? Los retornos a la normalidad suelen venir acompañados de situaciones que suponen sangre sudor y lágrimas.

¿Les vamos a dejar a nuestros hijos o nietos la ingrata tarea de enderezar lo torcido? Debemos caer en la cuenta de que en nuestra mano está la solución fácil.

También es verdad que ese tipo de sacrifico es normalmente recompensado con el anonimato histórico. Los líderes de los cambios revolucionarios beneficiosos para la humanidad suelen tener su hueco en los archivos del reconocimiento y el recuerdo agradecido. Las hormiguitas del quehacer diario y esforzado ni siquiera existen para los que son testigos de los hechos ¿Cuántos se acordarán pasado mañana de los pocos que han conseguido el reciente aumento de sueldo y otros logros para el colectivo docente? Incluso su actitud y las medidas de presión adptadas han sido calificadas de irresponsables por los que ahora se van a beneficiar de ellos. (Ni siquiera esos que tanto han criticado la huelga han tenido la valentía de decir públicamente que rechazan dicho aumento y dedican el dinero correspondiente a una ONG o a mejorar las instalaciones de los laboratorios de química, por poner un ejemplo).

Con nuestra reiterada actitud negativa, estamos dejando pasar la oportunidad de poner remedio a la ignominiosa situación futura de la universidad. Con nuestra falta de participación en los órganos de gobierno, con ese discurso muy extendido de "yo no quiero significarme", con ese miedo tan habitual a mostrarse sinceramente ("que no me vean hablar con fulano, aunque pienso igual que él, porque está tachado de revolucionario o contrario al sistema"), cuando no es aquello de "déjame en paz que a mí me va bien con el sistema, el que venga detrás que arree", sólo conseguiremos empeorar aún más el panorama

No podemos dejar pasar la oportunidad de poner de manifiesto la necesidad de despertar, porque el sueño que estamos viviendo no es indicio de camino hacia la mejora sino, más bien al contrario, es indicio inequívoco de camino hacia la antiutopía que autores como Orwell, Bradbury, Zamiatin y otros muchos denunciaron a comienzos del siglo que venimos de terminar. Una prueba de ello es la nota que el equipo de gobierno de la Universidad de Alcalá acaba de enviar por correo electrónico a toda la comunidad. En ella se vislumbra, con claridad meridiana, la idea de que la libre opinión está de más en el ambiente universitario y, una vez tomadas las decisiones, mejor que nadie se entere de cómo y en qué circunstancias se tomaron. Pero esa es harina de otro costal; prometemos entrar a valorar el particular en la próxima edición de Vivat Academia.

LA REDACCIÓN

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