LA FLEMA INGLESAAlgunos canales de televisión, incluidos los británicos, comenzaron a difundir imágenes de las fosas comunes que, durante la dictadura, se habían ido llenando con los restos de los ciudadanos chilenos y extranjeros perseguidos por los secuaces de Pinochet. La verdad es que poca mella hacía ya este tipo de informaciones en los telespectadores. Estaban habituados a Bosnia, Croacia, Kosovo, Chechenia, etc. Pero los periodistas habían decidido mantener el interés por la noticia a base de un poco de morbo. Por otra parte, los políticos, unánime e independientemente de la ideología, no estaban por la idea de que se juzgara al dictador por crímenes contra la Humanidad, ni violación de derechos humanos, ni nada que se le pareciese. Así se lo expresaba Felipe a José María, en una entrevista secreta, mantenida en un lujoso hotel madrileño. - Mira Chema, decía muy serio el antiguo presidente del gobierno, piensa que, a lo peor, alguna vez pueden intentar juzgarte por asesinatos que hayan cometido funcionarios de tu gobierno. A mi juicio, sería un mal precedente. Los Jefes de Gobierno deberíamos estar por encima del bien y del mal. Una cosa es el brazo ejecutor y otra la voz de mando. - Sí, vale, de acuerdo, pero no me negarás que otras veces se ha opinado lo contrario. Recuerda los juicios de Nürenberg. Al final, a Milosevic si lo pillamos lo emplumamos... Tú mismo, Pipe, eras correligionario del asesinado Allende, ¿no te remuerde un poco la conciencia hacer estos planteamientos? - La voz de José María tenía tintes de ansiedad. - Te veo preocupado por tu reputación y, por consiguiente, por los resultados de las encuestas. A la gente le importa un bledo que te posiciones a favor o en contra de juzgar a Pinochet. - Hizo una pausa para aspirar el delicioso humo de su habano marca González Márquez. - Puede que lleves razón. Es una triste realidad. Pero te equivocas en lo que a mí me preocupa. Aznar casi pronunció estas últimas frases en un susurro.- A mí me dan miedo las declaraciones de la Dama de Hierro. Ten en cuenta que, al fin y al cabo, es de mi mismo partido. Qué pensarán... ¡Dios mío, qué cruz! Ahora que España iba tan bien... ********* Doña Margarita, entretanto, seguía erre que erre cantando las cualidades del dictador encausado. Había sido capaz de recibir impertérrita a toda una serie de comisiones que le mostraban las atrocidades de los militares y la policía chilenos durante los años que siguieron al golpe de estado. El peor momento fue cuando tuvo que torear a aquella delegación sionista pro derechos humanos, que le mostró pruebas de que había varios judíos entre los desaparecidos. - ¡Serían comunistas!.- Casi voceó, muy digna y estirando el cuello, como si le molestara la fija mirada del pequeño rabino de ojos oscuros. En unas recientes declaraciones a la BBC, había hecho una semblanza entre Don Augusto y Cromwell. Hasta la mismísima Cámara de los Lores había pedido explicaciones. - Esta mujer no tiene límite, - comentaba Blair, en una reunión de la ejecutiva de su partido,- y lo peor es que a mí me toca dar la cara. Todo el mundo se ríe con eso de la salud del dictador y las razones humanitarias. Él no les preguntaba a los detenidos si tenían cáncer terminal, o a las detenidas si estaban embarazadas. Una cosa es la política y otra muy distinta hacer el ridículo de esta forma. Para rematarlo, los jueces británicos están todos en la misma onda... En cierta ocasión había recibido una llamada de Washington. - Hola Tony, soy Billy. Te llamo para decirte que de enviar a Pinochet a España te libres muy mucho. El "gran jefe blanco" había elegido un tono que no admitía réplica. Yo, pues... Está todo el mundo en la calle... Chema quiere ganar las elecciones...- Blair balbuceaba en su perfecto inglés de Oxford. - Que te digo que ni se te ocurra. Tú verás a lo que te expones. Te cortamos el grifo de lo que tu sabes. No soy más explícito porque nos está grabando la CIA. - Está bien, está bien. Pero tú mismo, hace unos días, declaraste a la CNN que estabas dispuesto a llegar hasta el fondo de la cuestión, con todas sus consecuencias. - ¿Y te lo creíste?.- Clinton hablaba ahora muy rápido y claramente indignado.- Parece que te hayas caído del guindo hoy. ¿Es que los políticos europeos no aprenderéis nunca? Vais por la vida como motos. Hacéis declaraciones y os creéis que deben tener algo de verdad. ¡Principiantes! Mírame a mí. En el caso Lewinsky, juré sobre la Biblia y aquí me tienes. Y lo mejor es que todo el mundo era consciente de que no decía la verdad. No estaba dispuesto a dejarse intimidar por los americanos, él mismo tomaría la iniciativa y dejaría en libertad a Pinochet con los argumentos que se le ocurrieran, por peregrinos que fueran, pero eso de las razones humanitarias sonaba a pitorreo. Al fin encontró la salida. Mientras la ONU no tomara una resolución declarando a Pinochet criminal de guerra, no había razón para hacer caso a un juez de tres al cuarto, de un país, que hasta anteayer, era una dictadura del mismo calibre. La ONU no quiso saber nada del tema. Inmediatamente se hicieron los preparativos para el viaje de vuelta a Chile. Las manifestaciones proliferaban tanto en Madrid como en Londres. Las pancartas se limitaban ahora a pedir seriedad al gobierno del Reino Unido. En Santiago el júbilo se hacía sentir en todos los rincones. A los partidarios de ver a Pinochet entre rejas ni siquiera les quedaban fuerzas para salir a la calle. Ni que decir tiene que España no recurrió la decisión. - Sería un esfuerzo inútil.- Declaró el Ministro del ramo y se quedó tan "pancho". En el fondo y en la superficie llevaba razón. Milagrosamente el dictador mejoró en su estado de salud, hasta el punto de que se le veía pasear animado por los jardines de su mansión-prisión inglesa. Ha sido para él un alivio ver como se hacía por fin justicia.- Declaró el portavoz de la delegación chilena.- Imagínense que, después de haber dado todo por la patria, se vieran ustedes en una situación semejante. ¡Casi le han matado del disgusto! Gracias a Dios todavía tiene fuerzas para seguir dando guerra. ********* La comitiva discurría tranquilamente por las calles atestadas de policías y manifestantes absolutamente silenciosos. En las pancartas se podían leer nuevos lemas: "Del juicio divino no te librarás"; "Esto es una burla a la Humanidad". Tácitamente se había decidido guardar silencio como la mejor forma de protesta. Algunos llevaban la boca cruzada con esparadrapo. Otros levantaban en alto la fotografía de algún ser querido y nunca olvidado, con lágrimas en los ojos. Súbitamente, cerca de una pequeña plaza, hizo su aparición una "lechera" de Scotland Yard, precedida de cinco motoristas, y a la que seguía un automóvil del Ministerio del Interior. La comitiva se detuvo. El silencio se hizo todavía más patente. Algo inaudito acababa de suceder. Varios policías de la escolta se acercaron al vehículo que les cerraba el paso, a la vez que del furgón se bajaban sus ocupantes armados. Se cruzaron algunas palabras que no llegaron hasta los oídos de los manifestantes, cada vez más perplejos. Un individuo muy alto, con un traje negro y un paraguas enorme, que parecía sacado de una película de mediados de siglo, mostró un documento que fue pasando de mano en mano. El papel acabó en el vehículo ocupado por Pinochet. Se oyeron entonces voces, algunos creyeron oír insultos pronunciados en español. Lo único evidente fue que el viaje hacia el aeropuerto había concluido. De nuevo se formó una caravana. Uniéronse a ella los vehículos recién llegados. En la plazuela dieron la vuelta, mientras cientos de gargantas, hasta entonces mudas, pronunciaron todo tipo de gritos, vivas y preguntas sin respuestas. ************** Los periodistas llevaban más de veinticuatro horas haciendo guardia en la puerta del 10 de Downing Street. A pesar del intenso frío nadie se movía de allí. A lo lejos, tras la verja, custodiados por un fuerte cordón policial se apretujaban los manifestantes con sus pancartas. La pregunta seguía en el aire: ¿Qué había ocurrido para que los ingleses decidieran volver sobre sus pasos? Es más, tenía que ser muy grave porque no habían dejado que Pinochet regresara a la mansión que había ocupado los últimos meses. Estaba retenido en dependencias del Ministerio del Interior; y se rumoreaba que no tratado como antes. Por fin se abrió la puerta del domicilio del Primer Ministro. Un Anthony Blair muy pálido se acercó a los micrófonos. Tosió ligeramente. Sacó un exiguo papel del bolsillo y con voz nerviosa comenzó: - Ciudadanos del mundo entero. Hace ahora exactamente veintisiete horas, tras haber dado vía libre al regreso de Augusto Pinochet a Chile, recibimos una llamada urgente de doña Margarita, pidiéndonos que observáramos atentamente las imágenes que el canal internacional de Televisión Española estaba mostrando al mundo. Se volvió hacia el funcionario que le acompañaba y le tendía un gran vaso de agua. Bebió lentamente y se dispuso a seguir.- No salíamos de nuestro asombro. Se podían ver los trabajos de exhumación de los cadáveres encontrados en una fosa común, de las recientemente descubiertas por los partidarios de juzgar al dictador Pinochet. Era la primera vez que el gobierno británico usaba ese calificativo.- Entre los restos humanos se podían distinguir huesos que pertenecían a perros y gatos, según todos los indicios. ¡Algunos opositores al régimen habían sido torturados con sus animales de compañía!- Su cara se tiñó de un rojo fuerte y su voz se hizo más firme al llegar a este punto.- ¡Y ese tipo de crueldad, señoras y señores, un buen británico no lo puede tolerar! FINSigfrido del Alce Volver al principio |
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