El Rincón Literario
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

 Histórico Año IV

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Diciembre 2001 - Enero 2002. Nº 31

Hermano oscuro

Hermana Sara

PRÓLOGO

Son asombrosos los recovecos que tiene el destino. Yo era de familia humilde, plebeyos que estábamos bajo la protección del señor feudal Ramiro. Era un señor poderoso y justo, vivíamos felices trabajando sus tierras a cambio de su protección. Hacía tiempo que acabaron las disputas contra los normandos. Era el año de nuestro Señor 920, un año tranquilo. Mi padre tuvo que luchar en aquellas batallas, décadas atrás, salió bien librado. Según mi madre era un apuesto soldado de infantería rudo, fuerte y saludable. Aunque ya es mayor y tiene la piel cuarteada por los largos momentos que ha pasado a la intemperie, se ve que en su juventud fue todo lo que mi madre dice de él y más. No acabó la guerra ni muerto ni mutilado, aunque sus cicatrices desvelan que sí le hirieron, es normal pues los infantes iban al campo de batalla con lo puesto y sin ningún tipo de armadura que no sea de cuero o de manufacturación casera. No tenían armas en condiciones, casi ni los caballeros llevaban armadura completa como ahora, portándola con orgullo mientras el mundo se refleja distorsionado en sus brillantes y argénteas superficies.

Aquella mañana de invierno se levantó especialmente fría y no se pudo decir que era de día hasta bien entrada la mañana y el sol no lucía, nos daba una luz gris, homogénea y constante, tras un tupido velo de nubes. Mi padre estaba dando de comer a los pocos animales que teníamos en casa y preparándose para ir al campo a trabajar, mi madre y yo estábamos preparando la comida para aquel día, no serían las diez de la mañana y aún era casi de noche. En la cocina el aire estaba caldeado ya que no era muy grande y el fuego llevaba un buen rato encendido, hacía cierto calor en comparación con el exterior de la casa. Mi madre era una mujer de mediana edad, no muy alta, pero aún conservaba la belleza lucida años atrás. Mis padres de jóvenes seguro que hicieron una buena pareja, si hubiesen podido llevar una vida social elevada serían un buen modelo a seguir de belleza y, con toda seguridad, de estilo y comportamiento.

De pronto mi madre y yo escuchamos el sonido de la puerta al abrirse y cerrarse con un sonoro y precipitado portazo, nos sobresaltamos en el instante. Era mi padre, entró deprisa en la cocina y en su curtido rostro se reflejaban las facciones endurecidas por el frío de la mañana y por un miedo jamás visto en él. Me asusté, mi padre siempre ha sido un hombre valeroso y nunca se ha dejado llevar por el miedo que todos sufrimos. Aunque no decía nada su cara y su mirada profetizaban alguna desgracia, mi madre también lo percibió y rompió el tenso silencio.

- ¿Qué ocurre Miguel?

- Sss... e acer..ca un herr...mano osccu...ro.- Tartamudeó mi padre.

- ¿Un hermano oscuro? – Mi madre no cabía en su asombro, yo estaba muerta de miedo. Mi padre nos había hablado de los hermanos oscuros con los que convivió cuando luchó en la guerra. Lo poco que descubrió de ellos fue que eran una especie de secta o clan de guerreros con una habilidad y crueldad nunca vistos ni en entrenados soldados ni caballeros. Para reconocer a un hermano oscuro hay que percibir sus características y saber identificarlas como las de un hermano oscuro; la mirada, tenían una mirada profunda y misteriosa, esa mirada albergaba crueldad y una extraña pero sincera malicia, mi padre nos contó en muchas ocasiones que la mirada de un hermano oscuro podía encoger el corazón del caballero más aguerrido y con más sangre fría de cualquier parte del reino. También eran muy solitarios, no trataban con nadie si no era otro hermano oscuro, y hasta los caballeros más fuertes los rehuían temerosos. Nos contó muchas anécdotas cuando convivió con ellos y se alegró de haber sido su aliado. Y en aquellos momentos uno de esos míticos y misteriosos personajes, ¡venía directamente hacia la casa!

Mi padre nos dio instrucciones de escondernos dentro de casa, él iría a recibirle; la chimenea llevaba largo rato humeando delatando nuestra presencia. Una vez escondidas en una habitación él fue a recibir al peligroso personaje. En la habitación había una ventana que daba a la parte frontal de la casa, desde allí podríamos ver lo acontecido; temíamos mucho por mi padre. En contra de las advertencias de mi madre me asomé para saciar una curiosidad más poderosa que el miedo, típico a los diecisiete años.

Una figura se recortaba a unos cien metros de la casa. La reciente luz del día no me dejaba ver más que una silueta negra, mi padre aún conservaba la buena vista que le otorgaron las guardias soportadas de antaño. Aquel hombre se movía con una rapidez inusual, andaba con una agilidad asombrosa, parecía que se deslizaba sobre el suelo. Cuando se acercó lo suficiente pude ver que, aunque no era muy corpulento, se le notaba una musculatura natural en un hombre dedicado al arte de la guerra. A mí me parecía a un caballero despojado de su armadura y caballo por alguna justa o injusta razón. Había algo en él que me era familiar y no recordaba en aquel momento, podría haber sido su larga y negra melena, que le tapaba los hombros y parte de su rostro, medio desgreñada bailando con el suave viento que se levantó con el día o sus negras ropas. A medida que se acercaba yo me escondía cada vez más tras la ventana haciendo caso a los prudentes y nerviosos susurros de mi madre; estaba tumbada en el suelo a mi lado. Cuando el hermano oscuro se encontró con mi tembloroso padre miró con el rabillo del ojo a la ventana donde me encontraba, me descubrió a pesar de tener sólo la parte superior de mi cabeza, por encima de mi nariz, asomando por la ventana. Pude ver su rostro, mi corazón se aceleró aún más cuando le reconocí, jamás lo olvidaré. Aún sigo siendo una anciana doncella gracias a él. Entonces se me vino a la memoria lo que me ocurrió hace apenas dos meses antes.

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1

Había cumplido los dieciséis inviernos y mis padres me dejaban ir sola hasta el castillo del señor. Era la primera vez que iba a la feria anual del castillo sin compañía, estaba deseando sentir cómo crecía y me hacía toda una mujer junto con mis amigas, ya me podía valer lo suficiente por mí misma como para ir a ciertos lugares sin ir acompañada por mis padres. Nunca he sido jactanciosa, pero había heredado parte de la belleza de mi madre. Era un poco más alta que ella y rubia, tenía el pelo largo y ondulado colgando de mis hombros en largos tirabuzones y mi cuerpo era el de una joven saludable. Seguro que los mozos se fijarían en mí y mis amigas. Vendrían como si fuesen mulas, con sus jóvenes cuerpos forjados por la intemperie y el duro trabajo del campo, intentarían imitar a los grandes héroes de las canciones de los juglares con finas y cultas palabras cargadas de poesía y romanticismo fracasando debido a su escasa cultura (eso era para los monjes y juglares) poniéndose nerviosos. Pero siempre habría algún atrevido seguro de sí mismo, seguramente siguiendo los consejos de algún presumido padre o hermano creyendo ser gentes de mundo. Iba pensando en todo aquello y mucho más y cada vez me sentía con más ganas de llegar a mi destino para divertirme y bailar al son de los laúdes y las flautas. Luego vendrían mis padres para bailar las últimas canciones y escuchar el informe del tesorero sobre los asuntos del campo durante el año pasado, desde la anterior primavera hasta la presente y, por fin, saldría Sir Ramiro con su brillante séquito para darnos el acostumbrado discurso del año. Siempre se formaban grandes fiestas y los incidentes que ocurrían rara vez llegaban a grandes acontecimientos capaces de arruinar la diversión de unos cuantos hombres y mujeres honrados.

Iba caminando por el pequeño bosque ubicado entre el castillo y las tierras años atrás taladas para poder sembrar en ellas, aún era poco más de medio día y el sol flotaba en el celeste azul, brillaba entre los medianos árboles y las nuevas flores que estaban acabando de abrir sus pétalos para adorar los dorados rayos de luz, su fuente de vida. Los cerezos estaban empezando a florecer e imprimían una nueva y armoniosa vida al pequeño pero hermoso bosque, llevaba aquel vestido que cosí, un mes antes, especialmente para aquel inminente evento. Estaba encantada, no podían ir mejor las cosas, me sentía tan feliz que nadie tendría el poder de aguarme aquel prometedor día. Mientras elevaba una oración a nuestro creador por ello, seis forajidos desmintieron mis pensamientos y deseos. Nadie sabía o no quiso saber que llevaban varios días ocultándose en la parte más densa del bosque, junto al lago, para despojar de sus escasas pertenencias a los humildes campesinos y caminantes.

Mientras reconocía aquel amable pero endurecido rostro semioculto por el negro pelo desde la ventana de la habitación de mis padres volví a sentir el terror y repugnancia que sentí estando rodeada de aquellos bestias malolientes, y con menos tacto que un buey, cuando supe que se querían regalar de mí la lascivia y obscenidad que engullía sus mentes. No era aún una mujer, pero sólo les importaba violarme para aplacar el picor de sus entrepiernas. No dijeron nada, aunque me di por aludida al leer sus simples caras y sus duras miradas; en momentos como aquel maldigo el hecho de poseer intuición femenina. Uno se bastó para agarrarme con fuerza de mi fina cintura con el brazo izquierdo, a la vez que me tapaba la boca con su diestra para impedirme gritar, me arrastraba hacia el fondo del bosque sin darme ninguna oportunidad de resistirme. Mi respiración era agitada, sentía que mi corazón golpeaba mis sienes empujándome al mareo y deseaba desmayarme, el sol dejó de brillar con benevolencia para hacerlo febrilmente sobre mis húmedos y escocidos ojos. No podía creer aquello, en eternos segundos aquellos proscritos estaban destrozando todos los sueños y fantasías que había alimentado durante todo un año, ni siquiera podía pensar con claridad lo que iban a hacer conmigo después de romper mi sagrada virginidad y consumar su acto. Entre rudas y quedas risas cargadas de malicia, me llevaron a la parte más oculta del bosque, tras la encina desde donde pasaba meditando muchas tardes de verano tras bañarme, entonces me agradaba estar sola pero en aquel momento lo condenaba. En poco tiempo me amordazaron con un trapo sucio que me provocaba náuseas y, enseguida, seis pares de manos me iban despojando de aquel vestido, cosido con mucho cariño, rasgándolo sin la menor delicadeza. El cuerpo que con tanto cuidado ocultaba tras telas y ropas iba a ser contemplado por primera vez por aquella gentuza, pronto mis ojos se quedaron sin lágrimas y me mortificaba poder ver con total nitidez a un barrigón, con la descuidada barba humedecida con su propia saliva, mientras se bajaba lo que quedaba de unos harapientos pantalones. Cuando su mugriento cinturón, con vaina y espada incluidas, golpeaban el suelo con un ensordecedor ruido metálico, volví a rezar, pero esta vez lo hacía para esperar un milagro, para que el Señor cuidase de su humilde hija y sierva, para poder sobrevivir a lo que se me echaba encima. Y el milagro se produjo. El contento rostro se contrajo en un instante en una terrible mueca de dolor, mientras algo pesado golpeaba el suelo entre mis pies, miré para saber qué era y vi una piedra que, de haber caído encima de uno de mis pies me lo habría machacado dejándome tullida de por vida. Nada más encajar el golpe se derrumbó con el cráneo roto; por poco no cayó encima de mí. No pude ver los rostros de los otros cinco, pero pude escuchar rugidos de sorpresa de algunos, mientras uno decía algo con enfadada voz.

- ¿Quién se atreve...?

Como por arte de magia me dejaron, ignorándome por completo, para dedicarse al que tiró la piedra con la magnífica fuerza necesaria para abrir el cráneo de aquel criminal. Yo estaba convencida que era el arcángel Gabriel, viniendo a salvarme de la terrible maldición de vivir con el pecado escrito en mi rota pureza hasta el resto de mis días. Aún estaba bajo el enorme peso del miedo presionando cada célula de mi ser. Me quedé sentada mirando a mi ángel salvador. Estaba enmudecida y ni si quiera reparé en mi bozal, a la vez que miraba atentamente lo que ocurría con aquel sucio cadáver yaciendo junto a mí, con la cabeza ensangrentada. Él estaba allí, entre los cinco malhumorados criminales; era alto y delgado, sus ropas estaban manchadas por el barro y parásitos que se pegan a uno tras un duro y largo viaje. Aunque hacía calor llevaba una camisa de cuero negro con mangas hasta las muñecas. Bajo sus ropas se dibujaba con sutileza su fina pero bien formada estructura muscular, aunque sus músculos no estaban hinchados como los de un hombre dedicado a la guerra, él era uno de aquellos hombres. Sobresaliendo del lado derecho de su cabeza había una hermosa empuñadura plateada que bien se podría coger con dos manos más grandes que las suyas pues eran finas y huesudas. Sus piernas eran largas y finas y sus pantalones le quedaban holgados, como si le fueran grandes, mas le quedaban como hechos a medida. Llevaba una coleta hecha, estaba preparado para aquel desigual combate. Tenía la planta de un caballero aunque no llevara armadura. Era todo un guerrero sin miedo a morir y con el corazón lleno de honor y sentido de la justicia, viviendo sólo para servir al inocente y a Dios, encarnaba la viva imagen de los fantásticos caballeros que sólo existían en las fábulas de los alegres juglares. Pero aquella fantástica imagen se fue abajo cuando me encontré con su rostro, con sus ojos. Su cara tenía una dura mueca de puro miedo que deformaba sus rasgos y una cicatriz cruzaba su mejilla izquierda, pasando muy cerca de su ojo y muriendo en el entrecejo, sus ojos le daban la razón a aquella tan familiar mueca, me inspiraban pena. Aquel desconocido tan decidido a salvarme como el más valiente no lo parecía, tenía tanto miedo como yo o quizá más. Aquellos ojos oscuros y medianos miraban con un miedo atroz, sentía cómo su alma se rompía en pedazos y su mente luchaba febrilmente para no hundirse irremediablemente hacia una irreversible locura. Al principio mis atacantes le miraban con cierto temor, habían percibido que aquel extraño joven sabía manejar la espada que llevaba sujeta a su espalda, pero también percibieron su miedo. Como si un niño acabase de despertar en aquel atractivo cuerpo, en aquella crítica situación; se acercaron confiados, mientras sacaban sus espadas, que en nada se asemejaban a la que colgaba de aquella fina pero firme espalda; estaban mal cuidadas y medio herrumbrosas. Por momentos temía que saliese corriendo atrapado por aquel inusual terror, o que los cinco le matasen en poco tiempo para luego dedicarse otra vez a mí. Estaba paralizada por el miedo, y aquel joven seguía esperando a que se le echase encima una muerte segura, sentí lástima por él y mis ojos volvieron a humedecerse, las lágrimas volvieron a escurrirse por mis finas mejillas. Pronto empezaron a mofarse de él.

- Mira al caballerete.

- Quiere impresionar a la furcia que nos íbamos a despachar.

Quiere hacerse el valiente.

Lo decían con tono de burla, entre tanto mi supuesto salvador estaba quieto, como congelado por el terror. Alguno sugirió mutilarle y violarme mientras le dejaban mirar impotente cómo me liberaban de la "pesada carga" de la virginidad. Todos se rieron a carcajadas. En aquel momento noté cómo aquellos aterrados ojos se movían despacio de un lado a otro, como si estuviesen estudiando fríamente a los cinco moviéndose lentamente a su alrededor. Se iban inyectando en sangre, pero lo más impresionante fue el lento cambio de sus facciones, su cara se iba como enfriando, hasta llegar al punto de la total impasibilidad, pero aquellos idiotas no lo notaron y dos de ellos se echaron hacia él, uno por su costado derecho y otro por la espalda. Con una velocidad asombrosa rodó en una calibrada voltereta y sus atacantes chocaron con violencia entre ellos, quedando aturdido uno y moribundo otro, al recibir en su costado el golpe que tenía que haber recibido mi salvador, que quedó de pie y de espaldas a mí. Pude ver los rostros de los tres sorprendidos supervivientes. El cuarto se tambaleaba hacia un lado, intentando alejarse de la peligrosa situación donde, inesperadamente, se vio atrapado. Se decidieron a atacarle entre los tres, uno por cada flanco y otro por delante, enristrando sus armas con furia. Pero él no se decidía a sacar la suya, su coleta bailaba por su espalda. En menos de un segundo estaban encima de él, su brazo izquierdo se interpuso entre la espada de su enemigo y su cráneo, de su mano derecha apareció, como de la nada, una daga con la empuñadura muy parecida a la de la espada, pero proporcionalmente más pequeña, con la que, parecía, pensaba parar la larga hoja que el enemigo empujaba con dos fornidos y enormes brazos. Su pierna izquierda se levantaba hasta golpear las manos de su tercer atacante de tal manera que el arma salió despedida de aquellas sucias manos. Yo me quedé petrificada cuando, con una sola mano y una daga, soportó el duro golpe proyectado con dos brazos más grandes y musculosos que los suyos. Con otro rápido movimiento de la pierna golpeó de un lado, antes de bajarla al suelo, la cara del oponente desarmado derribándolo, y su brazo izquierdo, que debería haber perdido al intentar parar la tercera espada, resistió el duro golpe, produciendo chispas y un seco rugido metálico propios de una cota de malla. Pero aún así, una cota de malla no puede resistir un ataque semejante y, en vez de saltar sangre y fragmentos de finos y destrozados eslabones, de la cota saltaron chispas. Sin dejar tiempo posible a que cualquiera de los cuatro que quedaban vivos reaccionara, él atacó y, con un giro de su tronco, golpeó con el codo diestro el cuello del asaltante de su derecha, pasmado al ver su espada bloqueada por aquel "caballerete". Tras un seco crujido cayó con el cuello roto al suelo. Aún no me explicaba de dónde sacaba tanta fuerza. Aprovechando su brazo derecho, lo empujó hacia delante y clavó, en el pecho del que tenía a su izquierda, la daga hasta casi la empuñadura. Su víctima cayó hacia atrás con sus manos desesperadamente aferradas a la daga hundida en su pecho, como si tratara de parar aquella fuente de tibia sangre. El que cayó al suelo se arrastraba intentando alejarse de aquel implacable y hábil asesino. El primer atacante- el que atacó por la espalda- tuvo tiempo de espabilarse, cogió del suelo su espada y corrió hacia él por detrás. Fue una acción muy cobarde, pero práctica para aquel bellaco, pues su objetivo no se movió hasta el último momento. Fue tan rápido que sólo vi cómo se apartaba hacia un lado, quedando de perfil con respecto a mí que seguía paralizada, y su enemigo siguió corriendo unos metros por pura inercia y con su propia espada clavada en su estómago. Cayó ruidosamente al suelo sangrando abundantemente por la herida, muriendo poco a poco. En los combates épicos recreados por las canciones de gesta, no había tanta sangre y dolor como el que estaba viviendo allí, a pocos metros de mí. Aún así, me sentía salvada, mirando sin parpadear cómo aquel desconocido y extraño personaje los asesinaba sin ningún tipo de reparo, ¿dónde estaba el miedo inicial que parecía alimentarse del hombre de negro? Parecía haber desaparecido antes de matar sin piedad a cinco de mis atacantes, pero el sexto aún se arrastraba intentando levantarse para salir corriendo huyendo de allí y salvando su desgraciada vida, consumido por el instintivo miedo a morir.

El hombre de negro lo vio y se acercó a él tambaleándose, su cuerpo temblaba vagamente, como si estuviera excitado tras lo que acababa de hacer. Al final el criminal se levantó y noté que era tan alto como el hombre de oscuros ropajes. Aquel hombre notó que mi salvador no sacaba su espada y tenía su daga hundida en su agonizante amigo, al ver aquella oportunidad, decidió no salir corriendo. Intentó reducirle de un potente puñetazo en la cara, imprimiendo toda la fuerza que le otorgaba el miedo, pero vio que sólo golpeaba el aire, su objetivo se agachó hundiéndole el codo en la boca de su ancho estómago. Tras el impacto sus pulmones se desinflaron y se dobló hacia delante. El agachado atacante se levantó vigorosamente con la rodilla alzada y ésta chocó violentamente contra el rostro de su oponente, que cayó por segunda vez al suelo dejando un hilillo de sangre en el aire. Sin esperar un segundo, aquel ágil guerrero se echó encima de su víctima dándome siempre la espalda y vi cómo los pies y piernas del hombre tumbado se convulsionaban sobre el ensangrentado césped, sus brazos se aferraban a los brazos de su verdugo; supe entonces que su cuello de toro estaba siendo estrujado por aquellas manos aparentemente frágiles. Pronto sus convulsiones cesaron y un chasquido quedo y seco acabó de una vez por todas con aquel desigual combate. No pasarían más de cinco minutos desde que destrozaron mi vestido, pero lo viví como si hubiesen pasado varias vidas.

Mi salvador se levantó lentamente jadeando y llevándose la mano derecha al pecho, siempre dándome la espalda. No me atrevía a levantarme y darle las gracias, a aquellas alturas no lo veía como el pobre joven muerto de miedo y rodeado, lo veía como a un monstruo sin sangre en sus venas. El tiempo pasaba y él seguía jadeando, su brazo derecho dejó de apretar el pecho y se dedicó a quitarse la cuerda que sujetaba su humedecido pelo. Se lo colocó con ambas manos, como si se lo estuviera peinando. Nada más terminar con su pelo, se puso enfrente al que llevaba su puñal hundido en el pecho, se agachó, recuperándolo de un tirón. Con las mismas ropas de su víctima limpió la ensangrentada hoja de su arma y se la guardó no sé dónde. Todo aquello lo hizo sin fijarse ni siquiera en mí, como si me ignorase. Pero no me dio la razón ya que pronto se acercó hacia mí con su rostro mucho más suavizado, me estaba sonriendo. Yo seguía sin moverme, no tenía derecho de tener miedo de él porque había arriesgado su propia vida para ayudarme, pero lo tenía. Decidí no moverme mientras se agachaba y con su firme pero temblorosa mano derecha me apartó el pelo de la cara. Me desató la mordaza y la tiró a un lado. Yo ya no pude aguantar más y rompí a llorar desconsoladamente, sentía la poderosa necesidad de desahogarme. Él no hizo nada por impedirlo, me rodeó con su diestra la espalda, colocó la izquierda bajo mis rodillas y me levantó suavemente y sin esfuerzo. Aunque estaba vestida sólo con los harapos de lo que fue un hermoso vestido y desconsolada, me comencé a sentir protegida y a salvo.

Aunque vi cómo morían cruelmente mis agresores, estaba agradecida y pronto dejé de llorar, rodeé su cuello con mis brazos y hundí mi cara en su pecho, no notaba nada que pareciese una cota de malla bajo aquella camisa de cuero. Olía a sudor y a vagabundo. No decía nada para tranquilizarme, solamente andaba hacia no sabía dónde, mas no me preocupaba, no sabía por qué pero confiaba en él. De repente comenzó a entonar una canción, parecía una balada cantada en un extraño idioma, y aunque no entendía nada aquella grave voz, la musicalidad de las desconocidas palabras tenían la propiedad de calmarme. Estaba tan cansada y rota que pronto me quedé dormida. Cuando desperté, lo hice bajo un pino a no más de doscientos pasos del castillo de Sir Ramiro. Estaba mucho más tranquila. Miré a mí alrededor buscando a aquel extraño viajero, no le vi, estaba sola. Me observé, llevaba puesto un vestido nuevo, no era opulento, era muy normal, pero al menos no estaba desnuda. Me di cuenta de que aquel misterioso joven no se había aprovechado de mi desventaja, me había conseguido un vestido y me lo había puesto, simplemente. Estaba atardeciendo y me preocupé al percibir la realidad, debía de haber llegado al castillo que se levantaba frente a mí horas atrás; seguro que mis amigas, amigos y padres estaban preocupados por mi ausencia. Me levanté con esfuerzo, aún estaba cansada pero a salvo. Cuando me acerqué a las puertas, vi a mi madre con mis amigas, tenían caras de preocupación. Sólo había un centinela en la puerta. Sin darme tiempo a hacer nada mi madre se acercó y me abrazó con lágrimas en los ojos, me preguntó dónde había estado, qué había hecho con mi anterior vestido y de dónde había sacado aquel. No acertaba a decir, entre sollozos, una y otra vez, que me había pasado algo terrible. Cuando mi madre me soltó, mis amigas me fueron abrazando una a una, contentas de verme bien a pesar de mi estado de nervios. Enseguida llegó mi padre acompañado por cuatro mozos y un soldado, venían muy nerviosos y, cuando me vieron, mi padre me abrazó; aunque no lloraba, se le notaba muy afectado. El soldado se tranquilizó y se apartó de nosotros para dar parte a sir Ramiro de lo ocurrido.

Al no haber aparecido, mi padre reunió a los mozos y pidió ayuda al soldado para ir a buscarme al bosque. El soldado no se negó, las huestes de Sir Ramiro siempre nos ayudaron, y eso nos hacía sentirnos protegidos y tranquilos. Me extrañó que no me encontrasen en el árbol donde me desperté, por fuerza tenían que haber pasado junto a mí. Cuando llegaron a la escena donde ocurrió todo, se horrorizaron al ver a los seis cadáveres y los pedazos de mi anterior vestido, al no encontrarme volvieron corriendo al castillo para pedir ayuda.

Llegaron dos soldados con un caballero, le informaron de las seis muertes y me preguntaron si podía contar qué me había pasado, las pruebas dejaban claramente indicada mi presencia allí, pero no sin antes llevarme al curandero del castillo, para ver si realmente estaba bien. Tras mirarme, el médico sólo me diagnosticó un estado de nerviosismo transitorio; se me pasaría con reposo y unas hierbas que guardaba en una estantería llena de frascos y pergaminos. Con mis padres presentes, el mismo Ramiro me preguntó amablemente lo ocurrido, mientras una cuadrilla de tres caballeros fue a investigar la zona.

Tanta atención me extrañaba pero pronto supe que llevábamos más de cinco años sin sufrir acontecimientos semejantes; en aquellos tiempos no solían aparecer hombres asesinados con puñales y espadas, por lo menos no en el feudo de sir Ramiro. Conté todo lo que me ocurrió, omitiendo algunos detalles, como la apariencia exacta de mi salvador- porque era él a quien fueron a buscar los caballeros- ni de todo lo que me contaron sus ojos y su cara. Ramiro se extrañó, no creía capaz a un solo hombre de hacer aquello, no podía ni siquiera un caballero bien armado y entrenado; por lo menos no en tan poco tiempo. Miró a mi padre y le dijo que quería hablar con él en privado. Con cara de preocupación mi padre salió con él fuera de la sala en donde nos encontrábamos, pronto pasaron otra vez con una extraña sombra de preocupación en sus rostros. No me dijeron nada. Ramiro me preguntó, con una contenida inquietud, si mi versión de los hechos fue cómo pasó exactamente, yo afirmé con toda la seguridad que pude mostrar; temía por si se hubiera dado cuenta de que oculté cosas. Al poco, nos llevaron a casa unos soldados y me fui a dormir.

En los días siguientes, varias patrullas de caballeros estuvieron buscando a mi salvador y la inquietud reinaba en los dominios de nuestro señor. Pero de él no había ni rastro, como si me hubiera ayudado un fantasma, como si jamás hubiese existido. Los soldados sólo pudieron deducir que se fue del lugar nada más dejarme vestida en el bosque y que pasaría toda la noche viajando para alejarse de allí. Yo no supe por qué tantas molestias por un hombre solitario, por un soldado vagando sin señor al que servir.

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2

Y allí estaba él, de frente a mi atemorizado padre. Los dos estaban callados, sumidos en un tenso silencio. No podía imaginar la reacción de mi padre; estaba muy nervioso por el miedo. Tenía que bajar y decirle que era él quien salvó mi virginidad y, probablemente, mi vida. Me levanté rápidamente, el tiempo apremiaba. Mi madre se llevó un buen susto.

- ¿¡Qué haces!?

Como no sabía nada, pensaría, lógicamente, que estaba haciendo una locura. No podía pararme a explicarle nada y, mientras bajaba las escaleras de dos en dos, gritaba: ¡Es él! ¡Es él! En escasos segundos llegué y me coloqué tras mi padre, jadeante. El hermano oscuro estaba hablándole muy ruborizado y nervioso. Mi padre tenía el rostro lívido por el miedo, como si todo lo escuchado fuese con doble y hostil intención. Sin pensar me dejé llevar por un extraño y durmiente instinto, entonces mi padre notó mi presencia y se dio la vuelta, mirándome como si yo no fuera su hija, como si fuera de otro mundo; pude leer en su cara cómo me decía sin palabras "¿qué haces aquí? El joven también me miró y su cara seguía sonrojada. Cogí a mi padre por el brazo izquierdo con fuerza y con lágrimas en los ojos.

- Es él.- Por un momento mi padre dejó de fijarse en el hermano oscuro y se centró en mí.

- ¿Y quién es él?- Me acariciaba el pelo con tono tranquilizador. Algo más tranquila le expliqué la identidad del hermano oscuro.

- Es el guerrero que me salvó aquel día.

- ¿De verdad tú eres quien salvó a mi hija?.- El joven se sonrojó aún más y bajó la mirada. Tardó un poco en contestar.

- Sí.- Apenas era un susurro pero se le oyó bien, aunque su voz no era del todo clara se le entendía.

No me di cuenta en aquel momento que era la primera vez que le oía hablar. "Qué pasará ahora", me pregunté, mientras me iba tranquilizando. Mi padre miró al joven con otro gesto, ya no era miedo. Seguramente se decía que si era verdaderamente peligroso, no le hubiera devuelto a su hija sana y salva, ni mucho menos mataría tan cruelmente a seis hombres por mí, mas las preguntas le abordarían como me abordaban a mí. ¿Por qué un hermano oscuro se iba a preocupar por una simple plebeya? ¿ No eran los hermanos oscuros famosos por su hostil forma de ser? ¿Qué hacía aquel joven delante de mi padre y ruborizado? ¿Qué le estaría diciendo?

- Si es cierto, entonces tienes mi gratitud, ¿en qué te puedo ayudar?.- Se ofreció educadamente mi padre.

- Sólo necesito un lugar donde dormir unos días y algo de comer, le pagaría con mi trabajo en el campo o con mi protección contra bandidos y demás malhechores.- Estaba claramente nervioso, era muy tímido.

Aquel no podía ser un hermano oscuro como los de las historias de mi padre, seguramente se había confundido. Mientras le oía hablar, me vino a la memoria la cara de miedo tan espantosa que tenía antes de despachar airadamente a sus enemigos.

- No hace falta tu protección, estas tierras son muy tranquilas y, desde tu hazaña, nadie se ha atrevido a volver por si seguías aquí. No hace falta que trabajes, con gusto te dejaré dormir en el pajar y comer con mi familia.

- Se lo agradezco pero quisiera poder pagar con mi trabajo y puedo comer, en cualquier rincón, cualquier cosa.-

- No hace falta, eres mi invitado mientras quieras. Te debo la vida de mi hija.

- Si es por eso no se preocupe, hubiese hecho lo mismo por cualquiera. Por favor, permítame ganar mi estancia y mi comida. Gratis no podría aceptarlo.- Mi padre estuvo un momento pensativo.

Aquel joven dijo aquello de una manera un tanto fría y me asaltó una terrible idea, no significaba nada para él. Aquel gentil y atormentado muchacho viajaba solo y no se interesaba por nadie. Aquella realidad me abofeteó dejándome el cuerpo frío por unos momentos, aunque era muy lógica.

- De acuerdo, trabajarás conmigo en las tierras y comerás lo que te ganes. El pajar sigue estando a tu disposición, pero te agradecería que no hicieras fuego por la noche en él por si ocurriese un incendio. En ese pajar está el trabajo de todo el verano pasado.- El joven miró a mi padre y una sonrisa forzada se dibujó en su rostro, los cambios de su cara eran sorprendentes, no se podía esperar qué cara tendría en cada momento, sus bien marcados rasgos ayudaban a ello.

- Estoy de acuerdo, y no se preocupe por el pajar, no habrá luz en él que no sea la del sol o de la luna.- Podía haber dicho que no encendería fuego pero <<no habrá luz >> sonaba muy siniestro.

Aquel extraño me sorprendía con nuevas e inesperadas muecas, reflejando perfectamente sus estados de ánimo o nuevas conductas: en él la cara sí era el espejo del alma.

Mi padre le dio permiso para acomodarse en el pajar, también le pidió cortesmente que guardase sus armas en un lugar seguro, allí no le harían ninguna falta. El hermano oscuro estuvo de acuerdo y, una vez acomodado, se fue con mi padre a trabajar las tierras. Mi madre inició en silencio el camino de la cocina y yo seguí con la mirada a aquella fascinante figura negra, hasta verla desaparecer más allá de las lindes de mi hogar. Apenas sentía el frío, recordaba cómo le conocí y me parecía todo tan extraño...; me costaba asimilar aquella realidad, mi vida estaba dando un cambio muy, muy brusco y en aquel momento tenía miedo de afrontarlo, estaba asustada.

Mi madre me preguntó en la cocina más detalles de la agresión. Mi versión fue invariable, pues no mentía, sólo camuflaba algunas verdades. No podía contar a mis padres el miedo reflejado en todo aquel semblante, ni su sorprendente transformación de condenado a verdugo, ni tampoco le conté la facilidad mostrada al ajusticiar a sus enemigos sin mostrar ningún tipo de piedad, como si su crueldad manase de todos los poros de su piel. Su desaparición fue lógica, sabía que nunca han querido a los hermanos oscuros en ningún feudo ni señorío, pero su repentina aparición, en la misma puerta de mi casa, me parecía increíblemente osado, no me lo acababa de explicar. Mi madre me creyó y su mirada se suavizó, le pedí por favor que no avisara a nadie de su permanencia allí. Le debía mucho y le deseaba una estancia placentera mientras estuviera en mi hogar.

Mi madre estuvo de acuerdo conmigo, era un hombre honesto y pronto se ganó la confianza de mis padres. Mi padre pronto olvidó las leyendas sobre la hermandad oscura y recordó su convivencia con ellos.

En cuanto volvieron de trabajar, el hermano oscuro se sentó en un rincón junto al corral para comer el queso con tocino y algo de pan de centeno que le ofrecimos. Al parecer había trabajado mucho sin dar muestras de cansancio alguno, no obstante, se le veía agotado. Mi padre se sentó en la mesa melancólico. Se acordaba de la guerra. Nos contó que los hermanos oscuros, él era uno de los suyos, eran excesivamente reservados, no hablaban con nadie, lo sucedido era extraño, jamás se metían con nadie, iban a lo suyo sin fijarse en los demás, pero sin llegar a ignorarles de forma excesiva. También eran muy cultos y educados, sabían como tratar a la gente sin llegar a ofender a nadie.

- Hay algo en su rostro vagamente familiar, como si le hubiese visto hace muchos, muchos años.

- ¿Cómo se ha portado? – Preguntó mi madre con curiosidad.

- Muy bien, es muy fuerte. Los animales a su lado parecen estar más tranquilos y dóciles. No es la primera vez que trabaja en el campo. Parece que vive como un mendigo vagando por las tierras de nuestro señor ganándose la vida trabajando honradamente para campesinos.

- Pero no trabaja ni como soldado ni como mercenario.- Mi madre estuvo muy avispada en ese comentario.

- Casi parece como si no quisiera luchar, es un muchacho muy extraño, típico de un hermano oscuro.

- Pero luchó para salvarme.- Me metí en la conversación.- Si no quiere luchar hizo una excepción conmigo.

- Será mejor que no se lo digamos a nadie y, si nos preguntan, diremos que es un mendigo. No tiene cuerpo de caballero ni de soldado, creerán nuestra "mentira piadosa". - Mi padre me miró con ternura, sus ojos me decían que si me había ayudado sin esperar nada a cambio, no podía ser una mala persona.

Al terminar de comer, mis padres se fueron a dormir la siesta, pero yo estaba aún nerviosa por los acontecimientos pasados y quise salir afuera para hablar con aquel, esperaba, nuevo amigo. Una vez en el exterior no encontré a nadie, se había marchado. No sabía dónde estaba, recorrí los alrededores y no había ni rastro de él. Sólo me quedaba el pajar, me armé de valor y me dirigí hacia allí. Llamé con los nudillos en una de las dos hojas de la entrada al pajar, no contestó nadie. Miré a mí alrededor por si aparecía y, al no ver a nadie dentro, entré. Todo estaba tal y como lo dejé el día anterior, cuando fui a buscar cuerdas a requerimiento de mi padre. Encontré su mochila en un rincón, no era muy grande, ni tampoco estaba muy llena, aunque no me atreví a mirar dentro de ella. Busqué su espada pero no estaba, era todo tan misterioso... Había salido a no sabía dónde y por lo visto fue armado. No quise pensar nada malo de él, no podía, mas no se me ocurría ninguna explicación a aquella situación. Decidí tranquilizarme y salir de allí, no me gustaría verme dentro, si decidía volver a su lugar de descanso. Una vez fuera me senté en un rústico pero cómodo banco de madera ubicado junto a la entrada de la casa, me quedé esperándole sentada mientras meditaba. Siempre me ha gustado meditar y perderme en los inmensos confines de mi imaginación y aquella noche seguí siendo fiel a aquella costumbre. No pasó demasiado tiempo cuando vi una oscura y familiar figura acercarse corriendo, venía del bosque. Al principio me alarmé y me puse en pie de un salto, si venía corriendo podría haber peligro de alguna clase. No llevaba espada alguna mas, sin preocuparme de aquel detalle, miré rápidamente detrás de él por si le perseguían. No le perseguía nadie. El hermano oscuro corría a mucha más velocidad de lo que parecía en un principio, pues en aquellos pocos momentos había llegado ya a las vallas que marcaban los confines de la casa, corral y pajar. En vez de pararse y abrir la puertecilla de madera, no pasaba del metro de altura, saltó por encima de ella sin ningún aparente esfuerzo; era un auténtico atleta. Más tarde supe por mi padre que los hermanos oscuros se veían obligados a mantener una forma física extremadamente preparada para cualquier evento, siempre corrían y hacían duros ejercicios de mantenimiento en tiempos de paz, incluso en las cortas treguas no pasaba un día en el que no corriesen unos cuantos kilómetros. Una vez dentro, se acercó al centro del terreno circundado por la valla de madera y allí hizo algunos ejercicios (siempre de espaldas a mí) muy extraños. Hacía figuras con su cuerpo muy extrañas, como imitando formas de animales casi imposibles de adoptar por un humano. Me dejó realmente pasmada, tras aquello me miró y me saludó amablemente, estaba cubierto de sudor.

Ahora suena pecaminoso de mi pluma pero aquel día me parecía realmente sensual. El joven tenía el cabello recogido en una coleta tras su espalda y su endurecido rostro tenía una visible película de sudor. Sus ropas se pegaban al cuerpo revelando aún más la excelente forma de su esbelto y muy bien proporcionado cuerpo En su tronco se adivinaba, casi con descaro, una cota de malla con manga larga, pero debía ser muy fina; en condiciones normales habría que fijarse mucho para saber que la llevaba puesta. Entró andando despacio, con su peculiar gracia, al pajar y, cerrando la puerta tras de sí, me dejó allí, de pie, junto a la puerta de mi casa totalmente alhelada y mirando hacia el mismo punto donde le vi por última vez, durante, ¿cuánto tiempo? Me sumí por completo en un encantamiento asombroso. ¡Qué personaje tan atractivo y misterioso! Me invadió una extraña sensación, como si en aquel desconocido corazón, un terrible secreto, secreto incomparable a ninguno que yo jamás haya conocido, se ocultase. En aquel momento deseé entrar en su pecho para conocer ése secreto, leer en su mente y saber qué pensaba en cada momento, vivir en su oscuro mundo, ayudarle a cargar esa pesadísima losa que sin duda le tocaba aguantar. A cada momento que le observaba o me relacionaba con él siempre me sorprendió; cada vez sentía más fascinación por él.

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3

Pasaron varios días, el joven siempre entrenaba por las mañanas levantándose cuando el gallo aún no cantaba los buenos días y después de comer, por las noches, se retiraba muy pronto a su modesta habitación, nunca vimos ninguna luz ni de noche ni de día. Siempre nos preguntábamos cómo se las apañaba para ver a oscuras, mi padre hasta llegó a sentirse culpable de ello por haberle dicho en su día que intentase evitar incendios en el pajar. Yo era con él extremadamente tímida, nunca me decidía a dirigirle más de un lacónico hola cuando nos cruzábamos fuese donde fuese. Él no parecía mostrar demasiado interés en relacionarse con nadie de la familia, ni con ninguno de los vecinos que algunas veces nos encontrábamos, ya sea paseando por delante de la casa o laborando las tierras contiguas donde él y mi padre solían trabajar. Era excesivamente reservado tal y como era característico de los hermanos oscuros.

- Hay cosas que jamás cambiarán pase el tiempo que pase, - decía mi padre cada vez que nos recordaba lo mismo -, en la guerra siempre evitaban a toda costa hablar o mantener la más nimia relación con alguien, si no era un semejante suyo, un hermano oscuro como él; y entre ellos hablaban en vagos susurros y no solían demostrar emociones perceptibles, simplemente se les veía juntos.

Mi corazón comenzó a abrigar el miedo de verle irse de allí para siempre, sin llegar a conocerle del todo. No sabía cómo, pero algo en mi interior me decía que me estaba enamorando de él; me sentía atraída por él, su misterio, la maldición que parecía seguirle, su vida de vagabundeo, los motivos que podría haber tenido para salvarme aquel día o los que tuvo para volver y además a mi casa.

Cada día que pasaba me hacía más preguntas sobre su extraño presente y su oscuro pasado, y llegó un momento en el que las preguntas se hicieron demasiado numerosas; yo suspiraba cada vez que su imagen se reproducía en mi mente. Me costaba dormir por las noches pensando en él, me inventaba mil situaciones en las que comenzaba a acercarme a él o las planeaba para nunca atreverme a ponerlas en práctica. Todo ello sin saber del todo por qué. Algo había en él que me atraía irremediablemente, mas me sentía desconcertada. Desde el día del intento de violación, nació en mí un extraño pero muy profundo miedo. Cuando se me acercaba un hombre o un muchacho de la aldea, me era imposible adivinar sus intenciones para conmigo y mi mente reaccionaba tomando las intenciones como hostiles; con el paso de las semanas me fui alejando sistemáticamente de ellos, a veces me llegaba a sentir muy sola pero me sentía muy segura lejos de ellos, ya fuera sola o rodeada de chicas.

Con mi padre era diferente. Mi padre no me inspiraba ni miedo ni hostilidad y era algo francamente natural; y con el hermano oscuro tampoco. Con él cerca me sentía más segura que en ningún otro sitio, a pesar de la frialdad y crueldad demostrada cuando luchaba, del pasado que podía haber tenido y del presente tan guardado. Estaba segura de no saber qué decirle cuando estuviese frente a él y, por otra parte, estaba decidida a no dejarle irse con sólo haberle dirigido triviales saludos.

Así pasó cerca de un mes. El invierno comenzaba a dejar paso a días más soleados y algo coloridos, anunciando a la primavera. En la granja el hermano oscuro era tan buen trabajador y hábil con casi todo lo que hacía que hacía pasar al tiempo muy deprisa. Mi padre sólo tenía palabras halagadoras cuando hablaba de él. Siempre decía que, si no hablaba con casi nadie, no era por una posible falta de interés, era porque el joven era francamente tímido. Pasaba tanto tiempo con él que parecía conocer al joven mejor que nadie.

- Seguramente ha pasado experiencias traumáticas que le impiden trabar cualquier tipo de relación o conversación.- Siempre decía mi padre y aquellas palabras me hacían meditar. Si yo rehuyo cualquier relación o conversación con hombres y muchachos por casi haber sido violada, ¿qué habría pasado él para hacer lo mismo pero con todo el mundo? Sólo de pensarlo sentía escalofríos. Aquel rostro de auténtico terror y pánico se me quedó grabado para siempre en la memoria, la crueldad que dejaba desatar en el combate, su alejamiento del mundo daban la razón a mi padre.

El siguiente domingo salí hacia el lugar del bosque donde solía ir a meditar durante un rato. Hacía un día espléndido y no se trabajaba en el campo. Habíamos ido a misa temprano y aún tenía varias horas por delante antes de ir a comer. El hermano oscuro desapareció a primera hora de la mañana; nunca iba a misa, ni se dejaba ver si no era en la casa o en los campos. Me senté junto al pino de siempre. Tenía una vista preciosa del lago. Estaba cerca del lugar donde cambió mi vida, pero hacía varias semanas que no me asustaba demasiado. Es cierto, las heridas se van curando con el tiempo. Una vez sentada me dejé llevar por mis fantasías, mi imaginación era el mejor lugar que tenía para estar alejada de todo excepto de mí misma. Hacía más de cuatro semanas que mis fantasías tenían el mismo tema, el hermano oscuro. Era normal en una muchacha tan joven y tan enamorada como lo estaba en aquel tiempo. Soñé que me llevaba con él por interminables caminos, enseñándome las maravillas del desconocido mundo, más allá de las tierras de sir Ramiro. Un ligero ruido me sacó de mis ensoñaciones, alguien se acercaba y sin tener demasiado cuidado. Me levanté despacio y miré a mi alrededor, el ruido había sonado muy cerca de donde yo me encontraba. Estaba en una posición ventajosa y no me verían, era cerca de la rivera del lago entre una densa vegetación y, además, era una zona elevada, permitiéndome tener una excelente vista, entre donde me encontraba y el lago, sin ser descubierta.

Aquel instante de mi vida fue uno de los pocos momentos en la existencia de alguien en el que los sueños se materializan, en que dos mundos distintos y opuestos se unen como resultado de un fuerte latido de corazón, de un fuerte suspiro, de un fuerte hechizo; y el amor es la más poderosa de las magias. Como salido de mis más profundas ensoñaciones, apareció él, vestido de negro y con su larga melena suelta. Llegaba del bosque corriendo, estaba jadeando ligeramente y sudaba mucho. Aquel esbelto y fuerte cuerpo lleno de sudor me transformaba, un fuerte deseo fue despertado dentro de mí, como si se acabase de descifrar uno de los más escondidos misterios del ser de una joven como era yo entonces. La ropa se pegaba sensualmente a su musculatura y se volvía a notar la fina cota de malla. Cuando la notaba me sentía fascinaba, no era tan voluminosa como las cotas de malla que los caballeros solían exhibir, pero soportó con gran dureza un fuerte golpe que bien podía haberla hecho saltar en finos y retorcidos eslabones.

Una vez llegado a la orilla del lago se paró, sacó de dentro de su camisa algo brillante. Desde donde estaba se veía muy mal, pero bien podría ser un medallón, lo llevaría colgado al cuello. Una vez lo tuvo en la mano, se arrodilló y lo colocó con sumo cuidado en el suelo, se inclinó sobre el pequeño objeto dorado y comenzó a rezar. Estuvo así un buen rato. Aquella imagen llegó a lo más profundo y desconocido de mi alma. Dejé de ser yo, ya no existía, sólo era un mero espectador mientras veía a un hombre abrumado, con un pasado muy corto pero lo suficientemente denso como para no dejarle respirar; era un hombre solitario, muy solitario, rechazaba cualquier oportunidad de relacionarse con nadie, y también era un cruel asesino. Me era imposible decidir quién era él en realidad, era como si dentro del joven viviesen muchos y muy diferentes hombres y, dependiendo del momento, se dejara ver uno u otro. Y allí estaba, rezando secretamente frente a un medallón, en tanto su pelo se dejaba acariciar por una suave brisa procedente del lago.

Me sentí inspirada, aquel sí era un hombre, fuerte, valiente, sobreponiéndose a sí mismo cuando era necesario, un cruel enemigo y, sobre todo, un buen hombre. No sabía por qué, pero aquella parte de su personalidad me parecía la más auténtica que había visto en él hasta el momento. Quería ir a su lado, consolar la congoja de su corazón con el mío, aliviar el peso de su hábil cuerpo con el mío, mas aquel momento era suyo y no "nuestro", era un momento muy tierno que tenía que llevar él solo, pues así lo eligió; lo único que podía hacer yo era mirarle en secreto, y me sentí mal, no tenía derecho de espiarle en aquel momento tan íntimo; estaba petrificada. Por fin se levantó, mientras se volvía a colocar el medallón en el cuello. Se quitó la camisa dejando al descubierto la cota de malla. Por fin la pude ver en todo su esplendor, era una pieza extraordinaria, el brillo que desprendía su superficie con cada rayo de sol delataba su manufactura metálica; pero también era fina, muy fina, parecía una camisa hecha con hilo metálico y para nada parecía resistente. Por un momento llegué a dudar de la imagen de la gruesa espada golpeando contra ella, lanzando un estruendoso ruido y chispas y ni un solo eslabón. También era extraño su color, en vez de ser argéntea era negra, del color del ébano; no me extrañaba nada que fuese un hermano oscuro, sus armas eran oscuras, sus ropas eran oscuras y él era oscuro. Cada fibra suya o de cualquiera de sus posesiones desprendían un aura inconfundible de enigma, sin dejar paso a la luz; pero a pesar de todo aquello, no me inspiraba nada relacionado con Dios ni con el diablo, y en absoluto me inspiraba peligro ni amenaza.

¿Era un hombre o una extraña criatura condenada a vivir como tal? Se desnudó por completo, dejando sus ropas junto a un árbol, no llevaba armas. Ver su cuerpo totalmente desnudo provocó una primitiva y sublime reacción en el mío, era la primera vez que veía a un hombre así. Cada poro de mi piel sudaba deseo, se me puso la carne de gallina y sentí correr por todo mi cuerpo una extraña pero poderosa energía. Mi cuerpo y mi corazón me urgían a unirme a él con tal fuerza que, si lo hacía, sin duda me fundiría con su ser, entonces los dos sólo seríamos uno. Pronto se evaporó aquel sentimiento, sufrí una repentina transformación dentro de mí: su cuerpo, al igual que su cara, era un vivo y fiel reflejo del fuerte sufrimiento anidado dentro de aquel joven, era impresionante. Tenía unas enormes cicatrices. En las piernas se adivinaban decenas de líneas más oscuras que su blanca piel, en un variopinto surtido de tamaños. En su espalda tenía dos, la cruzaban dibujando una enorme X en toda ella y, extrañamente, las líneas se cruzaban a la altura de su corazón. Sus brazos mostraban el mismo aspecto que sus piernas y su pecho; ¡Dios!, tenía unos símbolos muy extraños dibujados con cortes, lo suficientemente profundos para distinguirlas claramente de todas los demás. No hacía falta ser demasiado inteligente ni intuitivo para saber instantáneamente que aquel aterrado joven había sido cruelmente torturado. En mi larga vida, llena de gran tipo de experiencias, nunca he visto a un hombre con semejantes cicatrices. El corazón se me partió en dos y mi alma amenazó con evaporarse. ¿Cómo habían podido hacerle algo así? Ni al más cruel asesino se le torturaría con tanta saña sin darle una muerte rápida; sin duda la deseó en muchos momentos mientras tan cruel artista dibujaba con extraños dibujos y múltiples líneas la palabra sufrimiento en aquel blanco y curtido lienzo humano. Todo mi ser se volvió amargo. Es indescriptible el sentimiento de injusticia e impotencia que me devoraba las entrañas junto con todo mi ser. No podía casi respirar mientras él desaparecía en el agua andando muy despacio. Un llanto nacido en lo más profundo de mí luchaba por salir, se hundió hasta las rodillas, retumbaba dentro de mí en un desesperado alarido, ya no se le veía la cintura, rebotaba con un doloroso estruendo en todos los rincones de mi interior buscando alguna salida, estaba metido hasta el pecho, por fin encontró mi garganta taponada y se abrió paso provocándome un poderoso dolor, sólo le faltaba meter la cabeza y seguía andando, por fin se dejó oír en el exterior y lloré amargamente, evitando hacer ruido, a la vez que mi ser se convulsionaba por los jadeos entrecortados típicos del llanto.

Mientras lloraba deseé ser invisible, no estar allí, mas fue en vano; miró hacia mí como un rayo, como si buscase la fuente para analizar si era o no un peligro, siempre alerta. Me llevé la mano a la boca intentando sofocar mis sollozos, pero no pude, me empezaron a escocer los ojos impidiéndome distinguir su cara. No podía saber si estaba enfadado, triste, sorprendido; me sentía avergonzada por espiarle, por ver el estado de su cuerpo, por haberle metido en mi corazón sin su permiso. Tenía que irme de allí. Sin pensarlo dos veces, salí corriendo hacia lo más profundo del bosque, dejando todo detrás de mí. Corría huyendo de todos sus visibles recuerdos de dolor, de su cara, de la expresión de sus ojos, de sus cicatrices; aquello no podía ser verdad. Así continué hasta que me quedé, siglos después, sin aliento y entonces paré. Me apoyé en un árbol sabiendo que estaba completamente sola en alguna parte del bosque. Deseaba desahogarme y así lo hice, rompí en un necesario llanto sin reparos.

Pasado un buen rato - me pareció toda una vida - se sofocó mi llanto, comencé a tranquilizarme y entonces supe que tenía que ir a casa. Tras el shock perdí toda noción del tiempo, ni siquiera sabía si tenía que ir a casa a comer inmediatamente o podía dar un rodeo y lavarme un poco la cara. Nunca me ha gustado llorar con tanto sentimiento estando acompañada, siempre lo he tomado como parte de mi intimidad. Pronto supe dónde estaba, para ir a mi casa tenía que pasar cerca del lago; decidí pararme allí para lavar las señales del llanto antes de hacer acto de presencia ante mis padres.

Después de la larga permanencia en el bosque y a orillas del lago, llegué a mi casa por el mismo camino por el que apareció por segunda vez en mi vida el hermano oscuro. Pronto me alivié. Desde que dejé de llorar hice mil conjeturas sobre el horrible suplicio sufrso y, lo que era peor aún, tener que aguantar aquella terrible tortura siendo muy joven. Vi a mi madre junto a la valla, mirando preocupada hacia el camino por el que aparecí. No veía a mi padre por ninguna parte. Al verme mi madre me saludó tranquilizada. Me acerqué a ella.

- Has tardado demasiado en venir, nos tenías preocupados.- Mi madre me dio un beso en la mejilla.

- ¿Y papá?- Temía que hubiese ido a buscarme al lago.

- Papá se fue a ver a Antonio. Vino su hijo de su parte para ver si le ayudaba a sacar el arado para esta tarde. ¿Te ocurre algo?.- Mi madre siempre ha conocido mis estados de ánimo y aquella vez no fue diferente.

- ¿A qué te refieres?

- ¿Has llorado?.- Cuando mi madre me dijo aquello miré su cara, estaba claramente preocupada, descubrí que aún no estaba completamente tranquilizada y aún me pesaba el corazón.

Me volví a derrumbar. Entre sollozos me abracé a mi madre con fuerza y le conté todo lo ocurrido en el lago, omití la visión del muchacho desnudo, ya que hubiera dado muchos más problemas de los que esperaba después de aquello. Mi madre me arrulló como cuando era pequeña; como siempre me sentí muy segura, tanto física como espiritualmente, en aquellos brazos y enseguida me tranquilicé. Levanté la vista y vi a mi madre con una sonrisa comprensiva y muy cariñosa.

- ¿Dónde está el hermano oscuro?.- Tan pronto como me descargué en alguien de absoluta confianza, me paré a pensar cómo habría tomado él aquello y cómo se sentía. - ¿No lo has visto?.- Mi madre me miraba extrañada.

- ¿Visto el qué?.- Yo estaba más extrañada aún, no sabía qué me estaba preguntando.

- ¿Cómo no has visto al hermano oscuro si ha llegado siguiéndote? ¿No venías con él?.- Miré rápidamente hacia atrás y allí estaba, como una estatua, a cien metros detrás de nosotras, con una cara muy, muy seria. Instantáneamente pensé que se enfadó conmigo por espiarle de aquella manera, tenía el pelo mojado y suelto, ocultando parte de su rostro, pero aún así podía verlo si me fijaba bien y me fijé bien. Un examen más detenido de su cara me reveló que su seriedad no tenía nada que ver con un enfado, se podía ver un claro matiz de tristeza en aquel rostro. Había descubierto algo de su vida y enseguida me arrepentí de ello. Poco después se dirigió hacia el pajar y no salió de allí hasta la tarde, fueron padre y él para ayudar a Antonio.

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4

Volvieron pronto, más pronto de lo normal y a mi padre se le notaba impresionado. El joven venía algo cansado y mi padre tan fresco. Nada más llegar, dirigió a mi padre unas palabras y se encaminó hacia el bosque. Mi padre entró en la casa, donde las dos mujeres hacíamos la cena; yo estaba mucho mejor.

- Parece que habéis tardado poco en arar tantos acres de tierra, Antonio tiene un terreno muy grande.- Mi madre también se dio cuenta del escaso tiempo que tardaron en hacerlo; en condiciones normales hubieran trabajado hasta casi el anochecer y para eso faltaban tres horas. Seguramente el hermano oscuro tuvo mucho que ver en ello.

- Nunca he visto nada igual, Antonio y yo hemos estado casi descansando, sólo nos turnamos para vigilar lo que hacía el joven.

- ¿Ha hecho él todo el trabajo?.- Preguntó mi madre con cara de extrañada.

- Nos dijo que no era la primera vez que araba. Normalmente para arar tantos acres van dos hombres, para uno solo es un trabajo excesivo. Ya sabes que hay que hacer un gran esfuerzo para dirigir al caballo y arar correctamente, y eso cansa. Y lo hizo todo él solo, no sé de dónde saca tanta fuerza. Empujaba el arado como si en sus manos pesase mucho menos de lo que en realidad pesa.

- Realmente ese muchacho es sorprendente.

- Es una pena que se marche al final de la temporada, en la fiesta de la primavera.

-¿Se va?.- Me dolía oír aquello, para eso faltaba una semana.

- Sí, me ha dicho que se ha quedado demasiado tiempo aquí. Es un trotamundos y nuestra gratitud le ha encadenado a esta casa durante demasiado tiempo.

- Tienes razón, es una pena que se marche.- Mi madre me dirigió una mirada pícara cuando dijo eso, no mencionó lo ocurrido por la mañana y se lo agradecí. Ya lo sabría mi padre cuando se marchara mi querido hermano oscuro.

Solíamos cenar y esperar a que el hermano oscuro llamase a la puerta para pedir su comida Normalmente salía mi madre o mi padre, a veces me dejaban salir a mí. Consumía su ración bien al aire libre, bien en el bosque (pasaba en el bosque muchísimo tiempo, naturalmente, solo) o dentro del pajar a oscuras, a pesar de haberle dicho que podía usar el candil que mi padre terminó por entregarle. Pero aquella noche no llamó nadie a la puerta. No supimos por qué, era la primera vez que pasaba desde que le conocíamos y, en un principio, nos confundió.

- ¿Por qué no viene a por su cena?.- Pregunté finalmente.

-A lo mejor no está en el pajar.- Dijo mi madre no muy convencida. Había visto todo lo ocurrido aquel mismo día y sabía que algo no iba bien. Mi padre no sabía nada pero sospechaba algo.

El hermano oscuro nunca había faltado a nuestra hospitalidad. Comía cada vez que comíamos nosotros, pero aquella noche sucedía alguna cosa extraña. Mi padre se levantó y miró por la ventana al pajar.

- Si al menos usase el candil podría ver ahora mismo con seguridad si está allí o no.

- Podríamos mandar a Sara con la cena del chico, así sabremos si está. - Mientras decía eso me miraba con una sonrisa de cómplice, me miraba así cada vez que teníamos algo entre nosotras (como dirían los hombres: "cosas de mujeres"); en aquella ocasión no lo sabía, escapaba a mi percepción, pero ahora estoy segura de ello: mi madre conocía mi corazón en aquel momento, siempre pudo leer de él con facilidad. Mi padre sospechaba algo, nos miró a las dos con susceptibilidad pero, como siempre, sabía que no nos podría sacar nada, confió en el buen juicio de mi madre.

- Me parece bien querida, - y dirigiéndose a mí - si le ves, dile que mañana puede venir a comer con nosotros, como prueba de agradecimiento por el gran trabajo que ha hecho en esta granja.- Yo no me lo podía creer, papá le invitaba a comer en nuestra mesa. Seguramente el hermano oscuro se negaría, era profundamente reservado; mi corazón comenzó a palpitar, un torrente de emociones fluía por mí en aquel momento, me vino a la cabeza la escena de aquella misma mañana, sin embargo, ahora estaba muchísimo mejor y lo pude ver de forma más objetiva.

Había estado toda la tarde pensando en ello y al final deduje que necesitaba de alguien, tanta soledad sería muchísimo más dolorosa que las cicatrices de su cuerpo y, sobre todo, de su mente. Estaba dispuesta a ofrecerme para estar con él. Adoraba la idea de estar con él mucho, mucho tiempo - aún la adoro hoy – pero sólo podría ser por una semana y sólo si aceptaba o yo tenía el valor para ofrecerme. Claro, eso si estaba en el pajar; podría haberse ido para siempre. Me vino a la memoria su cara tan, tan seria. Yo sufrí cuando le vi, pero, ¿y él? ¿Estaba enfadado porque le espié o había sufrido tanto o más que yo? Sólo lo sabría si podía hablar con él más de lo acostumbrado – como ya he comentado, no solíamos conversar nada -. Cogí su cena, consistía en una jarra con agua (él odiaba el vino), un poco de pan algo endurecido y un trozo de queso, y me dispuse a poner lo todo de mi parte; se me presentaba una buena oportunidad y estaba decidida a aprovecharla. Había pasado demasiado tiempo metida en mis propias fantasías y necesitaba la realidad por muy dulce o dura que fuese. Con el corazón en un puño salí de mi casa y me zambullí en la oscuridad de la noche, el corto recorrido a cruzar desde la casa hasta al pajar se me presentó como si fuera el lugar más alejado de la Tierra. Cuando llegué, ya me había hecho a la idea de que ya no estaba allí, pero vi el cerrojo abierto. Acerqué la oreja a la puerta por si oía algún ruido. Escuché algo parecido a un murmullo, estaba allí dentro, suspiré aliviada; aquella era, posiblemente, mi última oportunidad, no podía desaprovecharla. Tenía que ser decidida. Me armé de valor, dejé el candil en el suelo y llamé a la puerta; la empujé un poco para abrirla y cogí el candil para entrar. Aún me costaba comprender cómo conseguía estar dentro del pajar a oscuras. La noche era muy tranquila y no hacía ni una pizca de viento mas, sin acabar de abrirse la puerta, una brisa me rozó la cara apagando el candil. Me vi sumida en la noche. Lo entendí como un símbolo. Si quería entrar en su corazón debía flanquear la única puerta existente, la oscuridad de su propio ser; aquel hecho me dio más valor aún.

- Por favor, no enciendas la llama. - Me llegó su voz muy baja y extraña, como si estuviera en trance.

- ¿Pue... puedo pasar?- Después de preguntar, me mantuve quieta, esperando una respuesta, aunque temblaba de arriba abajo. Tras un instante, que me pareció un siglo, me llegó la voz con el mismo tono que antes.

- Sí, pero no traigas nada de luz, si me quieres encontrar sigue la mía.- Aquello me impactó, entonces no sabía de la existencia de la metáfora y él me lo dijo de forma literal.

Decidí entrar y seguir sus instrucciones. Nada más hablarme, siguió canturreando en aquel extraño y musical idioma; me hizo recordar casi un año atrás cuando estaba medio desnuda y totalmente desquiciada en sus poderosos brazos. En aquel mismo momento añoré aquella situación tan tierna. Las palabras sobraban, podía percibir los sentimientos en el aire, en mis venas, en todo mi ser.

Una vez dentro encontré "su luz", era una luz azul muy suave, como si se fundiera en armonía con la oscuridad, era como una vara fina y muy alargada; en aquel instante no entendía de dónde salía. Cuando descubrí la silueta del hermano, me senté muy despacio a su lado, entonces me quedé asombrada. No daba crédito a lo que veía, la fuente de la luz era su espada. Estaba pasando con suavidad sobre la luz algo parecido a una piedra, y el característico ruido del metal siendo afilado no dejaban ningún tipo de duda. Una vez terminada la hipnotizante y monótona canción, guardó silencio unos instantes, dejó la piedra, cogió un objeto cuya forma no pude adivinar y siguió con el mismo canturreo. Tras estar un tiempo así, la hoja dejó de brillar y me vi sumida en la oscuridad, con él. Al principio me asusté pero su cercana presencia me tranquilizó.

Poco después, el candil que dejé junto a la puerta del pajar se encendió, cuando vi quién lo había encendido mi corazón dio un vuelco. Era él, el hermano oscuro. Nunca he podido saber cómo lo hizo para levantarse, recorrer toda la distancia que nos separaba de la puerta y encender el candil, sin hacer nada de ruido; tenía que haber pisado la perenne alfombra de paja del suelo y eso hace ruido. Aquel triste joven siempre se las arreglaba para sorprenderme con sus enormes habilidades y comprendí el temor transmitido en sus leyendas, no eran ninguna exageración. Al fin le pregunté cómo lo hizo.

- He sido entrenado para moverme en total oscuridad como si estuviera bajo un radiante sol, y siempre ando en silencio, nunca he sabido hacerlo de otra forma.

Estábamos solos, era mi oportunidad, mi corazón comenzó a latir acelerado, estaba muy nerviosa.

- Te he traído la cena, como no ibas a por ella...

- Te lo agradezco, se me había olvidado.- Mientras me hablaba, se rascaba frenéticamente la cabeza con la mano libre. Sin hacer tampoco ningún ruido se acercó y se sentó a mi lado. Tenía que hablarle pero, ¿qué decirle?

- ¿Cómo te encuentras? - El se me adelantó, y lo agradecí mucho, ya empezaba a sentirme como una idiota mirando al suelo sin decir nada. Levanté la mirada y vi su rostro muy serio, estaba de veras preocupado por mi bienestar. Me sentí muy halagada.

- Ya estoy mejor.- Temía hacerle preguntas sobre sus heridas, pero tenía miles en la cabeza.- Siento haberte espiado esta mañana en el lago.

- ¿De veras me estabas espiando? - Extrañamente vi en su boca una irónica sonrisa, era la primera vez que veía en aquel rostro una sonrisa sincera y eso me agradó mucho. Me sentía cada vez más cómoda, estaba en compañía de alguien preocupado por mí.

- Lo cierto es que no. Suelo elegir ese árbol para meditar, es un lugar muy tranquilo y hermoso.

- Para serte sincero, ya lo sabía. - ¿Cómo era posible que ya lo supiese?

- ¿Lo sabías?

- ¿Y sabes por qué? - Negué con la cabeza.

- Porque yo sí te he espiado en ocasiones. - Se ruborizó. Aquello me desencajó, ¿él espiándome a mí? Estaba confundida, no sabía si sentirme halagada o enfadarme. Al final decidí no enfadarme, precisamente estaba allí para contarle mi intimidad.

- Como cada domingo, pensaba bañarme antes de tu llegada y me salió mal. Esta mañana me di cuenta de que las misas no siempre duran el mismo tiempo.

- Depende mucho de lo charlatán que esté el padre en sus sermones. - Aquel comentario le gustó y nos reímos juntos. Me agradó aquel momento, era la primera persona con la que podía hablar semejantes cosas sin temor de ser tildada de blasfema. Su cara se tornó otra vez seria.

- Eres la primera persona que ve mis heridas. - Se volvió a sonrojar.

- Si no quieres, no hablamos de ello.

- Quizás tengas curiosidad por saber cómo conseguí semejantes cicatrices. - Acertó, y me sentí mal conmigo misma por ello.

- No te preocupes, me pasaría hasta mí, son cicatrices muy espectaculares. - Otra vez conseguía calmar mi pensamiento. Su rostro era triste. - No he hablado con nadie de esto.

- ¿Y eso? -. Pregunté, aunque ya conocía la respuesta.

- No tengo a nadie con quien hablar.

- ¿Quién te hizo semejante tortura? - Algo en mi interior me anunció que quería hablar de ello, era un peso muy duro de llevar en soledad.

- Los hermanos oscuros. - ¿Sus propios hermanos? Noté cómo una pequeña lágrima brillaba en su mejilla.

- ¿Pero tú no eres un hermano oscuro?

- Sólo a mis ojos y a los ojos de mi padre.

- ¿Y dónde está tu padre?

- Está muerto. - Su tristeza era enorme, amenazaba con reventar de un momento a otro.

- Lo siento. - Quise hacerle ver que yo también me preocupaba por él, que podía contar conmigo.

- Para los hermanos oscuros yo soy un traidor a sus costumbres, un proscrito.

- ¿Por qué? - Me parecía inaudito, era la viva imagen de los hermanos oscuros de las historias de mi padre, y su habilidad era prodigiosa...

- Porque soy demasiado miedoso y sensible. - Mientras lo decía adoptó una mueca como de burla. - Una vergüenza para toda la hermandad y sus principales objetivos. - Hizo una pequeña pausa, se estaba desahogando aunque con un cuidado enorme de sacarlo todo de una sola vez. Lo hacía en dosis muy moderadas. Preferí guardar silencio, dejarle explayarse a su gusto .- Me juzgaron nada más pasar la prueba de sucesión. Fue un juicio en el que no tuve ninguna posibilidad de defenderme, aunque de poco me hubiera servido toda defensa. Ya estaba sentenciado.

- No sabía que tener miedo y ser sensible sea un crimen.

- Para la hermandad oscura sí. Al ser declarado culpable fui directamente llevado a sufrir mi castigo.

- ¿La tortura?

- Sí, pasé un mes encerrado en un calabozo y sufriendo diez horas diarias cientos de pequeñas y grandes heridas, no todas cicatrizaron. La mayor parte de ellas, al curarse, no han dejado cicatriz. No me querían matar pronto, y cada noche me curaban y, a veces, hasta me dejaban descansar para recuperar la sangre perdida. - Era terrible, no pude ni podré jamás concebir semejante crueldad, y ¡era uno de los suyos! - Y al final me grabaron las letras que has visto en mi pecho y tronco. Quieren decir "cobarde" y "afeminado". Después me llevaron al centro de la plaza de nuestra ciudad encadenado para ser expuesto ante todo el pueblo que me vio nacer y vivir para mayor vergüenza mía, así la hermandad oscura dio a entender que es una hermandad fuerte, con hermanos fuertes. A los débiles se les erradica. - Hizo otra pausa. - Y en la misma noche fui azotado para debilitarme, por la mañana me ejecutarían.

- Pero no te ejecutaron.

- Cierto, - su rostro cambió, se tornó duro y desafiante - quise demostrarles que sí era, y soy, un hermano oscuro. Seguí al pie de la letra sus enseñanzas durante el transcurso de la larga tortura. <<Un hermano oscuro jamás se doblega ante la tortura física ni psicológica, aparenta ser débil mientras se hace fuerte, transforma el dolor en ira y lo descarga con toda su fuerza y habilidad.>> Les iba a demostrar que era un digno sucesor de mi padre. Aquella misma noche aparenté estar medio muerto, fui duramente entrenado para soportar aquel dolor y más, pero ellos no lo sabían, porque mi padre me entrenaba después del aprendizaje con el resto de mis compañeros.

- Aquel entrenamiento tuvo que haber sido muy duro.

- Fue duro, pero me salvó la vida en aquella situación y muchas más veces. Los hermanos oscuros no sabían que me entrenaba con mi padre, fue un secreto muy bien guardado.

- ¿Cómo es que lo guardó? - Estaba de lo más preguntona pero aquella historia me parecía fascinante.

- Mi padre sabía lo de mi miedo y mi sensibilidad y quiso ocultar esos rasgos de personalidad en mí. Así que tras ser azotado fingí, como cualquiera de mis compañeros o profesores, un desmayo. Me dejaron encadenado en el potro hasta el día siguiente, pero no habría día siguiente para ellos. Guardé mucha fuerza y mucha ira, en cuanto me quedé solo, desperté de aquel estado controlado y me liberé.

- ¿Cómo te liberaste de las cadenas?

- Rompiéndolas, pero me magullé las muñecas. - Me enseñó sus manos, tenía cicatrices de rozaduras y quemaduras en ellas. Me parecía imposible que alguien pudiera romper unas cadenas.

- Puede sonar algo exagerado, pero tenía toda la rabia e ira contenida en mi corazón, casi me volví loco al retener en mi alma tanta impotencia y frustración. Aprendí a dominar mi miedo por la vía dura. Una vez libre del potro, me acerqué a donde dormía mi carcelero y verdugo. Era un hombre viejo, pero muy fuerte y con una percepción formidable, despertó con el ruido de las cadenas al romperse. No quiso dar la alarma, me dijo que quería machacarme él solo. Fue su perdición. No hubo ni siquiera combate, no le di tiempo a reaccionar. Después de todo el tiempo pasado como carcelero le estropearon mucho más de lo que creyó. Amagué un golpe y en su contraataque dejó libre su garganta, me costó muy poco hundirle la nuez de un puñetazo. No gritó, se desplomó como una piedra. Me largué de allí, fui al panteón donde mi padre estaba enterrado y cogí sus objetos personales, eran míos por derecho de sucesión. Seguro que me buscaron pero no lograron encontrarme.

- ¿Cómo lo lograste?

- Por mar, nadé varios kilómetros hasta encontrar un barco pirata, me aceptaron de buena gana, un luchador de la famosa escuela de los hermanos oscuros era una categoría social muy alta entre la gente de la zona. - Aquella historia me parecía espeluznante, jamás hubiera imaginado algo así.

- Perdona, no sé por qué te he contado todo esto.

- Quizás porque necesitabas contárselo a alguien.

- Quizás. - Me sonrió. Noté que él también estaba cómodo conmigo.

- ¿Y cuánto hace de eso?

- Seis años. - Si era un muchacho cuando estaba conmigo en el pajar, ¿cuántos...?

- ¿Cuántos años tenías?

- Dieciséis años. - Fue como si me golpeasen en toda la cara, era horrible hacerle algo así a un niño de dieciséis años. Se me saltaron las lágrimas. Él me cogió del hombro con su delgada y fuerte mano.

- Tranquila, esa edad para un hermano oscuro es la idónea para luchar donde haga falta.

- Son unos desalmados.

- En el lugar en que vivimos o somos así o no duraríamos demasiado tiempo.

- ¿Qué lugar es ese?

- Es una isla que está al otro lado del mundo, a muchos meses de viaje desde aquí. La gente es diferente, tiene los ojos rasgados y es más pequeña y menuda que nosotros.

- Pero tú no eres así.

- Yo pertenezco a una raza que llegó hasta allí siendo esclavos de los mongoles, nos costó siglos pero conseguimos nuestra libertad, libertad que conservamos gracias a nuestra fuerza y habilidades .- Hizo una pausa para mirarme de forma muy tierna, gracias a mí se le notaba el alma más ligera. Le vino bien contármelo y eso me gratificaba. - Ahora es tarde, es hora de que vayas a dormir, te veo cansada y por hoy ya hemos tenido demasiadas emociones. - Una vez que me levanté comenzó a atacar la comida, no entendí por qué tuvo que esperar a que yo me fuera para comer, ahora sé que fue por educación. Me parecía increíble que alguien con esa experiencia y todo ese desconocido entrenamiento para llegar a aquel nivel físico y mental tuviera una educación sólo vista, en raras ocasiones, entre los nobles.

- Te puedes llevar el candil si quieres, a mí no me hace falta. - Cogí el candil y me dirigí hacia la puerta. - Por favor, no le cuentes a nadie lo que te he contado.

- Te guardaré el secreto .- Me di media vuelta y le miré, ya no tenía miedo de hacerlo ni de hablarle. - Mis padres te invitan a comer mañana con nosotros.

- No hace falta. - Se ruborizó mucho. - Pero iré, dales las gracias de mi parte.

- Dáselas tú mañana. Buenas noches.

- Buenas noches.

Me fui con el alma descargada de los miedos y fantasías que alimenté durante demasiado tiempo; ya no hacía falta sumirme en la imaginación cuando la realidad era mucho mejor y más palpable. Cuando llegué a mi casa, con el corazón ancho y bombeando vida por todo mi cuerpo con vigor, me encontré con mis padres, se les veía contentos. Les conté que aceptó ir a comer al día siguiente y me retiré a mi habitación tras darles los tradicionales besos de buenas noches. Aquella noche tardé mucho en quedarme dormida y durante todo ese tiempo saboreé el largo y completo día pasado. Fueron muchas y diferentes emociones en una sola jornada; y, tras saborearlo muy lentamente, me dije a mí misma que vivir era muy hermoso. También pensé que mi hermano oscuro estaría a su vez contento por encontrar alguien en quien confiar tras la larga tortura mental y física sufrida, la larga y pesada soledad, ahora sólo me faltaba ofrecerle el amor nacido sólo por y para él.

Como cabría esperar, tuve un sueño maravilloso; estoy convencida de ello aunque se me haya olvidado lo que soñé.

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5

La mañana fue muy normal en lo referente a acontecimientos, pero yo estaba muy alegre y esa alegría se fue contagiando a mí alrededor. El hermano oscuro fue fiel a sus costumbres otro día más. Cuando llegó de su carrera matutina, le saludé complacida y me devolvió el saludo con una sonrisa en la boca, me llegó al alma. No me equivoqué, se notaba más ligero el peso de su alma y ese hecho me hizo sentirme feliz, aquel día se presentaba inolvidable. Pronto llegó la hora de comer, por fin. Mi madre y yo pusimos la mesa para cuatro personas, ella era consciente de mis sentimientos; era algo extraño, estaba contenta porque lo estaba yo, mas también estaba preocupada. Entonces no comprendía el porqué de su preocupación, pero ahora lo comprendo muy bien, cada minuto de mi vida, desde su desaparición, lo he ido comprendiendo, su preocupación se basaba en su próxima despedida, seguramente sería para siempre y eso me haría infeliz. En aquellos momentos estaba flotando en una romántica nube sin conocer nada más que mis sentimientos hacia el hermano oscuro.

Cuando estuvo la mesa servida y la comida lista, mi madre salió afuera y, de una voz, avisó a nuestros hombres - "nuestros" suena muchísimo mejor que la dulce voz de sor Asunción - para ir a la mesa. Mi padre daba de comer a los animales y el hermano oscuro estaba encerrado en el pajar (todo pasaba como de costumbre, hasta el momento).

El hermano fue el primero en llegar y el último en sentarse a la mesa, apenas habló dentro de mi casa, además era la primera vez que entraba en ella. Una vez sentados mi padre bendijo la mesa, todos rezamos, yo me fijaba atentamente en todos los actos del hermano oscuro - era una buena oportunidad para conocerle mejor - y en los rezos fingía, nunca he sabido por qué lo hizo, aunque desde hace años me he dado cuenta de que nunca he querido saberlo. Una vez acabadas las oraciones, nos pusimos a comer. Sabía que mis padres le interrogarían y así ocurrió. Comenzó mi padre, había tratado con él más que nadie.

- He de agradecer todo lo que has hecho por esta familia durante todo este tiempo. - El hermano oscuro se ruborizó.

- Ha sido un placer. - Venía preparado para el interrogatorio, hablaba sin tartamudear.

- Nos alegramos mucho por lo que hiciste por nuestra hija. - Mi madre también se metió en la conversación.

- Pasaba por allí e hice lo que haría cualquiera en mi lugar.

- En eso te equivocas, no muchos lo harían. - Dijo mi padre. - Hace tiempo que quería hacerte una pregunta pero no he encontrado el momento adecuado.

- Pregunte.

- Tu cara me suena de haberla visto hace tiempo, tanto que no habrías nacido.

- ¿Dónde?

- En la guerra contra los normandos. Fueron muchos hermanos oscuros a luchar por el ya anciano rey.

- Entonces me confunde con mi padre.

- Pues os parecéis como dos gotas de agua.

- Todo el mundo lo decía, hasta nos confundían cuando cumplí los dieciséis años.

- Luchó junto con sus hermanos y el resto de la compañía con un valor difícil de olvidar. Además poseía una destreza en la lucha poco común, nunca desearía cruzar espadas con alguien tan diestro.

- En verdad era muy diestro, me enseñó todo lo que sé; me siento muy orgulloso de ser igual que él, hasta llevo sus ropas y sus armas.

- ¿Qué fue de él?

- Murió. - Lo dijo con cierta tranquilidad pero se le notaba dolido por recordar aquello, todos en la mesa nos callamos, pronto nos inundó un mutismo tenso e incómodo.

- No se preocupen - me miró - sucedió hace casi siete años. Murió como deseaba, con honor y a manos de un enemigo digno de su habilidad y categoría, me lo dijo antes de morir.

- No tienes que hablar de ello si no quieres - mi madre le ayudó a salir de aquella incómoda situación.

- De todos modos murió luchando y no decrépito e inútil. Murió como un hermano oscuro.

- Como te vas a ir dentro de poco nos gustaría a mi mujer y a mí que te fueras después de la fiesta de la primavera.

- Yo pensaba irme ese mismo día.

- Si no te importa nos gustaría que acompañases a mi hija a la fiesta, así estaríamos tranquilos.

- ¿Tranquilos? - El muchacho se extrañó.

- Sí, porque iría con alguien de confianza. - Aquello me llegó al corazón, y también le llegó a él. Yo lo estaba deseando, bailaríamos y nos divertiríamos antes de su partida; seguro que a él le conmovió, porque éramos los primeros en ofrecerle una abierta y sincera amistad desde hacía más de seis años, aquel sería para él como un lugar en donde el peso de su pasado y su presente se haría más ligero.

El hermano me miró como buscando en mi mirada y en mi rostro mi respuesta a la misma pregunta, no me acuerdo de la cara que puse pero no tuvo que esforzarse demasiado para hallar su respuesta.

- Será un placer. - No dijo nada más, sólo me dirigió una queda pero perceptible sonrisa, mas también percibí una chispa muy sutil de temor, dolor o ambas cosas. A partir de aquel momento toda la conversación quedó limitada a lo concerniente al campo y a lo trabajado. Mi madre y yo quedamos excluidas de la conversación. Mi padre fue quien empujó aquella conversación hasta aquel punto, sabía lo difícil que era para mi amado hermano oscuro hablar de sí mismo sin irse por las ramas. Entonces comprendí que ellos dos convivieron mucho más de lo que parecía en un principio, fueron muchos meses de trabajo compartido. Lo contado en el pajar la noche anterior sólo me lo contó a mí y eso aún me maravilla; aquel hecho me indicó que sentía algo por mí, me dio esperanzas. Pero acabó la comida, el hermano fue muy educado, se ofreció para quitar la mesa y lavar los útiles usados, luego se retiró al pajar. A mis padres les impresionó su educación y disponibilidad.

Por la tarde no había nada que hacer, hasta la fiesta de primavera teníamos toda una semana de descanso y tranquilidad; generalmente en aquellos días nos acompañaba el buen tiempo para alegrar nuestros corazones, y aquella vez no fue diferente. El sol brillaba pendiendo con magia propia en medio de aquel eterno azul celeste, sus rayos nos llegaban tibios, calentando las brisas y los vientos norteños. El bosque y las flores tenían sus colores más vivos, la primavera había llegado. Mi padre fue a la taberna para reunirse con sus amigos y conocidos de la aldea y del pueblo del castillo, quiso que el hermano oscuro le acompañase, pero éste se negó. Cuando se trataba de conocer a alguien se mostraba muy cerrado y susceptible, pero aquella tarde me gustó aquel hecho, estaríamos él y yo solos. Tendría una oportunidad única para intimidar con él, no pensaba dejarle ir sin declararle mi amor por él; también tenía la vaga esperanza de que se quedase conmigo si se lo pedía, ¡Dios lo quisiera!

Cuando salí para tomar el sol, el hermano oscuro aún estaba en el pajar, no tenía la menor idea de qué hacía dentro; mas no tardó mucho en salir. Una vez fuera me saludó, como solía hacer últimamente, y salió corriendo hacia el bosque. En un principio pensaba pedirle que fuéramos a pasear juntos, tenía la certeza de tener la suficiente confianza con él como para decírselo pero en el momento de pedírselo me avergoncé. Es extraño como a uno le da vergüenza de hablar de algo tan simple con alguien a quien acaba de conocer cuando poco antes se habló de cosas mucho más profundas y comprometidas. En la espera a su regreso lamenté mi falta de valor, pronto se iría y yo, como una idiota, avergonzándome.

Llegó pasada una hora y el sol aún estaba alto en el cielo. Como siempre, estaba sudando con sus ropas y su inseparable cota de malla pegándosele al cuerpo, provocando la acostumbrada reacción de mi propia carne, y volvió al granero. Y no supe ni siquiera qué decirle. Tenía que hacer algo o las pocas oportunidades de las que disponía se me escurrirían de las manos como si fueran de fina arena.

Me armé de valor y me dirigí hacia el granero, mis piernas comenzaron a temblar en el mismo instante de levantarme de la banqueta; estaba nerviosa. Cuando llegué a mi destino me dispuse a entrar, a punto estuve de cometer un error –él era tan educado como el mejor de los caballeros de sir Ramiro, no diría nada bueno de mí el hecho de entrar sin llamar primero. - Me detuve en la puerta durante unos eternos segundos, en ellos no dejé de plantearme mi actual situación y me vi en la boca de mi propio lobo, pero tomé una decisión y ya que estaba allí... Llamé con la suficiente fuerza como para ser oída desde dentro a pesar del dolor provocado en mis nudillos. No tardó en llegar una respuesta desde el interior.

- Adelante.

La situación era irónica, era el pajar de mis padres y estaba pidiendo permiso para entrar. Son incontables las situaciones en las que la magia de la intimidad es muy superior a la magia de la propiedad, una ley más de las tantas no escritas sobre ética y derechos humanos. Con el pulso temblando y mi corazón palpitando violentamente en mi pecho me decidí a entrar, ya estaba invitada.

Una vez dentro me encontré con algo maravilloso, estaba vestido sólo con los pantalones, tenía la camisa y la cota de malla bien dobladas en el suelo, junto a su mochila. Se estaba secando el sudor con una tela muy extraña de color azul, tenía el aspecto de ser muy suave. Le tenía tan cerca..., secándose el sudor de ese torso bien musculado y terso; aún le brillaba por la humedad de su pie. Ya no estaba tan impresionada por sus cicatrices, en aquel momento no me asustaron, me dieron una poderosa sensación de tener delante de mí a un guerrero curtido en el mismísimo averno, Dios me perdone la expresión. Me quedé extasiada y anonadada mirándole, tuvo que despertarme del místico hechizo de la carne, ese hechizo que atraía mi cuerpo hacia el suyo con un anhelo de unirse a él tan profundo como el anhelo del propio respirar.

- ¿Quieres algo? - Levanté la vista y le vi mirándome. Estaba sonriendo de forma tan tierna... Aquellos pequeños ojos me transmitían tranquilidad y comprensión, y aquello producía placer a mi corazón. Siempre se las arreglaba para detectar los momentos de vergüenza propia por mi actitud y aprobarla para transformar el rubor en tranquilidad, como si me pidiera seguir siendo yo misma.

- Te quería preguntar si te venías a dar un paseo conmigo al bosque .- Estaba muy avergonzada y ruborizada, no pude evitar apartar mi mirada de su rostro.

- Yo iba ahora mismo al bosque, me encantaría tu compañía. Espera. - Terminó de secarse rápidamente, se puso la cota de malla y la camisa con un cuidadoso ritual. La cota de malla era excepcional, parecía cosida con hilos de metal negro, con sólo una mirada a semejante prenda comprendía su unicidad, era una auténtica obra de arte. Parecía tener muchos años, qué digo años, décadas. Cuando terminó de vestirse, nos fuimos al bosque. Desde mi llegada al pajar todos sus movimientos eran intencionadamente lentos y suaves, los hacía con una destreza cautivadora; moviéndose así me empujó a relajarme y sosegarme. Pudo percibir mi estado de nerviosismo y tensión y tranquilizarme sin utilizar una sola palabra, en comparación con su forma de moverse, su grave voz contrastaba de forma abismal. Era un muchacho realmente fascinante, además de su bien probada capacidad física también poseía una capacidad mental sorprendente.

Dimos un paseo de casi tres horas, fuimos hasta nuestro querido lago. Me enseñó a tirar piedras al agua de tal forma que rebotaran en su superficie una, dos y hasta más veces antes de hundirse. Los muchachos del pueblo lo hacían a menudo y nunca me atreví a preguntarles tan fascinante secreto. También me enseñó canciones de marineros con letras muy hoscas. Cuánto me reí cuando mi querido hermano oscuro me las cantaba con voz grave y tosca... Elevaba sus hombros y ponía cara de bárbaro, era un aspecto muy cómico. Me enseñó algo de una cultura no muy lejana que él llamó celta. Me contó que por todo el mundo cada pueblo, y eran muchos y muy diferentes pueblos, tenían dioses propios. En el país donde nació, una gran isla, había tantos seguidores de un dios con un nombre rarísimo - jamás pude recordarlo - como los tenía Dios aquí. También me contó cómo funcionaba la cultura de su isla, los señores feudales se llamaban..., ¿cómo era ese nombre?, ¿Shogunes? Eran muy crueles y tenían un sentido del honor muy inflexible. Cuando alguno de sus servidores fallaban a su señor, se decía que mancillaban su honor; si el culpable era un sirviente, su amo le decapitaba, si era un soldado o alguien de más alto rango, debía de suicidarse abriéndose, con su propia espada, el estómago de un lado a otro. Aquello me heló la sangre, era un pueblo de costumbres refinadas, mas ese tipo de justicia era muy cruel y salvaje. Me enseñó tantas cosas tan interesantes... Así estuvimos toda la semana hasta el día de la feria de primavera. Nos conocimos mucho mejor, él era un muchacho muy sensible y le encantaban las historias, tanto contarlas como escucharlas, ¡o leerlas! Además de leer, sabía escribir y me lo demostró. Yo sabía leer un poco pero de escribir nada. Se lo confesé con la vergüenza del ignorante, pero él me trató, como acostumbraba; en los momentos en los que me avergonzaba de algo; siempre se las apañaba para hacer desaparecer esa incómoda sensación, con una ternura muy propia de él aunque muy reprimida. Me enseñó a escribir lo que pudo en cinco días. Me felicitó por mis rápidos progresos y me sentí profundamente halagada.

Y en todo aquel tiempo me vi envuelta en un hechizo maravilloso. Mis padres estaban encantados de verme tan feliz. Junto a él me sentía segura y llena. Era un muchacho con mucho mundo, se atrevió a decirme que había viajado más allá del fin del mundo, junto con unos guerreros norteños de cabello rubio, largas barbas, caras y pieles endurecidas y curtidas por el enorme frío de su isla; los llamó vikingos. Unos gigantes de cuerpos anchos y robustos. Más allá del fin del mundo había un país lleno de junglas y desiertos con animales de fábula, y cuyos habitantes andaban con simples taparrabos. Había estado en lugares tan fantásticos como jamás podrían imaginarse en las tierras donde siempre he vivido. Pero en todo aquel tiempo no me atreví a declararle mi amor, aunque tuve muchas oportunidades de demostrárselo. A pesar de no decirle nada, nació entre los dos un maravilloso vínculo, nos contábamos cosas más íntimas a medida que ese vínculo iba creciendo y fortaleciéndose.

Por fin llegó el gran y fatídico día. Era la fiesta de la primavera, temía por la próxima partida de mi querido amigo. Como tenía edad para prometerme, mi corazón albergaba la ligera esperanza de poder apelar a aquel maravilloso vínculo nacido de nuestros corazones y, si aceptaba ser mi prometido, no tendría motivos para irse. El hermano oscuro no había mencionado nada sobre su partida desde la primera vez que fue a comer a casa, pues fue a comer con nosotros casi a diario desde nuestro primer paseo, y eso me daba esperanzas.

Había un problema para ir a la fiesta, si iba vestido como un hermano oscuro, se acabaría la fiesta para nosotros. Para mi madre y para mí fue un auténtico placer confeccionarle ropas adecuadas. Nosotras confeccionábamos las prendas de mi padre y las nuestras. También me dio tiempo de hacer mi propio vestido. Como pensaba bailar con mi querido amigo, lo hice de una sola pieza, con un escote discreto pero insinuador, a pesar de tener mangas largas, y con una falda suave y holgada para no estar incómoda con él en ningún momento. En la cintura lo llevaba ceñido para mostrar la forma de mis caderas, quería estar atractiva para él, insinuaba con cierta sutileza mi propia sensualidad; lo hice de tela roja para simbolizar mi pasión. Me veía atractiva y hermosa, estaba ilusionada. Pude imaginarme a los muchachos de mi edad pidiéndome un baile, mas no les concedería ninguno. Estaban todos los bailes reservados para mi hermano oscuro.

No parecía un hermano oscuro con las ropas que le hicimos. Insistió mucho en ponerse debajo de la camisa su cota de malla, como era tan fina apenas se notaba, daba la sensación de llevar bajo la camisa otra prenda de tela. No habría ningún problema en nada, sería nuestro día. Estaba muy atractivo con aquellas prendas. La camisa era de color blanco con mangas holgadas y sus pantalones eran marrones, de un tono claro. Como estábamos acostumbrados a verle siempre con sus propias ropas, estuvimos de acuerdo en decirle que aquella le quedaba algo pequeña. Nos confesó que su ropa estaba hecha a medida, algo realmente sorprendente, en mi tierra sólo un noble o el mismísimo rey se podían permitir semejante lujo. A pesar de ello, aquellas prendas le quedaban bien. Parecía un auténtico campesino novicio preparado para comenzar su carrera, su vida.

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6

A media mañana partimos para el castillo; las fiestas comenzaban al medio día, con los cantos y recitales de los juglares que comenzarían a animar a los jóvenes y chiquillos antes de comer. En el camino, al pasar cerca de la encina del lago, me acordé de lo acontecido el pasado año, por un rato se me apagó la alegría tanto de mi alma como de mi cara. El hermano oscuro lo percibió.

- ¿Te encuentras bien? - No podía mentirle, jamás lo hice y aquella no sería la primera vez.

- Me acuerdo de lo que pasó hace un año, en este mismo camino.

- Intenta no pensar en eso, hoy ha de ser un día especial. Hemos trabajado todos duro y tenemos derecho de descargar el peso de nuestros corazones. Hoy venimos para divertirnos y no para recordar lo malo del pasado - Sus palabras me tranquilizaron en un momento, también recordé su actuación contra aquellos malandrines. Me ayudó, se arriesgó por mí sin pedir nada a cambio, también recordé el miedo de su rostro. Nunca me he atrevido a pensar sobre el contenido de su corazón en aquel momento.

Me aferré al presente, le miré, me estaba observando con una ligera sonrisa en su rostro. Me cogí de su brazo derecho y apoyé la cabeza en su hombro. Repetí en un susurro, <<hoy venimos a divertirnos>>. Me sentía tan bien en su brazo... Me reconfortaba y me daba una seguridad como jamás he sentido junto a nadie. Era un gran luchador y su corazón era dulce y frágil. Era un encanto.

No tardamos en llegar a los alrededores del castillo de Sir Ramiro. Entre las murallas y el castillo había un terreno espléndido donde se apostaba el pueblo principal, las casas allí eran de piedra adobada con barro, formando calles angostas y algunas pocas plazas. Las calles no formaban líneas rectas, más bien estaban hechas sin ningún tipo de orden ni forma y uno se podía perder allí sin problemas. Yo y, en general, todos los habitantes de las granjas de los alrededores íbamos poco por allí, era el centro del feudo y allí vivían los más adinerados e importantes; sus sirvientes también vivían allí, cerca de la muralla. Una vez dentro buscamos a los primeros juglares para comenzar los festejos. No tardamos mucho en encontrar a uno tocando un laúd y brincando al son de la música, saliendo de una calle seguido de algunos chiquillos y jóvenes. Aquella compañía paró junto a nosotros, miré al hermano oscuro.

-¿Qué te parece?

- Como quieras. - Me respondió sonriente mientras salía corriendo en pos del juglar. Le seguí.

En pocos momentos nos vimos saltando y danzando por las calles del poblado. Mi acompañante se movía con una gracia única; a medida que avanzábamos se incorporaban más jóvenes y chiquillos. Al final el juglar se paró jadeando junto a una fuente, se sentó y comenzó a tocar una melodía más lenta y armónica. En cuanto su respiración se calmó, comenzó a cantar una bella y melancólica historia de amor entre un caballero y una dama. El caballero partía a las guerras santas contra los sarracenos mientras su dama le esperaba con la promesa que le dio su amado de volverse a ver. El caballero murió, mas su alma vagó en torno a su amada, intranquila por su promesa; se despidió de ella siendo un fantasma. La despedida casi me hizo llorar, la música era triste y armonizaba con la historia, y tras ella el fantasma desapareció para siempre, pero algunas leyendas dicen que veló en silencio y en secreto por su amada, protegiéndola de todo peligro. Era realmente maravillosa.

Después fuimos a comer algo. Yo llevaba algo de dinero para gastarlo en la comida y en la verbena, pero el hermano oscuro se decidió a correr con los gastos. Tenía dinero de sobra para haber invitado a una docena de personas. Me intrigaba dónde había conseguido todo ese dinero, pero no se lo pregunté a él. Una vez terminada la comida, continuaron las danzas y canciones de los juglares; bailamos hasta casi el agotamiento.

Los mozos de la zona ni siquiera hablaban conmigo, seguramente no se sentirían capaces de competir con mi acompañante por mi compañía; y por ello me sentía orgullosa de mí y de mi querido hermano oscuro. Se portó generosamente conmigo y siempre estuvo atento de mí. Todo lo acontecido a nuestro alrededor no le importaba nada, ni miraba a otras muchachas, ni le interesaba ningún puesto del mercado de la plaza principal. Nada. Era como si fuera todo para mí, y me gustaba mucho, aunque me sentía un tanto extraña al tener a mi entera disposición a un auténtico hermano oscuro; me vino a la memoria su transformación cuando luchó por mí el año anterior, se portó como un auténtico asesino. Por ello me sentía muy segura con él, sabría protegerme de cualquiera. También le noté algo nervioso, no sé si por toda la gente que nos rodeaba, o si por miedo a que algún hombre de armas o caballero le identificase - le detendrían en el acto - pero sólo era un vago temor; con aquellas ropas pasaba perfectamente desapercibido. Luego llegaron mis padres, estaban muy contentos al encontrarnos divirtiéndonos y trotando de un lado para otro. Pronto comenzaría el informe del tesorero y al final de la tarde todos los caballeros, encabezados por sir Ramiro, harían el tradicional desfile anual. Saldrían con sus brillantes armaduras argénteas hinchando su pecho con una arrogancia sutilmente disimulada.

Todo ocurría con normalidad, ya nos estábamos apiñando alrededor del estrado donde se acomodaría el tesorero. La guardia estaría a punto de salir, cuando vino una mujer corriendo histérica y con sus ropas y pelo chamuscados. Se paró jadeando en medio de la plaza, al pie del estrado, gritando sin aliento que su casa estaba ardiendo y su niña estaba atrapada dentro. Apareció entre el gentío su marido muy alarmado y los dos fueron corriendo hacia la casa, le siguieron casi todos los allí presentes, aunque iba mucha más gente a mirar que a ayudar. El hermano oscuro corrió también, iba a ayudar, y yo estaba convencida de ello. Yo marché rezagada entre la multitud, el hermano oscuro me dejó, alejándose a una velocidad increíble entre la gente, en poco tiempo alcanzaría a la pareja afectada.

Cuando llegué al lugar del suceso, la casa estaba casi consumida por las llamas, tuvieron suerte al tener la casa cerca de la plaza principal y poder dar la alarma rápidamente, cada segundo sería decisivo para la vida de su hija. Me abrí paso entre la multitud allí congregada, me enfureció ver tanta gente mirando y sólo ver a una docena de personas, a la pareja y a mi querido acompañante, ayudando. Se estaban pasando cubos de uno a otro formando una cadena. Enseguida divisé al hermano oscuro cogiendo un cubo y echándoselo por encima; quedó empapado de pies a cabeza. Iba a entrar. Dio órdenes rápidamente a los encargados de arrojar el agua para no quemarse y corrió hacia la puerta donde el padre intentaba entrar,(la casa sólo tenía un piso, era muy humilde), cegado y sin saber de dónde venían los lamentos de la niña, ¡estaba aún viva!

El hermano oscuro le cogió de la ennegrecida camisa y tiró de él hacia atrás, en respuesta a un fuerte crujido procedente del techo. Una viga envuelta en llamas cayó obstruyendo la puerta y aplastando su travesaño, justo donde un segundo antes estaba el inquilino de la casa; era una de las grandes vigas que sostenían parte del techo, pronto se hundiría. El padre comenzó a llorar junto con su mujer. Era imposible coger la viga, estaba ardiendo por todas sus aristas más largas, sólo podrían cogerla por la sección. Sólo dos hombres cabían en el hueco de la puerta para intentar apartar la viga y no tendrían la fuerza necesaria. Todo pasaba demasiado deprisa, la casa estaba a punto de hundirse, se escuchaba a la niña llorar. Las ventanas estaban expulsando demasiado humo como para aventurarse por ellas. Parecía un incendio provocado por el mismísimo demonio y estaba lo suficiente avanzado como para no dejar entrar a nadie, la niña estaba condenada.

La angustia se apoderó de nosotros y mucha más gente dejó de mirar y se puso enseguida a coger cubos y echarlos al fuego. Dos hombres fornidos intentaron desplazar la viga para poder entrar, tras un terrible esfuerzo sólo consiguieron desplazarla un par de centímetros. El hermano oscuro les apartó de un empellón y se puso él solo con la viga. Le dijeron que le sería imposible y le tildaron de estúpido por intentar hacerse el héroe. El hermano oscuro los ignoró, se agachó y cogió la viga. Sus músculos se pusieron en tensión, su rostro comenzaba a hincharse por el terrible esfuerzo, y la viga no se movía; parecía un loco intentando hacer algo imposible para un solo hombre. Pero se hizo el milagro, todos se dieron cuenta y dejaron todo lo que estaban haciendo para ver aquel prodigio. La viga estaba moviéndose. Poco a poco la estaba levantando y, tras un rugido de esfuerzo y dolor, consiguió moverla hacia un lado dejando un hueco lo suficientemente grande para pasar. Estábamos asombrados, por un instante nos quedamos helados. El hermano oscuro entró en aquel infierno, aún jadeando, en cuanto dejó caer la pesada traviesa. Momentos después medio techo se hundió con mi amado y la niña dentro, todos lanzamos un grito de terror. Todos pensamos en su muerte.

Inmediatamente apareció el hermano oscuro con la niña en los brazos, salió por una de las ventanas, recortando su figura entre aquella opaca cortina de humo. La niña se había desmayado y no respiraba, el hermano oscuro cayó de rodillas sin aliento, chamuscado y con las ropas medio destruidas y aún humeantes. Como pudo dejó la niña en el suelo, mientras sus padres fueron junto a ella, estaban llorando, no respiraba y la dimos por muerta. El hermano oscuro les arrebató con fuerza a la niña.

- Aún no ha muerto, que nadie se acerque. - La dejó en el suelo y comenzó a empujar con las manos en el pecho cinco veces, juntó sus labios a los de ella y sopló para repetir la operación rápidamente.

En pocos y angustiosos segundos la niña comenzó a toser y a respirar. El hermano la revivió y les dijo a sus padres que la trataran con delicadeza. Los padres lloraban y agradecieron de todo corazón el milagro realizado por el hermano oscuro. Yo también estaba llorando y me sentía orgullosa de él. Se sentó en el suelo completamente derrumbado. En su cara volvió a aparecer el miedo, se deshizo la coleta para ocultarla con sus chamuscados cabellos. La camisa se le había desprendido y se le notaba la cota de malla, se arriesgó por una niña. La gente ignoró el hecho y todos pasaron junto a él en silencio y poniéndole la mano en el hombro. Comenzamos a aplaudirle, la emoción impregnaba el aire junto con el nocivo humo. La casa estaba perdida, pronto quedó reducida en un amasijo de escombros llameantes, pero, afortunadamente, el fuego no se extendió a las casas vecinas. También hubo suerte en que la casa estuviera situada junto a las murallas. Cuando pude acercarme a él, me arrodillé a su lado, le aparté el pelo de la cara, la tenía llena del hollín, cogí mi pañuelo y comencé a limpiársela. Estaba aterrado, como si fuera a morir allí mismo. Repentinamente comenzó a temblar de puro miedo. En cuanto se dio cuenta de mi presencia, se abrazó a mí con fuerza. Podía sentir su corazón palpitando a toda velocidad contra mi pecho. Tenía que tranquilizarle o reventaría allí mismo.

- Todo ha acabado ya, te has portado como un héroe. Estoy orgullosa de ti.- Lo estaba consiguiendo, aquel era un momento muy tierno, como jamás lo he tenido.

Le quería más que nunca, con todo mi corazón. La misma debilidad atribuida por los suyos era una bendición para todos nosotros. Mi corazón rezumaba amor, cariño y pasión. Él estaba haciendo un esfuerzo bastante grande para tranquilizarse, y lo estaba consiguiendo. Yo me abandoné a mis sentimientos.

- Te quiero.- Le besé en su mejilla y seguí abrazada a él, completamente poseída por todo su ser.

A los pocos minutos él ya estaba completamente sereno y me separó lentamente de su lado. Estaba helado, se puso en pie y cogió algo de dentro de la cota de malla. La gente ya había despejado el lugar y el fuego se apagó lentamente. Pronto llegarían los soldados, y tal vez algún caballero, para dar cuenta del incendio y asistir a la pobre familia afectada. Al menos nadie murió. El hermano oscuro me miró.

- Gracias - Lo dijo en un susurro, no dijo nada más. Me miró y aquellos ojos entraron dentro de mí. Yo aún seguía de rodillas.

Me aparté el pelo de la cara y le sonreí, por fin se lo dije.

Me enseñó lo que tenía guardado. Era una flecha medio quemada, era toda negra y no por el fuego. Su punta no era como la de una flecha cualquiera, era una flecha incendiaria. Fue un fuego provocado. La confusión se adueñó de mí, todos aquellos hechos ocurridos, la avalancha de sentimientos derramados por mi corazón y la flecha.

- ¿Quién...? - No pude decir nada más.

-Yo. - Una tercera voz apareció en escena. Cuando vi a su dueño mi corazón se paró por un segundo, era un hombre alto y fornido, vestido todo de negro y bajo su camisa podía percibir algo más, como una cota de malla muy fina. ¡Era otro hermano oscuro! ¡Allí, delante de nosotros! Y la guardia del castillo estaba al venir.

El desconocido hermano oscuro montaba a caballo, tenía en la espalda una espada idéntica a la de mi amado, en la silla de montar estaban atados un petate abultado y un arco largo con sus flechas; los proyectiles eran todos negros, igual a la flecha incendiaria que mi amado aún aferraba con fuerza. El hombre tenía una mirada asesina, como de odio hacia su ex-compañero. El pelo era largo pero no tanto como el de mi joven amor; unas trenzas flanqueaban su ancha frente. Tenía el aspecto de ser un hombre muy, muy peligroso; parecía más hábil y fuerte que mi amado, y ese hecho provocó un miedo implacable en todo mi ser. Me quedé congelada hasta el punto de sentir frío. Observé a mi hermano oscuro, allí al pie del caballo, y mirando a los ojos de su igual; pero no eran iguales, uno era un soldado activo y el otro era un proscrito allí donde fuese, su mirada no era de odio, era de pánico. Contemplaba a su camarada como quien mira a la muerte o a algo mucho peor, parecía como si en cualquier momento se fuera a echar a llorar y a correr como un poseso.

- Me has hecho viajar mucho, te he perseguido durante años. – Sus ojos ya no rezumaban odio, sino satisfacción.

- No pensaba volver allí y me fui en paz.

- En paz, ¡ja! Matando a tu carcelero.

- Matando a mi verdugo.

- Era el ejecutor de la justicia. - Lo dijo con arrogante orgullo.

- No era justicia, no me dejaron ni defenderme, el juicio...

- ¡¿Cómo te atreves a dudar de los criterios de los antiguos hermanos?! - Le cortó con rudeza.

- No pensaba que tener miedo fuera un delito.

- Lo que es un delito es ser un cobarde, ¿o acaso has olvidado lo que llevas escrito en el pecho? - Le entró la risa, una risa cruel, sin humor. Mi querido hermano oscuro estaba sudando, era como si estuviese viviendo sus últimos momentos.

- Yo no soy un cobarde. Aguanté el entrenamiento de nuestra hermandad como cualquiera, y pasé la prueba de sucesión con éxito.

- Pero deshonraste a tu padre en ella. - Mi amado calló, bajó la cabeza. - Aunque la pasaste con destreza deshonraste su memoria llorándole. ¡Y más tarde profanaste su tumba! Vistes sus ropas, empuñas sus armas y llevas en tu cuerpo la memoria de su deshonra. Eres despreciable y mereces morir .- Aquellas palabras, más que decirlas las escupía en la cara del joven. - Es por ello que me presenté voluntario para buscarte y llevarles a los venerables tu cabeza y las posesiones robadas de tan honorable tumba. - No entendía nada de lo que dijo, ¿ a qué se refería con lo de llorándole? El joven hermano no dijo nada, era como si le diese la razón. Me fijé en su rostro agachado y vi lágrimas cubriéndole las mejillas, estaba llorando. Su "camarada" metió la mano en la llaga.

- Quizás tengas razón, lloré su muerte en la arena, en la prueba de sucesión. No le robé nada, no le deshonré. Lo único que hice fue aplicar nuestras enseñanzas, sobrevivir a cualquier precio. No me disteis ninguna oportunidad y esos objetos me pertenecen por derecho.

- No se le dan oportunidades a delincuentes.

- Mi único delito fue querer a mi padre, ¿no quisiste tú al tuyo cuando le mataste en la prueba de sucesión? - La mirada del jinete junto a su rostro se encogió por la rabia, era como un dios montado en un colosal equino dispuesto a volcar su cólera contra un simple mortal. Bajó del caballo. Se acercó a mi amado hasta casi tocar con la punta de su nariz la nariz de su víctima. Su cuerpo era más ancho que el de mi querido hermano oscuro, parecía más fuerte. Yo conocía la habilidad y destreza del joven oscuro, y eran muchas, pero aquella tarde era como un monigote frente a un coloso.

Matar a su padre en la prueba de sucesión. Me costaba dar crédito a esas palabras. En aquel momento juzgué al pueblo de los hermanos oscuros como una pandilla de asesinos que sólo saben luchar y matar sin piedad, y el objeto de mi cariño había sido expulsado de la hermandad sin miramientos y buscado por demostrar amor a su padre. Estaba muy asustada, me iba a tocar ver cómo sufriría. No hacía ni cinco minutos que le había confesado mis sentimientos y tuvo que aparecer su "compañero", aquello era una maldición, como si no tuviéramos derecho a disfrutar de una vida.

Mi padre apareció detrás de mí y me cogió del brazo con cuidado de no hacerme daño.

- Aquí no tienes nada que hacer, pronto comenzarán a luchar y tú estarás en medio. Ven, sólo conseguirías estorbar. - Me lo dijo con un susurro, mas le oyeron los dos, era algo increíble; tenían los sentidos agudos hasta para percibir el más leve murmullo. En aquella lucha serían ellos dos y todo su entorno. Aquella sería una lucha memorable, ninguno de los asistentes olvidaríamos nunca aquel día, aquel choque entre dos expertos luchadores, expertos asesinos.

- Sí, será mejor que te vayas muchacha. - El hermano oscuro me miró como si yo fuera un mosquito, como si le estorbase de veras. Pero mi adorado joven fue diferente. Miró a su contrincante como pidiéndole una pequeña tregua, éste asintió.

- Quizás no vuelva a verte. Toma .- Me dio su bolsa de dinero y su cota de malla.

- Pero te hará falta. - Tenía el frío metal de la cota en mis manos, lo sentía protector, él iba a desdeñar aquella protección, a desdeñar una de las pocas oportunidades disponibles para salir de aquel trance con vida. Pareció adivinar mis pensamientos.

- Contra sus armas no sirve de mucho y podrá romperse, me hará falta si sobrevivo. Ahora quiero que vayas con tu padre y vivas tu vida. - Me besó en la mejilla, las lágrimas caían de mis irritados ojos y se formó un nudo en mi garganta dejándome sin palabras.

Le abracé fuertemente. Él me sostuvo con toda tranquilidad, su miedo estaba desapareciendo y nunca supe el auténtico motivo, estaba a punto de enfrentarse a un titán y se estaba tranquilizando. Siempre me sorprendió el funcionamiento de su mente, quizás más que el de su cuerpo. Cuando pudo soltarse de mí comenzó a atarse el pelo en una coleta, se estaba preparando. La gente de alrededor se asustó bastante al ver sus espectaculares cicatrices.

- ¡Qué tierno! - Aquello era una mofa.

- No sabes la suerte que tengo de tener a alguien preocupado por mí. También tuve a mi padre y por eso me dolió tener que matarle .- Ahora su mirada era desafiante, yo estaba con mi padre llorando con la bolsa y su cota de malla entre las manos. Mi padre me miró fijamente.

- Trae, yo la esconderé. - Se la di y se fue dejándome con mi madre. Ésta no dijo nada, sólo me abrazó. Poco después vino mi padre, no tenía la cota consigo. No pude preguntar dónde la escondió, aquel era un objeto muy valioso, casi único; si fuese de oro no lo sería tanto, aquel metal era durísimo y liviano. El combate comenzaría pronto, la guardia estaba acercándose, ya se veían a los jinetes a lo lejos.

Me volví para ver aquel terrorífico enfrentamiento, para ver cómo dos titanes iban a luchar a muerte. Sólo uno de ellos quedaría vivo y todos los presentes lo sabíamos, de una manera o de otra. Estaban los dos de frente, mirándose. Se estaban estudiando. La guardia llegó, tres jinetes con sus monturas, eran caballos normales. Había un ancho corro de gente alrededor de ellos, cuando el soldado de más rango se disponía a irrumpir en la escena la lucha comenzó.

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7

Los dos ignoraron a los guardias, eran tan fuertes y hábiles que los jinetes no representaban ninguna amenaza para ninguno de ellos. Aquella superioridad se podía respirar en el aire y llegó hasta palparse cuando vimos los primeros golpes de aquella lucha personal. Sin utilizar su espada, el compañero de mi amado hermano oscuro lanzó un puñetazo a su cara. Lo lanzó con una velocidad terrible, encajar aquel puñetazo no era nada recomendable; pero él lo paró, cogió el puño de su contrincante con su mano izquierda, a unos dedos de su rostro. Al ver todos los músculos utilizados para bloquear aquel martillazo ponerse en tensión bastó para decir, sin palabras, a cualquiera de los presentes que no era buena idea meterse. Los soldados lo notaron y no se metieron. Pude ver cómo el jefe del grupo de jinetes dijo algo a uno de sus compañeros y éste se fue hacia el castillo sin demora.

Soltando aquel poderoso puño el joven contraatacó. Lanzó su puño izquierdo contra el rostro de su enemigo, fue un puñetazo más rápido que el anterior, aquel hecho insufló vida a mi nervioso cuerpo, pero fue esquivado sólo con agacharse. Al agacharse lanzó a su vez un mazazo contra el desprotegido estómago de mi amigo. No sé cómo lo hizo él, pero con su mano derecha logró desviarlo y bajó con fuerza su codo izquierdo con sólo flexionar el brazo. Le dio en toda la cabeza y lo tumbó. Fue un codazo terrible. Al encajarlo el hermano oscuro cayó de bruces. No le remató, como si sólo estuviera tanteando a su enemigo y su propia capacidad. El agredido tardó unos segundos en ponerse en pie de un salto. Volvieron a cruzarse las miradas pero esta vez eran de absoluta concentración y reto. El combate real iba a comenzar, se acabó el tanteo.

Se pusieron en guardia, levantaron las manos y colocaron sus cuerpos en una posición muy similar, como dos animales, como dos innatos enemigos. Aquello me hizo recordar cuando él llegaba de correr, cuando adoptaba aquellas posiciones inhumanas, como de las fantásticas bestias que me describió en aquella última semana. Comenzó a atacar el gigante de las trenzas, lanzó rápidamente su pierna izquierda contra la cabeza de su adversario, éste se agachó pero la pierna no llegó a terminar su trayectoria original, fue un amago. Bajó la pierna y lanzó la rodilla de la otra pierna contra la cara desprotegida. Al percibir aquello su contrincante se cubrió con los dos brazos, bloqueó la rodilla sin demasiado esfuerzo y volvió a ponerse en pie tras apartarla violentamente. Al finalizar aquel inteligente ataque volvieron a ponerse en guardia. Su contrincante sacó de su manga izquierda una daga y atacó. Lanzó su pie derecho contra la rodilla derecha de mi querido hermano oscuro, éste la apartó y levantó esa misma pierna contra el rostro de su rival. Pero aquel ataque era una trampa, paró la pierna cogiéndola con su mano libre por el tobillo y la levantó aún más hasta un extremo antinatural. Aquello hizo que las dos piernas del joven trazasen un amplio ángulo mayor de noventa grados con las dos extremidades completamente estiradas y guardando un equilibrio muy precario. Teniéndole en aquella posición tan forzada bajó su mano izquierda para golpear con el puñal en, ¡sus genitales! Pero el joven parecía estarlo esperando. Se impulsó con la pierna izquierda salvándose del puñal, giró en el aire pasando su pierna izquierda sobre la derecha, aún cogida, y lanzó una rápida patada contra sorprendido rostro de su enemigo. Le dio de lleno. Al encajar semejante golpe cayó al suelo escupiendo un hilillo de sangre y el puñal salió volando de su mano. Mi amado cayó de pie. A pesar de la velocidad conseguida, gracias a su grandiosa habilidad, no consiguió evadirse totalmente del afilado acero: la cara interior del muslo derecho tenía un corte largo y fino del que brotaba algo de sangre.

Tras recibir aquella impresionante patada, el hermano oscuro se levantó con rapidez y desenvainó la espada. En sus ojos había auténtico odio y rabia, algo fallaba. Aquel proscrito luchaba mucho mejor que él, se notaba una ira fuera de lo común, aquel rostro completamente contraído se estaba preguntando cómo aquel miedoso y sentimental traidor era capaz de luchar así. Recordé los diarios entrenamientos antes y después de ir a trabajar con mi padre; recordé la noche del pajar, cuando me dijo que entrenaba con sus compañeros y, además, con su padre. Aunque tachado de débil y cobarde, estaba mejor adiestrado, no era más fuerte pero sí más hábil. Contemplé a mi jadeante amigo, en su rostro no había ni gota de miedo, su mirada era la de un asesino, estaba sumido en un estado de concentración bastante profundo.

No era nada honroso luchar con una espada frente a un desarmado. El joven no tenía ningún tipo de protección, un solo golpe mortal y toda una vida se evaporaría. Estaba aterrada, temía por su vida, A pesar de su capacidad para la lucha contra un adversario más fuerte y con una espada, lo tenía muy difícil. Volví a divisar su rostro, su estado de pánico volvió a insinuarse, estaba mirando de frente a un hombre armado con la intención de matarle de un solo golpe. Con tal miedo encima no llegaría a tener la concentración necesaria y podría morir en cuestión de segundos.

Atacó el espadachín con golpes rápidos y certeros, todos iban dirigidos a puntos letales de mi hermano oscuro, éste los esquivaba con maestría y rapidez. Así estuvieron varios minutos. Ninguno de los dos parecía flaquear, mas el cansancio estaba haciendo acto de presencia en ambos. Al final los golpes eran algo más lentos y él no lograba esquivarlos todos completamente: el torso, brazos y piernas se estaban llenando de rasguños y cortes; aunque no eran heridas mortales sangraba mucho por ellas. Mis nervios estaban a flor de piel, si mi amado no hacía algo, perdería demasiada sangre o encajaría el golpe definitivo. Miré su rostro, el miedo desapareció de él, tenía la faz fría y la mirada profunda, al reconocer aquella mirada me tranquilicé, estaba pensando mientras se movía. Tenía un plan, estaba segura.

En aquel mismo momento el joven desprotegió su costado izquierdo para ponerse en guardia, su contrincante se percató de ello, pero pensó en una posible trampa, atacó al costado y mi amigo intentó coger la muñeca de la espada con la intención de desarmarle sin conseguirlo, aquel golpe era un amago y la muñeca se libró de ser agarrada.

El joven dejó su cuello desprotegido y allí fue atacado. Lo esquivó agachándose y golpeando la boca del estómago en el contraataque. El puñetazo fue tremendo, al encajarlo, su adversario dejó escapar de su garganta un sonido seco y ahogado quedándose sin respiración. Sin soltar el arma se dobló llevándose la mano izquierda al punto donde recibió el golpe. Con su rostro contraído e hinchado levantó la espada en posición de defensa, ahora estaba a la merced de su camarada. Su oponente se sujetaba la mano agresora, le sangraba abundantemente por los nudillos, entonces caí en el detalle de la cota de malla del espadachín. El puñetazo fue descargado con una fuerza descomunal, seguramente con más de la imaginada por todos los presentes. Mi amado atacó. De una patada en la mano le desarmó haciendo volar la espada sobre sus cabezas, dio un paso hacia atrás y miró arriba. La espada estaba cayendo hacia donde él estaba, levantó la mano y la cogió por la empuñadura. Todos los presentes quedamos completamente impresionados, había cambiado la situación de la pelea. No muy lejos se oían cascos de caballos galopando, sería sir Ramiro con sus caballeros.

El contrincante desarmado, comenzó a recobrarse, mientras su enemigo estaba esperando con la espada en la mano, podía acabar con su vida, mas no lo hizo, seguía esperando. Cuando terminó de recuperarse atacó con una patada frontal justo en la altura del pecho de su enemigo. Éste se hizo a un lado y acometió a su vez con la espada. Todos pensábamos en la muerte inmediata del hermano oscuro desarmado pero no fue así, le golpeó en toda la frente con el canto de la espada. Fue un golpe certero, medido al milímetro, y dio de lleno en el blanco. Al recibir el golpe cayó al suelo completamente inconsciente. Momentos después comenzamos a aplaudir al vencedor, al más curtido y diestro. Al hombre que trabajó tanto por aquel pueblo, al hombre que salvó a una niña de una muerte segura, a un hombre. Estaba agotado y sus heridas más grandes aún sangraban un poco. Su pantalón estaba desgarrado por las piernas, el incendio y la pelea le diezmaron. Clavó la espada en el suelo apoyándose en ella, bajó los hombros en un gesto de decaimiento. Jadeaba fuertemente, el lazo del pelo se le había aflojado durante la lucha y su pelo caía en finos bucles por ambos lados de su rostro; la cinta amenazaba con caerse. Cuando nos disponíamos a ir a ayudarle y a felicitarle, llegó sir Ramiro con tres de sus caballeros montados a caballo.

- En nombre de Dios y del rey quedan arrestados los que han osado romper la paz de nuestra tierra. - Hizo un gesto a los caballeros y éstos se bajaron de sus monturas desenvainando sus espadas. Se acercaban lentamente a mi amado.

- ¡No le hagáis nada! - No pude reprimirme gritar. Aquello me parecía una injusticia.

- Hasta el juicio permanecerán los dos en el calabozo .- El joven cogió la cinta del pelo. Tenía la cabeza baja y su melena le cubría la cara. Despacio se ató con la cinta su mano a la empuñadura de la espada. Se estaba atando la espada para no perderla, estaba dispuesto a luchar contra los caballeros. No quería ser arrestado. Lloré. Estaba agotado y aquello me pareció un último acto, una locura; podría demostrar su inocencia. Los caballeros se acercaron a él. Levantó la cabeza y se apartó el pelo con la mano izquierda, me miró rápidamente, aquello era una despedida, me sonrió dulcemente. Yo no podía dejar de llorar, aquello era superior a mí. Mi madre me sostuvo, las piernas me fallaban. La gente comenzó a gritar por la piedad del hermano oscuro, no podían callar después de haber visto todo lo ocurrido. Los caballeros comenzaron a rodear al hermano oscuro.

- He de administrar justicia para preservar la paz de nuestra tierra. Si opone resistencia me veo obligado a usar la fuerza. - Nada más decir esto los tres caballeros atacaron, comenzó el que estaba frente a él. El hermano oscuro detuvo el golpe con su espada sin demasiada dificultad cuando otro atacó por la espalda. El hermano oscuro intuyó el golpe y se hizo a un lado, el caballero casi le da a su compañero, a la vez que se encontraba con el codo izquierdo de su agotado contrincante. Al no tener la resistencia del hermano oscuro, derrotado cayó al suelo dejando un hilillo de sangre en el aire, tenía la nariz y la cara llenas del rojo líquido. Los dos restantes atacaron a la vez, con las dos manos en la empuñadura de la espada el hermano oscuro hizo una finta desde abajo hacia arriba levantando las espadas de los caballeros. Los dos empujaban hacia su rostro, mas el hermano oscuro soportaba el lance con cierto esfuerzo. En un segundo el joven levantó las dos espadas con un empujón y atacó. El caballero que estaba frente a él fue desplazado hacia atrás con una fuerte patada en el estómago. Con un rápido movimiento introdujo su espada en el estómago del caballero hasta casi la empuñadura. Aquello fue aterrador, el arma atravesó el peto y la cota de malla como si nada. La vida del caballero se escapaba por aquella terrible herida, un reguero carmesí y tibio salía del estómago y de la espalda mancillando el brillo de la coraza. Mi alma se derrumbó al ver la cara de mi amor, era la mirada de una bestia, no la del hombre sensible y cariñoso. Sacó la espada, estaba cubierta de sangre. El cuerpo cayó al suelo sin vida.

El último caballero disponible miró con odio al hermano oscuro, cogió la espada con las dos manos y se lanzó hacia él. Los ataques eran rápidos y fuertes, en cada lance descargaba todo el odio y la rabia. Sir Ramiro decidió unirse al combate pero no bajó del caballo. El joven hermano paraba los golpes con rapidez, a pesar de notársele un pesado cansancio, no parecía estar agotado, aún tenía fuerzas para jugar con el caballero. No se percató de sir Ramiro, se abalanzaba hacia él a caballo por el costado derecho. En un segundo mi amigo se vio sorprendido por dos lados y, sacando fuerzas de flaqueza, se movió mucho más rápidamente que sus dos enemigos. El caballero le atacó al pecho y él se defendió golpeando el arma agresora. El golpe fue terrible, la espada del caballero se partió en dos y éste cayó hacia atrás por la fuerza del impacto. El hermano oscuro culminó su agresión girando sobre su cintura, anteponiéndose a la espada del sir Ramiro y bloqueando su ataque. Al fallar, sir Ramiro tuvo que maniobrar con el caballo para volver a tener al joven oscuro frente a él. Éste dio un grito, en la misma extraña lengua usada para afilar su espada y el caballo del otro hermano oscuro fue hacia él, mas tenía a sir Ramiro en medio. El caballo corrió directamente hacia sir Ramiro con toda la potencia de sus enormes músculos. Sir Ramiro le encaró pero fue demasiado tarde. El poderoso corcel negro levantó las patas delanteras hacia sir Ramiro, sin poder esquivarlo, fue golpeado en el hombro izquierdo y en el brazo. El golpe de las herraduras resonó contra la coraza de sir Ramiro y éste cayó al suelo con un pesado y sonoro golpe. El caballo de sir Ramiro se encabritó y salió corriendo. Sir Ramiro intentó levantarse sin éxito, la armadura estaba abollada en los dos puntos del impacto. Abrió los ojos y miró al hermano oscuro, estaba de pie junto a él. El caballero que quedaba en pie no se atrevió a atacar, tenía la espada rota y su enemigo era muy superior a él.

- ¿Por qué no me matas?

- Mi padre luchó junto a ti hace años, por honor a él te perdono la vida.

- Has matado a uno de mis caballeros, te perseguiré.

- Lo único que conseguirás será contar lo ocurrido a tu descendencia .- Nada más decir esto golpeó al patético sir Ramiro en la cara dejándole sin sentido.

Se desató la espada de la mano, cogió el puñal que perdió su compañero minutos antes y se dispuso a colocar a su enemigo sobre su caballo. Le costó un enorme esfuerzo la maniobra. Luego subió él también y desapareció lejos de las murallas tambaleándose, lejos de mi vida. Le dejaron marchar en paz, nunca supe si lo hicieron por respeto, por perdonar la vida de sir Ramiro o por miedo. Tenía la extraña sensación de que aquel hombre no era mi amado hermano oscuro. Era un hermano oscuro sin piedad, un asesino. Ni me miró tan siquiera.

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EPÍLOGO

Nada más irse los hermanos oscuros, los hombres de sir Ramiro ordenaron cerrar las rejas de la entrada y levantar el puente levadizo, nadie entraría ni saldría de allí hasta haber aclarado todo. Intentaron despertar a sir Ramiro y al caballero inconsciente, tardaron varios minutos en hacerlo, los golpes fueron muy fuertes, tardarían días en irse los moretones y el dolor; a sir Ramiro le atendieron el brazo roto. Tras aquello sir Ramiro decidió ir a dormir un par de horas hasta el anochecer. Los momentos antes del anochecer fueron terribles para mí, era el segundo año en que las fiestas fueron auténticas pesadillas y, en aquel momento, sólo pensé en místicas maldiciones pesando sobre mí. Mis padres estuvieron animándome todo el tiempo y por la noche ya estaba mucho más calmada.

Cuando sir Ramiro despertó ordenó a todo testigo de lo ocurrido compadecer ante el tribunal del castillo, era una sala con un aforo de más de cien personas, cuya función era la de albergar los juicios del feudo. Era muy lóbrega a la luz de las antorchas, estaba construida como un anfiteatro con gradas de madera desde donde la gente presenciaba los juicios. En la parte más baja era donde se hacía el juicio en sí. Constaba de la mesa del juez, una mesa más pequeña a cada lado (izquierda para la defensa y derecha para la acusación) y, frente a la mesa del juez y de espaldas a las gradas, estaba el banco de madera donde se podían sentar hasta diez personas: era el banco de los acusados. La única puerta para acceder a la fría sala estaba al lado de la mesa de la defensa, era una puerta de hoja doble y con un enorme cerrojo por dentro que constaba de una pieza de hierro cilíndrica dentro de otro cilindro hueco, se pasaba de un lado a otro para abrir o cerrar. Aquel cerrojo fue una idea bastante revolucionaria.

El juicio fue muy peculiar, no había acusados porque habían huido. No mandaron a nadie por temor a perder otro hombre, eran dos luchadores fuera de lo común y podían haberse aliado. Se declaró que mi padre albergó a uno de los hermanos oscuros y pasó a sentarse en el banco de los acusados.

- El hermano oscuro llegó pidiendo cobijo por un tiempo a cambio de trabajar en el campo, venía en son de paz aunque armado.

- ¿No pudo negarse a darle trabajo? - Ramiro era la acusación y hacía las preguntas directamente, sin rodeos. Se le veía muy dolorido por la muerte de su caballero.

- Sí pude.

- Entonces ¿por qué no se negó? Bien sabe que está prohibido albergar a hombres armados sin decírmelo.

- No me negué porque apareció mi hija, dijo que aquel hombre la salvó de ser violada meses atrás. - Al escuchar aquello, sir Ramiro meditó sobre el asunto tratando de acordarse.

- Sí, me acuerdo. Pero aquella vez le estuvimos buscando. - Mi padre no pudo reprimirse.

- Buscándole, ¿para darle las gracias o para arrestarlo?

- Para juzgar si era un hombre peligroso para este feudo.

- Un hombre peligroso no se dedica a trabajar por un techo y algo de comida diaria. Ni para salvar de una muerte segura a mi hija.

Se oyó aquello de la madre de la niña que el hermano oscuro había salvado del incendio horas atrás. Tras aquello toda la sala comenzó a gritar a favor del hermano oscuro.

- ¡Mató a uno de mis hombres! - Levantó la voz tratando de justificar su acusación. En la sala se hizo el silencio.

- Quizás le mató para salvar su propia vida, le atacaron vuestros honorables caballeros. - Mi padre estaba temblando de miedo, mas se atrevió a decírselo al mismísimo sir Ramiro. Éste guardó silencio, un silencio tenso, en la sala los nervios se pusieron a flor de piel. Por fin habló.

- Voy a deliberar sobre lo ocurrido, nadie saldrá de aquí hasta haber decidido qué hacer. - Se levantó y abandonó la sala junto con sus mejores caballeros. Tardó poco en volver, no estuvo ni una hora. Todo el mundo aguardaba impaciente la decisión del señor feudal.

- He decidido en perdonar a Miguel por albergar a un hermano oscuro clandestinamente, por no haber causado ningún problema mientras estuvo allí. Pero tanto él como su compañero quedan desterrados de este feudo para siempre, si alguien los ve, deberá denunciarlo o sufrir las consecuencias. He dicho. - Se levantó y se fue.

Un alivio general invadió la sala, dentro de lo ocurrido la sentencia no fue demasiado dura aunque no podría volver a ver a mi amado hermano oscuro mientras estuviera viviendo allí. Nos dejaron volver a nuestras casas.

Mi padre escondió la cota de malla poniéndosela él bajo su propia camisa, con todo el jaleo nadie se enteró, gracias a Dios. Por la noche dormí hasta bien entrada la mañana, estaba agotada y el pensar en mi querido hermano oscuro y en todas sus pertenencias - que estaban en mi casa - mochila, ropas, oro, la espada, el puñal, la cota de malla, me agradaba. Dentro de mi corazón albergaba la idea de volverle a ver cuando volviese a por sus cosas, pero también albergaba el dolor por no poder ni si quiera hablar con él, estaba desterrado del único mundo que yo conocía. Varios días después apareció en la ventana de mi habitación más allá de la media noche. Unos golpes en mi ventana me despertaron, al abrir las contraventanas de madera me llevé un buen susto al encontrármelo encaramado en el alfeizar, en un difícil equilibrio a unos tres metros del suelo. Vestía con harapos, como un vagabundo.

- ¿Puedo pasar? - Preguntó con una sonrisa en los labios, aquel era mi hermano oscuro, cariñoso, tierno.

- Claro.

- Vengo a por mis cosas.

- Sabía que ibas a venir a por ello. Están en el pajar, escondidas. Si quieres...

- Ya las encontraré yo. No te preocupes. - Me cortó, tenía prisa en desaparecer. Esta vez seguramente sería la despedida definitiva.

- ¿Qué fue del otro hermano oscuro?

- Hablé con él. Aunque me costó conseguirlo, me dejará en paz por haber luchado con él como un hermano oscuro, con valor y todo eso. Me dijo que el miedo ya no afectaba a mis atributos como hermano oscuro. Quedó en ir a hablar en mi favor con los honorables ancianos de la hermandad oscura.

- Eso está muy bien. - Me alegré muchísimo por él, así podría vivir en relativa paz.

- Pero tardaré años en saber si seré perdonado o no, sólo en llegar allí y en volverme a encontrar con mi camarada tardaría más de un año - Me miró meditabundo. - Pero no creo que vuelva, yo no soy un asesino.

- Te comportas como uno cuando luchas. - No supe, ni sabré, por qué dije aquello, aún hoy me arrepiento de ello.

- ¿Te acuerdas por qué fui rechazado por los míos?

-¿Por miedo?

- Sí, por eso, y después de todo tenían razón. Tras matar a mi padre en la prueba de sucesión el miedo que tenía se arraigó en mí y me bloqueó, no pude cumplir como un hermano oscuro en ninguna de sus misiones. En la tortura y durante todos estos años desarrollé una segunda personalidad que acabó por poseerme. Esa segunda personalidad es un asesino, un hermano oscuro modelo. Pero con el paso del tiempo me he dado cuenta de algo. Vivir con miedo no es malo, es normal y si no me dejo vencer por ese temor podré vivir como soy en realidad, como he aprendido en mis viajes; y no es como un hermano oscuro.

- Es una elección acertada, ¿qué harás?

- Lo único que sé hacer, vagar por todo el mundo hasta saber si podré o no vivir en paz y sentar la cabeza. Casarme, tener un hogar, unos hijos, una vida tranquila. Pero aún queda mucho para eso. - En aquel momento me imaginé como su esposa, me dejé llevar por esa dulce fantasía.

- Llévame contigo. - Le dejé sorprendido, seguramente no se esperaba aquello. Le miré y, con el corazón en la mano se lo dije sin ambigüedades. - Me he enamorado de ti, y te quiero .- Quise leer en su rostro cuál era su reacción, necesitaba saberlo. Sus ojos se pusieron vidriosos, aún en aquella penumbra pude ver en su rostro algo que nunca supe descifrar.

- Me honras, no sabes cuánto he deseado encontrar alguien a quien querer desde la muerte de mi padre. Pero no puedo aceptar aunque yo te quiera a ti.

- ¿Por qué?

- Porque vivir conmigo sería peligroso.

- No me importa, correré cualquier peligro con tal de estar a tu lado, ser tu esposa.

- Sólo conseguirías estorbarme. Sara, ignoras los peligros que aguardan más allá del protector mundo en donde vives. Incluso puede que ya esté muerto cuando me encuentre con mi hermano, cuando sepa la decisión de los ancianos. Pero te prometo venir a buscarte en cuanto lo sepa.

- ¿Me lo prometes?

- Te lo prometo, y dejo esto como prenda. - Me rozó la mejilla con su mano derecha, aquella mano tan fuerte, llena de cicatrices y callos. Acercó su rostro al mío y me besó apasionadamente en los labios. Las lágrimas corrieron por mis mejillas.

- Te esperaré el tiempo que haga falta.

- Volveré. - Le abracé con fuerza, no quería que se fuera. Cuando le dejé irse, volvió a la ventana y saltó al suelo con toda tranquilidad y sin hacer el más leve ruido. Corrió hacia el pajar y entró en él. Tal como estaba, corrí hacia la puerta y salí fuera de la casa. Aunque me di prisa, ya no estaba en el pajar. Me volví buscándole en la penumbra aprovechando cada rayo de luz de la luna. Metros más allá pude ver una silueta negra, era él, me estaba mirando, levanté la mano como despedida y él la levantó a su vez, tenía su hermoso pelo suelto y bailaba sobre su cabeza en armonía con la fría brisa nocturna. Se dio media vuelta y se alejó, se movía con una rapidez inusual, andaba con su típica y asombrosa agilidad. Me llevé los dedos a mis labios y los rocé, así estuve hasta sentir el frío en mi cuerpo, y el frío de la soledad en mi corazón. Así le vi por última vez, mientras todo su ser se fundía en la oscuridad infinita de la noche y del tiempo.

Le estuve esperando durante ocho años, entonces supe que no volvería a verle jamás, no volvería nunca. No me he atrevido a creer que él rompió su pacto, seguramente nunca tuvo noticias de sus hermanos oscuros o murió. Como era demasiado vieja para casarme con nadie y, aunque no lo fuese, no querría a ningún hombre como le quise a él, decidí casarme con mi Señor Jesucristo. Ingresé en el convento de la zona, a dos días en carruaje desde el castillo del pobre y justo sir Ramiro. Dios me perdone, pero desde entonces no ha pasado, ni pasará, un solo día en el cual no espere a mi querido hermano oscuro, nunca supe su nombre, mas nunca me ha importado. Lo importante es el nombre de nuestros sentimientos, y ese nombre es el amor.

Este manuscrito bien lo destruiré, bien lo guardaré en secreto hasta la tumba, lo he escrito para preservar mi amor, nuestro amor, en este manuscrito hasta la eternidad; hasta que la muerte nos separe.

Amén.

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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Última modificación: 26-12-2001