VampiroJuan Carlos Martínez A veces es increíble el giro que puede dar la vida de cualquiera, estás tranquilamente protegido por la monotonía de tu existencia y unas rígidas leyes sociales y, sin darte cuenta, todo eso se rompe como un enorme ventanal de fino cristal. Habrán pasado unos cuatro días desde el cambio sufrido en mi anterior estado. Desde entonces el tiempo ya no es tal para mí. Incluso puedo cerrar los ojos y acordarme como si estuviera allí, nervioso delante del espejo del pequeño aseo de mi casa en Madrid, nervioso como cada viernes que quedaba con los amigos de siempre para salir. Había tenido una semana bastante ajetreada y quería dejarme llevar por una fantasía creada por mi imaginación haría dos o tres semanas. Me vestí como si mis mejores ropas fuesen parte de aquella platónica fantasía, estaba seguro de disfrutarla aunque sólo fuese en mi imaginación. Cuando acabé de arreglarme, me detuve unos instantes para evaluar el resultado de mis esfuerzos. Tenía puesto un traje negro, una corbata del mismo color y una camisa blanca, siempre me ha gustado el color negro y el contraste de la camisa me parecía exquisito. Me pasé la mano por mi recién afeitada y algo escocida cara, y un rayo fugaz de vergüenza obligó a mi corazón a latir un poco más deprisa; iba a llamar la atención y lo sabía, en el fondo también quería llamar esa atención, casi infantil, con el fin de llenar un poco mi solitaria vida cotidiana. Como casi todos los chicos solteros y sin compromiso estaba obsesionado por conocer a una chica, y mi fantasía tenía nombre de mujer, un nombre desconocido y así seguiría siendo, para siempre, para variar, de eso estaba seguro. Acabé mi obra con la gabardina negra guardada con mimo en el único armario ropero de mi habitación y ya estaba listo para irme. Una vez en el ascensor volví a mirarme en el espejo de cuerpo entero allí colocado para ver el producto final. Parecía un ejecutivo y no hice ningún intento de reprimir aquella energía nerviosa producto de mi vanidad; subió al pecho desde el estómago como una corta pero intensa corriente de alta tensión. Aunque mis amigos irían bien vestidos, mi vestimenta contrastaría con ellos, pero no me importaba demasiado, les tenía acostumbrados. Me senté con cuidado en el autobús mientras recordaba cómo comenzó aquella fantasía. Mis amigos y yo solíamos ir por un local para siniestros y góticos, nos gustaba aquel ambiente, había poca luz, música gótica y parroquianos obsesionados con el bestiario e indumentaria del famoso Bram Stocker. Nos gustaba aquello, aunque nosotros no vestíamos de manera tan extravagante, eso sí, la música era casi lo mejor de aquello, sin embargo, a veces, aparecía alguna chica cuya ropa y forma de bailar despertaba nuestro morbo, pero solían tener novio o acompañante, y así comenzó aquello. Apareció ella. A primera vista uno ve a una chica de algo más de veinte años, blanca como el mármol y bella como una obra de Miguel Ángel. Su pelo negro caía en discretos tirabuzones sobre sus finos hombros, sus top negro y minifalda a juego con su indumentaria y pelo, en contraste con su piel, insinuaban un cuerpo exuberante, explosivo, de los que sólo se ven en series americanas rodadas en Miami o Florida. Iba sola y se acomodó en la barra, justo bajo una de las tres bombillas que la alumbraban, quería exhibirse, y se regocijaba de su extraordinaria belleza. Nada más pedir una consumición al camarero, dos chicos disfrazados de vampiros se acercaron a ella. Maldije el alto volumen de la música al no dejarme oír su voz mientras observaba y, a la vez, me acercaba a un rincón sin demasiada luz de forma discreta. Mis amigos iban a lo suyo, estaban acostumbrados a mis pequeños desplantes. Grupo tras grupo, chico tras chico, e incluso alguna que otra chica, se acercaba de forma ordenada, como si estuvieran haciendo cola para hablar con ella. Aquel ángel oscuro hablaba con todos ellos y parecía educada hasta para despedirlos sin demasiados problemas. Pasó más de una hora hasta que la gente se desanimó lo suficiente como para dar un respiro a la inagotable belleza. Se colocó de espaldas a la barra con los codos apoyados en ella, era lo suficientemente alta como para permitirse ese lujo, y no pude evitar regocijarme en su cuerpo, las blancas e interminables piernas desaparecían bajo la minifalda como si la prenda fuese parte de su anatomía. Su estrecha cintura acentuaba todavía más aquellos perfectos pechos, donde mis ojos e imaginación se perdían. Me fijé en su delgado cuello, cuando un poblado bucle de su pelo se deslizó hacia su espalda, tenía un colgante de plata pequeño pero brillante, era un ank, un símbolo de eterna juventud. Notaba cómo mi cuerpo se excitaba con una química tan instintiva como imposible. Más de una vez quise tener el valor de "entrarle", pero me faltaron las fuerzas. Nunca me ha gustado sumergirme en una situación perdida desde antes de un principio, prefería la nada antes del fatal trago al que me sometería, siempre he sido demasiado tímido, o cobarde quizás. Con su consumición en la mano miró distraídamente a su alrededor, me extrañó mucho ver su vaso de tubo, o había pedido otro o no había probado ni gota del primero. El local no estaba demasiado lleno, a las cuatro de la mañana no suele quedar mucha gente allí. Sonaba una de mis canciones favoritas de Type 0 Negative cuando me miró. Sus ojos buscaron los míos. No obstante su juvenil aspecto, aquella mirada me atravesó. Algo dentro de mí se agitó, un miedo demasiado viejo y puro como para ignorarlo, aquella mirada era demasiado profunda para alguien así; una parte oculta de mi mente me repetía una y otra vez que aquella criatura era demasiado vieja, la parte racional se opuso a semejante barbaridad. Tras el profundo y místico conflicto de mi mente se imponía la realidad, mi corazón se paró por un momento para latir más rápidamente, a la vez que mi estómago generaba descargas eléctricas obligando a mi espalda empaparse de un familiar sudor frío. Mis piernas temblaban y yo deseaba apartar la mirada de aquel insondable pozo de sus ojos, pero me obligué a no hacerlo; me gustaba mucho y sentí cómo ella se interesaba por mí de alguna forma; todo un lujo como para desaprovecharlo. Al cabo de una eternidad su vista siguió paseándose por el local y no volvió a dirigírmela. No sé cuánto tiempo sostuve aquella mirada pero me dejó agotado, sentí cómo explotó y secó mi voluntad, como un analítico sondeo hasta el mismo fondo de mi alma. Busqué un sitio para sentarme un rato y apuré el refresco sin alcohol, ya caliente y aguado por el hielo derretido. Se volvió a repetir la historia otros dos fines de semana, durante unos agotadores segundos, ella me miraba y yo aguantaba el reto. Me gustaba demasiado y quería demostrarle que, si no "entraba", no era por falta de valor, sino por exceso de sentido de la realidad. Cuando volvía a mi rutinaria vida trataba de intentar olvidar aquellos ojos; hoy día una chica puede mirarte como a ella le plazca y no significar absolutamente nada. A pesar de aquellos largos instantes que hice míos, nuestros, seguía convencido de no tener la más mínima posibilidad, de tener algún tipo de éxito con ella. Lo único que me quedaba era la fantasía. Soñaba cómo ella se apoderaba de todo mi ser en un acto sublime y divino de amor, no me parecía nada obsceno, era muy hermoso; no creía en los flechazos, pero había sufrido uno, y lo sabía. Los sueños sólo aparecían de día y eran muy nítidos. Era extraño, muy extraño, mas no me importaba en absoluto, soñaba aquello y eso no me lo quitaba nadie. La campanilla de "Parada Solicitada" del autobús me sacó del ensueño de mis recuerdos, había llegado a mi destino. Al encontrarme con mis amigos, ya estaba preparado para enfrentarme a aquellos ojos y mi hermosa fantasía o bien ella no volvería a aparecer y el tiempo se encargaría de erradicar aquellos hermosos y juveniles momentos. Al traspasar la puerta del local me dejé llevar por el cambio de atmósfera, del ruido de la céntrica calle, a la profunda música gótica, de la ambarina luz de las farolas, a la oscuridad casi completa del local, del frescor nocturno, a un ambiente cargado. Mi corazón latió aceleradamente cuando la vi, ¡sí, estaba! Hablaba con un hombre alto y vestido casi como yo, era verdaderamente imponente. Estaban hablando seriamente, se conocían, en mi cabeza apareció automáticamente la palabra <<novio>>; aquel hombre era demasiado rico e interesante como para ser otra cosa y aquella chica estaba a la altura. Cuando mis amigos y yo nos acomodamos en nuestro lugar de siempre, el hombre le besó dulce y respetuosamente la mano y se fue. Aquel no era su novio y la certeza atravesó mi cuerpo como una reparadora brisa templada, con el sabor agridulce de mis hiperventilados músculos. La chica ni se fijó en mí, la señal del final de ningún comienzo. Unos instantes después comenzaron a sonar las notas de una de mis canciones favoritas, la única canción capaz de vencer mi miedo al ridículo y salir a moverme frenéticamente, "Du Hast" de Rammstein; ignoré el familiar sentimiento de fracaso y fui a la pista de baile. Cerré los ojos para quedarme a solas con la música, tenía el espacio suficiente para moverme con libertad sin chocar con nadie, cuando un golpe en mi hombro derecho casi me tira al suelo. El crescendo de la música disparó mi adrenalina, el imbécil que me empujó iba a pagarlo muy caro. Me di la vuelta rápidamente mientras un pinchazo de dolor bajaba hasta el codo, el golpe fue muy duro para ser una casualidad. Aún no acabo de creer a quién me encontré allí, era ella y se estaba dando la vuelta, al parecer tropezó conmigo. Mi mente entró en conflicto, aunque era casi tan alta como yo, pesaría diez kilos menos, no podía haberme dado con semejante fuerza y sin embargo allí estaba, mis ojos decían tanta verdad como mi dolorido hombro. - Oh, perdona, no te había visto. Tuvo que hablarme con su boca casi rozando mi oído para hacerse entender, su voz era suave y femenina. Mis nervios acabaron de saltar al sentir aquel roce suave en mi dolorido codo, sabía muy bien qué era. Mientras la sangre se agolpaba en mi rostro, agradecí la penumbra reinante, recé para no tartamudear. Me acerqué a su oído, tapado con su hermosa melena. - No te preocupes, esas cosas suelen pasar. Todo parecía apuntar el fin de la tan deseada situación, cuando en mi mente estalló otro conflicto. - ¿Fumas? Aquella conversación pasaba la palabra cuando uno se separaba de la oreja del otro, la diferencia era aquel destructor roce en mi codo y un fuerte olor a perfume caro. También agradecía no tener que mirarla a los ojos. - Lo siento, no fumo. - Yo tampoco. No podía creérmelo, leí entre líneas cómo usaba una de las fórmulas más viejas y menos usadas hoy día para ligar, ¡¿estaba ligando conmigo?! Me alegra saber que aún hay gente sana. - Lo mismo te digo. El subidón de nervios me obligó a concentrarme en hablar con un mínimo de fluidez. - Aquí hay mucho ruido, ¿vienes a tomar algo? - Por favor. Un ligero movimiento de mi mano le dio paso a la barra. Allí había más luz y también se podía hablar mejor. Noté las miradas de muchos chicos, mi intuición me daba a entender su naturaleza comprensiblemente envidiosa. Observé a mis amigos y vi cómo me hacían gestos de "campeón" y "ánimo tío, deja bien alto el pabellón". Les sonreí y seguí al ángel ataviado con un ceñido vestido negro; cuando nos detuvimos bajo la luz morada, su ropa seguía siendo completamente negra mientras la mía parecía una caótica bóveda celeste. Sus ojos eran verdes y parecían brillar con luz propia. Su mirada era muy profunda y eso me desencajó, sentí como si me volviera a obligar a sostenerla y no quería perder una oportunidad así; no volvería a presentarse en mucho tiempo, demasiado tiempo, de eso estaba seguro. Decidí hacer acopio de toda mi voluntad para poder sostenerla y a duras penas lo conseguí. Pedimos bebida, para mí sin alcohol, volvió a halagar mi vida sana. Estuvimos mucho tiempo hablando, yo respondía a sus preguntas sobre mi casi constante vida y ella me respondía con la suya. Nacida en Irlanda, era ejecutiva de una importante empresa petrolífera de Kuwait y estaba allí por una visita de negocios. Me sentí mal pese a sus intentos de hacerme sentir cómodo, tenía dos años más que yo, era alguien de alto rango y encima internacional, mientras yo aún estudiaba mi último año de carrera. Mi escasa autoestima me hizo depender completamente de la voluntad que aquellos ojos se bebían poco a poco. Mis amigos me dieron un respiro, al final se atrevieron a acercarse a nosotros. Les presenté, aunque no sabía su nombre, entonces lo supe, se llamaba Caroline. Mis buenos amigos "tenían que irse", saludaron a mi voluptuosa contertulia y salieron del local. Terminé de apurar mi bebida mientras ella no había tocado la suya. Me invitó a tomar otra copa en su suite del Hotel Palace y yo, por supuesto, acepté. Fuimos charlando mientras ella imponía un rápido ritmo al andar, sin parar de contarme lo hueca que era su vida de permanentes e inhumanas entrevistas de negocios y viajes de trabajo, sin perder aliento. Intenté comprenderla y me dedicó una dulce sonrisa con poder de exaltar mi cuerpo. Me pidió permiso para cogerme la mano y se lo concedí, era encantadora. Al sentir el contacto con su piel, un escalofrío me recorrió dejando una amarga huella de miedo, estaba congelada y no hacía tanto frío, así se lo dije y le ofrecí mi gabardina, la rechazó educadamente no obstante mi insistencia. Aquello no me podía estar pasando a mí, sin embargo, me estaba pasando. Llegamos al suntuoso hotel cogidos de la mano. Me alegré de haber elegido aquella ropa, no desentonaba demasiado en aquel lujoso y protocolario ambiente, y no había luces moradas para delatar el polvo adquirido en el armario. Ocupaba la suite presidencial, un conjunto de varias habitaciones conectadas por puertas y un cuarto de baño enorme. Una vez acomodados en el gigantesco salón de estilo renacentista, como el resto de la suite, volvió a lamentar la falta de dulzura y cariño en su vida. Yo también lamenté la mía a pesar de ser un humilde estudiante. Aquello creó un primer lazo de unión. Ya no veía su cuerpo, pude ver, sin embargo, su indomable espíritu y me asusté al sentirla como si fuera más antigua que el propio Madrid. Ella lo notó enseguida. - No me equivoqué, eres alguien muy especial. Al decirme aquello me besó dulcemente en los labios. Como si su boca fuese un acaudalado manantial eléctrico, mi cuerpo estuvo al borde de la convulsión, me dejé llevar por una loca pasión pese a su frío contacto. Nos separamos de aquel rápido primer beso y me observó con una mirada enamorada. No jadeaba a pesar de aquella, al parecer, olvidada pasión para ella y desconocida para mí pese a mis veinticinco años. - Me he permitido el lujo de averiguarlo todo sobre ti después de la primera vez que te vi. Me volvió a besar con más pasión y su lengua entró en mi boca. Me acarició y yo la acaricié a ella. Había imaginado miles de veces una situación así y no era ni parecida a la realidad. Mi cuerpo se aceleró desaforadamente a pesar de sentir su fría piel bajo aquella fina tela, contrastando con la elevada temperatura de la mía. Su boca estaba vacía, no tenía saliva y me extrañó bastante, intenté ignorar aquello. Hicimos el amor varias veces, en la enorme cama, en el mismo salón y en la bañera. Me hizo sentir la divinidad del amor utilizando los más bajos instintos sexuales. Mudó en realidad todas mis fantasías y me descubrió aún otras tantas nuevas mientras las hacía nuestras. Era toda una maestra en el arte de amar. Recordé su enorme fuerza mientras hacía gala de una delicadeza casi materna. Su resistencia física era muy superior a la mía, y cuando el agotamiento comenzaba a apoderarse de mí, me susurraba al oído lo mucho que me quería. Aquello llenaba mi corazón y me daba fuerzas. Se convirtió en la anónima mujer de mis sueños, mas la conocía lo suficiente como para corresponderle con mi propio amor, tanto tiempo reprimido; se lo hice saber. Yo no podía más, pero pegó su cuerpo contra el mío evitando que saliese de dentro de ella. - Ahora necesito de toda tu voluntad, te necesito, amor mío. Me asusté de veras y volví a percibir su frío cuerpo, carente de sudor a pesar de aquella proeza física. Aunque te veas morir no intentes que esto nos separe, porque será la última vez que te deje solo. A renglón seguido me besó en el cuello y sentí un ligero pinchazo; sencillamente me había mordido. Era la primera vez que la oía jadear mientras se bebía mi roja vida, la pasión sentida en uno de los anteriores orgasmos era como una broma de mal gusto en comparación con aquella sublime sensación y acaricié su espalda cada vez con menos fuerza. El techo de la habitación comenzó a ser más blanco, aún después de quedarme totalmente ciego. No sentí cómo se separaba de mi cuello pero, cuando empezó a decirme algo, supe que mi cuerpo estaba prácticamente seco, estaba demasiado debilitado como para sentirla; tenía razón, estaba a solas con la muerte. Ni siquiera notaba mi débil corazón, estaba a punto de pararse y lo sabía. No podía morir allí y aquello también lo sabía. Mi voluntad fue imprescindible para sobrevivir a aquello, me había vaciado como los vampiros de las novelas de Anne Rice, aquellas mismas novelas leídas por mí hace algunos años. Pronto ella volvió a decir algo y tampoco logré entenderla, mis sentidos estaban a punto de apagarse como mi corazón, como mi vida, y yo seguía sin querer morir allí. Enseguida toda la sublime pasión y dolor volvieron, al llenarse mi boca con un denso líquido. Supe que aquello era la vida tras la propia vida. Se comenzó a llenar mi cuerpo y me aferré al suyo, me estaba dando otra oportunidad a la arrebatada; mi alma se llenó con un amor casi tan antiguo como la propia humanidad y, sin embargo, nuevo para mí. Cuando no pude beber más, me volvió a abrazar, mientras me susurraba algo al oído. Pese a no poder entenderla supe que podía descansar, estaba destrozado en todos los sentidos, había sido una noche demasiado larga; conocí, y mi corazón se apagó. Desperté en otra habitación, aunque no era la del hotel no se había escatimado en lujos, estaba llena de delicados artículos árabes. Estaba acostado en una cama titánica y estaba solo, rodeado de enormes y suaves cojines. Había un hueco de arrugadas mantas a mi derecha, alguien durmió junto a mí. Me levanté pesadamente y comencé a notar un sofocante calor. Me asomé a la ventana y la visión de tres pirámides iluminadas por invisibles y potentes focos acabaron de despertarme. A pesar del tremendo susto, mi corazón seguía parado y no podía respirar, estaba muerto pero podía ver en la noche como si el Sol brillara en su cenit; el dormido ruido de la céntrica calle egipcia llenaba mis oídos como si fuese una de las horas punta del día. Me di la vuelta cuando un pequeño ruido me llegó como una desbandada de elefantes, era Caroline con su escultural cuerpo vestido con una sugerente ropa interior negra, incluso llevaba liguero; no me excité. Me explicó todo casi como lo había leído en las "Crónicas vampíricas", me había vampirizado. Aquello era verdad porque me sentía vivo como nunca me sentí en aquel cuerpo frío y muerto. Sentía una fuerza sobrehumana y mi sangre, detenida con una densidad casi gelatinosa, no llenaba mi cuerpo. Consciente de mi poder y mi nuevo estado físico y mental experimenté una horrenda sed de sangre. Cuando estaba vivo sufría dentro de mí una enorme nada emocional, pero aquel nuevo vacío era mucho más profundo, mucho más poderoso y no estaba quieto, latía con vida propia; debía beber y pronto, o me volvería loco. Me sentí como un diabólico monstruo. - Mientras no seas presentado como mi hijo ante mis mayores, no podrás beber de nadie más. Dicho esto me acercó el rostro a su fino y suave cuello. La mordí con unos colmillos tan afilados como nunca los había recordado y volví a beber de su sangre. Era tibia, en contraste con la frialdad de su cuerpo; mientras bebía sentí un poderoso éxtasis mucho mayor y más intenso que las sensaciones del Hotel Palace. Me había matado y sus agentes en Madrid habían preparado mi muerte, estaba muerto y a la vez estaba bebiendo de ella en Egipto. Ahora está vistiéndose en el baño, yo ya estoy vestido con un elegante traje blanco de verano y esperándola. Aprovecho para escribir con una velocidad sobrehumana esta historia de amor y muerte. Ella me ha robado una vida pero me la ha devuelto, una vida más eterna, más real. Tengo una eternidad para amar a mi soñada mujer, mi incansable amante y mi añorada madre. Volver al principio |
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