LA FRASE DEL MESLa guerra es una masacre de gentes que no se conocen, para provecho de gentes que sí se conocen, pero no se masacran. Paul Valery El fin, los medios y los principiosTodos nos preguntamos cuál es el fin de esta guerra anunciada desde hace meses y que, afortunadamente, no ha estallado gracias a la oposición de ciertos gobernantes y de una gran parte de los ciudadanos del mundo, muy hartos ya de ser engañados con argumentos incongruentes. Ciertamente es encomiable la actitud de las gentes, a pesar de haber sido bombardeadas hasta la saciedad con noticias apocalípticas, sospechosamente falsas bien es verdad, e incluso amenazadas con catástrofes imprevisibles: los gobernantes españoles, sin ir más lejos, nos pusieron los pelos de punta con la noticia de la millonada de euros gastados en vacuna contra la viruela. Uno ya está hasta el moño de tanta añagaza política, para justificar lo injustificable, y termina por cambiar de canal cuando nuestros dirigentes nos cuentan historietas para no dormir. Poca credibilidad les queda después de lo del Prestige, lo del barco con armas detenido en nombre de y después liberado por "papá yanqui" y otras muchas meteduras de "gamba", aderezadas con Perejil mediterráneo, por intentar salir bien quietecitos en la foto. Los políticos de alta política, aquellos detentadores del poder, da lo mismo del signo que sean, nos señalarán como incapaces de entender lo que realmente sucede a nivel internacional; más nos vale mantenernos callados y dejarles el camino libre para que puedan disponer de nuestras vidas y haciendas como ellos saben hacer, al fin y al cabo, lo hacen por nuestro beneficio, el de los pobres ignorantes... No creemos ni a los unos ni a los otros. Razón tienen aquellos responsables del PP que acusan a sus homólogos del PSOE de utilizar la coyuntura para obtener beneficio político, sin estar realmente convencidos de sus propios argumentos. Ciertamente: "Cuando estaban en la oposición decían NO a la OTAN, después nos metieron en ella con argumentos más que falaces, llegando a nombrar Secretario General a uno de sus pupilos. Cuando estaban en el gobierno dijeron SI a la guerra del papá yanqui y ahora dicen que no porque les conviene. Pero a nosotros nos trae sin cuidado, si en esta ocasión coincidimos en el fin, tanto da. Eso sí, no piensen que nos utilizan, simplemente se han colocado en nuestra onda y no a la inversa. Seguros estamos de que, si estuvieran en el gobierno, otras muy distintas serían sus manifestaciones, no en vano su hermano británico está al lado de quien está. Insistimos, como nos objetarán que no somos capaces de entender los entresijos del gobierno mundial, nos hemos propuesto hacer un pequeño ejercicio de trasladar el problema a nuestra dimensión, o lo que es lo mismo, hacer una pequeña maqueta de los acontecimientos internacionales para poderlos entender a nuestro nivel. Nos hemos imaginado una comunidad de propietarios de viviendas, en un barrio cualquiera de cualquier ciudad. Suponemos la existencia de ricos y poderosos que, además, saben engatusar a sus vecinos, de otros pobretones, ignorantes e ingenuos, fáciles de engañar, y de algunos díscolos y no muy bien intencionados, los podemos considerar molestos de verdad. Sigan ustedes la historia. El presidente es el dueño de la armería instalada en los bajos del edificio. Siempre bien trajeado, con cara de no haber roto un plato en su vida, inigualable en la estratagema de hacerse la víctima de cualquier problema surgido en la finca. Por otra parte, buen cumplidor religioso y autoproclamado, a bombo y platillo, único defensor de los intereses de la comunidad; ha conseguido, incluso, que le nombren presidente a perpetuidad gracias al pasotismo de la mayoría. En cierta ocasión, uno de los vecinos del ático le comenta las amenazas continuas del inquilino colindante, debidas a un problema de uso de una parte de la terraza compartida. Ni corto ni perezoso, decide armar al del ático hasta los dientes, dispone para ello de material no registrado en su almacén. Se frota las manos, si se matan entre ellos, tendría la oportunidad de hacerse con los correspondientes pisitos; tiene un par de hijas casaderas. Le vende un revólver, una escopeta y hasta un rifle de precisión, eso sí, provistos de una munición atrasada que dormía hace tiempo entre la humedad del sótano y, posiblemente, no sirva para nada. El problema de la terraza se acaba fin y las aguas vuelven al cauce de una tranquilidad inquietante, normal en toda comunidad de vecinos. No cabe duda, el del ático es beligerante y ahora la emprende con el vecino de abajo. El presidente de la comunidad, ayudado por los propietarios de los cuatro primeros pisos sube un día a su casa. Derriban la puerta y la emprenden a golpes con varios de sus hijos, que se defienden, como es natural. Resultado: algunos contendientes en el hospital con heridas de pronóstico reservado. Pero el armero no está contento, no ha conseguido hacerse con los pisos que ambiciona y difunde todo tipo de rumores sobre los del ático. En cierta ocasión su tienda es motivo de un atraco y aprovecha la oportunidad para echarles la culpa. "¡Tienen armas de todo tipo!", afirma; no dice que él se las proporcionó, aunque todos lo saben y callan.. "Es muy posible que esos degenerados intenten también atentar contra la propiedad de los demás inquilinos". Es más, asegura: "por placer, son capaces de descerrajar un tiro a todo aquel que se aventure a asomar la nariz por una ventana y mirar hacia arriba". Reúne a la comunidad y les pide una coalición para entrar en el apartamento del ático provistos de los últimos modelos de armas que acaba de recibir en la tienda -está loco por probarlas-, para echar al molesto vecino de la casa. Los del tercero no quieren saber nada, se dan cuenta de la jugada y deciden intentar impedir el desaguisado. El propietario del cuarto izquierda, sin embargo, se ha hecho muy amigo del armero, se hace mieles con él y no duda en perder amistades de años; al fin y al cabo le ha invitado un par de veces a comer y hasta le ha dejado quitarse los zapatos y ponerlos en la mesita de centro de su salón... Se convierte así en su mejor valedor, ante el escarnio y la burla de los demás. Se convoca una nueva reunión y se organiza una buena bronca, terminando por echarse en cara los trapillos sucios. No se adelanta nada. El armero lo tiene decidido y no está dispuesto a dejar pasar la oportunidad de comprar a bajo precio un apartamento del edificio. Una noche, a sabiendas de que el cabeza de familia está ausente, el presidente y algunos de los inquilinos, para no alertar con el ruido del ascensor, suben las escaleras, dan una patada a la puerta del ático y terminan matando a la mujer y los niños que dormían placidamente. Seguro que los lectores dirán: ¡Qué barbaridad! ¡Vaya historia más increíble! La policía y el sistema judicial darán cuenta de tal crueldad y castigarán a los que se toman la justicia por su mano (si a eso se puede llamar justicia). Eso sería así, evidentemente, si hubiera tal policía y tal sistema judicial, pero aquí es donde nos falla el modelo, o bien no falla, pero debemos enmarcarlo en un sistema dictatorial, en el cual un ciudadano rico, bien vestido, que hace obras de caridad por el barrio, aunque algunos aseguran que siempre saca partido de ellas, que cumple con los poderosos y les llena de regalos, dádivas y compensaciones alguno le debe hasta su puesto de trabajo-, siempre será exculpado con la eximente de haber sido atacado primero (?). Podríamos seguir con el modelo, da para mucho, pero con lo anterior basta para hacer entender hasta a los menos escrupulosos que tal conducta, por muy reprobable que sea la del vecino del ático, es indigna de un ser humano y, cuando menos, tan peligrosa o más que la de su víctima. Lo sabemos, el fin no justifica los medios pero, en este caso, el fin en sí mismo es altamente reprobable e ignominioso. Para terminar, sólo nos queda preguntarnos por los principios. ¿Qué ha sido de ellos? Sentimos vergüenza ajena de la actitud de nuestros gobernantes en este conflicto. Nos hablan de terrorismo, cuando saben que nadie en su sano juicio creerá ser éste el caso. Si alguien nos puede ayudar en ese gravísimo problema interno será, precisamente, nuestro vecino colindante, el cual está enfrentado con el dueño de la armería. A lo peor hay algunas promesas de por medio que desconocemos, quizás por tratarse de prebendas inconfesables. Confiamos en que el sentido común se imponga y no estalle el conflicto, en bien de todos, incluido el propio armero. LA REDACCIÓN Volver al principio |
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