De compras
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

Histórico Año V

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Marzo 2003. Nº 43

La pura realidad

Monólogo del Club de la Comedia

Un hombre y una mujer pueden ir juntos a muchos sitios. Pueden ir juntos al cine. Pueden ir juntos a la playa. Pueden ir juntos al Sáhara o a Soria. Hasta pueden irse juntos a la cama. Pero adonde jamás, jamás, jamás deben ir juntos es... de compras. No. En eso somos incompatibles.

Yo, porque no lo aguanto. Ella, porque dice que la estreso. ¡Que la estreso!

De entrada, te engaña:

- Cariño, no vamos a tardar nada, anda... Y te tiras seis horas de compras.

Luego, te asusta: vas con ella por la Gran Vía y de repente...¡abducción! ¿Dónde está? Miras a un lado y a otro...¡Ha desaparecido! Cuando la encuentras está como Spiderman, pegada a un escaparate:

- Pero mira qué suéter...

Los hombres somos diferentes. Nos interesan las cosas prácticas, útiles, realmente indispensables. Yo qué sé: barbacoas, un gato para el coche, una caja de herramientas con setenta y tres tipos de destornilladores, ¡un cortacésped! Sí, vale, no tengo jardín, ¿y qué? ¡Es tan bonito! Me lo llevaría a casa para pasarlo por la moqueta: "Ueeeeeeeeggg..., Ueeeeeeegggg".

Pero ellas no nos entienden:

- ¿Qué miras? Te paras en unos sitios...

Y no nos entienden porque las mujeres van de compras, y los hombres vamos a comprar. Y no es lo mismo. Comprar es: "Deme usted dos clavos del seis". E ir de compras es: "sólo tengo siete horas para las trescientas treinta y nueve tiendas de este centro comercial y tengo que verlas todas" ¡Y luego soy yo el que la estreso!

Una mujer puede estar toda una tarde de compras sabiendo de antemano que no va a comprar nada. Entra en la boutique y dice:

- Quiero probarme ese vestido, ése y ése.

Y va de camino al probador va lanzando mensajitos:

- Lo veo un poco pequeño de arriba, y éste me va a hacer bolsas...

La dependienta se percata de que va de farol, y pone cara de odio. Pero a ella le da igual, y se prueba media tienda. A la hora y media, sale dejándoles todo como si hubiesen entrado los bomberos, y nada más pisar la calle comenta:

- Nunca compro en este sitio por lo bordes que son las dependientas...

Un hombre jamás hace eso. En cuanto te pruebas tres cosas, te sientes culpable; el dependiente también lo sabe, y se aprovecha de ti:

- Sí, sí, la chaqueta me gusta, pero es que creo que le valdría a Pavarotti.

- ¿Que se la ve grande? No, hombre, grande no, es amplia, pero es su talla. Usted es que es ancho de hombros, se nota que hace pesas, ¿eh?

- ¿Quién yo?

- ¿No? ¡Quién lo diría! Cruce así los brazos, ¿a que no le tira? ¡Porque es su talla!

- ¿Y una tallita menos?

- No, sólo me queda esa talla, tengo que recibir, pero le quedaría pequeña. Y con esa chaqueta lo que le queda que ni pintado es cualquiera de estas dos camisas, llévese las dos, y esta corbata que le hace juego con los botones...

Si el dependiente es hábil te puede vender hasta tres chaquetas: una negra, una azul y una fucsia, por si vas a Miami.

Cuando un hombre va a comprar, lo que quiere es acabar pronto:

- Deme usted unos zapatos.

- ¿Color?

- Negros.

- ¿Número?

- Cuarenta y dos.

Ya está. Una mujer no. Si encontrara los zapatos en la primera tienda, se le estropearía la tarde. Disfruta buscando:

- Quiero un zapato mixto destalonado, tacón cubano, rojo, pero muy rojo, con reflejos anaranjados...

¡Toma, búscalos! De compras con una mujer, te conviertes en el hombre objeto. Concretamente, en perchero: en la puerta del probador, sosteniéndole el bolso y el chaquetón, cargado con cuatro conjuntos y dos combinaciones.

Ella se asoma y dice:

- Cariño, dile que te de una tallita más, y que si lo tiene en azul.

Pero eso no es lo peor de los probadores. Lo peor es saberte rodeado de mujeres desnudas de las que sólo te separa una cortina minúscula que se mueve continuamente. ¿Dónde miras para no parecer un guarro? ¡A las cortinas no! ¡A la dependienta tampoco! Te haces el aburrido. ¿Qué está Claudia Schiffer en bolas en la cabina de al lado? ¡Y a mí qué! A mí lo que me pone es el fluorescente del techo.

Cuando los que nos probamos la ropa somos nosotros, peor:

- Te vas a probar éste y éste, y aquél, y si lo tienen en rojo, también.

Y se pasa el rato descorriendo la cortina del probador para que todo Dios te vea en calzoncillos. O te mete a la dependienta dentro y te miran ambas como forenses en una autopsia.

- Si es que como no tiene cintura y ha sacado el culo plano de su padre... Siempre tengo el mismo problema para encontrarle ropa.

¡Y yo la estreso! ¡Yo!

Y después de comprar, ¿quedan satisfechas? ¡No! Se siguen parando en todos los escaparates:

- Mira estos zapatos con tacón carrete, y más baratos, no me tenía que haber comprado los otros, pero como tú me metes esas prisas...

Una película se acaba, los viajes al Sáhara o a Soria, también... pero si quieren ustedes saber lo que es la eternidad, no tienen más que ir de compras con una mujer. Ahora, que yo no se lo recomiendo.

Les ofrecemos un ejemplo gráfico

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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Última modificación: 20-04-2003