Opinión y Debate
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

Histórico Año V

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Septiembre 2003. Nº 48

Contenido de la sección:

Ciudad de las Ciencias en Valencia: Gran decepción (Julio Gutiérrez)

De profesión, concejal (José Riquelme)

Ciudad de las Ciencias en Valencia: Gran decepción

Julio Gutiérrez. Universidad de Alcalá.

Todo parecía indicar que el grandioso entorno en que se ubica la Ciudad de las Ciencias, en el antiguo cauce del Turia, rodeado de jardines, bien estructurados y conservados, y en unos modernos edificios admirables, se iba a repetir en el interior. Pasemos por alto que, a pesar de tener muy corta edad, ya se están haciendo reparaciones en los estanques existentes alrededor del edificio y, por lo tanto, se encuentran vacíos. Nada más lejos de la realidad. Una verdadera decepción.

Nos aconsejaron reservar las entradas; en plenas vacaciones estivales podría ser problemático el acceso. Primer inconveniente: la desorganización desde la planta baja. La cola para obtener los tiques, pagados con antelación por medio de la VISA, era mucho mayor y la espera más prolongada que la correspondiente a los visitantes menos previsores.

La sospecha de que el interior del Museo de las Ciencias "Príncipe Felipe" nos iba a deparar muchas sorpresas agradables, impidió que el mal humor se hiciera patente desde la temprana hora de la mañana. Provistos de dos cámaras fotográficas, cuatro carretes de 36 exposiciones, un magnetoscopio de vídeo y unas cuantas cintas de una hora de duración, emprendimos la visita. Tras todo el día en la Ciudad, incluida la visita al delfinario, la toma de imágenes se redujo a 20 fotografías y 30 minutos de película. Creo que con estos datos pueden hacerse una mejor idea del contenido del Museo y el Oceanográfico.

Empecemos por el Museo. Mal estructurado, sin un recorrido recomendado, con mezcolanza surrealista de temas, parece más bien un bazar. La mayoría de los expositores se encuentran "en revisión" o no funcionan. Grandes carteles a la entrada anuncian: "prohibido no tocar". Pero ¿qué hay para tocar? El recorrido a base de leer, a lo largo de la pared, interminables descripciones, que se pueden encontrar en cualquier libro de divulgación científica, no parece apropiado para un Museo de la Ciencia. Se salvan dos exposiciones: "detrás del enchufe", un recinto amueblado por gentileza del Museo de la Ciencia de París, muy apropiado para que niños y neófitos comprendan muchos de los fenómenos eléctricos comunes en nuestras vidas, y la exposición de gemas naturales y artificiales, muy exhaustiva, aunque fuera de lugar.

Añadan a esto el calor y humedad insoportables propios de la capital valenciana; el aire acondicionado brillaba por su ausencia.

Cansados de no haber visto algo digno de mención, el péndulo de Foucault quizás, y bastante decepcionados, pensamos en comer en el restaurante del recinto. Gravísimo error. Más nos hubiera valido buscar algún establecimiento externo, por lejos que estuviera. Nada más entrar nos arrepentimos de no haber seguido un curso de "patinaje sobre hielo sin patines". Háganse una idea: los camareros andaban a pasitos muy cortos, con resbalones continuos, a riesgo de esparcir por el suelo la vajilla; las viandas eran responsabilidad de los clientes: se trataba de un buffet libre.

Nos lo tomamos a broma. Uno de nosotros se dirigió al encargado para preguntar si, en el precio de la comida, entraba el correspondiente curso de patinaje. Se lo tomó a mal y nos respondió que la culpa era de los responsables del museo por escatimar el aire acondicionado. Mientras nos bebíamos una cerveza –el menú, por muy libre que fuera, pagado también por adelantado, a 17 euros por cabeza, era verdaderamente incomestible, casi todo quedó en los platos-, nos preguntábamos una y otra vez sobre la relación causal entre el aire acondicionado y la capa de grasa que barnizaba el suelo del restaurante; parecía como si, desde su inauguración, las baldosas no hubieran recibido la visita de una fregona. Por fin uno de nosotros dio con la solución. El aire acondicionado enfría la grasa y la solidifica. Con ello la suela de los zapatos se pega al suelo, evitando de esta forma el deslizamiento.

Contentos de nuestro hallazgo, decidimos pasar a la visita del Oceanográfico. Nueva sorpresa. No existe camino peatonal entre los dos entornos. Como llovía, sacamos el auto del caro estacionamiento subterráneo y, tras una vuelta increíble, llegamos al paraíso de los peces, con la idea de que se nos pasaría el enfado: el mejor del mundo, dicen. Los acuarios soberbios, pero los peces escasos. Para terminar de remediarlo, la "desorganización" no ha previsto un itinerario obligatorio, a fin de que los visitantes, en riada, no hagan el recorrido simultáneamente en sentidos contrarios. Esto, unido a la afluencia masiva de gente- no hay límite de visitantes-, hace imposible ver, y aún menos identificar leyendo las informaciones colocadas a nivel muy bajo, los animalitos expuestos. La visita guiada a los humedales lleva aparejada, además, una cola y espera interminables. Desistimos. Por fin los delfines. Trabajan bien pero, en comparación con otros delfinarios, el espectáculo resulta, de nuevo, decepcionante. Son jóvenes, nos decíamos, tienen todavía mucho que aprender.

Para resarcirnos y no salir con un cabreo monumental, terminamos el día en el IMAC. Al menos las sensaciones visuales impactantes nos permitieron hacer el viaje de vuelta comentando lo bueno y no lo malo.

¿Cuál es el problema? Sabemos por experiencia que nuestro país se destaca por montajes de quiero y no puedo. Se construyen soberbios edificios que luego, por desconocimiento, incompetencia y falta de presupuesto, no se corresponden con sus pretensiones iniciales. Pero en el caso de un Museo de la Ciencia y una exposición oceanográfica, bastaría con haber imitado ejemplos de países vecinos y cercanos de auténtica maravilla, con presupuestos no presuntuosos, además.

Mucho nos tememos que la dirección del museo ha recaído en manos de una persona que está lejos de ser un científico. El Sr. Toharia no ha destacado nunca por tener grandes conocimientos, aunque se atreva a hablar de cualquier tema, desde hongos hasta la materia oscura del Universo. Las pocas veces que le hemos visto en la pequeña pantalla o le hemos oído opinar en programas radiofónicos nos ha parecido estar muy lejos de ser un científico, un erudito o un buen conocedor de los entresijos de la divulgación.

Esperemos que en un futuro no muy lejano se ponga remedio al desaguisado. Si la información que los neófitos saquen del museo es lo visto en la actualidad, un flaco servicio le estaremos haciendo a la Ciencia.

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De profesión, concejal

José Riquelme

Los hay con concejalías y sin ellas. Y los hay que ostentan el poder municipal y que están en la oposición. Aquí nos referimos a los primeros. Ser concejal, últimamente, está resultando una profesión devaluada. Algunos tienen un morro que se lo pisan. La voz popular, muy sabia ella, siempre ha dicho que de cualquier cosa hacen un concejal o alcalde. Algunos de ellos se ponen nerviosos cuando se les aproxima el fin del chupe y el chollo de las municipales, porque tienen concedida la dedicación exclusiva y están "liberados".

Se dejan sus trabajos y se "dedican" de lleno a "sus" Ayuntamientos y por eso se "liberan". Sus sueldos, a final de mes, lo dicen todo. Su lema, el ordeno y mando. Sus hechos, pocos.

Ni en los mejores tiempos del tipo Paco de los pantanos, se han cometido tantas traperías y humillaciones al pueblo soberano. Todo por "cojones". Para que un ciudadano de a pie sea recibido por ellos, con intención de contarles algún problema. Esto equivale a citas y más citas, que eternizan la espera y éstos, desesperados, desisten.

Los hay tránsfugas, limpia chaquetas, limpia chaquetones... y procedentes de las más variopintas profesiones. El despilfarro lo tienen como bandera camuflada. Para ser concejal hay que estudiar poco, basta con un poco de imaginación y picaresca. Aun así, no les entra en la cabeza que no dejan de ser simples aves de paso.

Cuando necesitan un dinerillo extra, su alcalde de turno, convoca un pleno extraordinario, para así poder cobrar unos durillos más a final de mes. Por no hablar aquí de las "supuestas" comisiones de dinero extra que reciben, desde los más variados y variopintos lugares, estamentos, personas privadas, empresas...

Los móviles, las tarjetas Visa y los coches oficiales, los utilizan por doquier, pagados con el dinero de todos.

Un consejo. Si Usted, como ciudadano de a pie, decide un buen día ser concejal en las próximas elecciones municipales, haga una cura de humildad y piénselo dos veces antes de decidirse.

Más de uno, cuando deja el cargo, tan anhelado, también deja amistades y saludos en el camino, porque no todo ha sido hacer el bien a la colectividad, sino, en la mayoría de los casos, a unos pocos, y sobre todo a amigos.

Más de uno todavía no ha caído en la cuenta de que estamos en un país libre y democrático.

El ordeno y mando y la sumisión de los demás son las principales palabras remarcadas en el diccionario personal de sinónimos de cada uno de ellos.

¿Quiere Usted ser concejal de lo que sea en las próximas municipales? No, gracias. ¡Virgencita, que me quede como estoy!

Afortunadamente, no se puede generalizar, y todavía queda una minoría y algún que otro concejal sano.

Principalmente "gobiernan" para sus afines políticos, allegados y amigos. A la "contra" de las personas que no piensan, opinan o no comulgan con sus ideas. Van contra ellas en un tono demoledor.

Y después de lo ocurrido este verano en cierto municipio español, valoren ustedes.

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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Última modificación: 19-09-2003