El Rincón Literario
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

 Histórico. Año VI

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Noviembre 2003. Nº 50

El portero del prostíbulo

Un vecino del pueblo

No había peor oficio en el pueblo que ser portero del prostíbulo. ¿Pero qué otra cosa podría hacer aquel hombre? De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad, ni oficio.

Un día, se hizo cargo del prostíbulo un joven con inquietudes, muy creativo y emprendedor, y decidió modernizar el negocio. Hizo cambios y citó al personal para dar las nuevas instrucciones. Al portero, le dijo:

- A partir de hoy, usted, además de estar en la puerta, va a preparar un informe semanal donde registrará la cantidad de personas que entran y, además, anotará sus comentarios y recomendaciones sobre el servicio.

A lo que el portero le contestó:

- ¡Me encantaría complacerlo, señor!, pero no sé leer ni escribir.

- ¿Cómo...? ¡Cuánto lo siento, pero tendré que prescindir de sus servicios!

- Pero, señor, usted no me puede despedir, ¡yo llevo trabajando aquí toda mi vida!

- Mire, yo le comprendo, pero no puedo hacer nada por usted, le vamos a dar una indemnización, para que vaya tirando hasta que encuentre otra cosa. Lo siento y que tenga buena suerte.

Y sin más, el nuevo dueño se dio la vuelta y se fue.

El portero sintió que el mundo se le derrumbaba. ¿Qué hacer?. Entonces recordó que en el prostíbulo, cuando se rompía una silla o se descuajeringaba una mesa, él lograba hacer un arreglo sencillo y provisional. Pensó que ésta podría ser una ocupación transitoria hasta conseguir un empleo, pero sólo contaba con unos clavos oxidados y unas tenazas atascadas. Pensó usar parte del dinero de la indemnización para comprar una caja de herramientas completa y nueva. Como ni en el pueblo, ni en las aldeas de los alrededores había ferretería, debía viajar dos días en mula para ir a la ciudad más cercano a realizar la compra. Y emprendió la marcha.

A su regreso, un vecino llamó a su puerta:

- ¡Hola!, vengo a ver si tiene un martillo para prestarme.

- Sí, acabo de comprarlo, pero lo necesito para trabajar... ¡como me quedé sin empleo...!

- Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano.

- ¡Está bien!

A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino llamó a su puerta.

- Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende?

- ¡No puedo! Lo necesito para trabajar y, además, la ferretería está a dos días de viaje en mula.

- Hagamos un trato - dijo el vecino. - Yo le pagaré los días de ida y vuelta más el precio del martillo, total usted está sin trabajar. ¿Qué le parece?

Realmente, pensó nuestro hombre, esto le daba trabajo por cuatro días y aceptó. Volvió a montar en su mula y, a su regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa.

- ¡Hola, vecino! ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo? Vengo a decirle que yo necesito unas herramientas y estoy dispuesto a pagarle sus cuatro días de viaje, más una pequeña ganancia... Es que no dispongo de tiempo para el viaje.

El ex-portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue. Recordaba las palabras escuchadas: ¡¡No dispongo de cuatro días para comprar!!

Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que el viajara para traer herramientas. En el viaje siguiente, arriesgó un poco más de dinero trayendo más útiles que los que había vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo en viajes. La voz empezó a correr por el pueblo y muchos quisieron evitarse el viaje. Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes.

Con el tiempo alquiló un galpón para almacenar las herramientas y, algunas semanas después, adaptó una vidriera y el galpón se transformó en la primera ferretería del pueblo. Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba, los fabricantes le enviaban sus pedidos: era un buen cliente.

Con el tiempo, los pueblos cercanos preferían comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha. Un día, se le ocurrió que su amigo el herrero podría fabricarle las cabezas de los martillos. Y luego, ¿por qué no?, las tenazas, las pinzas, los cinceles... Después fueron los clavos y los tornillos... En diez años, aquel hombre se transformó en millonario con su trabajo como fabricante de herramientas.

Un día decidió donar una escuela a su pueblo. En ella, además de leer y escribir, se enseñarían las artes y oficios más prácticos de la época.

En el acto de inauguración de la escuela, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad, lo abrazó y le dijo:

- Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su firma en la primera hoja del libro de actas de esta nueva escuela.

- El honor sería para mí -dijo el hombre- Nada me gustaría más que firmar allí, pero no sé leer ni escribir; soy analfabeto.

- Usted? - dijo el alcalde que no alcanzaba a creer. -¿Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? ¡Estoy asombrado! Me pregunto, ¿qué hubiera sido de usted si hubiera sabido leer y escribir?

- Yo se lo puedo contestar - respondió el hombre con calma. - ¡Si yo hubiera sabido leer y escribir... sería el portero del prostíbulo!

Moraleja: Generalmente los cambios son vistos como adversidades, pero las adversidades encierran bendiciones. Las crisis están llenas de oportunidades. Cambiar puede ser tu mejor opción. Añade a esto la celebre frase:

"Una patada en el trasero siempre implica un paso hacia delante."

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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