Editorial
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

  Histórico Año VII

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Noviembre 2004. Nº 60

LAS FRASES DEL MES:

Un mal pequeño es un gran bien.

Proverbio griego

Comete tres veces el mismo pecado y acabarás por creer que es lícito.

Proverbio hebreo

Responsables de las lacras sociales II

Prometimos seguir analizando los grupos responsables de las lacras de la sociedad actual y, como lo prometido es deuda, aquí estamos para dar un repaso a los psicólogos.

Así como en el caso de los políticos se puede generalizar tranquilamente –todos son iguales o, al menos, cortados por el mismo patrón-, en el caso que nos ocupa conviene hacer alguna salvedad. Reconocemos la existencia de psicólogos responsables, buenos profesionales, críticos con las teorías en boga y auténticos investigadores del comportamiento humano pero, desgraciadamente, son los menos, forman un grupo pequeño y despreciado por la mayoría de sus colegas.

Sin duda, el problema deriva de la tendencia en considerar cualquier ciencia como exacta, aunque no lo sea ni la Matemática. Y he aquí que cualquier modelo, normalmente salido de las universidades americanas, se convierte en dogma de fe y teoría irrefutable, aunque no haya sido suficientemente contrastada. Para empezar, la sociedad yanqui no es lo que se dice un ejemplo de colectividad sana, como para ponerse a teorizar analizando su comportamiento y obtener conclusiones. El puritanismo hipócrita puede dar al traste con cualquier investigación social. Sin embargo, los modelos nacidos al otro lado del Atlántico se aplican sin reservas en éste y el resultado es una mala copia de unas formas de actuar, que ha convertido nuestro entorno en una auténtica madeja muy enredada, ya difícil de desenmarañar.

Como decíamos, asumiendo la psicología como una ciencia de las más exactas –ciencia sí, pero cuidado...-. nos hemos vistos abocados a sufrir las consecuencias. Otros grupos de presión y de poder han tomado el rábano por las hojas y han encontrado en ello la panacea y el caldo de cultivo idóneo para autocomplacerse en sus propios laureles, sin tener en cuenta que el ciudadano normal es el más perjudicado por todo este proceso.

Nos imaginamos que a estas alturas del texto, nuestros lectores habrán adivinado ya que nos referimos a esos modelos y comportamientos individuales totalmente antisociales que sufrimos. ¡Ojito con rechistar! Asociaciones y grupúsculos, adheridos o no a partidos políticos, ven con buenos ojos tales teorías y, en su afán de conseguir adeptos y/o votos, las imponen –o al menos lo intentan con más o menos éxito-, con la connivencia de los medios de comunicación.

Así, hemos asistido impasibles, en los últimos decenios, a unos irresponsables cambios en la educación de nuestros hijos, obligados por profesionales del sector, convencidos o poco dados a pensar en las consecuencias de sus acciones, con pretensiones de modernidad. Fruto de ello es, en el mejor de los casos, el pasotismo de nuestros jóvenes y la falta de interés por el esfuerzo en cualquier sentido, aunque repercuta en su propio perjuicio.

El joven es inconformista, afortunada e indudablemente, y eso no sólo es normal, sino necesario para conseguir el progreso social. Si no hubiera rechazo a los modos imperantes en cada época, no habría evolución ni mejora. Pero ello no es sinónimo del "todo vale". Hay leyes que son inmutables, pues provienen de la propia naturaleza y están ahí, no porque las haya dictado nadie, sino porque son el resultado de nuestra procedencia desde la molécula inerte al ser organizado y complejo que somos. Esas leyes se deben aprender y practicar; el egoísmo innato hace al individuo feroz con sus semejantes y, por alguna misteriosa razón, enemigo de la conservación de la especie propia. Pero no, al parecer, es mejor que cada uno crezca creándose sus propias leyes y modos de vida. La libertad del prójimo no cuenta, cuanta sólo la libertad del individuo en cada momento y circunstancia. En consecuencia, como los individuos más activos o, al menos, los protagonistas de la mayoría de los sucesos dignos del morbo informativo son los transgresores de las leyes, ahora resulta que ellos tienen todos los derechos y la mayoría silenciosa y obediente de las normas se ha visto relegada a un segundísimo plano, donde sus propios derechos no valen un bledo; al fin y al cabo todos sabemos que no van a protestar o lo van a hacer en voz muy baja. Ya lo decía Lopez Ibor: "El individuo que no infringe las normas es el mejor candidato a convertirse en cliente del psiquiatra", por aquello de la depresión, claro.

Y aquí nos tienen, generación de padres que, temerosos de la posible veracidad de esas teorías, hemos educado a nuestros hijos con el miedo a reprenderlos o reprimir cualquiera de sus acciones antisociales. Y qué decir de los docentes, muchos de ellos habituales visitantes de las consultas psiquiátricas a causa de la imposibilidad impuesta, que no incapacidad, de controlar a ciertos individuos que, en las aulas y fuera de ellas, hacen literalmente lo que les viene en gana. ¡Cuidado con imponerles una sanción!, pues terminarán siendo ellos los sancionados por las inspecciones correspondientes, obedientes, a su vez, a los partidos gobernantes, necesitados de votos y, sobre todo, de la aceptación de esos individuos díscolos que, como más activos, son los más peligrosos y los que mejor se hacen oír.

Recientemente hemos asistido indignados a las persecuciones psicológicas y agresiones físicas a unos alumnos indefensos, por sus compañeros. Esta situación no es nueva, justo es decirlo. Salvajes han existido siempre, pero antaño, los más débiles podían contar con la ayuda y la defensa de sus profesores, hoy, viendo las manos atadas de éstos, sólo pueden optar por quedarse en casa o el suicidio.

El "todo vale" en las aulas de los más pequeños, por miedo a traumatizarlos –según los modelos psicológicos comúnmente aceptados-, ha conseguido traumatizar al resto de la sociedad y, lo que es peor, traumatizar aún más a esos mismos que intentan proteger. Una vez crecidos, ¿quién es el guapo que les dice: "tu comportamiento no es adecuado"? El trauma auténtico viene entonces, pues no entienden que, si "todo valía" en la escuela primaria, no valga después. Y, con razón, se quejan de que no poder ejercer su libertad. Es verdad, intentamos, todavía, no dejarles ser unos vándalos, necesitados de destrozar impunemente lo que se les ponga a tiro de piedra o de pistola; al fin y al cabo es parecido. Además, ya se encargan esos grupúsculos anteriormente mencionados de echar la culpa de los males a la sociedad que ellos mismos han impelido a no educar a sus vástagos.

Resultado. Estudiantes universitarios que exigen el "todo vale", y el correspondiente título, sin dar nada a cambio, ni siquiera un poco de esfuerzo. Si no obtienen lo deseado, siempre habrá algún psicólogo a mano para expresar que el fracaso escolar es culpa de los docentes; al fin y al cabo éstos no saben cumplir con su obligación, que no es otra que aceptar el "todo vale".

Resultado: delincuentes peligrosos que, no sólo no cumplen condenas ridículas por agredir y/o quitar la vida a una persona indefensa, sino que los jueces encargados de poner un poco de orden en todo esto, llevados por las corrientes de moda, ya se encargan de que ni siquiera las cumplan.

Resultado: sociedades enteras que se ven impelidas a cambiar, no ya sus tradiciones, sino sus formas sociales avanzadas y progresistas, en aras de la libertad de visitantes procedentes de sistemas feudales.

Somos conscientes del carácter políticamente incorrecto y peligroso de lo escrito en el párrafo anterior, alguno de esos psicólogos, gobernantes o "defensores" modernos nos pueden tildar de racistas. Aclaremos las ideas. Entendemos que racismo es el rechazo en función del color de la piel, del uso de una lengua diferente, o de cualquier otro aspecto o rasgo físico en relación con el origen étnico o geográfico del rechazado, pero en medida alguna se puede tildar de racista al que se niega a volver a sistemas sociales antediluvianos, en uso de la tolerancia. Imagínense ustedes que, habituados a poner los pies sobre la mesa, en su casa, vayan invitados a hogar ajeno no practicante de tales maneras, e intenten hacer lo mismo y, por ello, sean rechazados. Evidentemente, en las circunstancias actuales, estarían ustedes en su derecho de acusar de falta de hospitalidad a tan intolerantes amigos.

En definitiva, aquellos que se amoldan fácilmente a las circunstancias y se someten con facilidad a las normas, deben ser obedientes con los cambios impuestos por los transformadores de capas en sayos, sean propias o ajenas, del color y forma más apetecidos.

Como decíamos al comienzo, parece natural que una sociedad hipócrita, donde el racismo es una realidad cotidiana y donde los derechos humanos sólo son motivo de letra escrita, produzca profesionales de la psicología que, debido al efecto péndulo, se atrevan a proponer cambios irresponsables. Pero, por favor, dejemos de importar esas teorías en sociedades más civilizadas, donde lo único que se puede conseguir, por ese mismo efecto péndulo, es un retorno a tiempos antiguos menos convenientes. ¿No creen que, precisamente, estas situaciones son las generadoras de la proliferación y el desarrollo de grupos neofascistas?

LA REDACCIÓN

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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