Opinión y Debate
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

  Histórico Año VII

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Diciembre 2004 - Enero 2005. Nº 61

Contenido de esta sección:

El consumismo navideño (Benjamín Hernández Blázquez)
RECORTES de PRENSA (Sobre el informe PISA)
El informe PISA (Jorge Martí)
ZOTES I (Tomás Cuesta)
ZOTES II (Faustino F. Álvarez)
El Cornezuelo (Gabriel Albiac)
Los golfos apandadores (Ángela Vallvey)
El arte de fabricar zopencos (Luis Ignacio Parada)
Cartas al director (Federico Gómez Pardo)

El consumismo navideño

Benjamín Hernández Blázquez. Universidad Complutense de Madrid.

Lo importante del tiempo es que pasa, proclamaba un destacado astrofísico a principios del siglo pasado; hoy tras muchas décadas acumuladas en el devenir histórico, ese sentimiento no ha variado. Y de todas las épocas del año, en ninguna se manifiesta tan relevante como ahora, cuando en el giro regular de la noria vuelven a aflorar las "Navidades", eventos que dejan huella sin par entre todos los grupos de edad, siempre repletos de efemérides y a caballo entre dos años. Uno bisiesto que entrega sus días, bien etiquetado con la eterna idea de maléfico, y otro que se avista en la cercanía, esperando no serlo. Religiosas o laicas, son fiestas solsticiales; este año, el sol pasará por el punto de la eclíptica más próximo al polo sur celeste, a las 12 h. 42 m del día 21, hora peninsular, y un día antes que en 2003. Es el comienzo del invierno para los inquilinos del hemisferio boreal.

Al llegar estas fechas, resulta inevitable analizar si se han perdido o no los valores genuinos de la Navidad, del mismo modo que en otros tramos del año religioso profano o cultural, cuando nos requieren sobre la pérdida o erosión de otros valores así tipificados. La causalidad social nos dice que, como la energía: no se pierden ni se encuentran, solamente cambian o se diluyen en aras del tiempo. Aunque se piensa que la mayoría se han perdido y los más ancestrales, de los escasos que subyacen, lo hacen de forma artificial, subvencionados o manipulados.

En este ambiente navideño han incidido notablemente el cambio en las prácticas religiosas vinculadas al catolicismo y auspiciadas por la influencia de las costumbres y usos norteamericanos, que no son autóctonos ya que sus raíces son europeas; las primeras Navidades en los EEUU se celebraron en 1607. Todo deambula en un consumismo exacerbado y catalizado por la omnipresente y machacona televisión. El cambio en los valores y manifestaciones sacras se pone de manifiesto en el descenso del número de católicos que desarrollan sus esquemas religiosos habituales, la pérdida de presencia de la Iglesia en los medidos y en la enseñanza motivada por su separación con el Estado y, a veces, separada, tibia o ambigua, cuando no divergente con la sociedad actual.

Eventos como la misa del gallo, el belén, la Epifanía, etc, han desembocado en una paulatina sustitución por árboles, Santa Claus y otros; los clásicos villancicos, coplas de villanos, por canciones en un inglés repetitivo, como el de los cumpleaños y todo con el denominador común del intercambio de regalos carentes de sinceridad, cada vez más "difíciles" y complejos. Asimismo, a través de la publicidad se ha adelantado el "espíritu navideño" a las calendas de diciembre, de modo que, cuando llega la Nochebuena, la gente está ahíta de comprar y frustrada por no poder adquirir más, ignorando totalmente el auténtico significado de estos días.

Ya en noviembre se informa, casi regularmente, "que los hispanos se lanzarán a un consumo desenfrenado", con aumentos porcentuales ascendentes, aunque, paradójicamente, luego dicen "se observa contención de gasto". Según la Unión de Consumidores, cada español se gastaría en 2003 una media de 800 euros repartidos en juguetes, regalos, comidas, ocio; el orden es indiferente y no se equivocó. También la esperanza de hacerse rico "vuelve por Navidad" y es uno de los principales gastos, 120 euros de media; sólo unos pocos se harán millonarios, como respuesta a un deseo inmoderado de enriquecimiento.

Todo es exhibición de bienestar o consecuencia de ello, bien físico, salud, o material, comodidad, pero, sobre todo, cuestión y jerarquía de valores, de los factores y componentes de satisfacción que se aprecien . La sociedad de consumo se refleja en, y posteriormente fagocita, los objetos materiales que nos rodean, los que se renuevan por la tecnología y que llegan a ser como una segunda naturaleza tornándose en imprescindibles en "estos días". El carácter de necesidad aquí es dinámico y dudoso, siempre lejos de la idea cervantina: "contingencia imprescindible para dar uso al ingenio".

En el entramado de estos dispendios económicos, desempeñan un papel determinante los mensajes publicitarios, algunos paradigmas del arte en general, y consentida mentira en particular, materializada con idealista y engañosa perspectiva. La publicidad con sus sofisticados medios tiende a converger en algo perverso, porque cuando aparece comprometida con la verdad es menos bonita y contradictoriamente menos persuasiva.

En realidad y visto lo expuesto, la pregunta que podíamos hacernos es la contraria, ¿cómo es posible que perviva algo del espíritu tradicional navideño: zambombas, panderetas, aguinaldos, belenes al aire libre, villancicos o canciones populares en español?

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RECORTES de PRENSA (Sobre el informe PISA)

El informe PISA (Jorge Martí)
ZOTES I (Tomás Cuesta)
ZOTES II (Faustino F. Álvarez)
El Cornezuelo (Gabriel Albiac)
Los golfos apandadores (Ángela Vallvey)
El arte de fabricar zopencos (Luis Ignacio Parada)
Cartas al director (Federico Gómez Pardo)

El informe PISA

Jorge Martí

Publicado en el diario de Mallorca

Estos días se ha hecho público el llamado Informe Pisa 2003, que compara los resultados educativos, en la franja de la Educación Secundaria, de los países miembros de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, formada por los 30 países más desarrollados más once Estados asociados). El informe se ha elaborado a partir de los resultados obtenidos por 275.000 estudiantes de 15 años en una prueba similar de seis horas. En lo que se refiere a España, los resultados obtenidos, que no deberían sorprender a nadie pues hace años que se sabe -algunos lo hemos comentado de forma reiterada- que el sistema educativo actual iguala por abajo a los alumnos y no desarrolla las capacidades de los que destacan, han producido, sin embargo, sorpresa en los medios de comunicación que han hecho público el informe: España está por debajo de la media europea en los tres aspectos analizados, matemáticas, cultura científica y comprensión lectora-expresión escrita. De hecho, España viaja en el furgón de cola ya que los resultados medios obtenidos la sitúan en los puestos 22, 23 y 24, según el aspecto analizado, superando, eso sí, a México, Turquía, Portugal, Grecia e Italia. Lejos como siempre de los primeros lugares, nos falta brillantez hasta para quedar los últimos: es el destino de España, siempre en penúltimo lugar, siempre conformándonos con los diplomas olímpicos.

Pero lo peor son los resultados obtenidos en la excelencia, es decir, en aquellos alumnos que destacan, nuestros futuros científicos: España se coloca en último lugar, con sólo un 1% de alumnos que han obtenido la máxima puntuación, cuando la media es de un 4%. Respecto a este último aspecto el secretario de Estado de Educación, Alejandro Tiana, se ha apresurado a afirmar que el informe demuestra un buen resultado de nuestro sistema educativo en materia de equidad (sic), si bien se hace necesario mejorar los niveles de excelencia. Vamos, que nuestro sistema educativo, impuesto en su momento por el partido que actualmente gobierna en España, es bueno porque generaliza la mediocridad y no es capaz de desarrollar las capacidades de quienes pueden destacar. Uno ya no sabe si este empecinamiento en no reconocer los errores del pasado, así como la urgencia de corregirlos, es fruto del cinismo político o es que de verdad no lo ven: uno ya empieza a pensar en la posibilidad de que nuestros nuevos políticos -espejo siempre de la sociedad de la que surgen- tienen la capacidad que corresponde a un país que estudia -es un decir- la ESO.

Alejandro Tiana ha rubricado su valoración del informe Pisa anunciando, no un cambio de la relación profesor- alumno en el marco de un nuevo sistema educativo que empiece de una vez a preocuparse por los alumnos que tienen la capacidad y la voluntad de estudiar y a protegerlos, sino más inversión. No tardarán mucho las asociaciones de padres en reclamar un aumento de los días lectivos, es decir, que los institutos acentúen aún más su papel de guarderías. Más dinero y más tiempo en las aulas, o lo que es lo mismo, confundir de nuevo la cantidad con la calidad. Ustedes verán. Pero, desde luego, así no se forma en condiciones a la élite humanística y científica del futuro. ¿O no es ésa la prioridad.

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ZOTES I

Tomás Cuesta

En «Lecciones de los maestros», George Steiner, que es, a su vez, uno de los maestros de la sensibilidad contemporánea, hace una interpretación de «La Divina Comedia» como epopeya del aprendizaje. Dante, un perfecto «escolástico» al fin y al cabo, habría concebido su poema como una serie de lecciones y clases magistrales que configuran, nutren, corrigen y elogian al discípulo en cada caso. El intelecto asciende desde la perplejidad más tenebrosa hasta los límites del entendimiento humano, que son exactamente los del lenguaje. «Educar» significa «conducir hacia delante», dejar atrás el Infierno de la puerilidad y hacerle un quiebro a la condenación que representa la infancia. Es decir, lo contrario de lo que nuestros educadores perpetran, hoy por hoy, con sus supuestos educandos. Con esas generaciones sin riendas ni equipaje que galopan hacia el infantilismo más cerril desde la autocomplacencia que azuza la ignorancia.

De todas las tropelías que ha cometido este Gobierno en su suicida frenesí por apurar etapas, la que tiene, sin duda, más calado es la paralización de la Ley de Calidad de la Enseñanza. Los disparates en política exterior, la vergonzosa politización de la justicia, la memez del plan antitrasvase, son moco de pavo y cacahuetes comparados con sostener lo insostenible en la tierra de nadie de las aulas. El tan cacareado informe de la OCDE, que nos sitúa en el furgón de cola educativo entre los países industrializados, no ha puesto nada de relieve, porque estábamos al cabo de la calle. Estamos rodeados de zotes consentidos, de iletrados con título y de analfabetos funcionales. El sueño de la Logse ha producido monstruos y la pesadilla está lejos de acabarse.

Hace ya mucho tiempo, Louis Pauwels, uno de los profesionales más brillantes de la gran época del periodismo en Francia, acuñó la expresión «Sida mental» para definir los estragos que la pandilla de Jack Lang estaba provocando entre los colegiales del hexágono. El virus del progresismo educativo había arrasado con la cultura del esfuerzo, con el «continuum» de la sabiduría como poso, con el ascensor social de la meritocracia. A la hora actual andamos en las mismas y sin que el ejemplo de nuestros vecinos nos haya servido para enmendar la plana. ¿He dicho enmendar? Perdón por el dislate. Que Dante nos coja confesados.

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ZOTES II

Faustino F. Álvarez

Señala un informe, que analiza la situación educativa de casi medio centenar de países, que los muchachos españoles estudian poco, aprenden mal, y que a los quince años muchos de ellos son incapaces de determinar el precio de cada huevo si una docena cuesta tres euros, y hacer la operación sin la calculadora del teléfono móvil les parece un asunto de alto riesgo y de excesivo esfuerzo. No caeremos en la trampa de que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque no es cierto, pero hubo sin duda momentos mejores en la historia de España en lo que se refiere al afán por saber y a la emoción del conocer. Del analfabestismo técnico hemos pasado a la logomaquia de la inconexión, de la imitación de discursos extravagantes, y también a una especie de jerga o morse que nos llevará a los infinitivos de los falsos doblajes de las películas de indios, o a las «eles» que remataban las palabras de unos chinos inexistentes. «Yo soy de ciencias», dice el más osado de la manada cuando le hablan de Cervantes o de Mozart, y «yo soy de letras» proclama el más pedante del grupo cuando le preguntan por los metros que suman un kilómetro.

Lo sorprendente es que las conclusiones del informe nos resulte algo inesperado. ¿En qué mundo vivimos? ¿A qué realidades tenemos abiertos los ojos, y a qué ponemos los oídos? La única ventaja o el único consuelo –lectura positiva, se dice ahora– que nos depara tal informe pasa porque el mal está generalizado, y otra vez asoma su patita el refranero con lo del mal de muchos, consuelo de tontos. Pero algo habrá que hacer. Y no sólo más dinero o más competencias educativas o más transferencias. El punto de partida está situado en la convicción de que la educación está en la base del progreso de una sociedad, incluso por encima de la aparición de reservas de petróleo o de minas de diamantes en el territorio nacional. Si esta evidencia no es asumida, aportar más esfuerzo a la educación pública puede tener algo de impuesto revolucionario de las apariencias. Los viejos maestros entenderían estos asuntos con bastante claridad, pero hoy la pedagogía tiene demasiado de mercancía sustituíble por una píldora políticamente correcta y desastrosa.

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El Cornezuelo

Gabriel Albiac

Publicado en el diario "La Razón"

Habla del cornezuelo la última novela de José Jiménez Lozano, «Carta de Tesa». De un cornezuelo anímico: enfermedad espiritual que ha dado en hacerse endémica, y que convierte el oficio de maestro en tortura insostenible. Pocos son hoy plenamente conscientes de que ese cornezuelo es la tragedia mayor de la España contemporánea. No sólo de España, ya lo sé: la destrucción de los sistemas escolares de matriz ilustrada y el complacido despeñarse en una boba infantilización general, es signo de que las sociedades modernas han apostado por el suicidio. Y han manufacturado monstruos domésticos a su medida exacta. Pero, al menos en eso, este pobre país ha logrado ser vanguardia absoluta.

La monstruosidad, aquí, no es hipótesis de laboratorio. Son ya varias las generaciones intelectual y anímicamente castradas por la devastadora LOGSE del año 1986. Eso reconoce el último informe Pisa 2003 de la OCDE sobre el progreso de la analfabetización en los países desarrollados. España es hoy, en eso, avanzada mundial. Nuestros jóvenes acaban ya la enseñanza media sin saber leer ni escribir. Sin saber hacer uso de una notación algebraica. Por completo puros de cualquier contaminación con gramática o sintaxis. Impecablemente desdeñosos hacia todo uso de conceptos, ideas y abstracciones. De lenguas clásicas, ya ni hablo. Es el fin. Todos lo sabemos. Y todos miramos hacia otra parte, porque, ¿para qué sufrir ante lo inevitable?

No hay sorpresa. El cornezuelo del cual habla la «Carta de Tesa» de Jiménez Lozano es infinitamente más que una ignorancia. Es el desprecio hacia cualquier esfuerzo por construir saber o inteligencia; es el odio hacia todo cuanto no sea el turbio naufragar común en lo más sórdido: la estupidificación metódica y complacida. El cornezuelo es esa ley que dice que el profesor no puede, en nombre de ningún criterio, suspender a un alumno, ni imponer en su aula otra disciplina que la que al alumno le pete, porque toda disciplina es autoritaria, y ya se sabe que autoridad docente es idéntica a fascismo. El cornezuelo es esa ley que inventó al alumno PIL, ente fantástico que «promociona por imperativo legal»: ¿usted no se sabe la tabla del 2?, no importa, nadie va a suspenderle, la ley lo impide, es usted un PIL; ¿usted insulta, amenaza o apalea a un profesor en clase?, no se preocupe, nadie va a expulsarle del centro, ni siquiera del aula, ni siquiera a suspenderle, la ley lo impide, es usted un PIL… ¿Y el profesor, y el maestro? ¿Qué es ser profesor o maestro en un centro que la LOGSE rige? Menos que nada: piltrafa para que los mutantes jueguen con ella. Hasta romperla.

Como los bárbaros, cuenta Gibbon, rompieron el esplendor de un Imperio. Sólo para reírse un poco.

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Los golfos apandadores

Ángela Vallvey

Publicado en el diario "La Razón"

Ha ocurrido en Madrid: veinte jóvenes (de entre diecisiete y veintipocos años) acorralaron en una plaza a dos agentes de la policía municipal cuando éstos trataban de controlar el horario de cierre de un bar que seguía abierto a las 4:50 de la madrugada, aunque carecía de la licencia necesaria. Los municipales se disponían a poner la denuncia y los jóvenes airados se les echaron encima y terminaron dándoles una soberana paliza –patadas y puñetazos por todo el cuerpo, sobre todo en la cabeza y las cervicales– de la que al menos uno de los agentes tardará mucho tiempo en recuperarse. Ni los disparos al aire ni los refuerzos lograron intimidarlos.

Estas criaturas –tan bien educadas como serpientes de cascabel– pertenecen a esa generación de chavales que aterrorizan a sus profesores de instituto, que cuando reciben un castigo en las aulas se «chivan» a sus papás, y los padres –que viven bajo el régimen tiránico que ellos imponen en casa– se apresuran al centro de enseñanza y amenazan con partirles las piernas a los ya acobardados profesores, cuando no se las parten de verdad por haberse atrevido a recriminar a sus «niños».
   Me parece que, hoy más que nunca, la profesión de profesor de instituto debería verse recompensada económicamente con un «plus» por trabajo de alto riesgo: son pasto de las bajas laborales por depresión, y se sienten desautorizados continuamente, no sólo por la caterva de fieras con la que tienen que lidiar cada día, sino por las leyes y los progenitores de sus alumnos, que no sabiendo imponer límites en sus propios hogares, niegan cualquier principio de autoridad que se les trate de inculcar fuera de sus casas.

Estos chicos no les temen ni a las balas: acostumbrados a los videojuegos, están convencidos, con ese estúpido atrevimiento que les suministra su ignorancia enciclopédica, de que en la vida real, al igual que en la que transcurre en la pantalla, también disponen de un mínimo de 10 vidas para gastar en el «juego». Por eso, cuando el policía municipal, aterrado por la violencia a la que estaban siendo sometidos él y su compañero, lanzó unos tiros al aire, los chicos continuaron con su paliza como si tal cosa. Las balas no son nada para ellos mientras crean que tienen más vidas que un gato electrónico.

Cualquier educador con dos dedos de frente sabe que para enseñar es necesario poner límites a la voracidad atolondrada del pupilo. Pero actualmente no hay límites que valgan. Los padres viven bajo el imperio del terror de sus vástagos. Adultos convertidos en peleles de los crueles caprichos de sátrapa de sus hijos adolescentes.

Yo me pregunto, ¿qué clase de adultos será esta gente? ¿Y qué será del pobre mundo, ya depauperado, en las manos de estos necios salvajes?

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El arte de fabricar zopencos

Luis Ignacio Parada

Publicado en el diario "ABC".

Se sospechaba hace años que los escolares españoles tenían menos conocimientos que los de generaciones anteriores y que de las aulas estaban saliendo auténticos zopencos. Se echaba la culpa a la masificación, al excesivo número de alumnos en las aulas, a la falta de profesores, a su insuficiente remuneración, que alejaba de la actividad a los más aptos. Se culpaba a la gratuidad, a la enseñanza obligatoria, a la falta de esfuerzo de los alumnos, a la dedicación de su tiempo a los comics, la televisión, los videojuegos. Pero todo el mundo sabía que la culpa era de los políticos por sus disparatados planes de Educación, por los bajos requerimientos del sistema de calificaciones, por los insuficientes recursos presupuestarios destinados a algo electoralmente poco rentable. La demagogia barata fue la de obtener altas cifras de alfabetización y escolaridad aunque los escolares resultaran analfabetos.

Ha tenido que llegar la OCDE para decirnos que casi uno de cada cuatro niños españoles está en el furgón de cola de una lista de 41 países desarrollados, porque no alcanza el nivel básico en matemáticas y lectura, para que hayan sonado todas las alarmas. Aquí nadie se acuerda de lo que escribió Kuan-Tsu hace veinticuatro siglos: «Si haces planes para un año, siembra arroz. Si son para diez, planta árboles. Si son para cien, instruye al pueblo. Sembrando una vez el grano, cosecharás una vez; plantando un árbol, cosecharás diez veces; instruyendo al pueblo, cosecharás cien.» Aquí se han hecho planes para cosechar votos en las elecciones. El lema era: «Hagamos al pueblo rico que ya se encargará él de educarse». Y para que se vaya «culturizando» le han regalado la televisión pública dedicada a su propio autobombo. ¿Y dónde van a aprender el pueblo y los políticos que zopenco significa ignorante, analfabeto, tonto, bruto, bobo, zote, mentecato, cernícalo, torpe, memo, tarugo y zoquete?

BAJO NIVEL EDUCATIVO

MALOS resultados, una vez más, para el sistema educativo español en el ámbito internacional. El informe «Pisa» sitúa a España en el puesto 23 sobre un total de 29 países miembros de la OCDE. El mal ajeno no debe servir de consuelo, aunque es llamativo que Estados Unidos o Italia figuren por debajo de España. El informe demuestra, además, que estamos en presencia de un sistema estancado, más bien con tendencia a empeorar en ámbitos tan relevantes como las matemáticas o la comprensión lectora. Salvo excepciones, los niveles de excelencia están fuera del alcance de nuestros adolescentes y, en el otro extremo, un 20 por ciento de ellos no llega al promedio exigido para el «conocimiento mínimo». Al contrario, parece que la tendencia a igualar a los distintos tipos de alumnos es una característica peculiar, no precisamente positiva. Más datos significativos: la situación es algo mejor en la enseñanza privada que en la pública y las mujeres ganan terreno sobre los varones en diversos sectores.

La educación es, tal vez, el principal reto que se plantea a la sociedad española en un futuro a medio plazo. El enfoque partidista alcanzó su culminación con la Logse y se refleja de nuevo en la brusca ruptura por parte del Gobierno socialista con la tímida y tardía reforma impulsada por el Partido Popular a través de la Ley de Calidad. En general, hay demasiadas leyes y normas de todo tipo, así como un protagonismo excesivo de algunos responsables autonómicos, más preocupados por fomentar una visión localista que por la formación integral de los alumnos. La educación es el fundamento de una sociedad vertebrada y sólida, capaz de adaptarse a las nuevas exigencias tecnológicas y de practicar la virtud cívica que sustenta la democracia política. Los grandes perjudicados del sistema, al margen de demagogias, resultan ser los menos favorecidos social y económicamente. Ojalá triunfe el sentido común sobre el oportunismo coyuntural y podamos ver a España en un lugar digno en los próximos informes internacionales.

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Cartas al director

Federico Gómez Pardo. Gerona.

El informe «Pisa» 2003, nos acaba de recordar que la educación en España no mejora. Se hablará mucho estos días sobre las causas del fracaso escolar. Desde mi punto de vista, que no es otro que el de un profesor de Secundaria con más de siete quinquenios, y sin pretensiones de rigor científico, son las siguientes:

El permisivismo de los padres, que educan a sus hijos desde pequeños sin sentido del límite y consintiéndoles todos los caprichos; lo cual no es que les capacite demasiado para hacer las cosas que cuestan y superar dificultades.

Unos planes de estudios y unas leyes educativas fundamentadas en una visión lúdica de la educación, que tampoco favorecen la cultura del esfuerzo en los alumnos.

La falta de autoridad de los profesores, que se sienten con frecuencia desautorizados por los padres a la hora de exigir y poner correctivos, y muy poco apoyados por la Administración en este mismo sentido.

Una política educativa con pretensiones de progresismo, cuyos esfuerzos han ido orientados a primar la igualdad sobre la búsqueda de la excelencia. Y efectivamente ha igualado por abajo consiguiendo peores resultados para todos. El alumno trabajador y con buenas notas ya no es un referente para sus compañeros. Los que destacan no es por los estudios precisamente.

Y por supuesto que he generalizado y hay excepciones. Pero eso es lo que predomina.

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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Última modificación: 18-01-2005