Editorial
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

  Histórico Año VII

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Febrero 2005. Nº 62

LAS FRASES DEL MES:

Derechos iguales para todos: He ahí la más maravillosa injusticia, pues son precisamente los hombres superiores las únicas víctimas de ese régimen.

Friedrich W. Nietzsche

La envidia y la vanidad son los oficiales de alistamiento de la maldad: una vez pagado el dinero, la conciencia escapa corriendo.

Franz Grillparzer

Responsables de las lacras sociales IV

Los padres -y las madres, porque en este país de los eufemismos y los papeles de fumar, hay que andarse con cuidado-, otra de las grandes causas de los males que acosan a la enseñanza y al, tan traído y llevado, fracaso escolar.

Hace unos días, un profesor de secundaria nos comentaba: "Si para ser docente o ejercer una profesión cualquiera se debe pasar una buena temporada de aprendizaje, y así obtener la licencia correspondiente, ¿por qué razón la delicada misión de ejercer de padres parece ser cuestión de ciencia infusa?" Cuestión crucial. Pero dado el análisis que hemos venido haciendo, sobre las nefastas influencias de psicólogos y pedagogos en el desarrollo de la sociedad actual, mejor lo dejamos como está. No es mala hipótesis pensar que la actitud actual de los padres, frente a la educación de los hijos y al proceso de su aprendizaje, proviene del hecho de no dejarles ser padres como su instinto dicta.

No obstante lo anterior, nuestra sociedad –y la española, en la práctica, es un caso de manual en estos vicios- tiene dos "valores" sobresalientes por encima de cualesquiera otros: la envidia y la riqueza sin esfuerzo. Estos dos motores de la conducta social hacen de muchos padres modernos unos auténticos antieducadores.

Pongamos un par de ejemplos típicos. Los uniformes han desaparecido de la casi totalidad de los centros de enseñanza: "¿Cómo va ir vestido mi hijo igual que el hijo del vecino, que tiene menos dinero que yo para comprar la ropa de marca más cara?" No oirán a un solo padre quejarse de las malas notas de sus hijos. Pregunten y le dirán aquello de "mi hijo fulanito ha sacado este año todo sobresalientes". Después uno se entera que al pobre chaval le quedaron tres asignaturas. Algunos ni siquiera calculan que el vástago de su interlocutor está en la misma clase del superinteligente. Y de aquí surge la conclusión más importante: "Siendo yo rico como soy, ¿por qué va a ser mi hijo igual de inteligente que el del frutero de la esquina?" No digamos ya lo acaecido si el hijo del frutero es un superdotado de los de verdad. Afortunadamente, Dios, en su infinita sabiduría, no vinculó el don de la inteligencia al dinero, a la nobleza de cuna o a la profesión paterna.

Con todo ello, más aún hoy día, está mal visto tener un hijo "vaguete"; y esa es una posibilidad más que probable. Una gran mayoría de chavales observa, a su alrededor, que el triunfo en la sociedad actual no está vinculado al esfuerzo, sino todo lo contrario.

Por otra parte, los padres –y las madres- son plenamente conscientes de la propia culpa en el fracaso en la educación de su prole y se ha producido un fenómeno harto curioso: no soportan, no ya la más mínima crítica a su forma de educar, sino ni siquiera que alguien afee, a uno de sus hijos, un acto de mala conducta o de falta de rendimiento en la escuela o en la mismísima universidad. Sin embargo, su actitud es altamente contradictoria, pues no dedican energía alguna en poner remedio a este tipo de males. La sociedad moderna, con los dos progenitores trabajando fuera de casa, convierte en precaria la educación de los hijos. Todos sabemos que hablar con los hijos, estar pendiente de sus comportamientos o, simplemente, hacer un seguimiento de su trabajo escolar en casa requiere tiempo y esfuerzo. Los padres, no sólo carecen de ese precioso tiempo debido a sus propias obligaciones sino que, cansados por su jornada laboral, prefieren "pasar" de esos temas y "dejarlos para mañana", un mañana que no llega nunca. Consiguientemente, los hijos crecen, más o menos, en una completa libertad y anarquía a la que nadie pone freno– y, si alguien lo intenta, ya están al quite políticos, psicólogos y pedagogos.

Quedan, pues, casi en exclusiva, para el profesorado las tareas educativas, pero ahí reside lo más intrincado del problema. Los padres afirman rotundamente que la educación de sus retoños es obligación de los responsables escolares. Sin embargo, conscientes de sus faltas de esfuerzo y de entrega a la instrucción social de los hijos, se niegan a reconocer que éstos no han recibido la formación adecuada en el hogar y ello lleva, indefectiblemente, al enfrentamiento con el profesorado.

No hace muchas décadas, un padre que recibiera las calificaciones deficientes de su hijo, o se enterara de que éste había sido sancionado en la escuela por mal comportamiento, castigaba, a su vez, al díscolo. Son aquellas épocas de los suplicios en el deber de enseñar las notas a los papis, o en inventarse mil excusas para hacer desaparecer la carta del profe a casa, donde se denunciaba el mal comportamiento o el castigo asignado. Eso ahora no pasa, evidentemente. Con casi absoluta seguridad, un padre que recibe dichas calificaciones deficientes irá pronto a pedir explicaciones del porqué –su niño merece aprobar, faltaría más-.

Peor aún es el caso de las comunicaciones por mal comportamiento, ahí sí que se organiza un verdadero drama familiar. En el mejor de los casos, el papá irá a defender a su vástago con uñas y dientes. En el peor, ni siquiera hará caso de la nota y exculpará al niño, con el consiguiente perjuicio para su futuro. El mismo compañero de secundaria mencionado anteriormente nos contaba un reciente caso real. Harto ya de la conducta antisocial de uno de sus alumnos, realmente insoportable, y en la sospecha de la pérdida de las notas enviadas a sus progenitores, pues estos no habían dado señales de vida, decidió hablar con el director del centro para convocar una entrevista con los padres. El director avisó: "No te va a servir de nada, si vienen, se enfrentarán contigo". No obstante, ante la insistencia del profesor, se decidió a convocar la reunión. Vinieron sí, pero no hubo posibilidad de diálogo. El padre, simplemente y en un tono insolente, espetó: "Yo sé que mi hijo es un cabrón, pero usted debe aguantarlo, para eso le pago con mis impuestos. ¡Ah! y ni se le ocurra castigarlo o dejarlo en ridículo delante de sus compañeros, o recurriré a la Inspección. Queda avisado".

Mejor no seguir con los ejemplos, pues se haría el texto interminable. Resumamos la situación.

Padres que hacen a sus hijos víctimas de la envidia, haciendo lo imposible porque sobresalgan por la vestimenta, los juguetes y/o el propio material escolar utilizado. Padres que no saben o no quieren inculcar a sus hijos las elementales normas de convivencia y buenas maneras o que, incluso, alaban las conductas contrarias. Padres que no tienen o no quieren tener tiempo para preocuparse de la educación de sus hijos. Padres que renuncian al esfuerzo de evitar las horas jugando con la Play Station o frente a la caja tonta, en vez de hacer las tareas escolares. Padres a los que importa un bledo que sus hijos absorban toda la violencia y las malas formas emanadas de las series televisivas o la calle, sin poner, al menos, un ápice de crítica. Padres que, por un sentimiento de culpa, huyen hacia delante, imputando al entorno sus propias carencias o dificultades para ser padres...

Ante este panorama ¿qué hacer? Poco en realidad. Es ya habitual que la táctica defensiva y exculpatoria de los hijos alcance hasta la época de los estudios superiores. Se está convirtiendo en práctica frecuente venir de la mano de mamá o papá a revisar los exámenes. Si a todo lo anterior le sumamos los problemas creados por políticos, psicólogos y pedagogos, analizados en anteriores números de esta misma revista, no nos queda más que el ¡sálvese quien pueda!

En definitiva, ¿Quién es el responsable del fracaso escolar, de la falta de pautas de conducta social, etc.? Sin lugar a dudas: el profesorado, ¡faltaría más!

Una curiosidad final. Nadie, en la sociedad moderna, exige que su hijo reciba una medalla de oro en las Olimpiadas por el hecho de tener los mismos derechos que los campeones. En el deporte, por el momento, el esfuerzo parece ser la fuente del éxito. Pero todo se andará, démosle tiempo al tiempo.

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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Última modificación: 03-03-2005