Editorial
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

  Histórico Año VII

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Mayo 2005. Nº 65

LAS FRASES DEL MES:

El mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro gesto y desapareció la injusticia, hizo otro gesto y se acabó la guerra.
El político hizo un gesto y desapareció el mago.
Woody Allen

Sólo pensar en traicionar es ya una traición consumada.
Cesare Cantú

La libertad traicionada

Advertencia: Los lectores "sensibles" deben abstenerse de continuar leyendo, pues lo que sigue es políticamente incorrecto y puede herir su sensibilidad.

Antes de cualquier comentario, conviene dejar claro: 1) No añoramos ningún tiempo ni dictadura pasados; 2) Consideramos que todos los hombres (en el sentido genérico del término) somos iguales ante las leyes naturales, humanas y/o divinas y no podemos ser discriminados ni castigados por el color de nuestra piel, nuestras ideas o nuestras cualidades físicas o intelectuales; 3) Nuestra libertad termina en la misma línea donde comienzan los derechos de nuestros prójimos.

Y ahora cabe preguntarse qué Estado de Derecho nos están construyendo nuestros representantes políticos y qué clase de libertad descafeinada, cuando no traicionada, nos ofrecen.

Estamos casi seguros, todos los discursos, acciones y "representaciones" –casi teatrales- a los que nos tiene acostumbrados la clase política, son sólo poses de cara a la galería, con la casi exclusiva intención de conseguir votos y perpetuar la especie de sus colores. El hecho parece evidente, pues de lo contrario rayarían en la más absoluta de las subnormalidades.

En la sociedad moderna (al menos la española) los únicos que tienen asegurados sus derechos, sin necesidad de requerirlos, son los delincuentes. Si usted es un ciudadano honrado, que paga sus impuestos sin rechistar, que cumple con todo tipo de normas, incluidas las de tráfico, tendrá necesidad de solicitar, reclamar, volver a reclamar, denunciar a todo tipo de administraciones y a todo tipo de empresas privadas para conseguir, no ya que le garanticen sus derechos, sino, en el mejor de los casos, que le reconozcan que los tiene. Ahora bien, si usted es un delincuente habitual, siempre habrá un alma caritativa, subproducto de "asociaciones" diversas, que saldrá en los medios de comunicación reclamando esos derechos por usted. Policía, jueces y demás miembros del aparato de la seguridad del estado, "acobardados" por las posibles implicaciones políticas de sus actos, no dudarán en darle esos derechos y alguno más que usted ni imaginaba tener, probablemente porque no lo tenía.

Lo anterior nos recuerda una frase del insigne psiquiatra López Ibor: "El ciudadano fiel cumplidor de sus obligaciones y respetuoso con las reglas sociales, es carne de psiquiátrico".

Compruébenlo ustedes mismos. Un asesino, terrorista o psicópata, tanto da, cumplirá la misma condena por matar a uno de sus semejantes que por matar a una centena. En España estamos de rebajas. ¿De qué sirve que se condene a uno de esos desechos sociales a 2.000 años de cárcel, si resulta que, en este país, el hecho de no poder estar encerrado más de un cierto número de años implica automáticamente que todas las reducciones penales se aplican sobre dicho número y no sobre la totalidad de la condena? Además, si el delincuente es menor de edad, prácticamente, el delito le sale gratis.

Pero aún hay más. Basta colocarse en la línea de tornos de una estación de ferrocarril cualquiera. Los encargados de la seguridad observarán impasibles como desaprensivos de toda calaña saltan por encima de los artilugios. Sin embargo, si usted ciudadano honrado, pero despistado, introduce un billete caducado, se verá enseguida asaltado por el "segurata" de turno, para exigirle explicaciones sobre lo que intentaba hacer.

¿De qué nos sirve tener tanta policía, entre Municipal, Nacional, Guardia Civil y agentes de múltiples empresas privadas, si no están para garantizar los derechos de los honrados? No hace mucho oíamos con sorpresa a un responsable político de seguridad ciudadana afirmar, más o menos: "La policía está para detener al delincuente cuando éste violaba la ley. La seguridad ciudadana es obra de los demás agentes sociales y de las reglas de convivencia". Perfecto, pero para empezar deberían tomarse medidas, y drásticas, para enseñar a los ciudadanos de mañana esas reglas de convivencia. Pregunten a cualquier profesor de enseñanza primaria o secundaria –es donde se supone se recibe la educación más elemental- si pueden imponer orden en sus clases, sin arriesgarse a un enfrentamiento con los padres, en el mejor de los casos, cuando no a un expediente disciplinario por parte de la inspección escolar. Desde estas mismas páginas ya hemos abordado, en anteriores editoriales, este mismo problema y no merece la pena insistir en él. Sin embargo, permítannos copiar unas frases de uno de nuestros colaboradores, cuando comentaba el boicot que algunos padres y "profesionales de la enseñanza" han hecho al intento de medir el nivel de los alumnos de primaria en la Comunidad de Madrid (Nota de VA):

"... En primer lugar, con ese boicot los pedagogos, justifican su existencia y los padres su incompetencia educativa. En realidad, los que chillan son una parte mínima de padres, la mayoría no queremos "ESO" para nuestros hijos, ni que les adoctrinen, y pensamos que el esfuerzo y el trabajo son fundamentales. Mi experiencia demuestra que en el laboratorio "siempre se quema" el idiota cuyo padre vendrá a protestar porque el memo de su nene se ha quemado. Y ¿saben por qué?, muy simple, el mocito está acostumbrado a tener siempre razón y a no seguir ninguna norma y, en última instancia, a negociarlo todo. Esto, en el laboratorio, es mortal de necesidad; con el ácido sulfúrico o con una batería eléctrica, no se negocia. Como el papá no tiene ninguna autoridad, satisface su ego chillándole al profesor y de paso le muestra al cretino que tiene en casa lo importante que es, ya que el Inspector le hace caso. ¿Más simple? Después viene lo que hay detrás, cuanto más necia sea la sociedad, mejor camparán los necios. ¿Han visto la última? Un delincuente sudamericano apuñala a un españolito, lo único que preocupa a los que salen en la tele es que la gente del barrio, harta, sea racista y xenófoba. La invasión de gentes violentas no importa, hay que aguantarla para ser post-post-modernos".

Ello enlaza con uno de los problemas fundamentales de nuestro presente social. La falta de previsión de sucesivos gobiernos ha abierto las puertas de este país, de par en par, a todo tipo de delincuentes, cuando ya teníamos suficientes con los autóctonos. Cuidado, no estamos diciendo que todos los inmigrantes sean delincuentes, muy al contrario. Sabemos que una gran mayoría de inmigrantes son honrados ciudadanos que sólo se ocupan de trabajar para poder vivir mejor que en sus países de origen, donde, en muchos casos, la herencia de corrupción dejada por los colonizadores españoles en su día, ha hecho imposible subsistir en él. Pero con ellos se cuelan, sin que nadie se preocupe de ello, todos los que encuentran en España el paraíso de la delincuencia y el terrorismo baratos (por aquello del precio a pagar).

Casi hemos asumido que la policía está para garantizar la seguridad de los políticos –legión en nuestro caso- y a lo más que llegan es a derrochar medios en perseguir a esos pobres que se ganan la vida con el "top manta", sin molestar a nadie. Contra esos sí se organizan cuerpos especiales. ¡Faltaría más! Se están violando los intereses de poderosas empresas que nos cobran por un disco -la mayoría de las veces de música insufrible y cantantes que no saben lo que es "el directo"- diez veces su valor, ya incluidas ganancias millonarias.

Acoger inmigrantes sí, pero con una salvedad, deben respetar esa línea separadora de su libertad y los derechos de sus semejantes. Y eso incluye ciertas "prácticas costumbristas" aberrantes por cuanto violan los mismísimos derechos humanos.

Pongamos un ejemplo. Usted tiene un vecino con sus "costumbres ancestrales", entre las que se incluye el poner los pies, eso sí, tras haberse descalzado, encima de la mesa después de comer, simplemente para relajarse. Usted lo invita a comer y, ni corto ni perezoso, exhibe sus prácticas costumbristas sin el más mínimo rubor. Usted lo recrimina, pero nada. Por aquello de la buena vecindad, vuelve a invitarlo a casa y repite la hazaña. Lo más normal es que no lo vuelva a invitar y evite, en la medida de los posible, su contacto. Inmediatamente, el resto de sus vecinos y amigos lo tachan a usted de racista social y mala persona. Ellos, más astutos que usted, como sabían de las malas maneras del interfecto, obviamente nunca se arriesgaron a invitarle, así no tuvieron necesidad de echarlo y pueden permitirse el lujo de criticar. ¿Qué opción le queda? Aparte de mudarse de casa y cambiar de amigos..., posiblemente la depresión profunda, porque usted, que se creía no racista, resulta serlo.

Resumiendo, tenemos libertad, pero ¿de qué? Eso nos recuerda el viejo chiste que circulaba en la dictadura: "España es libre porque se puede opinar libremente si la liga la debe ganar el Barcelona o el Real Madrid".

Usted no tiene libertad ni de pasear tranquilamente por la calle. Usted no tiene libertad ni para sentarse en un banco del parque, no ya a horas intempestivas, sino a plena luz del día. Piense en la cantidad de sus libertades traicionadas y de sus derechos violados.

¿Hacia qué clase de libertad nos están conduciendo? Si es a la libertad de –al más puro estilo yanqui- poder comprar toda clase de armas para defender nuestros derechos, sintiéndolo mucho, se la pueden quedar.

LA REDACCIÓN

Nota de VA: A este respecto hemos de decir que la actitud tomada por estos "irresponsables" parece haber sido copiada de las formas denunciadas en la serie de editoriales de Vivat Academia, dedicados a los "responsables de las lacras sociales" (Ver números anteriores).

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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Última modificación: 26-05-2005