Extractos de las perlas del Bachillerato en 2004Cuidado, agárrase porque no hay errores de transcripción. (Entre paréntesis, los comentarios de los profes) Sigfrido del AlceEstas perlas, para que nadie diga que somos catastrofistas -en todas partes cuecen habas-, han sido extraidas de contestaciones de alumnos franceses y españoles en las correspondientes pruebas de acceso a la Universidad. n Los egipcios transformaban los muertos en momias para que siguieran vivos... n (¡Claro! ¡Por eso ruedan películas!)n Los emperadores romanos organizaban combates de radiadores...n (¡¡¡Calentitos los combates!!!)n César persiguió a los galos hasta Alesia, porque Vercingetórix seguía poseyendo la Galian (¡¡¡Viva Astérix!!!)n Clovis murió al final de su vida...n (¡¡¡Menuda suerte la de Clovis!!!)n Carlomagno se hizo castrar en el año 800...n (¡¡¡Ay!!!)n Cuando los campesinos habían pagado sus impuestos, se quedaban con un gran agujero en la bolsan (¡¡¡Bueno, mejor que con Carlomagno!!!)n La mortalidad infantil era muy elevada, excepto entre los ancianos...n (¡¡¡Vaya potra tuvieron los ancianos!!!)n Los niños nacían a menudo a edad tempranan (¡¡¿¿??!!)n El armisticio es una guerra que se termina todos los años el 11 de septiembre...n (¡¡¡Salvados, estamos salvados!!!)n Las nubes con mayor carga de lluvia son los gruesos cunilíngüis...n (¡¡no se las ve muy obsesas sexuales!!)n Los estadounidenses van a misa a menudo porque los protestantes son muy católicos...n (¡¡¡Cuéntaselo a los de Irlanda del Norte!!!)n China es el país más poblado con mil millones de habitantes por metro cuadrado...n (¡Claro! ¡Por eso son tan delgaditos todos!)n Para conservar mejor el hielo, hay que congelarlo...n (¡¡¡Como sabe todo el mundo!!!)n El paso del estado sólido al estado líquido se llama follifacción...n (¡Un obseso !)n Un kilo de mercurio pesa prácticamente una tonelada...n (¡Vamos a tener que andar con cuidado con los termómetros!)n La climatización es una calefacción fría con gas, aunque igual es lo contrario...n (¡Vaya, me he perdido!)n Antiguamente, los chinos no tenían ordenadores y contaban con sus bolas...n (¡Hombre! Yo ya sabía que eran inteligentes ¡pero no hasta ese punto! A más de uno aquí le vendría bien hacer lo mismo...)n Las fábulas de La Fontaine son tan antiguas que se ignora el nombre del autor...n (¡¡¡Mira tú!!!)n Los franceses son buenos escritores porque ganan el premio Goncourt muy a menudo...n (¡Un chovinista!)n Los pintores más famosos son Mickey Ángel y Leotardo Da Vinci...n (¡¡La última de Disney!! ¡¡Mickey y el leotardo!!)n El perro, al menear el rabo, expresa sus sentimientos como lo hace el hombre...n (¡¡¡Por fin una verdad!!!)n Los conejos tienen tendencia a reproducirse a la velocidad del sonido...n (¡¡¡Te aconsejo que los observes mejor, hijo!!!)n -Para hacer huevos, la gallina debe ser fermentada por un gallo...n (¡¡¡Al vino, claro!!!)n Gracias a la estructura de su ojo, el águila puede leer un periódico a 1.400 metros...n (No sabía que las águilas fueran tan listas. ¡¡Hoy en día, hay que andarse con cien ojos!!)n Los calamares gigantes agarran a sus presas entre sus gigantescos testículos...n (¡¡¡Pues menos mal que no te cruzas con uno todos los días!!!)n Los caracoles son todos homosexuales...n (¡¡Alguno hasta ha salido del armario y todo!!)n La alcachofa contiene hojas y pelos tupidos en la parte de atrás...n (¡¡¡Desde luego, a partir de ahora voy a ver las alcachofas de otra manera!!!)n - El cerebro de las mujeres se llama cerebelo...n (¡¡¡Bien visto !!!)n Después de un accidente de coche puedes quedarte minusválido del motorn (¡Estarán contentos, los minusválidos!)Volver al principio de "perlas" Volver al principioEl peso de la deuda públicaPor James Tobin (Yale University). THE JOURNAL OF FINANCE, Vol. XX, No. 4, December, 1965 Traducción al castellano de Carlos Díaz Gómez. ¿Supone la financiación del gasto público mediante deuda una "carga" para las generaciones futuras? La respuesta ha sido siempre "sí" en los círculos financieros y políticos conservadores, pero "no" entre los economistas académicos. Se ha desatado una viva y violenta controversia sobre el tema en las publicaciones económicas de los últimos años, provocada principalmente por los escritos iconoclastas de James Buchanan, quien sostiene que sus colegas están más lejos de la verdad que el profano al que acusan de estar en un error primitivo. El señor Ferguson ha reunido veintitrés de las más importantes y representativas contribuciones al debate (1). Tres de ellas, incluido un papel inédito, son de Buchanan. Esta antología no tiene nada que ver con la mayoría de los volúmenes de lectura que salen hoy de las imprentas para beneficiarse de un mercado estudiantil en clara expansión. Aunque sea de utilidad a los estudiantes, el volumen de Ferguson cumple también una clara finalidad académica y profesional. Ha sido cuidadosamente elaborado para lograr la unidad que un tema bien definido hace posible. El editor ha facilitado en una introducción los "nombres y números de todos los jugadores", un comentario final y una bibliografía. Sus contribuciones constituyen una guía útil para el lector que se adentra por primera vez en este oscuro y difícil campo de batalla. Todos los combatientes adoptan casi universalmente dos leyes especiales que se han dado para el caso. Una consiste en suponer pleno empleo. La otra, en suponer un programa fijo de gasto público; la carga "bruta" en cuestión resulta de financiar un programa fijo de gasto mediante la emisión de deuda en vez de mediante la recaudación impositiva. El debate no se ocupa de la conveniencia de endeudarse para financiar el gasto público, que habría de juzgarse por la carga "neta" tras deducir los beneficios. Al menos lógicamente, estas leyes básicas niegan a los campeones políticos de la ortodoxia financiera mucho del confort que los argumentos de Buchanan y otros descubridores de la carga de la deuda podría parecer que procuran. Los rigores del Presidente Eisenhower, profusamente citados en el libro, no establecían distinciones sutiles entre pleno empleo y desempleo. Estaban, además, dirigidos contra los aumentos en el gasto público, sin un cálculo preciso en cuanto a si los beneficios para las generaciones futuras podrían compensar las cargas. Nadie discute el hecho de que en una economía cerrada con pleno empleo los recursos que se emplean en el gasto del gobierno se detraen de otros usos corrientes. Dado un programa de gasto público, la reducción experimentada en los recursos disponibles para uso corriente no gubernamental es independiente del método empleado para la financiación del gobierno. Este razonamiento ha llevado tradicionalmente a los economistas a negar que el peso del gasto público se pueda trasladar hacia adelante en el tiempo mejor mediante la emisión de deuda interior que a través de la imposición. La deuda no puede ser una carga, porque los pagos futuros de intereses o principal realizados por los contribuyentes a los tenedores de bonos serán transferencias que no suponen en términos agregados un gasto de recursos. Puede que supongan una redistribución de renta. Puede que incluso impongan una "pérdida improductiva", puesto que los impuestos distorsionan los incentivos. Pero no es en estas salvedades propias de la visión tradicional en lo que están pensando los nuevos herejes. No son todos del mismo parecer. Pueden distinguirse tres criterios. Uno es el de Buchanan. Desprovisto de todo engolamiento, se reduce a la afirmación de que el pago de impuestos es per se una carga afecten o no los impuestos los incentivos y la asignación de recursos. Puesto que la financiación mediante deuda pospone la recaudación de impuestos, obviamente traslada la carga de Buchanan hacia generaciones futuras. La justificación de esta definición se halla en que los impuestos son obligatorios e involuntarios; a diferencia de las transacciones de mercado, compra de deuda pública incluida, que son acuerdos voluntarios. La idea de Buchanan implica que las sociedades democráticas echan sobre sí una "carga" cada vez que pactan un acuerdo social de obligado cumplimiento para todos sus miembros. Por otro lado, los acuerdos que no suponen coerción gubernamental evidentemente no pesan a ninguno de los participantes. Tanto su teoría política como económica son discutibles. ¿Quiere de verdad decir Buchanan que el gobierno no impone carga alguna cuando actúa a través del mercado? Es cierto que los compradores de bonos gubernamentales son prestamistas voluntarios. ¿Pero es que acaso no supone una carga para los futuros prestatarios privados el verse desplazados del mercado de bonos al elevarse los tipos de interés por el endeudamiento del gobierno? ¿No suponen los impuestos indirectos una carga porque su pago se realice a través de transacciones de mercado voluntarias? La visión simplista de Buchanan del peso de la deuda tira por la borda toda la literatura de "incidencia y efectos" de la hacienda pública. El segundo concepto del peso de la deuda, cuyo defensor más vigoroso en este volumen es Modigliani, se halla más próximo al análisis tradicional, del cual es más un refinamiento que un rechazo. La forma de financiar el gasto público no altera el volumen de recursos corrientes empleado. Pero puede alterar la naturaleza de los usos privados de los recursos que se sacrifican. Modigliani argumenta que la financiación con deuda desplaza sobre todo la inversión y que la financiación vía impuestos desplaza sobre todo el consumo. La carga sobre las generaciones futuras de la financiación con deuda consiste en que heredarán un stock de capital menor del que heredarían en caso de que se hubiese optado por la financiación impositiva. Es esta sin duda una derivación de la idea que muchos comparten de que, aunque el pleno empleo puede mantenerse con un endurecimiento de las condiciones de crédito e incurriendo en déficit presupuestarios, tal combinación de políticas no favorece la acumulación de capital ni el crecimiento. (Modigliani va más allá. Basándose en su modelo del ciclo vital, sostiene que cada generación ahorrará lo que le corresponde, y no más; cuanto mayor sea la parte de ese ahorro absorbida por la deuda del gobierno, tanto menor será la parte que quede disponible para la formación de capital. Así que incluso los déficit incurridos para hacer frente a una recesión perjudican el legado de la siguiente generación.) El debate reclama al menos dos comentarios fundamentales respecto de la idea de Modigliani. Primero, lo fundamental es la tasa nacional de formación de capital, no las deudas ni los déficit per se. En la lógica de Modigliani, imponemos una carga sobre las generaciones futuras cada vez que no logramos un superávit, o un mayor superávit, no sólo cuando recurrimos a la financiación con deuda. Los impuestos no son intrínsecamente virtuosos. Algunas formas de imposición corriente trasladan la carga hacia el futuro al desanimar el consumo corriente; y la financiación con deuda la mantiene en el presente en la medida en que hace menos atractivos los préstamos al consumo. En términos más generales, existen múltiples pecados de omisión y comisión mediante los cuales la generación actual puede ingeniárselas para legar a la futura un stock de capital menor del que podría legar en otras circunstancias. ¿Por qué particularizar en el endeudamiento para que soporte en exclusiva toda la culpa? ¿No hace más al caso, como argumenta Mishan en su contribución, preguntarse qué es en todo caso la equidad intergeneracional? ¿Qué pasa si se traslada hacia el futuro parte de la "carga" del gasto público corriente? Quizá eso es lo propio. Ninguna ley presupuestaria simple puede darnos la respuesta. Dependerá de la naturaleza del gasto público, y supondrá en todo caso pronunciarse sobre la suficiencia o la más que suficiencia de las provisiones para el futuro que la generación presente esté ya constituyendo a través de la inversión privada y pública. El segundo comentario pone en cuestión el comportamiento de consumo-ahorro que asume la noción de carga de Modigliani. ¿No tiene en su fundamento algo de ilusión asimétrica? La sociedad se engaña a sí misma consumiendo más, pensando que la posesión de papel del gobierno le solucionará el futuro. ¿Cómo es que aquellos que se van a ver obligados a pagar impuestos para atender el servicio de la deuda o incluso quienes se verán privados de participar en los mercados de bienes de consumo cuando los poseedores de títulos del gobierno se decidan a gastar su papel no se consideran a sí mismos más pobres y deciden consecuentemente ahorrar más? Esta observación amenaza no sólo el concepto de Modigliani del peso de la deuda, sino igualmente la creencia de que el gobierno pueda influir en la inversión y en el crecimiento modificando su combinación de políticas monetarias y fiscales. De hecho, se acerca peligrosamente a negar que haya alguna ordenación monetaria y financiera interna que tenga alguna consecuencia real. No hace falta que uno asuma expectativas inconsistentes ni ilusión monetaria irracional para considerar que la intermediación financiera ya sea a través del gobierno o a través de bancos y compañías de seguros puede, agrupando y reasignando el riesgo, reducir algunas de las necesidades que dan lugar al ahorro. A la postre, se trata de una cuestión empírica, y las pruebas remiten a que, ilusión o no, la renta y riqueza privadas que corresponden al déficit y a la deuda del gobierno estimulan el consumo. Bowen, Davis y Kopf cuyo trabajo original se reproduce aquí junto con varias críticas y réplicas todavía parecen aportar una tercera explicación del modo en que la carga se traslada hacia las generaciones futuras. Parecen coincidir con Modigliani en su idea de la carga, pero en Bowen et al. la traslación se pospone. Suponen que el gasto público inicial, aunque financiado con deuda, detrae recursos del consumo, no de la inversión. De este modo, la "Generación I" parece haber soportado toda la carga; pero los autores encuentran dificultades para señalar de qué modo puede tratar de descargar el peso en sus herederos. Incurriendo en su retiro en excesos de consumo, financiado mediante la venta de sus títulos del Estado, la Generación I obliga a la Generación II, bien a aceptar una herencia de capital real más reducida, bien a financiar las alegrías de sus padres con ahorro extraordinario. En ambos casos, la Generación II puede jugar el mismo juego con la Generación III. Y así sucesivamente. (Quizá el Presidente Eisenhower se hubiese angustiado menos de haber sabido que toda carga que transmitimos a nuestros nietos puede sencillamente ser pasada por estos a los suyos, ad infinitum.) Aunque los autores nos han facilitado una interesante relación de las posibilidades que se presentan en las guerras entre generaciones superpuestas, no está claro por qué habría de ser la deuda del gobierno el principal campo de batalla. Incluso si la Generación I se hubiese gravado a sí misma para pagar el gasto del gobierno, aún podría tener tanto el deseo como los medios para permitirse un compensatorio alto nivel de vida en su retiro. Para terminar, nada en este volumen a menos que uno acepte la identificación que establece Buchanan entre carga y pago de impuestos estorba la insistencia habitual de los economistas respecto de la diferencia esencial entre deuda interior y exterior. Es esta una distinción que los críticos profanos de la financiación con deuda no respetan. Sólo por esta razón, los descubridores de la carga como Bowen, Davis y Kopf deberían haberse abstenido de comenzar afirmando que se proponían demostrar el error de sus colegas economistas y el acierto del Presidente Eisenhower. NOTAS: (1) Public Debt & Future Generations. Edited by JAMES M. FERGUSON. University of North Carolina Press, 1964. Pp. 234. $6.75. Volver al párrafo Volver al principio del artículo Volver al principioUna traducción de CDG realizada con el capital instalado en la Universidad de Alcalá, antigua y primera Universidad Complutense. Volver al principio del artículo Volver al principio |
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