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Arde GuadalajaraJavier Benedit Algora. Retén vecinal de Anquela del Ducado (Guadalajara). Tenia un pueblo precioso, rodeado de un monte de robles, desde cuyo alto se divisaba un viejo e interminable bosque verde, frondoso, lleno de aromas y vida. El sábado, hacia las dos de la tarde, una gran columna de humo asomó de entre las lomas del monte. Subimos al alto y nuestro miedo, el que todos los veranos nos inunda el corazón, asomaba en el horizonte: una gran columna de humo de unos doscientos metros de altura aparecía a lo lejos. A unos veinte Km en línea recta el fuego hacia de las suyas. Mucho viento hacia el interior del bosque y el miedo se acrecienta. A las 4,30 de la tarde, el alcalde nos convoca: el fuego ha llegado a las puertas del pueblo y hay que intentar pararlo para que no coja el monte bajo y se nos meta dentro. Subimos al alto y la visión nos tira de rodillas al suelo. Una columna de unos 18 Km de largo y decenas de metros de altura avanza como un infernal ejercito de humo, arrasando todo a su paso, como si los árboles fueran rastrojos. A lo lejos, en el origen del fuego, sólo dos helicópteros y un hidroavión que aparece cada 40 minutos, intentan que el fuego no se meta en el corazón del bosque como tres hormigas intentando parar el desbordamiento de un río. El desconcierto es grande. El fuego empieza a salir del bosque y se mete en el monte bajo. No hay ningún plan de emergencia o coordinación entre los pueblos, en una zona de más de 30.000 Ha de bosque, ni siquiera se tienen los números de móviles entre los alcaldes. Allí, aparte de los retenes voluntarios de los pueblos, no aparece nadie: ni maquinas, ni bomberos, ni coordinadores, ni aviones o helicópteros; la única forma de luchar contra el fuego son ramas. Idas y venidas, de foco en foco. La gente se juega la vida para que el fuego no avance, pero las ramas son mal aliado para luchar contra un fuego de verdad. Siete horas más tarde, a las 10 de la noche, el humo se hace irrespirable y hay que retroceder hacia el pueblo. Todo está envuelto en una niebla densa y agobiante. Derrotados y con lagrimas en los ojos la gente empieza a descender, apareciendo entre la neblina como un ejercito masacrado. El bosque ha sido arrasado por completo y avanza en dirección a Selas y Cobeta. Sigue sin aparecer nadie desde que vimos el incendio. Al llegar al pueblo hay un todo terreno del 112 para valorar si se debe desalojar Anquela. Hacia las 11 de la noche, aparecen los primeros dos camiones de bomberos que vienen de Azuqueca de Henares (a más de 130 Km del incendio). No saben qué tienen que hacer. La gente del pueblo les conduce hacia los focos que bajan al pueblo. El viento para y el fuego avanza más lentamente. Si hubiese medios, se podían apagar varios frentes pero no los hay. Sobre las 4 de la mañana (más de 12 horas desde que vimos el fuego), empieza a aparecer maquinaria pesada, escavadoras y palas. Llegan de Soria y Toledo. A las 9 subimos de nuevo hacia el monte. La visión es dantesca. Hasta donde alcanza la vista, el bosque es una cosa negra y humeante, donde sólo se ven palos oscuros y muertos por todo paisaje. Hacia el Sur-Este, las máquinas, guiadas por los retenes de voluntarios de los pueblos, han conseguido abrir un cortafuegos a lo largo del término entre Anquela y Selas, para intentar frenar allí el avance. La zona de Anquela está abrasada, la de Selas aún no ha sido tocada. Al subir nos encontramos gente venida de Toledo con una máquina con 20.000 litros de agua, inutilizada, en medio del bosque, porque se le ha salido la cadena al bajar por una zona muy escarpada (ley de Murphy) y hay que vaciar todo el cargamento alrededor de la máquina para protegerla del fuego. Montamos retenes a lo largo del cortafuegos para intentar que el fuego no pase. La zona quemada está tranquila, aunque con muchos centros ardiendo. El viento sopla hacia la zona quemada y, si se echara agua, aquello quedaría casi sofocado, pero allí sigue sin aparecer nadie. Estamos en un punto geodésico y, desde lo alto, se divisa todo el frente. Los dos únicos helicópteros que se ven en todo el frente están intentando sofocar el foco en el centro de la columna, como a 5 Km de donde estamos. No se ve ni un avión en toda la mañana. Sólo se divisa un camión de bomberos a unos dos Km que lucha a escasos metros del frente, poniendo cargas para que el fuego no pase. Nosotros vamos apagando pequeños focos que se crean en la zona no quemada, como consecuencia de las chustas que trae el aire. Esto prende rápido y, si no se atajan en 10 ó 15 minutos, ya no se puede controlar. A la una de la tarde, sigue sin aparecer nadie en la zona y cambia la dirección del viento, empezando a soplar hacia la zona no quemada. En pocos minutos, el fuego salta a la zona sin quemar y empieza a arder sin que podamos controlarlo. Se avisa por radio que ha saltado el cortafuegos, pero no aparece nadie. Si no se controla el frente, en una hora será incontrolable. Llamamos a Anquela, porque parte de nuestro retén ha quedado cortado. En el pueblo hay una maquina, venida de Soria, que está esperando y decide subir a intentar hacer un cortafuegos que pare el avance. El tío es muy bueno y en poco tiempo consigue abrir un cortafuegos que secciona el foco y para el frente, pero sigue habiendo mucho riesgo de que lo traspase si no se acomete con agua (helicópteros o camiones de bomberos). Las 5 de la tarde. Sigue sin aparecer nadie. El retén permanece en el cortafuegos, apagando los conatos que aparecen por aquí y por allí pero el tema tiene mala pinta. Estoy agotado y tengo que volver para Madrid. Al pasar por Maranchón veo que están evacuando a la gente de Ciruelos. Las llamas se ven desde la carretera. En el cruce con Luzón, no dejan pasar hacia el pueblo. La muralla de humo es impresionante. No hablamos en todo el camino: silencio y tristeza. Por Guadalajara me entero que hay, al menos, once muertos de un retén de Cogolludo (el pueblo de mi abuela). Lloramos amargamente, por dentro y por fuera. Me agarro a la única esperanza que encontraba: a poco que pudieran apoyar al retén de Anquela, habíamos conseguido salvar el avance del fuego hacia Selas. A la noche del lunes, la tele da la noticia de que el fuego había pasado a Selas y continuaba sin control por el Parque Natural del Alto Tajo. Madrid (Castilla) a de 19 de Julio de 2005. (Tres días después del inicio de la tragedia). Volver al principio del artículo Volver al principioDe eclipses y contaminación lumínicaBenjamín Hernández Blázquez. Universidad Complutense de Madrid. En las postreras jornadas de este tórrido mes de agosto, se cumple un siglo, los españoles estaban pendientes del cielo, llevaban en ello varias semanas. Los semanarios anunciaban eclipse total de sol, visible en toda España; científicos de todo el mundo se dirigían a Madrid. Fecha día 30, a las 12 horas del Tiempo Universal. Los disturbios provocados por la carencia de alimentos que con el gobierno de Raimundo Fernández Villaverde acaecían en España, quedaron soterrados por esta noticia astronómica. Asimismo, más recientemente, el 11 de otro agosto y anunciado machaconamente como el último del milenio, aconteció otro, plenamente visible en diferentes franjas horarias del país. Cuando ocurre un eclipse de sol, aquellos parajes del planeta que se ubican en dirección de los astros causantes, dejan de recibir la luz solar produciéndose una oscuridad similar a la que se da en una noche de luna llena, "la más deseada por los cazadores". Entonces los animales del bosque se van a dormir, asustados al detectar que se avecina la noche aun en pleno día. Mas a pesar de creencias arraigadas, los eclipses no sólo se dan en agosto; así el Instituto Nacional de Meteorología en sus almanaques anunció, para 2005, dos de sol el 8 de abril y el 3 de octubre ambos no visibles en España. También aparecen dos de luna los días 24 de abril y 17 de octubre ambos invisibles para cualquier zona peninsular. Los eclipses se generan, normalmente, por parejas, es decir, un eclipse de sol (parcial, anular o total) y otro de luna emergen separados por dos semanas, con menor frecuencia, pueden venir aislados y, en este caso, "siempre serán de sol", como así ocurrió en 2001, que no hubo de luna. El cielo de julio y agosto es el más espectacular del año, y pocos como el de las noches castellanas; y no por el número de estrellas brillantes presentes, faceta en la que el invierno lo supera, sino porque las franjas de la Vía Láctea, nuestra galaxia, alcanza una posición muy alta dejando al descubierto una zona pródiga en astros variados. Lejos de las ciudades, es fácil vislumbrar múltiples nubecillas (nebulosas) y pequeños racimos de estrellas (cúmulos galácticos), en las proximidades de esta banda conocida como el Camino de Santiago. En esta dirección se encuentra el centro de la Galaxia, donde la densidad de estrellas se incrementa enormemente. Así lo vio y contó parcialmente el emperador Carlomagno, analfabeto, pero sabio como no ha habido otro para predecir los atacires o influjo de los astros. Asomarse al cielo nocturno de estos días, es contemplar un mar centelleante de estrellas que titilan desordenadamente, pero en el Universo nada está sujeto al albur. Desde sus orígenes, el ser humano ha aupado su mirada buscando allá arriba dioses y respuestas, han rastreado las observaciones de sus itinerarios, sobre alcoras de cristal, en la que esos astros deambulaban en una región incorruptible. En su devenir, la raza humana hacía cálculos, científicos o groseros, a la par que estudiaba con ábacos y astrolabios que forjaban imitando la bóveda celeste, y pronto atisbaron que los recorridos de esos astros tenían una armónica medida susceptible de componer silentes sinfonías. Como pasaban muchas jornadas observando, cayeron en la cuenta de que los eclipses tenían cierta periodicidad y comenzaron a predecirlos. Así lo hizo, aunque mucho tiempo después, el matemático checo Opolzev que, en su obra "Canon de Eclipses" calculó con asombrosa precisión todos los ocurridos, e inventarió hasta el año 2163. Los hebreos, prácticos y funcionales, propugnaban en su Libro que el Sol y la Luna son solo dos candiles que rigen las horas, uno el día y otro la noche; siempre al servicio del Hombre. También se asombraba, en época estival, de la caterva maravillosa de estrellas que poblaban la noche; y en su imaginación ataban con cuerdas doradas unos astros con otros para, en esta siega, formar gavillas y haces de forma inverosímil. Así se paseaban por aquellos campos con alguna familia y posteriormente contaban las historias de allá arriba, aquí en la Tierra. La Biblia está saturada de relatos de esta índole: Abraham ponía nombre a las estrellas y Jacob las contaba desde una escalera cuyos peldaños no tenían fin. Empero, el análisis y disfrute de la visión nocturna se está alterando, desde los últimos decenios, por un nuevo fenómeno, otro reverso de la civilización, la contaminación lumínica. Es el resplandor producido por la luz artificial que se pierde y diluye hacia el cielo, conformando un globo de luz en dirección vertical; su génesis es el alumbrado público o privado. Esto ha provocado que en las grandes ciudades sólo se detecte el brillo lunar permaneciendo eclipsados los demás astros. Consecuentemente, como el ruido, desemboca en contaminación atmosférica; por lo que, si es motivo de protección la naturaleza en general, en idéntica medida, la belleza de los cielos estivales y el paisaje nocturno debería serlo por normativa. Con ello no sólo se beneficiaría el medio ambiente, sino que se devolvería a los cielos las virtudes perdidas y se recuperaría un bagaje secular en el umbral de la extinción. Volver al principio del artículo Volver al principioDieciséis toneladasJavier Ortiz Sí, como las Sixteen Tons de la canción de Merle Travis, aunque éstas no extraídas con dolor y sangre de las minas de carbón del Kentucky de los años 50, sino donadas generosamente por el Estado español y enviadas por vía aérea desde Torrejón hasta Luisiana, para auxiliar al desamparado pueblo de Nueva Orleans. Confieso mi perplejidad. Mis perplejidades. Me deja realmente perplejo, por ejemplo, con qué unanimidad las más altas personalidades políticas de Estados Unidos, desde el ex presidente Bill Clinton hasta el presidente en teórico ejercicio, George W. Bush, afirman que habrá que investigar cómo ha podido producirse esta catástrofe, pero que «no es todavía el momento» de hacerlo, porque «ahora la prioridad es auxiliar a las víctimas».Como si todos los representantes del Congreso y el Senado de EEUU se hubieran calzado las botas de agua y estuvieran pala en mano quitando el barro de las calles de la ciudad natal de Louis Armstrong. ¿Qué necesidad hay de elegir entre rescatar e investigar? Los que trabajan en las tareas de ayuda pueden seguir haciéndolo, sin que nadie les importune, y, a la vez, los políticos pueden comenzar a analizar las razones de la catástrofe, mejor hoy que mañana y con idéntica dedicación. Pero es todavía mayor la perplejidad en que me sume la noticia de que no sólo España, sino la práctica totalidad de los Estados miembros de la Unión Europea, han acordado enviar ayuda a EEUU. Algunos han empezado ya a hacerlo. Mandan víveres, tiendas de campaña, bombas de agua, medicinas... Mi pregunta es sencillísima: ¿carece EEUU de algo de eso? Sus Fuerzas Armadas -capaces, según Bush, de mantener simultáneamente dos grandes guerras a muchos miles de kilómetros de distancia- se han quedado hasta tal punto carentes de pertrechos que han de pedir prestadas tiendas de campaña al Ejército español? Su industria alimentaria, que exporta a todo el mundo, ¿tiene tan vacíos sus almacenes que no les queda más remedio que solicitar a España, Francia, Italia, Alemania o Suecia que les envíen raciones de comida? ¿No cuentan sus impresionantes multinacionales farmacéuticas con reservas que quepa dirigir con urgencia a Luisiana? Por resumir todas las preguntas en una sola: ¿qué narices hace el país más rico del mundo pidiendo limosna? ¿O será tal vez que el Gobierno de Washington se prohíbe recurrir a los bienes de las multinacionales norteamericanas porque son propiedad privada, y la propiedad privada es sagrada? Lo digo con total sinceridad: si la noticia hubiera sido difundida el 28 de diciembre, no habría tenido la más mínima duda de que se trataba de una inocentada. Aunque tal vez lo sea, en cierto modo. Porque cualquiera no se gasta 350.000 euros, como está haciendo la Agencia Española de Cooperación Internacional, para echar una mano al Tío Gilito. Volver al principio del artículo Volver al principio |
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