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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia.

  Histórico. Año VIII

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Noviembre 2005. Nº 70

Contenido de esta sección:

Biografía de los encinares (Benjamín Hernández Blázquez)
El Veranillo del Membrillo (Benjamín Hernández Blázquez)
Cajal y Ortega: el espejo de la emulación y la orden de caballería (Carlos Díaz Gómez)
La Universidad de Alcalá participa en el proyecto del mayor observatorio de rayos cósmicos del mundo (Ruth Parra)

Biografía de los encinares

Benjamín Hernández Blázquez. Universidad Complutense de Madrid.

Próximo a extinguirse el primer lustro del milenio, el panorama medioambiental que nos deja, asaz repetido, difícilmente puede ser más desolador. Amén de otras anomalías, la sequía devora los antaño idílicos campos, a la par que carcome las insolidarias ciudades, las cosechas merman, se disparan las alergias, la primavera se anticipa, la flora experimenta cambios sorprendentes y el otoño boreal se vuelve perezoso en su aparición. En fin, de poco sirve observar y ejecutar el cuidado secular de árboles ancestrales en los albores del año agrícola: "en octubre podarás, mas a la encina dejarás". Y todo ello cuando la historia de los pueblos y aldeas se escribía a la sombra de estos árboles.

La encina por su leña seca, o sus verdes serojas inscritas en su majestuoso porte, posee una especial jerarquía mitológica y legendaria en el mundo occidental, según la cual es el árbol antropogónico por excelencia. En la mitología clásica se consagró a deidades como Zeus. Pueblos como los escandinavos y eslavos consideraban a la especie quercus como paradigma de fuerza y longevidad. Empero, durante siglos, gozó de más raigambre en el mundo oriental donde se identificaba con la diosa Cibeles que portaba una corona de encina, por ser en Asia Menor un árbol nutricio. Asimismo de Oriente llegó el lenguaje de las flores hacia el cual se torna hoy con nostalgia; en su "libro", la bellota equivalía a amargura. En el Imperio de Oriente fue famoso el denominado Sínodo de la Encina, proceso que condenó al destierro a S. Juan Crisóstomo; fue a finales del siglo IV, cerca de Constantinopla, y el último acto se gestó a la sombra de una gigantesca encina, que un terremoto sepultó dos siglos después.

Las crónicas inglesas refieren que, en el umbral de la Guerra de los Cien Años, cuando los restos del rey Eduardo II Plantagenet iban en cortejo, en cada alto que hacían de legua en legua, plantaban una encina. Desde entonces han pasado más de seis siglos y algunas de ellas, que desafiaron a los rayos y al tiempo, continúan en pie proyectando su negra sombra sobre la ruta que va hasta Leicester. Así lo siguen contando a turistas y viajeros ocasionales. En España, alguno de estos monumentales árboles han sido fieles testigos del trotar de los caballos cristianos que iban ensanchando Castilla, de cómo alcores y alijares contiguos se poblaban de plantas oriundas de otro mundo; de luchas contra otros ejércitos o entre ellos mismos en la guerra civil.

La realidad, en plena vorágine consumista, es muy distinta: la naturaleza y el hombre horadan y talan , o las arrancan de cuajo para trasplantarlas en urbanizaciones, en un habitat que no es el suyo, como planta ornamental; incluso se hace fuera de España, de idéntica forma que aquí se recepcionan palmeras de los oasis africanos, que suele converger en la introducción de nuevas plagas y enfermedades.

Para salvar una encina, lo primero es identificarla, aunque lo más importante es tener voluntad de hacerlo y reconocerle la categoría que como ser vivo y por esencia tiene. Por eso se constituyen asociaciones basadas en estas premisas, para salvar al árbol de las agresiones irracionales. Por otra parte, en 2004, científicos y departamentos universitarios seleccionaron, dentro del entorno español, 2000 árboles tipificados como singulares de los que la mayoría de pueblos y regiones tienen algún ejemplar, en el que se identifican y confunden su pretérito o su futuro. De las especies estudiadas, la mayor parte eran encinas que se contabilizaron en 16 provincias, la mayoría castellanas y extremeñas.

La entidad Adena, en otro estudio conjunto con departamentos de Botánica (2004), identificó, dentro del alfoz español, 205 bosques o zonas aisladas que carecían de la denominación de Parques Naturales, Nacionales o Reservas. Son "puntos rojos", pero bosques de calidad que han resistido sequías, incendios o urbanizaciones. Este estudio subraya, que entre los peor conservados están los encinares, y "la situación es más grave por ser los más representativos de España, y el 40% de la superficie boscosa total".

De una forma u otra, en los encinares lejos de la agorafobia, se percibe la paz y se oye el silencio hasta los acirates de sus ramas. En las grietas de estos vetustos árboles, la humedad hace crecer hierbas silvestres o nidos de urracas o abubillas. Y en este aspecto, la encina ha abandonado su bucólica fama al ser ocasional campo de batallas o encuentro de los córvidos. Arrendajos y cornejas no son amigos de nadie, sino de sí mismos, y les sobran enemigos; uno de ellos es inveterado: el búho real. Búhos y cuervos, aplicando los clásicos principios de la guerra, utilizan en sus horarios contrarios como campo de batalla las encinas, para dirimir sus naturales cuitas y no viven sino para hostigarse. Los búhos son cobardes con la luz, pero cuando se abre la noche las encinas son testigos de nuevas estrategias bélicas; y como día y noche no cesan de relevarse, cuervos y búhos, día y noche, como la eterna dicotomía humana, andan a la greña desde que el mundo es tal.

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El Veranillo del Membrillo

Benjamín Hernández Blázquez. Universidad Complutense de Madrid.

En estas jornadas de noviembre, si causalmente o por azar, nos topamos con un membrillo, más o menos amarillo, unos no reconocerían este fruto del árbol del mismo nombre y otros, los más, no sabrían qué hacer con él. Tal vez, si el entorno es rural, alguno rememorará que antaño, en sus casas, se elaboraba, con esta fruta otoñal, mermeladas, jaleas, compotas o licores, o el exquisito dulce de membrillo, conocido como codoñate en algunas zonas españolas. Empero, si nos fijamos en los almanaques al uso, pasado el día de Todos los Santos y las calendas de noviembre, el día 11 en todos figura como santo principal Martín de Tours, patrono de Francia y en España de los capistas, amén de guardián y adalid de otras muchas costumbres populares ancestrales.

Aquí nos atañe la denominación de "Veranillo de San Martín" o "Veranillo del membrillo", dado que, hacia estas fechas, suele haber un ligero ascenso de las temperaturas en las que finaliza la maduración del membrillo. "El veranillo de San Martín dura tres días y fin", se refiere a que, en algunos pagos, el buen tiempo se acababa, aunque, por otra parte, esta elevación de temperatura a que hace referencia sólo es puntual, ni siquiera regional; se carecía de datos meteorológicos u otros datos estadísticos y el dicho estaba ya acuñado. En Centroamérica, el veranillo del membrillo posee acepciones similares al designar: "en la temporada de lluvias, los días que no llueve y suben los grados".

En este año, ahíto de eventos cervantinos, algún atento lector quizás recuerde el pasaje en el que Don Quijote recomendaba el membrillo a Sancho, para "asentar el estomago y hacer bien la digestión". Muchos siglos atrás, los griegos y romanos lo empleaban para regular la orina y cortar vómitos causados por la saturación de comida. También Plinio, brillante escritor latino, describía las confituras y guisos ensalzando sus respectivas virtudes.

Originario del Cáucaso, se le conocía como manzana de Cidonia y simbolizaba el amor, por lo cual adornaban las ceremonias nupciales durante varios días con sus frutos o las flores rosadas, que identificaban como tentación. Para el mundo heleno gozaba de propiedades mágicas como protector de los malos espíritus. Y en España, desde el Medioevo, en algunas casas, se guardaban varios membrillos entre la ropa suntuaria como antídoto contra la polilla.

Según la corriente filológica más seguida, membrillo proviene del latín melimelum, y anteriormente del griego meli=miel y melon=manzana, es decir, miel de manzana de acuerdo con la etimología. Se dio este apelativo por las conservas que con él se hacen cociéndose en miel, con lo que se obtenía una compota muy dulce. Son derivados: membrillar, membrillero y membrilla con alusiones geográficas y sobre todo mermelada que da nombre, aun siendo originariamente de membrillo, a todas las composiciones dulces o confituras de otras frutas.

Sin embargo, como fruta cruda, el membrillo goza de escasas propiedades nutritivas, por lo que, añadido a su aspecto coriáceo, pocas veces se come así. Se hace en guiso, cortándolo en gajos y desechando corazón y semillas o combinado con diversas especies de caza; su fundamento es que al cocer se volatiliza la aspereza.

En la denominada Cocina del Barroco estuvo muy extendido en España un guiso conocido como alboronia, de reminiscencias árabes (de al-Buran, esposa de al-Mamún); contenía calabaza, berenjena y membrillo. Hoy, en algunos restaurantes innovadores, se quiere recuperar y actualizar este guiso que arraigó en la Cuenca del Tajo, "la mejor servida de alimentos del siglo XVI", y que pregonaba: "el membrillo, la espada y la mujer, de Toledo han de ser". Asaz repetido por Lope de Vega, Cervantes y Quevedo, España era una sociedad rural y la tierra para sembrar frutales, la casi única fuente de riqueza; por ello herrenes, algabas, almunias y alijares se saturaban de membrillares, mientras que las ciudades, en expansión, al no ser centros de trabajo, eran parásitos de la economía agraria.

Como almibar (jarabe de membrillo) o carne sigue siendo más conocido y extendido en la amplia y versátil gastronomía española; de esta forma aumenta sus contenidos en nutrientes, sobre todo aderezado con otros aditivos, como queso, galletas y frutos secos. En el referido siglo XVI, la comida, en general, servía para legitimar o separar a cristianos y conversos; pero también a los ociosos y numerosos hidalgos de los pobres de solemnidad, que al no comer la susodicha alboronía andaban a la "sopa boba".

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Cajal y Ortega: el espejo de la emulación y la orden de caballería

Carlos Díaz Gómez

Leyendo las Reglas y Consejos sobre investigación científica de Ramón y Cajal, e «Imperialismo de la Física» –un artículo clásico de Ortega publicado en La Nación de Buenos Aires el 21 de septiembre de 1930–, he encontrado otro punto de encuentro entre ambos magnates de la ciencia hispánica, como si tras mucho leer y cavilar hubiesen llegado a un mismo lugar intelectual, oculto o desconocido para quienes tenemos menos horas de vuelo, menor profundidad de análisis, no tanta imaginación, capacidad de relación o tozudez en nuestro empeño. Se trata de una síntesis esclarecedora para los amantes de la economía y para comprender el método económico actual, sus limitaciones esenciales y sus problemas sin solución. ¿Cuál es esa síntesis y cuáles estas limitaciones?

Antes de transcribirlas de su original, permítaseme añadir que, junto a Cajal y Ortega, otros autores contemporáneos suyos o anteriores a ellos habían llegado a la misma conclusión. Me refiero a Claudio Bernard y a Augusto Comte, tal y como Cajal y Ortega concretan; pero también a John Maynard Keynes, el economista que descubrió algo fundamental sobre la cobertura financiera responsable de los mercados de futuros actuales y de los productos derivados en general y que especuló perdiendo mucho y haciendo fortuna como nadie, apostándolo todo al tres de corazones.

Según deja anotado el profesor Torrero, mi profesor, en su libro de 2001 Internacionalización de las Bolsas y de las finanzas, Keynes había dicho en 1938 que los mercados especulativos «están regidos por la duda más que por la convicción, por el miedo más que por la previsión, por la memoria del pasado inmediato y no por el conocimiento del porvenir. El nivel de precios de la bolsa no refleja lo que el inversor conoce, sino lo que no conoce. Enfrentados con las perplejidades e incertidumbres del mundo moderno, la valoración de los mercados fluctuará mucho más ampliamente que lo razonable a la luz de la incidencia posterior de los sucesos».

Ortega, que se refiere a Keynes al menos una vez, dejó escrito en su "Prospecto del Instituto de Humanidades" que «se vive siempre sobre un volcán», y en Historia como sistema, que «una forma de vida sólo se abandona cuando se ha ensayado hasta sus últimas consecuencias». Por otro lado, es clásica y síntesis de su pensamiento la frase de Keynes «markets can remain irrational longer than you can remain solvent».

Y esa es la tesis esencial. Como no sabemos –«vivir es sentirse perdido» y «we simply don’t know»–, la ciencia intenta conocer, pero sin ninguna garantía o seguridad de que ese conocimiento sea posible. Esta es una idea fundamental en Ortega –el buscador incansable de la verdad– presente en la primera frase de su artículo «Imperialismo de la Física» y que encontramos también en el primer capítulo del libro citado de Cajal –que no creía «demostrada, en buena filosofía, la absoluta imposibilidad de que el hombre se eleve algún día a la concepción del porqué de los fenómenos»–. Es también la idea menos repetida por nuestros profesores:

«Otra verdad, vulgarísima ya de puro repetida, es que la ciencia humana debe descartar, como inabordable empresa, el esclarecimiento de las causas primeras y el conocimiento del fondo sustancial oculto bajo las apariencias fenomenales del Universo. Como ha declarado Claudio Bernard, el investigador no puede pasar del determinismo de los fenómenos, su misión queda reducida a mostrar el cómo, nunca el porqué de las mutaciones observadas. Ideal modesto en el terreno filosófico, pero todavía grandioso en el orden práctico, porque conocer las condiciones bajo las cuales nace un fenómeno, nos capacita para reproducirlo o suspenderlo a nuestro antojo, y nos hace dueños de él, explotándolo en beneficio de la vida humana. Previsión y acción: he aquí los frutos que el hombre obtiene del determinismo fenomenal.» (Ramón y Cajal, Reglas y Consejos sobre investigación científica, 1898, cap. I)

Yo había creído siempre que el conocimiento –también y sobre todo el conocimiento de las causas últimas o primeras– es por supuesto posible y, en última instancia, la única razón de ser de nuestras escuelas y facultades y nuestro destino irrenunciable; de hecho, conocemos muchísimas cosas, más de lo que la humanidad haya conocido jamás, hasta el punto de que Julián Marías escribió en 1998 que «es muy verosímil que desde ahora cada decenio equivalga a varios siglos del pasado relativamente reciente, del pasado histórico». El propio Cajal comentaba entusiasmado, poco antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, que los congresos internacionales iban a ser capaces de contribuir a mantener un periodo de paz y prosperidad incomparable. Y es conocido que el doctor Marañón creía que «el progreso moral del mundo es imparable» y que las guerras estaban condenadas a desaparecer del futuro histórico. Todos acertaban y todos se equivocaban, y no podían escapar de la primera ley de la predicción en economía, que dice algo así como "pronúnciate sobre una tendencia o sobre una fecha concreta, pero nunca sobre ambas cosas". Es ésta, claramente, la trascripción económica del principio de incertidumbre de Heisenberg, según el cual no es posible concretar la velocidad exacta de una partícula en un punto del espacio nada más; si queremos la velocidad exacta necesitamos dos puntos de referencia, y si fijamos únicamente un punto no es posible decir nada sobre la velocidad. Ortega y Gasset estudia en serio todas estas cuestiones y su pasión por las matemáticas y sus conocimientos físicos están presentes en toda su obra, seguramente con afirmaciones tan originales y novedosas como olvidadas ayer y redescubiertas mañana, como tantas veces sucede. Yo apenas he leído algunas páginas de La Idea de Principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva, pero no hace falta mucho más para descubrir dónde hay un depósito de valor genuinamente español, como Cajal reclamaba en sus Reglas y consejos y desde la dirección de la Junta para la Ampliación de Estudios de los estudiantes jóvenes, como Ortega, que se iban a marchar a estudiar al extranjero. A mí siempre me ha dado la impresión de que Ortega toma al pie de la letra los consejos de Cajal, y teniéndose en poco –quiero decir, consciente de sus limitaciones– y resuelto a ser honesto consigo mismo y a no engañarse jamás, hace todos los esfuerzos, primero, por conformarse con lo que tiene, y segundo, por crecer a su altura. Pura ambición exenta de codicia. Lo demás –las dificultades, las cartas que le tocan en cada mano, la pelota que le llega– no depende de él, y por tanto opta por no lamentarse y por estar siempre dispuesto a vivir a la española, tirando la casa por la ventana y diciendo mañana es un tiempo demasiado lejano. Por eso siempre me ha parecido que Ortega y Keynes coincidían en muchas cosas y se habrían llevado bien.

Pero, automáticamente, me imagino a Ortega puesto en pie declarando que pocas cosas hay más dispares que su planteamiento y su función como filósofo y las reflexiones de un economista, como Keynes, «interesante, sin duda, pero sólo un economista». Y aquí surge de las aguas como un gigante escondido uno de sus libros más vivos, nacido para imperar cuando ya se haya apagado el sol: Meditación de la técnica, donde habla de lo que significa ser algo un problema ingenieril y donde explicita su tesis esencial de que «el problema vital es siempre pretécnico». A mí me parece que esta frase recoge su pensamiento mejor que la más conocida de «yo soy yo y mi circunstancia».

Y me los imagino a los tres, callados y siguiendo a Cervantes en su aventura perenne, mientras piensan para sí: «en la Orden de la Caballería no se está a sueldo sino a merced».

Luego he descubierto, en un artículo de Victoriano Martín Martín, publicado en Revista de Occidente en mayo de 2002, que Keynes «leyó en mayo de 1902, en la Sociedad Literaria de Eton, un ensayo sobre Bernardo de Cluny (San Bernardo)». Y que «el tema del ensayo era la elección entre una vida de acción y otra contemplativa». De donde se sigue que Keynes y Ortega tenían una misma inquietud. Y me pregunto si Ortega leyó ese ensayo, o si le hubiese gustado leerlo, lo cual es seguro, siendo como era un esforzadísimo lector.

¿Y qué hay de los problemas sin solución del método económico?

Diré sólo que el equilibrio económico, tema permanentemente dado por supuesto como del más elemental sentido común, está lleno de problemas teóricos y prácticos.

El prestigiosísimo profesor de banca y finanzas londinense Charles Goodhart se refiere a las intuiciones fundamentales de Keynes, sobre el funcionamiento de la economía real, diciendo que el mundo está lleno de incertidumbre –aquí es donde encaja el we simply don’t know de Keynes–, actuamos basándonos en expectativas muy dudosas, la información fidedigna no es gratis, y se cometen errores continuamente, de modo que nuestro sistema económico va de estado de desequilibrio lamentable en estado de desequilibrio lamentable, como un pistolero herido de bala en un costado. En Meditación de Europa, Ortega escribió: «Las catástrofes pertenecen a la normalidad de la historia, son una pieza necesaria en el funcionamiento del destino humano. Una humanidad sin catástrofes caería en la indolencia, perdería todo su poder creador».

El equilibrio económico se caracteriza porque nadie puede mejorar su situación dadas sus circunstancias. Cuando no hay ninguna razón para alterar las cosas, el equilibrio es estable y duradero. Hasta que sucede una catástrofe, que los economistas denominan un shock exógeno. Lo fundamental del equilibrio es que todo el mundo acierta con respecto a su idea sobre el plan vital y las intenciones de los demás, de todo el mundo conocidos, que todo el mundo comprende bien. Nadie puede estar en un error, ni dejar de actuar por interés material, que sería perjudicarse conscientemente. Además, todos los individuos son iguales. No hay «esfuerzo e inercia», no hay «ningún hombre es más que otro, pero algunos hacen más que otros». El agente económico es vil e interesado. Nunca da nada a cambio de nada. Y jamás se le ocurriría decir «mejor la buena esperanza que la vil posesión». Es justamente el buen burgués del que habla Ortega en su artículo «Imperialismo de la física», que ha motivado esta aportación para conmemorar este mes de octubre cincuenta años después.

Este artículo constituye la base de la comunicación que el autor presentó en la Mesa D2 "Trayectorias filosóficas de Ortega II" en el Congreso Internacional: "Ortega medio siglo después 1955-2005: La recepción de su obra", celebrado en Madrid del 18 al 21 de Octubre de 2005. En
www.fog.es/congreso (2/11/05)
puede verse la referencia original.

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La Universidad de Alcalá participa en el proyecto del mayor observatorio de rayos cósmicos del mundo

El Observatorio Pierre Auger Sur se inauguró los días 9, 10 y 11 de noviembre de 2005

Ruth Parra


Coincidiendo con el Año Internacional de la Física, la comunidad científica mundial colabora, de nuevo, en un proyecto de gran envergadura que reúne más de 300 científicos, pertenecientes a 55 instituciones de 16 países. En realidad trabajan en el observatorio físicos de 19 nacionalidades, pues algunos de ellos participan a título individual, sin contar con el apoyo oficial de sus gobiernos.

Los integrantes del Grupo de Plasmas Espaciales y Astropartículas (SPA) de la Universidad de Alcalá, encabezados por Julio Gutiérrez, Catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear, Luis del Peral, director de la parte alcalaína del proyecto Auger y Profesor Titular de Física Aplicada, y Dolores Rodríguez Frías, Profesora Titular de Física Atómica, Molecular y Nuclear, como profesores numerarios de la UAH, colaboran en este importante proyecto internacional. Asimismo el grupo, cuenta con la participación de un Profesor Asociado, Raúl Gómez Herrero, María Monasor Denia, becaria FPI de la Junta Castilla-La Mancha y Germán Ros Magán, becario FPI de la Comunidad de Madrid.

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Vista aérea del edificio central del observatorio

Hasta la fecha, el trabajo de estos científicos ha consistido en el montaje de equipos e infraestructuras al pie de los Andes, en el altiplano de la Pampa argentina, concretamente en el pueblecito de Malargüe (provincia de Mendoza). El trabajo no ha sido fácil. Simplemente llegar hasta allí representa, además de las horas de vuelo hasta Mendoza, más de cinco horas de automóvil por desérticos páramos, vadeando ríos (a veces con problemas para sacar el coche del barro) y sin posibilidad de comunicaciones.

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Puesta de Sol en el camino

Flamencos en el camino

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Interior de una caverna en Malargüe
 

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Otra vista del interior de una caverna, en los alrededores de Malargüe

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Una vista de los Andes

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Una bonita laguna, no lejos del observatorio

Del 9 al 11 de noviembre se inauguró la primera fase del experimento, el Observatorio del Hemisferio Sur, pues para cubrir la totalidad de la esfera celeste, se necesitan dos observatorios, uno en el Hemisferio Sur, el recién inaugurado, y otro en el Hemisferio Norte, que se comenzará a construir el año próximo en el Estado de Colorado (EE.UU.)

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Vista del centro momentos antes de la inauguración.

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El premio Nobel,Jim Cronin, corta las cintas que representan la colaboración de los diversos países.

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Conferencia inaugural.

El Observatorio Sur consiste en una matriz de 1.600 detectores de radiación cósmica secundaria repartidos en una superficie plana de 3.000 kilómetros cuadrados, y cuatro telescopios de fluorescencia atmosférica.

Para que el lector se haga una idea del funcionamiento de los equipos, explicaremos someramente en qué consiste la radiación cósmica y cómo se detecta.

Los rayos cósmicos consisten en partículas provenientes de fuera de nuestra atmósfera, desde todas las direcciones, con diversa composición (desde protones, es decir núcleos de hidrógeno, a iones de hierro, pasando por radiación electromagnética) y diferente origen (desde el Sol hasta las galaxias más lejanas). En este experimento se detectarán las partículas más energéticas conocidas de la radiación cósmica, algunas de ellas poseen energía que supera en más de cien millones la energía hasta ahora conseguida con los aceleradores más modernos construidos y, por tanto, viajan a velocidades muy próximas a la velocidad de la luz en el vacío; muy posiblemente esas energías tan elevadas jamás podrán conseguirse en un laboratorio terrestre. Por esta razón, el observatorio Pierre Auger constituye un laboratorio natural único, donde podemos poner a prueba las teorías nucleares y de composición del Universo actualmente admitidas.

Nadie conoce las fuentes de estos rayos cósmicos ultra-energéticos. La mayoría de las partículas de rayos cósmicos de baja energía que llegan a la Tierra provienen de nuestra propia galaxia, la Vía Láctea. Muchos provienen de la explosión de estrellas llamadas supernovas. Sin embargo, las partículas ultra-energéticas, probablemente, provengan de fuentes fuera de la vía Láctea, pero ¿de dónde?

No conocemos ninguna fuente en el Cosmos que pueda producir partículas con estas energías, ni siquiera en las más violentas explosiones de estrellas. Su origen oculta el secreto del inicio y la evolución del Universo. Algo en el cosmos está lanzando partículas a energías increíbles por el universo. ¿De dónde provienen estas partículas? ¿De alguna explosión cósmica super-poderosa? ¿De un enorme agujero negro que absorbe estrellas en una muerte violenta? ¿De colisiones entre galaxias? ¿Del colapso de residuos masivos procedentes del origen del universo?

Afortunadamente, esas partículas no llegan hasta la superficie terrestre, lo que haría inviable la vida tal como la conocemos, y son paradas por la alta atmósfera -a unos 37 Km de altura-, gracias a la interacción con las moléculas que componen el aire que respiramos. Estas interacciones provocan la aparición de nuevas partículas, menos energéticas, que sí llegan a la Tierra, producidas en una auténtica avalancha (cascada), y se pueden detectar directamente.

Evidentemente se podrían detectar esas partículas primarias ultra-energéticas directamente, mediante satélites en órbita terrestre. No obstante, su flujo es muy pequeño y sería una casualidad demasiado eventual conseguir detectar una en cualquiera de tales instrumentos orbitales. Por ello, lo mejor es repartir muchos detectores por una gran superficie a nivel del suelo y medir las cascadas de las partículas secundarias, producto de la interacción atmosférica. Eso es lo que hace el Observatorio Pierre Auger, distribuyendo una red de 1.600 detectores, distanciados a 1,5 km entre sí y cubriendo una superficie total de 3.000 km2.

Estos detectores no son otra cosa que tanques llenos de agua muy pura que observan la luz emitida por las partículas de la cascada al moverse por el líquido. Esa luz es muy tenue, por lo que debe ser amplificada antes de medir cualquiera de sus características.

Instalando uno de los tanques.

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dad_th.jpg (7488 bytes) Cada uno de ellos lleva el nombre de un niño del pueblo de Malargüe.

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Vista de uno de los tanques, ya instalado en la Pampa

El complejo Pierre Auger, no obstante, es un observatorio mixto, pues también observará la entrada de las partículas ultra-energéticas en la alta atmósfera, mediante una serie de telescopios de alta sensibilidad que, en las noches despejadas sin Luna, escudriñará la atmósfera para observar la tenue luz ultravioleta que producen las cascadas de rayos cósmicos al atravesar el aire, pudiendo así determinar el origen de la interacción.

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Vista de uno de los espejos de los telescopios de fluorescencia

El Observatorio Pierre Auger será el mayor dedicado a la detección y estudio de los rayos cósmicos jamás construido, y abrirá una nueva ventana al conocimiento del Universo, llegando hasta donde nunca antes se había alcanzado. A partir de ahora, los datos experimentales obtenidos aportarán información sobre el origen del Universo, permitirán contrastar las teorías de Einstein y resolverán incógnitas sobre la materia y energía oscuras, predichas por las teorías cosmológicas modernas y aún no detectadas.

Para más información y entrevistas:
Ruth Parra
Programa Ciencia y Sociedad
Sistema Madri+d - Universidad de Alcalá
Tel.: 91.885.49.39
ruth.parra@uah.es
www.uah.es
www.madrimasd.org

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Última modificación: 15-12-2005