Editorial
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia.

  Histórico. Año VIII

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Noviembre 2005. Nº 70

LAS FRASES DEL MES:

Nunca he permitido que la escuela entorpeciese mi educación.

Mark Twain

La última voz audible antes de la explosión del mundo será la de un experto que diga: "es técnicamente imposible".

Peter Ustinov

Siembra vientos y recogerás...

Estos días, las calles de París ya no son como en tiempos. Se siente la opresión del temor al encuentro con las bandas de jóvenes destrozaloto. Recogen hoy los franceses las tempestades sembradas con los vientos de hace un cuarto de siglo.

Son muchos los comentaristas, tanto galos como de otras nacionalidades, que analizan, una y otra vez, la situación caótica de ciudades tranquilas hasta hace unas semanas. Ninguno de ellos, a nuestro parecer, osa decir la verdad. Éstas son las consecuencias de los discursos políticamente correctos que parecen ser los únicos con cabida en nuestra sociedad moderna. Éstas son las consecuencias de confundir la libertad con el "todo vale". Estas son las consecuencias de no explicar a la gente que sus derechos están limitados por los derechos de sus prójimos. Estas son las consecuencias de confundir la democracia con el dejar hacer a cada uno lo que le viene en gana. Estas son las consecuencias de perseguir al ciudadano honrado por un quítame allá esas pajas y rebajar los precios del delito.

¿Problemas raciales? Imposible, Francia es el país menos racista del mundo. Los guetos formados tienen otro origen –sigan leyendo, por favor-. ¿Problemas sociales? Tampoco, pues pocas naciones pueden presumir de tener un sistema de prestaciones sociales como el disfrutado allí. Bien es verdad que esas prestaciones han sido paulatinamente recortadas, tanto por gobiernos de derechas como de izquierdas, más por estos últimos, para hacer frente a la crisis económica mundial, pero sus habitantes son conscientes de que en otras partes están peor. No hablemos del salario mínimo en Francia, ni de otro tipo de ayudas, a años luz de las casi inexistentes en, por ejemplo, España. ¿Problemas religiosos? Improbable. Cuando hace unos meses el gobierno francés prohibió a las niñas musulmanas llevar el velo en las escuelas, no se movilizó la población inmigrante como lo ha hecho ahora.

El problema es muy profundo, por cuanto tiene raíces demasiado penetrantes y afianzadas, pero, a la vez, es muy simple. No es la crónica de una revuelta anunciada, es peor, se venía venir desde hace muchos años y nadie le ha querido poner remedio. Entre la dejadez de los políticos, sólo preocupados por mantenerse en el poder durante cuatro años y hacer algo espectacular justo antes de cada convocatoria electoral para perpetuarse en la poltrona, y la poca habilidad de los llamados agentes sociales, dedicados a justificar conductas injustificables, para demostrar sus "buenas intenciones", han conseguido desarrollar el clima adecuado para una explosión de vandalismo callejero.

Se dice que la revuelta se ha iniciado en los suburbios pobres, donde la miseria, el paro y la falta de ayudas sociales es más acusada. Ciertamente, en esos barrios, normalmente pueblos de muchos miles de habitantes, como cualquier otra ciudad dormitorio de una metrópoli moderna, vive gente con menos poder adquisitivo, pero miseria, lo que se dice miseria, como la que puede verse en otros lugares, no existe. Ríanse ustedes de algunos pisos de "lujo", comprados casi a precio de oro, en los alrededores de Madrid. Los HLM donde habitan los revoltosos, son viviendas, en principio, dignas, de bajo alquiler, porque las ayudas sociales francesas corren con gran parte del coste, a nada que la familia que las ocupa tenga dos o tres hijos. Son amplias, aunque construidas con materiales no muy buenos, como cualquier piso comprado que no supere los 300.000 euros de hoy. Eso sí, muy deterioradas por la falta de cuidado de sus moradores y la desidia de las autoridades responsables, que no les han exigido una conservación mínima.

Hagamos un poco de crónica histórica. Allá por los años setenta del siglo pasado, Francia ya casi no recibía inmigración española, pero se produjo una oleada de ciudadanos portugueses, magrebíes, subsaharianos de antiguas colonias francesas y, sobre todo, de los propios franceses residentes en Argelia que debieron volver a casa tras la independencia de aquel país. Eran los llamados "pies negros" (pie noir), con apellidos españoles, en su mayoría, por las botas de ese color que usaban habitualmente en una región en la que las babuchas eran el calzado típico. Los portugueses eran muy numerosos, hasta el punto de decirse que París –en realidad el extrarradio- era, tras Lisboa, la segunda ciudad lusa en número de habitantes.

Para dar cabida a toda esa oleada de "nuevos franceses" se construyeron edificios en los extrarradios de las grandes ciudades, dando lugar a nuevas barriadas de amplios paseos peatonales y grandes zonas para estacionar los vehículos, con sus guarderías, escuelas y liceos, con pequeños centros comerciales; aunque en sus comienzos mal comunicadas por el transporte público con los núcleos urbanos antiguos, pero el automóvil propio, sobre todo de segunda mano, era de fácil adquisición. También había muchos "antiguos franceses", pues algunas empresas trasladaron cerca de allí sus instalaciones o crearon otras nuevas, en las proximidades de la mano de obra.

Al comienzo, nada hacía presagiar que se fueran a formar guetos, como al final sucedió en poco tiempo, pues aquello era una auténtica Babel, tal era la cantidad de lenguas que se oían por la calle. A mediados de la década de los setenta, ya había una cierta reticencia por parte de muchos ciudadanos, franceses y/o inmigrantes, a vivir en tales barrios. El problema no era, ni de lejos, el racismo, salvo que denominemos racismo a la repulsa de vivir, pared con pared, con personas que no respetaban las horas de descanso de sus vecinos, que no depositaban las basuras en los lugares destinados a tal fin y preferían tirarla en medio de la calle, que destrozaban y/o pintarrajeaban las zonas comunes, cuando no el interior de las propias viviendas, por no se sabe qué placer oculto en despreciar lo disfrutado cuando no es propio y pertenece a la comunidad. Resultaba difícil convivir con personas que también se negaban a cambiar sus costumbres ancestrales, muchas de ellas en clara contradicción con la cultura occidental.

Todos aquellos que no gustaban de tales prácticas hacían lo posible, e imposible, por salir de aquellas viviendas, accediendo, en muchos de los casos, a la propiedad inmobiliaria, lejos de aquellos barrios que, poco a poco, y con la llegada de nuevos inmigrantes más pobres, fueron convirtiéndose en guetos, donde era complicado intentar vivir de una forma racional. En resumen, estos guetos han sido producto del intento de integrar grupos sociales clamando por la multicultura, o al menos eso es lo que dicen ciertos agentes sociales y defensores de lo indefendible, cuando por cultura se entiende modos de vivir poco recomendables, tras siglos de haber intentado desterrarlos.

¿Por qué las autoridades municipales, normalmente propietarias de tales inmuebles, bien directamente, bien a través de sociedades interpuestas, no pusieron fin a tales prácticas? El "laissez faire" típico de los franceses dejó que creciera la falta de respeto por lo común. La policía, normalmente presente en zonas residenciales más civilizadas, eludía patrullar por esas otras o lo hacía de forma meramente testimonial. Es verdad que algunas de esas barriadas, de edificaciones de alquiler barato, estaban bien conservadas y tenían el aspecto de una ciudad cuidada y ordenada, pero, paulatinamente, a lo largo de las últimas décadas del siglo, fueron convirtiéndose en copias exactas de los "barrios prohibidos".

La sociedad actual, tanto da que sea francesa, española o de cualquier otro país del llamado primer mundo, con sus políticos preocupados por sí mismos -no por los ciudadanos a quienes representan, todo lo más preocupados por sus electores y por hablar un lenguaje políticamente correcto-, con sus psicólogos y pedagogos empeñados en no inculcar disciplina ni urbanidad en las escuelas -ni en las familias, pues los cachorros humanos deben crecer "desarrollando su propia personalidad", léase instintos menos sociales- ha propiciado esos guetos, donde los irresponsables campan a sus anchas.

Hagan un pequeño ejercicio de comparación. Si son ustedes de esos padres ultra modernos que hacen caso, al pie de la letra, de las doctrinas psicopedagógicas en boga, y no reprenden a sus retoños, cuando lo deben hacer, es decir, cuando están formándose a tempranas edades, ¿qué les ocurre cuando, ya una vez adolescentes, quieren que sus hijos adopten una conducta "correcta"? No nos digan que vale con dar ejemplo, porque ejemplos y mucho más numerosos que en su casa van a encontrar en la calle, en la escuela y en las familias de sus amigos. Incluso más. Ustedes han sido unos padres no permisivos y han intentado educar a sus hijos de forma racional, plantéense, sin embargo, por un momento que a su hijo/a de dieciocho años -¡mayor de edad!-, le prohíbe salir los jueves por la noche de "botellón", por el simple hecho de su deber de asistir a clase o trabajar al día siguiente y dormir adecuadamente para estar despejado. Inténtenlo y tendrán la guerra servida en casa. Piensen por un momento qué ocurriría si a un alcalde se le ocurriera ordenar el cierre de los bares, no los fines de semana, sino la noche de los jueves, a una hora prudencial...

Ahora trasladen el problema a uno de esos barrios convertidos en guetos de "haga usted lo que quiera", independientemente de religión, procedencia étnica o cualquier otra circunstancia diferenciadora. Después de años de "no intervención", de mirar para otro lado, para no ver como se van convirtiendo en potenciales enemigos de todo, de no llamar a las cosas por su nombre -no sea que se enfaden y los votos que allí se recogen se pierdan-, después de años de "aquí todo vale", intenten poner un poco de orden y prohíban cualquiera de los malos hábitos adquiridos por grupos de personas que nunca han oído hablar de disciplina o respeto por los demás... La verdad es que nos sorprende que sólo se dediquen a quemar coches, edificios y mobiliario urbano.

La situación no es, ni por asomo, comparable con el "mayo del 68", por cuanto entonces las revueltas iban dirigidas a obtener cambios sociales, mientras que ahora se trata de las conductas violentas desatadas por un intento de imponer orden en una sociedad demasiado permisiva durante décadas.

Mientras, quien se frota las manos y, seguramente, sacará partido, y mucho, de la situación es la extrema derecha.

Se dice que el fenómeno es incomprensible pues se trata de auténticos franceses, pues son, en su mayoría, tercera generación de inmigrantes y han nacido allí, incluso tienen la nacionalidad gala. Tanto da, se trata de franceses sí, pero de franceses a los que nadie, ni nunca, les ha obligado a respetar a la comunidad. Seguramente –y bastará preguntar a los esforzados maestros de las escuelas a las que asistieron-, a bien temprana edad manifestaron sus tendencias violentas, sin que nadie, ni nunca, les obligara a la disciplina indispensable para favorecer la convivencia.

Señores políticos, déjense de parlamentos políticamente correctos y llamen por su nombre a la realidad social que vivimos. Déjense de hacer todo por el pueblo, pero sin el pueblo. Déjense de tirarse los trastos a la cabeza por la asignatura de religión y piensen que un sistema educativo permisivo, hasta los extremos actuales, conduce indefectiblemente a la debacle. Reconozcan, de una vez por todas, que el fracaso escolar no es más que el producto de la falta absoluta de inculcar a nuestros jóvenes, empezando en el seno familiar y terminando en la escuela, el respeto por ellos mismos, por sus profesores y por la comunidad. Reconozcan que la "buena educación" es la única vía para atajar estos males que, ahora, nos preocupan.

Uno tiene la sensación de haber destapado la caja de los truenos, tanto tiempo comprimida por haber ido llenándola de conductas impropias de una sociedad, democrática, sí, pero poco preocupada por el bien común.

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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Última modificación: 22-11-2005