José Orlando Colón Ruiz
Esta noche hace mucho calor y aunque tengo el aire acondicionado más moderno,
programado para apagarse en una hora o más, no he podido dormir. Todo esto se debe a la
contaminación del Globo Terráqueo cuyas causas ya son bien conocidas. Así que he
decidido escribir mi propia leyenda, que en realidad es la de mi bisabuelo español
llamado José María González.
Debido a que los colonos de Puerto Rico y de Las Américas no dejaron información
histórica de sus andanzas por esta tierra, tengo que acudir a mi memoria. Mi abuela
paterna, que se llamaba Amalia González, mejor conocida como Tecla, tiene que haber
sugerido que me llamaran José María para recordar a mi bisabuelo ya que yo era el
último varón en nuestro núcleo familiar y a ninguno de mis cuatro hermanos le habían
puesto su nombre. Sin embargo, se dice, que a la comadrona, que era la que nos registraba,
no le gustó el segundo nombre de María y me llamó José Orlando, que para todo el mundo
resulto más bonito. Para colmo del caso, me registró en Aibonito y no en Cayey, como a
otros de mis familiares. Por ser finca fronteriza entre Cayey, Aibonito y Salinas se
hacía por hábito y costumbre.
Nacimos a las orillas de "Las Dos Tetas", o Piedras del Collao, donde estaba
nuestra hacienda o cabaña colonial ubicada. Mi bisabuelo español era el dueño de la
finca, de terreno inmedible.
Y por eso me hubiera gustado haberme llamado como él. Para mí hubiera sido un honor.
- ¡Amooo!
- ¿De dónde saliste tú, Paleto? Tú no estabas invitado a esta leyenda.
- ¡Ah!, ¡caramba!, ¡no me diga! Yo era parte de su familia antes de
usted nacer. Amo, los caballos fuimos el medio de transportación de aquella época,
durante el descubrimiento no se habían inventado los automóviles. Éramos su único
medio de transportación.
- Bueno, qué voy a hacer.
- Durante esa época, a su campo no llegaban ni las carretas porque era muy
montañoso.
- Esta bien, pero déjame seguir la narración de mi leyenda. Para entrar
de nuevo, espera a que yo te pregunte. ¿Nos entendemos?
- Sí, Amito lo que usted diga. ¡Perdone!
En aquellos tiempos la familia tenía que ser autosuficiente. Era como en los tiempos
de los vaqueros en Estados Unidos. Además del caballo como medio de transportación, se
cocinaba con leña, las casas eran como cabañas construidas en madera y no había estufas
modernas, ni neveras y menos electricidad. Por eso nuestra familia es un paradigma de las
familias de la época.
Siempre que termino de escribir un párrafo o alguna parte de alguna obra se la doy a
Paleto para que me ayude con mi estilo literario. Esta vez cuando leyó la página nueve
me dijo:
- Amo, usted lo que ha escrito ahí es un emburramiento de ideas.
Y yo le contesté:
-Paleto, es que este programa de computadora moderna es el que acomoda las
oraciones y se usa para que se pueda acomodar en los "Portales" de los
"sites" con suma facilidad.
- Amo, tiene que cambiarlo para que se oiga mejor.
- Sí, Buen Amigo, iba a cambiarlo, pero lo dejaré así para que el lector
haga su propio juicio.
- No en balde usted recibe tantos "e-mails" ofreciéndole cursos
para aprender a escribir cuentos.
- En fin, buen amigo, así queda.
Luego de hablar con Paleto, me fui a la biblioteca de Aibonito para buscar información
sobre mi abuelo, ya que había muerto joven, así como mis abuelas maternas y paternas. De
mi abuela materna, Quiteria Sánchez, se cuenta que era maestra, murió joven y nunca pude
conocerla. Lo mismo sucedió con mi abuela paterna, Tecla, y mi bisabuela y Damasia
Arzola. En aquellos campos inhóspitos, selváticos, no había médicos y muchos morían
jóvenes.
Por fin, la única información que encontré fue la del libro de José Morales
Cassagné, 1948: "Descripción e historia de Aibonito". En la
lista de contribuyentes al municipio de Aibonito aparece, José María González con 375
pesetas y José María Colón con 1 833, Teniente de Guerra. Pienso, que éstos eran mis
bisabuelos. No sé.
Y Paleto, mi viejo amigo, llega hasta mí como un fantasma en el tiempo.
- Amo, si va a escribir en tono histórico, debe seguir un orden
cronológico.
- No necesariamente, tú eres un personaje importante en mis cuentos y
leyendas y aunque estoy recogiendo una época, la época que nos tocó vivir, esto no es
historia. En verdad, tiene algo de todo, cuento, leyenda, fantasía, y la magia de la
época, enmarcados en los hechos reales.
- Fantástico, Amo.
Aquella tarde Paleto me llevó en su lomo un buen trecho, luego me bajé y nos montamos
en mi carro Kía hasta llegar al Tren Urbano. Paleto tuvo que hacerse invisible. En el
tren no permitían animales.
- Amo, quiero que me siga contando de aquellos tiempos.
- Nuestros tiempos Paleto...¡Cállate que a la mejor te oyen! ¡Mañana!
Unos días después le dije a Paleto.
- Buen amigo, quiero seguir reconstruyendo la historia de nuestra familia.
- Amo, usted está tratando un imposible ya que casi toda la gente pasó a
mejor vida y le va a ser muy difícil.
- Dice el refrán "para el que quiere no hay imposibles".
- ¡Ah, ya sé, por eso usted le llama leyenda!
- Ya trataré de entrevistar algunos de los más viejos y algunos jóvenes
primos que sepan algo para hacerlo lo más fiel a lo histórico que pueda. Vete a pastar
un buen rato.
Mi abuela Amelia González (1838)(NOTA), se casó con Juan María Colón.
Éstos procrean a mi padre, Enrique Colón González, a Pedro Colón González, José
María, y Tía Genara. Tío Pedro, por ser mayor, se hace cargo de nuestra hacienda. Éste
cría a mi papá y entre los dos cultivan y sostienen sus familias con el producto de la
finca desde los mil ochocientos. Yo le llamo a esta época difícil tiempos de la
colonización de Puerto Rico y América.
Mi papá forma matrimonio con Saturnina Ruiz Sánchez. Sus progenitores eran Quiteria
Sánchez, y León Ruiz Luna, que había heredado una hacienda de más de cien cuerdas y
había utilizado esclavos para cultivarla en el pasado.
Una tarde de Verano fui a Guayama para ver el registro de nuestra finca, según me lo
había pedido mi padre, Don Enrique Colón González. En Guayama, una ancianita que había
sido empleada del registro de la propiedad me informó que los de Aibonito habían sido
transferidos a Barranquitas. Hacia allí me fui enseguida. Como iba acompañado de un
amigo, que trabajó con un abogado y sabía hacer estudios sobre la propiedad, nos dejaron
ver los libros. Pedimos el del Barrio Cuyón, allí pudimos ver que la finca estaba a
nombre de José María González.
En cuanto a la de mi madre estaba a nombre de mi abuelo, León Ruiz Luna. Se dice que
tuvo que venderla para pagar una deuda de tiempos de tormenta. En esa época la única
firma era un pelo del bigote. Mi abuelo vendió la finca por segmentos y mi Tío Cornes me
había contado que vendió hasta unas cuerdas que eran de él. Yo siempre he creído que
las tierras eran en realidad de mi abuela Quiteria Sánchez. Y no perdono a mi abuelo por
haber vendido nuestras cien cuerdas, aunque fuera por honrar su bigote.
- Amo, perdone que me meta en su vida, pero, en realidad, ¿de dónde es
usted?
- Buen amigo, para aclarar y evitar confusiones, en realidad, yo me
considero de los tres pueblos. ¡Fronterizo!
- ¿Qué es eso, Amo? ¡Cuidadoooo!
- Déjame explicarte. Yo dormía en Aibonito, Barrio Cuyón, donde estaba
ubicada nuestra casa, al lado de la de Tío Pedro Colón, que crió a mi padre, Enrique.
Buscaba el Agua en las laderas de Las Piedras del Collao, cerca de los terrenos de Los
Aragunde, que pertenecían a Cayey. Y teníamos los cultivos y el paisaje del lado de
Salinas, donde yo jugaba, Tierras de Don Pin y Tonita mi prima. Ésta se las vendió a mis
primos, Colon Ruiz, Franco y Serafín, que las registraron en el Barrio Cuyón de
Aibonito.
- ¡Oiga!, ¿recuerda cuando fuimos a pasear y las tenían cercadas?
- Claro sí, los visitantes vandalizaban y robaban lo que ellos
consideraban indígena. Mi primo Yayín (con sus hermanos) era muy celoso con esas
Piedras, ya que son consideradas un monumento natural de Puerto Rico. Además, en esa
área la vegetación única está a punto de extinguirse, corazones, guanábanas y el
maguey alto, entre otros. El guaraguao, terror de las gallinas, brilla por su ausencia.
-Amo, creo que ya es no es posible conservarlas.
-No. En El Yunque han recogido las cotorras y, con un cuidado especial, han
podido preservarlas. Además, mi hermana María ha contado que ella jugaba con unos
muñequitos que con el tiempo creemos que eran cemíes de algún cementerio indígena en
el promontorio. No es imposible y ya se dio el primer paso con una ley para pasar unos
cientos de cuerdas al gobierno de Puerto Rico.
- ¿Y qué pasa que no hacen nada?
- La inercia, caballo mío. Sin embargo, ya se aprobó un proyecto de ley
que otorga esas tierras al gobierno de Puerto Rico. Veremos que pasa...
- ¡Oiga!, yo creo que me voy a extinguir.
- Vivirás en mi espíritu y en el alma de los que nos lean.
- ¡Umjú! ¡Válgame Dios, Amo! Poco le ha faltado a usted para dársela
de noble español.
- ¡Recórcholis!, Paleto, que yo viejo estoy, y sé que muchos españoles
fueron obligados a emigrar a estas tierras por la fuerza, o por la necesidad.
- ¿Por la Inquisición, Amo?
- Bueno apellidos tengo. Muchos de nuestros ancestros fueron militares. En
la lista de contribuyentes al municipio de Aibonito aparece un José Maria Colón como
Sargento de armas que administró al pueblo.
- Y usted, ¿tiene ascendientes judíos?
- Bueno, con la ley de primogenitura española muchos vinieron a parar a
este Nuevo Mundo.
- ¡Eso se dice, Amo! Su apellido Luna... Se dice que algunos judíos se
pusieron apellidos de astros, para ocultar su descendencia. Se dice que Colón era judío.
- ¡Vaya, Paleto amigo mío!, ahora vienes a traerme asuntos de mi linaje,
yo digo lo de Cervantes que dijo Sancho: "... aunque no lo fueras,
no hace nada al caso, porque si fuera yo el rey, bien que no te puedo dar nobleza sin que
la compres, ni me sirve para nada, pero haciéndote conde, cátate ahí caballero, y digan
lo que dijesen, a buena fe te he de llamar señoría."
- ¡Amo esos son otros tiempos!
- Bueno sí, pero conocer nuestro origen siempre tiene importancia aunque
no venga al caso.
- Y nos intriga. ¿De dónde me traerían a mi?
- Nosotros venimos de España.
En eso Paleto como exaltado me dice:
- ¡Dígalo, dígalo, dígalo de una vez!
- ¿Qué voy a decir, Paleto?
- Qué usted cree que sus ancestros tenían que ser judíos o moros para
venir a estas tierras, siendo España tan civilizada para vivir.
- Bueno, sí, la realidad es que yo he llegado a pensar que así era.
- Usted me contó que cuando era un niñito aún, había hecho algo
impropio para su edad, y los parientes vecinos lo tildaron de moro, y dijeron: "ese
muchacho hay que confirmarlo", y lo llevaron a la iglesia católica por primera vez,
y el cura le dio un patezazo.
- Fue así, y me confirmaron.
- Y usted me dijo que no apareció bautizado, y lo tuvieron que bautizar
para casarse.
- Buen amigo, la verdad es que nuestra familia no era muy religiosa, como
eso de ir al iglesia católica los domingos.
- Paleto, amigo mío, nuestros primeros colonizadores no vinieron solamente
en busca de tesoros, ni por persecuciones, y en mi parte materna creo que se juntaron
musulmanes o moros con judíos.
-¡La Inquisición, amo!
- Y otras razones como la ley de primogenitura, el militarismo.
- Que los dejaba pelaos.
- Hidalgos, al principio algunos eran presidiarios buscando aventura.
- Amo, no se las vaya a dar de hidalgo, ahora.
- ¡Nooo!, ya te cité a Cervantes, "no viene al caso".
Epílogo
- Paleto, por la regeneración de sus células y tú sabes que ese es nuestro secreto y
que no lo puedo pregonar.
- Pero Amo, si usted nos tiene registrados en Washington D. C. y tiene los derechos
reservados de mi y de Androide I.
-Bueno, sí, pero el "chip" de la regeneración tuya y de Androide era un
secreto que yo quería llevarme a la tumba.
- Pero Amo , si ya todo el mundo sabe que las células pueden regenerarse.
- Yo lo sé, hasta el lagartijo regenera su rabo, pero aplicarlo a un chip como el tuyo
y Androide I es nuestra idea y secreto.
- Amo, usted me lo ha contado a mí. Además yo soy un animal.
- ¡No señor!, Androide I es el que lo sabe todo y tú conoces las plantas y los
mejunjes regenerativos que te preparo para larga vida.
- ¡Ah!, por eso Androide I puede transformarse en lo que él quiera.
- Larga vida, buen amigo.
- Amo, usted no debe llevarse ese secreto a la tumba.
- Veremos qué hacemos luego.