Editorial
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia.

  Histórico. Año VIII

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Diciembre 2005 - Enero 2006. Nº 71

LAS FRASES DEL MES:

La enseñanza es un asunto demasiado importante para dejarla en manos de los pedagogos.

Clemenceau

El Gobierno menos malo es aquél que hace menos ostentación, crea menos problemas y resulta menos caro.

Alfredo de Vigny

Cuestión de educación

No cabe duda alguna, la educación no interesa a nadie en España y menos aún a los políticos, pedagogos y otros muchos profesionales de la enseñanza. Como botón de muestra, el triste espectáculo dado con motivo de la LOE.

Unos reclaman una escuela pública y laica y, mientras, se consideran satisfechos estableciendo baremos feroces para que los hijos de aquellos con ingresos superiores a la media no puedan acceder a las escuelas públicas, derivándolos a las privadas concertadas o no concertadas. Esto es así desde los tiempos en que el PSOE gobernó por primera vez y no parece tener solución. Con ello están propiciando, de forma intencionada, las diferencias de clases sociales. ¿O es eso lo que pretenden?

Otros claman por más democracia en los centros. Sin embargo, cuando se les pregunta por las causas del mal llamado fracaso escolar, si son sinceros, su respuesta es unánime: ¡La sociedad está enferma! ¿Cómo entonces, si la causante de los males educativos es la propia sociedad, pretenden que se autogobierne en materia de educación, sin control alguno? Ello sólo conseguirá aumentar el abismo que nos separa de los países mejor preparados. Efectivamente, la sociedad española está enferma, pero no de una simple infección, fácilmente remediable con medicinas disponibles. La enfermedad que nos aqueja es muy semejante a las dolencias psicológicas. ¿Se imaginan ustedes, en un hospital psiquiátrico, a los enfermos decidiendo en asamblea la contratación de los médicos y las pautas de sus tratamientos?

Hay quienes achacan todos los males educativos a la ausencia de asignaturas como la religión. Seamos serios. Los valores religiosos, como los sociales, no se adquieren estudiando unas horas a la semana. Es más, quizás sea contraproducente la implantación de ideas, incluyendo, además, la exigencia de una evaluación final, desde la práctica docente. Si eso fuera así, todos los adultos de este país deberían ser extremadamente católicos apostólicos y romanos –como la memoria de lo aprendido en la niñez es más nítida, muchos de ellos seguramente recuerdan al pie de la letra las máximas del catecismo Ripalda-. Los valores religiosos y sociales se adquieren en el entorno familiar, viendo el comportamiento de los padres (en gran porcentaje contrario a las ideas que pretenden inculcar a sus vástagos), se adquieren en la calle en el contacto con amigos y compañeros (desgraciadamente un territorio selvático donde el instinto de supervivencia y la ley del más fuerte imperan), se adquieren en la escuela, sí, pero no por aprender de memoria la historia o los dogmas de una religión concreta, sino por el ejemplo dado por profesores que obran en consecuencia (también lejos de ser una realidad hoy día, cuando la mayoría, con escasa vocación o motivación, toman la enseñanza como un trabajo nacido de la maldición bíblica).

Efectivamente, la religión, mejor dicho las religiones, y en toda la crudeza de su realidad histórico-social, deberían ser motivo de estudio en la escuela, pero más como un aspecto de la cultura necesaria a todo ciudadano que como una implantación ideológica. Si de verdad los padres estuvieran preocupados por la educación religiosa de sus hijos, tienen a su disposición otros medios mucho más efectivos. Quizás se trate simplemente de esa especie de coartada psicológica que los humanos solemos poner en nuestras vidas: "Yo me comporto mal, pero mis hijos han "recibido" la educación adecuada en la escuela, no me eche entonces la culpa".

Los hay que, un poco más preocupados por los informes tipo PISA, culpan a los contenidos de las diferentes materias impartidas de los "fracasos escolares". Incluso ellos están equivocados. Ya nos daríamos con un canto en los dientes –y de tamaño considerable- si los alumnos que terminan la secundaria supieran todos los contenidos, por escasos y regionales que fueran, de la historia o la geografía de su entorno más restringido. ¡Que decir de la lengua, las matemáticas, la física, la química o la biología...! Reflexionemos un poco. No es una cuestión de contenidos, es una cuestión de aprendizaje de esos contenidos y de la inculcación de valores diferentes de la riqueza o la fama social al precio que sea. Quizás también sea una cuestión de contenidos, pero no de los incluidos en los libros de texto, sino en los bombardeos audiovisuales que los actuales medios de comunicación, en aras de la audiencia, utilizan continuamente, pisoteando los valores más nobles adquiridos por los humanos tras siglos de intentos de mejora.

A este respecto, hace unos días, oíamos a Albert Boadella, el director de "Els Joglars", lamentarse por la falta de dignidad y la ausencia de exaltación del honor y de la lucha por ideas, incluso irrealizables, en la sociedad actual. Mientras actitudes de este tipo no cambien, huelga toda reforma educativa.

Y es precisamente este aspecto el obviado por anteriores reformas y, por lo visto, leído y oído, se siguen obviando en el presente y, nos tememos, se obviarán en el futuro.

Una de las ideas más descabelladas, defendidas en dichas reformas por las izquierdas y derechas de este país, es la uniformidad en la enseñanza. Por un lado, unos y otros hablan de la integración a todo precio. Pero vayamos por partes. ¿Qué tipo de integración? ¿La de auténticos delincuentes en potencia, independientemente de su nacionalidad –españoles incluidos, por supuesto-, entre tiernos infantes, susceptibles de imitar comportamientos antisociales para evitar, entre otras cosas, el acoso de los "más fuertes"? A nadie se le ocurre, si tiene varios cestos de manzanas y uno de ellos está podrido, repartir las frutas pochas entre los cestos de sanas, a ver si recuperan la salud. El resultado experimental es el contrario: terminan todas en la basura.

La uniformidad y la integración conlleva otros peligros. ¿De qué sirve entremezclar buenos alumnos con auténticos vagos? Para empezar las uniformidades sólo pueden hacerse por los niveles bajos, nunca por los altos y, por consiguiente, resultan todos perjudicados. Los más capaces porque bajan sus niveles de exigencia, sobre todo por agravio comparativo, y los menos capaces o menos adaptados, porque se aprovechan de la situación en su propio beneficio.

Hace poco, un compañero de secundaria nos comentaba lo siguiente:

Este año me ha tocado dar clase en tercero de ESO. Hay un chaval que es claramente un enfermo psicológico. Si no viera bien y llamara a sus padres para decirles que le llevaran al oculista, estoy seguro que muy brutos habrían de ser para no darme las gracias. Sin embargo, si les llamo diciendo que le lleven al psiquiatra, me dirán que su "hijo no está loco", eso si no me dicen "ya lo sabemos pero usted le aguanta que para eso le pagamos con nuestros impuestos". El problema es que este chico y dos o tres más que le jalean, más cuatro chicas que aprovechan la situación, hacen imposible impartir docencia en el aula.

Hoy tenían un examencillo con preguntas tan difíciles como "qué es una unidad" y el sujeto se ha pasado toda la hora dando la vara, impidiendo a sus compañeros la mínima concentración (y en mi clase se porta bien, dicen...) ¿Qué podemos hacer?. También tengo un chica extranjera que es muy buena niña, pero es nula para el aprendizaje. Si fuera española, no habría dudado, pero, cuando pasaba las notas, mi primera pregunta ha sido: ¿me tacharán de racista?

Somos conscientes, lo que vamos a decir es políticamente incorrecto, pero muchos de los males educativos se acabarían con la segregación por actitudes y aptitudes, por muy antidemocrático que parezca. Curiosamente en el deporte se hace así y nadie se rasga las vestiduras. Digan ustedes a los del Consejo Superior de Deportes que deben pagar becas de ayuda el deporte olímpico y mantener en sus centros de alto rendimiento a deportistas incapaces de saltar o meter una pelota entre unos palos. Les tildarán de locos, porque los logros deportivos sí parecen ser exponentes del potencial de un país. Ciertamente, a la educación tienen derecho todos los ciudadanos, pero al igual que el deporte debe practicarse por todos, pero no todos pueden llegar a medallistas olímpicos, no todos los ciudadanos pueden recibir el mismo tipo de enseñanza, porque unos son más capaces o están mejor dispuestos (deportistas buenos hay que no quieren esforzarse y a esos se les elimina inmediatamente de los circuitos elitistas), y otros no quieren o no pueden seguir las pautas medias. ¿De verdad alguien piensa que todos los humanos, por el mero hecho de ser bípedos, tienen la misma capacidad para todo tipo de actividad? Ese es el peor error cometido por los incompetentes pedagogos modernos y políticos, de cualquier signo, que nos gobiernan.

Debemos seleccionar y adiestrar a los más capacitados para cada actividad, desde el momento en que se detectan sus aptitudes. Hay que dignificar todas las profesiones. Si se hace así, cada uno desempeñara con gusto y vocación el trabajo en el que será más competente. No nos debemos empeñar en que todos los chicos han de tener una formación adecuada para realizar estudios universitarios, que en el fondo es lo que todas las reformas educativas parecen pretender.

Pero todo ello de nada serviría si, además de conseguir que cada estudiante siguiera el camino y el nivel más idóneo, en consonancia con sus capacidades, no hacemos lo imposible por recuperar los principios básicos de todo proceso educativo, a saber:

Dignificación de la figura del docente. Todos sabemos que para cubrir las horas de ciertas materias (al fin y al cabo lo importante en las escuelas es tener a los chicos en las aulas como en auténticas guarderías), se designan profesores que poco o nada saben de sus contenidos. ¡Ah!, claro es por falta de recursos... No hablaremos de los míseros sueldos asignados a los docentes (míseros en comparación con los que se autoasignan los políticos, por supuesto). Al fin y al cabo, un docente vocacional muy motivado disfruta con lo que hace y no le importa, nunca le ha importado, ganar poco. No obstante, no estaría de más dignificar también los sueldos. Tomen nota, por favor.

Exigencia de una mínima disciplina en las aulas y fuera de ellas, para poder impartir la docencia con ciertas garantías para profesores e incluso alumnos. Son ya demasiados los casos de acoso psicológico y físico al que algunos alumnos y docentes se ven sometidos por los menos escrupulosos.

Motivar al profesor dedicado a sus alumnos y fomentar sus reciclajes y puestas al día, pero los auténticos, no los inventados por ciertos sindicatos o grupos de presión para tener contentos, y algo mejor pagados, a algunos de sus componentes.

Fomentar entre los alumnos el esfuerzo recompensado. Desgraciadamente los humanos nos sentimos reacios a trabajar si, a cambio, no hay un reconocimiento, aunque sea simplemente testimonial, de la labor bien realizada.

Fomentar la incorporación de buenos y auténticos profesionales a la educación. En épocas recientes, por aquello de la nota de corte en los centros universitarios, unido a la baja remuneración y escasas probabilidades de encontrar trabajo, las Escuelas de Magisterio no se han significado por tener los mejores estudiantes.

Y, por supuesto, abandonar ideas de democratización en la escuela, por muy democrático que sea el Estado. La educación debe ser una cuestión de expertos de verdad, no de lo decidido, en régimen asambleario, por los que poco o nada saben sobre el tema. En caso contrario, dejen que los propios alumnos dispongan sobre qué materias se les debe enseñar y redacten los exámenes a responder. De esta forma, les aseguramos el fin del fracaso escolar.

Desgraciadamente, todas estas propuestas conllevan un aumento sustancioso del presupuesto dedicado a la enseñanza. Por consiguiente, olviden todo lo que han leído y dejen que nuestros políticos sigan utilizando las reformas y contrarreformas de las leyes de educación como único testimonio de su preocupación por el tema. Si de verdad estuvieran preocupados por nuestros niveles educativos, hace tiempo que se habrían puesto de acuerdo, en un pacto de estado, para intentar que nuevos gobiernos no deshagan lo hecho por los anteriores. Pero no se preocupen, "no caerá esa breva", al fin y al cabo, es más cómodo para los gobernantes tener una población analfabeta en la práctica, más fácil de manejar; además, así se notan menos sus propios desconocimientos y/o incapacidades.

LA REDACCIÓN

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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Última modificación: 21-12-2005