LAS FRASES DEL MES:Los pastores serán brutales mientras las ovejas sean estúpidas. Proverbio turco Si la libertad significa algo, será sobre todo el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír. George Orwell Hacia el estado fascista o la democracia dictatorialLas llamadas sociedades modernas occidentales han creado una ilusión colectiva de libertad, alejada años luz del verdadero sentido de este maravilloso concepto. Obligados los ciudadanos a ver la vida con el color decidido por los políticos gobernantes, las democracias consiguen coartar sus libertades en la misma o, incluso, mayor medida que las peores dictaduras. Se trata de ejercer esa dictadura de una forma sutil, la proporcionada por la imposición de una mayoría, casi siempre no representativa del sentir del pueblo, elegida por éste en un acto de estupidez colectiva, denominado sufragio universal, en el que suelen salir elegidos los que han conseguido engañar a la ciudadanía con mejores o mayores mentiras. Eso sí, cada vez con menos participación en las urnas. El individuo tiene la falsa ilusión de ser libre porque, cada cierto periodo de tiempo, le es permitido optar por unos u otros defraudadores profesionales, los cuales le prometen todo lo que no piensan cumplir y callan, premeditadamente, lo que piensan imponer, en beneficio de sus partidos, en el mejor de los casos, y con total desprecio por las auténticas necesidades sociales. Con la connivencia de los medios de comunicación más poderosos, los políticos consiguen hacer olvidar a los ciudadanos sus mentiras pasadas y disfrazar sus errores y contubernios de gloriosas aportaciones al bien común, en el más puro estilo orwelliano descrito en "1984"; si es necesario se rescribe la historia a fin de evitar las dudas. El pueblo, entonces, traga esas "ruedas de molino", en el ritual de una comunión social contraria a su propio beneficio y castradora de su auténtica libertad. Ejemplos hay muchos y en España se cuentan por miles, sólo en los últimos treinta años. Daremos algunos. Enumerarlos todos daría para llenar muchas páginas de un libro que, muy probablemente, nadie leería por considerarlo una serie de falacias. Son las consecuencias de la flaca memoria colectiva, permutada, a su vez, por los auto erigidos en los únicos pensadores de la colectividad. Observen los ejemplos elegidos. No son demasiado peligrosos. Piensen entonces: si eso hacen en lo poco trascendental, ¿qué no harán con lo verdaderamente importante? Una de las prácticas alienantes, más comúnmente usada, consiste en filtrar las noticias. Así, si una crónica tiene habitualmente dos caras, sólo se le proporciona al pueblo una de ellas, de esa forma se siente angustiado, reconfortado o, al menos, resignado con el signo de los tiempos. El ejemplo más sangrante lo proporciona la historia de los precios del petróleo. En los medios sólo se informa de las subidas, pero nunca es noticia la bajada, pues el paisano podría darse cuenta del engaño. Si dibujáramos la gráfica de la evolución de los precios del crudo en los últimos tres decenios, salvo los picos de las subidas correspondientes a las guerras orquestadas con el fin de provocarlos, veríamos una curva con una ligera pendiente ascendente. Sin embargo, entre unos y otros han conseguido convencer a la opinión pública de aceptar "libremente" -hasta con sentimiento de culpa-, las enormes ganancias de las compañías petroleras y la ingente recaudación de impuestos. Estos últimos normalmente se destinan a sufragar sueldos millonarios de políticos que, además de no aparecer por las cámaras de representantes, forman legión multiplicada por el número de reinos de taifas fundados, efecto conseguido por el método de persuadir al pueblo de la necesidad de independencia, derivada de una pronunciación o escritura diferente del lenguaje. Ello, además, esconde motivos inconfesables, amén de insolidaridades típicas de los enriquecidos con esfuerzos ajenos. Dejemos esta cuestión, harina de otro costal, para mejor ocasión y centrémonos en el tema. Otra práctica consiste en reemplazar el sentido auténtico de la información por otro más acorde con la necesidad de cambiar nuestra forma de pensar. Con motivo de la gran crisis del petróleo de 1973, para reducir el consumo derivado del uso del automóvil, se redujo la velocidad máxima en las carreteras. Hoy oirán ustedes decir, previo borrado de su memoria, que dicha reducción fue una medida destinada a disminuir el número de accidentes. Por otra parte, nadie les dice que el 90% de esos accidentes de tráfico se debe a la falta de respeto de los conductores, no ya por las normas, sino por sí mismos y por el prójimo. ¿Por qué? Pues, muy probablemente, porque la violación de los derechos de los demás provoca en el conductor ese sentimiento de falsa libertad, necesario para mantenerlo enajenado. No olviden un dato, lo que verdaderamente se multa por infracciones de tráfico son las faltas leves y no las que ponen en peligro real la integridad de los usuarios de las carreteras. También se puede utilizar la burocracia y el papeleo como forma de presión psicológica. En este aspecto, podríamos mencionar las listas de espera de la sanidad pública, nacidas de la necesidad de pagar horas extras a los médicos, tras la aplicación de la Ley de Incompatibilidades y mantenidas gracias a un exceso de burocracia completamente innecesaria. Así, cada vez que alguien promete eliminarlas, existen ciudadanos sugestionados con ejercer su libertad votando en consecuencia. El caso más reciente -quizás el más nimio, pero uno de los más representativos de la dictadura democrática-, lo constituye la ley antitabaco. Somos conscientes de que en aquellos lugares donde conviven fumadores y no fumadores, es necesario evitar los malos humos. No obstante, la ley no ha permitido que, en zonas de trabajo donde todos son fumadores o estén de acuerdo en tolerarlo, se haga uso de la libertad individual y colectiva. Parece ser por nuestro bien; de esa forma, nos dicen, velan por nuestra salud. ¡Hay tantas cosas mucho más perjudiciales para la salud y de las que no se preocupan! ¿No será que así mantienen a esa inmensa mayoría de fumadores preocupados por mitigar "el mono"? Pudiera ser que, en otro caso, se pusieran a meditar sobre los intríngulis de la política de altos vuelos -léase relaciones internacionales, estatutos de autonomía y un largo etcétera de cosas por el estilo que es mejor no mencionar-. Lo peor de todo consiste en la extensión de la democracia dictatorial hasta las propias organizaciones políticas. Nadie puede salirse de la disciplina de partido bajo pena de expulsión o condena al ostracismo. Uno se pregunta entonces ¿quién o quiénes son los ideólogos verdaderos? ¿Por qué y en base a qué criterios se toman las decisiones? La situación llega a extremos ridículos. El 29 de diciembre pasado, escuchamos a Labordeta, uno de los políticos que pasa por ser más "independiente", hablar del carácter dictatorial y contenidos absurdos de la ley antitabaco. Preguntado por el periodista sobre cuál había sido su voto, la respuesta fue de frase lapidaria: "Yo voté sí, porque había que votar que sí". ¿Se puede ser más incoherente? Al final, va a resultar que contra las dictaduras se vive mejor. Al menos, en esas condiciones, se tiene una verdadera noción de las libertades perdidas y se mantiene encendida la llama de la rebeldía y la lucha contra lo incongruente. En una dictadura las leyes tienen una redacción claramente coartadora de la libertad. En los estados dictatoriales democráticos, las leyes están disfrazadas y el ciudadano se siente culpable si, por casualidad, piensa que le están robando el libre albedrío. En este tipo de sociedades, aceptamos, casi sin rechistar, que los únicos con derechos inalienables son los delincuentes. Es más, el cumplidor estricto de las normas es carne de psiquiátrico, como decía López Ibor. En estas nuevas sociedades, las reglas no parecen destinadas a mejorar la convivencia y hacer la vida menos difícil, sino más bien a perpetuar el sistema favorecedor del bienestar de la clase política, poco o nada productiva y, en cualquier caso, excesiva en número. En consecuencia y parafraseado a Yeugueni Zamiatin, podemos afirmar que "desde siempre el instinto de no-libertad ha sido esencial al ser humano". Quizás sea esa la razón de esa aceptación simplista de la evolución hacia las dictaduras democráticas. Si alguien nos dicen directamente que no somos libres, nos revelamos, pero si, por el contrario, nos aseguran nuestra libertad en una Carta Magna, por mucho que nos la limiten, nos sentiremos tranquilos. La libertad conlleva pensar y tomar decisiones, algo para lo que los humanos no parecemos estar preparados. Es más, educadas en este modelo de libertades reprimidas, tolerantes con la trasgresión de leyes esenciales, como la del derecho natural a la vida, pero represoras de aquellos derechos que no satisfacen o no benefician a la clase política, las nuevas generaciones aceptan tácitamente el sistema, preparando así un futuro propio de los tremendismos de las sociedades utópicas descritos en la literatura. En definitiva, vayan preparándose para lo peor. Volver al principio |
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