Editorial
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia.

  Histórico. Año VIII

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Marzo 2006. Nº 73

LAS FRASES DEL MES:

Los abogados ociosos tienden a convertirse en políticos, por lo que hay un cierto interés social
en mantenerlos ocupados.

Peterson

La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio.

Cicerón

¿Izquierdas? ¿Derechas? Mejor todo lo contrario

Hubo un tiempo, cuando los partidos políticos llamados de izquierdas todavía no habían tenido oportunidad de gobernar, que se tenía la sensación de honradez auto denominándose pensador de izquierdas. Era el resultado de una falsa idea, nacida del romanticismo decimonónico, por la cual los agrupamientos de seres humanos respondían a ideologías regeneradoras y tolerantes o sus contrarias. Nada más lejos de la realidad.

Primero llegaron los totalitarismos socialistas, en principio izquierda pura y dura, y asistimos estupefactos a la puesta en práctica de esas ideologías tan "tolerantes". Algunos se resistieron a aceptar la realidad: "es consecuencia del avasallamiento de tantos siglos, destapado cual olla a presión", decían. En una sociedad más civilizada, cuando la izquierda ostentara el poder, ya se verían los buenos resultados. Todos esperamos pacientemente.

Ahora, tras haber sido espectadores de los desmanes de la "izquierda gobernante", en las sociedades occidentales de extensa experiencia democrática (Suecia, Francia, Reino Unido, Alemania y, si nos apuran, hasta España), no hay lugar ya para estar orgulloso de pertenecer a la "gauche divine", más bien al contrario, se ha pasado por la decepción para acabar en la repulsa.

¿Recuerdan ustedes el eslogan del PSOE, allá por la década de los ochenta, cuando ganó las elecciones en España? Cien años de honradez parecían avalar su gestión futura. Bien es verdad que, como dice el proverbio, "no hay mal que cien años dure", y el espectáculo de corrupciones, imposiciones, mentiras contadas como verdades absolutas y un largo etcétera hizo acto de presencia en la maltratada piel de toro.

A la derecha se le achacaba ser conservadora, intolerante, llena de individuos ansiosos por enriquecerse de forma fácil y rápida, mediante la explotación de sus semejantes y otras prácticas antisociales. Sin embargo, la experiencia -al fin y al cabo es la que debe redactar la Historia- ha demostrado que ni son todos los que están, ni están todos los que son, en un lado y en otro. Buenas personas, preocupadas por el bien común y el desarrollo social de sus semejantes, las podemos encontrar de todos los tintes políticos, justo es resaltarlo; el problema reside en su capacidad de demostrarlo.

Los oportunistas, los ambiciosos, los poco escrupulosos, en definitiva, los que saben vivir del prójimo, sin importarles el bien común, militan tanto en partidos de derechas como de izquierdas. ¿Lo peor?: Ésos son los que suelen llegar más alto en la escala política pues, a fin de cuentas, están más capacitados para la escalada social, utilizando como apoyos las sufridas cabezas de sus congéneres.

De esta forma, el ciudadano honrado, el de verdad, no el de boquilla, se encuentra ante el dilema, a la hora de emitir su voto, de elegir a unos desvergonzados u otros. El resultado final viene a ser el mismo. Veamos un pequeño ejemplo. Los impuestos, en inicio pensados para equilibrar los desarreglos de la injusticia social, sólo sirven para hacer vivir a los políticos mejor que el resto de ciudadanos, independientemente de su preparación, debida a un esfuerzo personal; todo depende de la buena vista que hayan tenido en apostar a caballo ganador. Las alternancias en el poder, tan "buenas" para la sociedad contemporánea, sirven para equilibrar entre la clase política los desaciertos de dicha apuesta.

En resumen, si algo nos ha enseñado la historia reciente es que uno no debe sentirse honrado por ser de izquierdas, ni malvado por ser de derechas. Uno debe sentirse libre de aceptar o no los desmanes de unos y otros. La verdadera honradez debe consistir en alabar los aciertos, vengan de donde vengan, y criticar los desmanes, sean del signo que sean. La honradez consiste, precisamente, en no aceptar como dogma de fe las máximas de los ideólogos de tal o cual tendencia, independientemente de nuestras simpatías, pues no es oro todo lo que reluce. La honradez consiste en ser críticos y estar expectantes para evitar pasos en falso y marchas atrás en lo logrado por los auténticos agentes sociales, esos que se juegan el pellejo en las revoluciones, conseguido tras siglos de lucha callada. Al final los "ideólogos" saben cómo poner pies en polvorosa cuando conviene.

Cuando los políticos, tanto da el tinte inicial, llegan al poder, su primera empresa es desprestigiar a cualquier otro partido político que ose criticar sus actuaciones. La oposición jamás aceptará que el gobernante haya hecho una cosa bien. Retrocedan unos años y comparen la situación -basta leer las crónicas de los diarios de la época-, es idéntica, todo consiste en cambiar unos nombres por otros. El partido en el poder se quejará de las críticas de la oposición –dañan las Instituciones, afirma- y se escandalizará de que ésta sólo hable de sus errores. Por un lado, es la obligación de todo opositor el resaltar los errores del gobernante, sólo así se pueden evitar desmanes incontrolados. Las propuestas razonables de unos y otros serán rechazadas, en principio, no por cuestiones ideológicas, ¡ojalá!, sino por razones de estrategia electoral.

Ante este panorama, uno se pregunta: ¿cómo puede una persona libre en su fuero interno -en el externo ya hemos denunciado, en estas mismas páginas, la falta de libertad real para el ciudadano de a pie- aceptar sin rechistar las estupideces emanadas de las cúpulas de los diferentes partidos? Consecuencia de ello es la abultada abstención en los procesos electorales. Al fin y al cabo tanto da, mejor que no tengan la coartada de haber salido elegidos con muchos votos. El problema es grave. Además, si usted pertenece a una agrupación política cualquiera y se le ocurre la insensatez de criticar a su directiva, será expulsado de la misma ipso facto; eso en el mejor de los casos, pues le permitiría liberarse al fin. En el peor de los casos, será condenado al ostracismo o enviado como embajador a algún país en el que poco importen sus ideas.

Releyendo los párrafos anteriores, nos ha parecido detectar cierto aroma libertario y subversivo. Pero no, no estamos en contra de la política ni del gobierno por razones de principio ideológico, estamos en contra del entorno actual propiciado, todo hay que decirlo, con nuestro apoyo, el dado a través del silencio.

LA REDACCIÓN

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Última modificación: 06-04-2006