Editorial
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia.

  Histórico. Año VIII

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Abril 2006. Nº 74

LAS FRASES DEL MES:

El reparto más equitativo es el de la inteligencia: TODO EL MUNDO CREE TENER SUFICIENTE.

Anónimo

Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo.

Sigmund Freud

Enseñar al que no quiere

Los nostálgicos recalcitrantes de la lucha de clases confunden, sistemáticamente, la igualdad de oportunidades con el derecho a la vaguería. Resultado de ello es la fuerte presión social ejercida sobre aquellos que exhiben un comportamiento responsable, a fin de que no sobresalgan por encima de los menos preparados.

Ya lo dice el proverbio chino: "clavo que sobresale, martillazo en la cabeza". El sistema educativo español está montado exclusivamente sobre este principio fundamental, quizás para evitar poner en evidencia la casi absoluta ignorancia de nuestros políticos, quizás –puede ser lo más probable- para evitar tener un sector de la población con suficiente criterio como para criticar sus actuaciones y sustituirlos en el futuro.

El método se utiliza desde la más tierna infancia y, en aras de esa mal entendida igualdad de oportunidades, se evita, por todos los medios disponibles, que los más inteligentes o aquellos con una actitud más emprendedora y/o colaboradora puedan seguir una formación adecuada a sus posibilidades; sobre todo en la enseñanza pública. Es la metodología del café para todos, a ser posible de mala calidad, no sea que alguno se aficione. Después se quejan de los padres que desean llevar a sus hijos a escuelas privadas donde el problema es menos acusado y, además y como parece natural, reclaman una educación subvencionada.

En la enseñanza secundaria el problema se agrava mucho más y, como es imposible, por decreto, separar a los más receptivos, se obliga al profesorado a igualar los niveles por abajo, así todos los padres pueden presumir de unos hijos con buenas notas. La consecuencia de ello se hace particularmente patente en los niveles superiores de la educación, con un porcentaje rayano en el 90% de jóvenes irresponsables, para los que el trabajo diario es una carga insufrible y que exigen, pues así lo han aprendido desde la cuna, un título completamente gratuito, en relación al esfuerzo empleado para conseguirlo.

No vamos a reiterar en esta ocasión un problema adicional -realmente grave y relacionado con el que nos ocupa y tratado en estas mismas páginas-, pero de tinte diferente, es decir, la falta absoluta de respeto por las normas, los compañeros y los profesores.

Consecuencia de este clima social es esa obsesión incontrolada por estar continuamente de fiesta. Ejemplo evidente es el "botellón semanal", ahora trasladado a los jueves y que ha dejado los viernes las aulas desiertas, pues es necesario dormir la mona de la noche anterior. Como tal obsesión incontrolada, debería atajarse poniendo pronto remedio en los niveles educativos más bajos y haciendo hincapié en premiar a los afanosos, en vez de abandonarlos a su suerte, mientras se ignora completamente su esfuerzo. Algunos recordarán –aquellos con más de 50 años- los famosos cuadros de honor de las escuelas de antaño. ¿Se imaginan ustedes el clamor social que resultaría de una resurrección de tales prácticas? La igualdad de oportunidades, entendida a la usanza de los nostálgicos mencionados al comienzo, prohíbe terminantemente premiar a los más comprometidos con sus deberes. Fíjense ustedes que no estamos clamando por castigar a los vagos, sino por premiar a los que no lo son.

Curiosamente, en la práctica de los deportes, se admite que sólo unos pocos obtengan los laureles como recompensa a su esfuerzo. Incluso, desde las instancias políticas de cualquier signo, se admiten o se despiden futuras promesas, se dan o se quitan becas, en función, no ya de la dedicación, sino de los resultados en relación con los demás deportistas, nacionales o extranjeros. ¿Por qué no se sigue el ejemplo en la educación?

No obstante, hay quienes piensan que, tal y como están las cosas actualmente, no tardaremos en presenciar la exigencia social del derecho a asistir a las olimpiadas, sin haber entrenado ni un minuto al año. Al fin y al cabo ciertos "deportistas" llamados galácticos cobran, nada más levantarse cada día, más de tres millones de las antiguas pesetas, sin ser capaces de darle una patada a un balón o aguantar noventa minutos de partido. Y cuentan, además, con el aplauso y la admiración de una sociedad embrutecida por el ejemplo de los que consiguen fácilmente fama y dinero, por el mero hecho de salir en los medios de comunicación contando sus miserias más intimas o haciendo el payaso, mostrando ante las cámaras sus atributos sexuales y sus tendencias más aberrantes.

Decíamos que una inmensa mayoría de los jóvenes de hoy cifraban sus metas, a corto plazo, en el ejercicio obsesivo de la libertad de poder, no ya salir con los amigos a divertirse, sino comenzar la velada de juerga ingiriendo grandes cantidades de alcohol, a fin de conseguir, en un tiempo record, el coma etílico; triste competición. Algunos políticos proporcionan incluso espacios para tal fin –para tenerlos controlados, dicen-, en una insensata maniobra de captación de votos que, al final, nos pasará factura. No tardaremos en ver cómo se habilitan hospitales de campaña, no para atender a los intoxicados, sino para proporcionarles el alcohol mediante un sistema de goteo, directamente en vena.

Como tal obsesión, debería ser motivo de un estudio psicológico profundo, a fin de atajar la enfermedad. Tan mala es la obsesión por el botellón semanal como lo puede ser por cualquiera otra de las drogas al uso. Sin embargo, asistimos estupefactos a las declaraciones públicas de "expertos" en psicología, afirmando que el fenómeno no es sino la expresión de la rebeldía de los adolescentes en su afán de reivindicar sus derechos. ¿Dónde habrán estudiado psicología esos expertos? Mucho nos tememos que en las aulas universitarias ibéricas, bajo la metodología antes mencionada. Y nosotros nos preguntamos: ¿rebeldía frente a qué?, ¿reivindicaciones de qué derechos? Curiosamente, los jóvenes españoles son incapaces de salir a la calle, como hacen nuestros vecinos más próximos, a pedirle al gobierno puestos de trabajo sin despido libre, o mejor calidad en la enseñanza. Eso sí sería expresar rebeldía y reivindicar derechos perdidos. Desgraciadamente, ello conllevaría un esfuerzo paralelo, a fin de estar lo suficientemente preparados como para poder exigir un premio al esfuerzo y, desde luego, no están por esa labor.

Nosotros invitamos, desde estas páginas, a esos periodistas descubridores de "todo" lo que sucede en una ciudad y, por supuesto, a los confiados padres a pasearse por las aulas universitarias en horas de trabajo, cualquier día de la semana –menos los viernes que ya no hay clase en muchos centros, pues han optado por suprimirlas directamente-. Se las encontrarán vacías, mientras las cafeterías y, ahora con la llegada de la primavera y el buen tiempo, los jardines están llenos a rebosar de mocerío bebiendo cerveza, en el mejor de los casos, desde las diez de la mañana.

Los papás contentos -sus hijos están recogidos en la guardería en que se ha convertido la universidad española-, mirando para otro lado, evitando enterarse de la realidad y que la cosa pase a mayores provocando un conflicto familiar. Los políticos más contentos, si cabe, pues, mientras los chicos y chicas están bien alienados no piensan en los graves acontecimientos que afectan a nuestra sociedad. Y, por último, las autoridades académicas, sólo preocupadas de los votos que les permiten conservar la poltrona, lo permiten, cuando no lo propician, olvidándose de normas de permanencia y cosas por el estilo. Estudiantes hay que, habiendo agotado todas las convocatorias habidas y por haber, incluso expulsados de los centros por falta de rendimiento (nueve o diez años para cursar unos estudios de tres), vuelven a ser admitidos por el simple método de escribir una carta al rector de turno. Eso cuando no son premiados con algún puesto bien remunerado en la máquina universitaria, por servicios prestados al margen de la actividad académica.

Y ese es el panorama, triste pero real y consentido.

Mas lo peor es escuchar, de boca de alguno de esos nostálgicos recalcitrantes de la lucha de clases, que el problema reside en la falta de recursos para la educación. Nosotros afirmamos, sin miedo a equivocarnos, que los recursos no sólo son suficientes, sino que, incluso, sobran. El problema reside en su mala gestión. Sobran universidades, sobran profesores, y el dinero invertido puede ser hasta aceptable. ¿Cómo es posible que una sociedad, autodefinida como seria y del primer mundo, despilfarre recursos en mantener en las aulas un gran número de irresponsables, sin el menor interés? Si esos recursos se destinaran exclusivamente a aquellos dispuestos a aprender y ser útiles a la sociedad que los subvenciona, seguramente algún premio Nobel, al margen de la literatura, sería español.

Al paso actual, los españoles quedaremos para tocar la pandereta delante de los guiris, nuestra principal fuente de riqueza.

Comencemos a premiar y enseñar más y mejor a los más receptivos, buscando alternativas a los demás, o estaremos dilapidando nuestro potencial humano.

LA REDACCIÓN

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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Última modificación: 05-05-2006