José O. Colón Ruiz
Esta hormiguita habita en mi casa. Y, la verdad, es que no sé cómo ni cuándo llegó,
y me hace la vida imposible. Es como el demonium del subconsciente de la obra de Don Fredo
Arias de la Canal.
He luchado por echarla de mi hogar, pero no he podido. He usado todas las armas de
nuestros tiempos para eliminarla, Raid, Combat y hasta trampas de azúcar en las cuales
pongo veneno...
Dejo mi tacita de café en algún lugar de la casa y, cuando regreso, las puedo ver por
el contraste con el blanco de la taza. Luego las combato con Raid y las extermino.
Sin embargo, durante todo en día las veo pasar en grupos de no más de dos; eso porque
se descuidan. No sé dónde habitan, de dónde proceden, ni cómo se mueven para que no
las pueda ver. Tal vez vuelan o son producto de mi imaginación.
Si son un producto de mi imaginación, entonces, estoy loco de remate. Pero no, no lo
crea, pues todos tenemos los fantasmas del subconsciente, unos más que otros. Cuando
salen como las hormiguitas se nos convierten en "estrés" o nos hacen poetas.
Ayer, descubrí que había un hormiguero el la palma de mi patio y la arranqué de
raíz, pero nada, siguen saliendo, siguen saliendo.
Búscate, hay un bichito en el fondo de tu alma. ¡Mira una hormiguita sube por tus
zapatos! ¡Unjú!
José O. Colón Ruiz
La historia que les voy contar no me la van a creer, ya que trata del misterio de la
comunicación con los animales.
Tengo una lagartigita que viene a mi persiana para hablar conmigo. Este animalito me
recuerda mis amiguitas de la niñez. Especialmente a Lili, que no faltaba en mi cuarto,
así, de vez en cuando.
No sé exactamente cuándo empezamos a comunicarnos, lo que sí sé es que ella me
entiende y yo a ella. Le hablo y, como Lily, se queda quietecita. Le llamo putita y guarda
silencio. ¡Claro si los lagartijos no hablan!
Lo que sí sé es que, después de estar un ratito hablándole, empieza a mover el
rabito y a sacar la lengua. Y no le importan los lagartijos que pasan por su lado.
¿Recuerdan a la rolita que me entendía y que un día no regresó? Ella también se
hizo mi favorita, porque venía a mi patio a jugar conmigo. Me picoteaba mis pies y hasta
se dejaba tocar. De vez en cuando, la entraba a mi casa para jugar conmigo, hasta que un
buen día se fue volando, y jamás regresó. Creo que, por estar amaestrada, un niño malo
la pudo coger y la mató o la metió en una jaula.
Anoche soñé contigo,
lira triste de mi eternidad.
En un campo de mieses
bailábamos un vals.
Baile de amor en do, re, mi, fa, sol.
Luna y tiempo hecho realidad.
Segundo poema del libro Cantos a Olga, dedicado por el autor a su
esposa. Publicado en Ediciones "El salvaje refinado" (2000).
José O. Colón Ruiz