RetazosJesús Miguel Sáez González Proyección sobre bocetoSu voz serena, pausada, en sus silencios respira, siempre firme, al tiempo que se abren caudales y ríos reflexionando, porosos; que de algún modo u otro pueden perderse en el laberinto, pero que un lírico ritmo guarda contenido, pese al tempo fugaz que se escapa juguetón, y aún así uno sigue interrogándose, siete veces siete, al espejo mirándose, como Cavafis, porque el viaje no ha comenzado, continua en su desplazamiento, sin fin alcanzado, introspectivo, bifurcándose hasta su distracción enigmática; ingenuo a la vez que infantil, de ahí data la curiosidad, y la sabiduría por el conocimiento. Éste es Victor Erice, el maestro. Impele el verso de cineImpele el verso, entre acto y acto. Y qué sabe aquel, que espera tras las cortinas, si su sombra tan sólo es su silueta, y su virtud, apenas un hilo de voz enmudecida; pienso gentil sobre la pluma laureada, inscrita sobre un fondo mate, el de una tarde límpida, caminando entre el maná que saborea la lectura despavorida, una tarde, y yo en el Retiro. Entre visillos
Volver al principio de "Retazos" Volver al principioMi maestra de primer grado, Srta. Dominga Tirado Estampa de Cayey José O. Colón Ruiz Mi maestra de primer grado era como un sueño para Paleto y para mí. En realidad, como una mirada larga al pasado. Recuerdo que, en una mañana henchida de silencios diáfanos fuimos a verla. Habíamos recibido una explicita carta del Asistente del Superintendente de Cayey, diciendo que residía en La Barriada San Cristóbal. Allá fuimos a parar y preguntando, y pasando por entre medio de las casitas típicas de nuestras barriadas, llegamos a la casa de nuestra excelente maestra de campo. Para llegar tuvimos que pasar un callejón que nos condujo hasta su vieja casita de madera. Allí estaba, en su viejo sillón de madera. Nos mandó entrar enseguida, pretendiendo que nos reconocía, como hacemos siempre los maestros al ver uno de nuestros estudiantes de tiempos de antaño, que ya casi ni recordamos. Al entrar a su vieja casita le di un besito en la mejilla y un fuerte abrazo de amistad, y le dije: - Usted, me dio primer grado en Pasto Viejo. - ¿De qué sector iban ustedes? - ¡De Jagüeyes, Barrio Cuyón de Aibonito! - ¡Oh sí!, ahora recuerdo, cuando llovía, ustedes llegaban, a veces, titiritando de frío y mojados. - Seguro, Maestra, sí, teníamos que caminar kilómetros para llegar a la escuela. Paleto, interrumpiendo: - ¡Qué tiempos aquellos! - Sí, ¡qué tiempos aquellos! -como queriendo decir "que todo tiempo pasado fue mejor". - Sí, maestra, ¿recuerda usted aquellos purgantes que nos daban para las lombrices y parásitos? - ¡Cómo podría yo olvidarme de eso! ¡Hablemos de aquellos tiempos! - Yo he triunfado también como maestro y autor de Paleto. - El decir que se ha tenido tanto éxito no es correcto. Es mejor que lo digan otros. - Maestra, a veces, uno tiene que alabarse a sí mismo. - Bueno, sí, porque cuando uno hace una cosa mala todo el mundo se entera, sin embargo, si lo haces bien te mantienen en el anonimato y nadie se entera. - ¿En qué otros lugares trabajó, maestra? - Yo pasé de la escuela de Farallón a la de Pasto Viejo. - Oiga, usted tiene que haberle dado clase a mis hermanos mayores. - Me gustaría volver a verlos a todos. Recuerdo que Julio Bonilla les vendía dulces de coco y otras meriendas antes de llegar a la escuela. - ¿Qué recuerda de mí? - Recuerdo que casi siempre tenías el pelo sobre la frente y te despeinabas fácilmente y andabas desgreñado. En eso noté a Paleto inquieto como si quisiera regresar. - Ten calma buen amigo, ya mismo nos vamos. Recordó también los buenos tiempos y muchos años que había trabajado en la escuelita de campo de Pasto Viejo y dado clase a varios de mis hermanos. Después de despedirnos con un fuerte y cariñoso abrazo, regresamos a nuestro pueblo, Caguas, y escribimos este cuento para LA SEMANA. Volver al principio del relato Volver al principio |
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