José O. Colón Ruiz
Pensar en los niños del Planeta, como yo los he visto, me hace divagar...Y no quiero
caminar en el llanto, quiero ponerle punto final a la constitución del hambre. Que el
Verbo no llore.
Y siento como si miles de voces se arremolinaran en mi espíritu, cual eco de la
existencia humana. Entonces, Paleto viene a mí y, como siempre, trata de penetrar en mi
conciencia y me pregunta:
- ¿Qué le sucede hoy?
- Buen Amigo, es que estaba pensado cómo los niños del Globo Terráqueo
sufren por las guerras, por las injusticias y por la maldad del hombre.
- Cuénteme.
- Bien, en un periódico he leído que, solamente en 2005, hubo más de dos
mil niños asesinados en la India.
- ¡Dígalo!
- ¿Qué diga queéé?
- Que cuando usted viajó a Thailandia, en las calles ofrecían niñas para
la prostitución en los burdeles.
- También he sabido de otros países que no quiero mencionar.
- Oiga, sólo en Irak, han muerto centenas de niños por la guerra.
- Y en África vemos como la CNN presenta niños, bebés, con moscas
molestándolos, y delgados, esqueléticos por el hambre.
Y aquella tarde, Paleto, no pudo soportar más el tema y para sorpresa mía salió
corriendo y se enterró en el bosque tropical, que ya estaba empezando a secarse, porque
hacía dos meses que ni llovía.
Rescatando a mi abuelo, León Ruiz
¿Mito o fantasía?
Tomado del cuento "Y se llevaron la nena" (de Don
Miguel Meléndez Muñoz)
Dr. José O. Colón Ruiz
Para fantasear, el purgatorio me basta. El átomo es inmutable, lirio y luz de
cucubano, aspa de rocío o como arpegio del Cosmos, donde el átomo se hizo hombre y Dios
le dio la Luciérnaga lírica para alumbrar su viaje. Y entonces, abro el libro Cuentos de
la Carretera Central de Don Miguel Meléndez Muñoz y me topo con el cuento: Y
se llevaron la nena. Y Paleto, que siempre me acompaña como adivinando me
dice:
- ¡Ya viene!
- ¿Ya viene con qué?
- Con inventos y fantasías, Amo. Pero, cuénteme.
- Invento o fantasía ya quisiera que fuera realidad, Paleto. Es que yo
casi no conocí a mi abuelo por parte de mi madre. Solamente lo vi una vez con vida y la
segunda fue en su sepelio.
- ¿Qué edad tenía usted?
- Como cinco años y no recuerdo nada de él. Vamos al grano, el asunto es
que el personaje, Don Carato, del cuento " Y se llevaron la nena" se llama
Antonio Ruiz, creo que Don Miguel pudo haber conocido a mi abuelo.
- ¡Pero cómo es posible, Amo!
- Déjame adivinar. Es que, además de ser español como mi abuelo, tenía
finca y era terrateniente como él. Fíjate, ¿cuántos Ruiz dueños de tierras iba a
haber en esa área entre Cayey y Aibonito con nuestro apellido?
- Bueno, siempre hay una remota posibilidad.
- No tan remota. El autor describe a Don Carato como asturiano , obeso,
nariz chata, grandes mostachos caídos, ojos pequeños e inquietos, con cosechas
magníficas, etc. Y lo llamó Antonio, aunque mi abuelo se llamaba León, sabemos que los
autores cambiamos los verdaderos nombres de los personajes de nuestros cuentos.
Hoy, algún tiempo después, como de costumbre, me he levantado a las tres de la
mañana. Me bulle en el pensamiento la escena de cuando yo era "truant officer"
en el distrito diecinueve, en Brooklyn, New York. Me habían asignado a un programa
especial de niños con problemas, para visitarlos y devolverlos a las más de siete
escuelas intermedias. Una mañana de trabajo llegué temprano y me senté en la mesa de
los maestros judíos. Allí, con ellos, pasé algún tiempo en silencio.
Luego de levantarme, cuando ya iba por el pasillo de la escuela, llega un joven maestro
judío, corre hasta mí y me pregunta:
- ¿Are you a "choosen one" (judio).
Y le contesté :
- No, I'm Puerto Rican.
Se fue callado y nada me dijo. Creo que el sabía lo que el grupo de maestros judíos
creían, que yo era judío.
Pasado el tiempo, y después de haber tenido conocimiento de que los emigrantes judíos
a América se cambiaban los apellidos a nombres de planetas, y por la duda del apellido
Colón, y por el apellido de mi bisabuela, Luna, he empezado a creerme judío. Así que mi
abuelo, León Ruiz Luna (Ruiz de Ruz, árabe), procedía de árabes judíos; sacados de
España durante la Inquisición.
Mi abuelo era trigueño, como los árabes y mi abuela rubia, Sánchez, bellísimas
mujeres... Mi abuelo administró su finca de más de cien cuerdas hasta que envejeció y
murió. Solamente, pude verlo dos veces. De qué otra manera iba a abandonar el
Progresista Imperio Español para venirse a sufrir a estas montañas de las Piedras del
Coyao...
En fin, mis bisabuelos emigraron a este inhospitalario Nuevo Mundo, para escapar a la
incomprensión que siempre ha existido sobre los matrimonios entre razas distintas, aunque
sean nativos del país de procedencia; en este caso españoles. El apellido judío de mi
bisabuelo se desconoce, ya que lo cambiaron por Luna y, en el caso de mi bisabuelo, de la
raíz Ruz, moro (árabe), por Ruiz. Según información obtenida de Don Leandro Arriba,
historiador de apellidos de Aibonito, mis tatarabuelos fueron, Felipe González y María
de Santis.
Así termino mis datos legendarios biográficos. Amén.