Editorial
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

 Histórico. Año IX

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Junio 2007. Nº 86

LAS FRASES DEL MES:

El tiempo es el mejor autor; siempre encuentra un final perfecto.

Charles Chaplin

Eres lo que eres independientemente de lo que crees que eres.

Anónimo

Cuestión de respeto

El nuevo presidente francés ha desatado la polémica sobre el comportamiento de los estudiantes en los centros escolares, con su medida de recuperar el "usted" para el trato con el profesor. Como era natural, enseguida han aparecido aquellos que consideran la disposición ridícula; olvidan, eso sí, que si bien "el hábito no hace al monje", un fraile sin hábito puede dar lugar a confusiones y equívocos adversos.

Ciertamente, la recuperación del "usted" no resuelve el problema de fondo, demasiado enquistado, pero seguramente puede ser el principio del largo camino a recorrer hacia la cordura social: la recuperación del respeto hacia los demás, tengan o no autoridad, como norma de conducta indispensable para la convivencia pacifica y el desarrollo de la humanidad.

La polémica ha demostrado la universalidad del problema ("mal de muchos..."). Nuestra sociedad occidental, orgullosa de ser muy liberal, democrática y avanzada, sin embargo y contradictoriamente, ha conseguido desnivelar uno de los pilares fundamentales de tales valores: la educación en el respeto por el prójimo.

Es curioso, podemos encontrar adolescentes, y muchos adultos, respetuosos del medio ambiente y los animales, inquietos, al menos de cara a la galería, con la emisión de gases de efecto invernadero y el calentamiento global, feroces con sus semejantes próximos –quizás esos semejantes son sus oponentes en la lucha por la vida en una sociedad altamente competitiva-. Algunos, incluso, están muy preocupados por conseguir de sus gobiernos el 0,7 % para las naciones más desfavorecidas, pero insultarán a sus padres y profesores, ejercerán una tiranía brutal con ellos o dejarán prácticamente asolado un jardín o llenarán de orines una calle tras un botellón –al parecer, ahora, uno de los mejores inventos de los jóvenes españoles (?)-. No deja de ser triste este tipo de hipocresía a la victoriana.

La educación, la buena educación, ha sido, es y será el único camino para mantener y desarrollar esos valores sociales de los que tan ufanos nos sentimos. No obstante, unas cuantas generaciones más en el presente escenario y daremos al traste con todos los avances conseguidos durante siglos, a veces hasta con sangre. No olvidemos que el hombre, como las hormigas, las abejas, muchos primates y, en fin, una gran parte de las familias pobladoras de nuestro planeta, es gregario, y el mantenimiento de la manada o la colonia obliga a la observancia de ciertos comportamientos colectivos, inexcusables para la supervivencia de la especie. Desgraciadamente, la historia es pendular y, a fin de salvar los principios sustentadores de la vida social y la convivencia pacífica, no tardará en dar un gran golpe de timón e ir hacia gobiernos totalitarios, donde el "usted" será un requerimiento despreciable frente a otras clases de exigencias. ¿Es esa nuestra meta?

Lo verdaderamente importante es lo insostenible de la situación actual. Se ha socavado no sólo la autoridad de los educadores, autoridad emanada de la experiencia y el conocimiento –por mucho que lo pretenda, cualquier pipiolo no puede saber más que un adulto informado y experimentado-, sino algo mucho más sustancial para la armonía: el respeto a las normas y a la libertad del prójimo, tenga o no autoridad, en interacción con la libertad propia.

Podemos poner muchos ejemplos, el más socorrido es el de los comportamientos al volante. Los demasiados accidentes de tráfico no se arreglarán nunca con leyes más restrictivas ni represión más severa. Tampoco la educación vial en la escuela, como una asignatura más, acabará con el problema. De poco o nada sirve aprenderse bien las normas de circulación en la más tierna infancia. La dificultad esencial, para un buen proceder de los conductores futuros –los actuales poco remedio tienen-, reside en la falta de inculcación de respeto en general, tanto en la escuela como en el seno de la familia. El resultado será positivo para la seguridad vial, para la propiedad privada o, simplemente, para aprender a guardar la vez en la cola de la caja en el supermercado. Insistimos, la mayoría de los problemas de la sociedad moderna provienen de la falta de respeto, respeto a los demás, respeto a la vida, a la propia, a la de nuestros acompañantes en el automóvil, a la de demás usuarios de la carretera...

Volvamos a las conductas escolares. ¿Cuántos progenitores hay que, incluso delante de sus vástagos, muestran una falta absoluta de respeto por los profesores? Es de sobra conocido que el ejemplo del comportamiento de los padres, en cualquier situación social, es el más influyente en los muchachos, hasta edades adolescentes. Asignaturas nuevas, incluida la educación para la ciudadanía, aunque careciera de las connotaciones políticas y de adoctrinamiento con las que ha nacido, no sirven para nada. En realidad, es sólo cuestión de entrenamiento. Llegar a ser seres sociales capacitados para la convivencia se consigue de la misma forma que se llega a ser campeón mundial de un deporte cualquiera. Únicamente a fuerza de entrenamiento –y cuanto más joven se empiece mucho mejor-, se puede ganar una medalla en las olimpiadas, un torneo de golf o tenis... Debemos apostar por un entrenamiento duro desde la más tierna infancia.

El entrenamiento social ha de comenzar en la cuna, en la familia. Bien es vedad que, hoy, la familia, como núcleo educativo, ha desaparecido, y no sólo por la necesidad, o la moda, de trabajar ambos progenitores, sino porque, bien por cansancio, bien por desidia, bien por comodidad, hacen caso omiso de sus hijos. Éstos han dejado de representar el papel más importante de las relaciones de una pareja y han sido sustituidos por la hipoteca o los pagos del coche, comprado para epatar a los vecinos. Es más, el comportamiento en las relaciones de la pareja, escaparate de la conducta social ante los niños, ha pasado a ser egoísta y plagado de faltas de respeto, pese a todo lo dicho en contra; no hablemos ya de las relaciones con los demás familiares, amigos o vecinos.

Para terminar de modelar el paisaje, las tendencias psicológicas y pedagógicas de los años setenta y ochenta del pasado siglo –aún hoy persistentes-, con aquello de criar a los hijos en libertad, entendiendo por libertad la ausencia total de recriminación de conductas antisociales, han conducido a un remedio mucho peor que la enfermedad. Por otro lado, las autoridades en materia de educación se empeñaron en importar los métodos de enseñanza de algunos países anglosajones, eso sí, sin los mismos medios económicos y olvidando lo esencial: en esos países, existen escuelas privadas de gran tradición y prestigio, alejadas años luz de la enseñanza y los métodos de los centros públicos, éstos, normalmente, destinados a cubrir el expediente de la educación gratuita y generalizada. El profesorado de dichas escuelas públicas tiempo ha que decidió no intentar cambiar las cosas, dada la procedencia de la mayoría de sus alumnos, en la mayor parte de los casos, de ambientes familiares enfermizos.

Sí, estamos de acuerdo, decir esto es políticamente incorrecto, pero hace tiempo que hemos llegado a una conclusión: lo políticamente correcto no deja de ser enemigo de lo bueno y el mejor exponente de la hipocresía social de los gobernantes y demás agentes sociales, como se dice ahora.

El desaguisado actual no es sino la consecuencia de esta importación en países como Francia y España, donde la apuesta por la educación pública igualitaria es una realidad. Ello, unido a una invasión de películas y series televisivas, donde el protagonista "bueno", simpático y ligón, es el alumno mediocre, travieso, tirando a gamberro, y valentón, frente al "malo", el empollón trabajador, antipático e introvertido, lleno de complejos, ha propiciado el contagio masivo de la falta de respeto por los semejantes –al fin y la cabo en la jungla el más fuerte es el rey y, en estos guiones, el más premiado económica y socialmente siempre es el "bueno de la película".

A todo esto le añadimos la incorporación a la docencia de ciertos profesores que, faltos de recursos pedagógicos auténticos y eficaces, optaron por granjearse la simpatía de los alumnos, a fin de evitar su rechazo, con tácticas tipo "coleguilla". El usted y el don fueron sustituidos por el "profe", en el mejor de los casos, cuando no por el "oye tío". Entre el educador y el educando debe haber una barrera bien marcada e infranqueable dictada por el respeto mutuo. Una barrera, diferente pero similar, también debe existir entre padres e hijos. Un muchacho debe saber y creer que la experiencia de su progenitor o su profesor es digna de tener en cuenta. Evidentemente, el "esto es así porque lo digo yo" no vale. El razonamiento, el diálogo y la comprensión deben estar siempre presentes, pero sin, jamás, dejar que el muchacho o muchacha tome las riendas de la relación y se convierta en un tirano exigente; ese es el comienzo de la falta de respeto. Normalmente, no se respeta a quien no se hace respetar.

Ya para ir terminando, recordemos. Tiempos hubo en los que las profesoras eran siempre "señorita" o "doña" y el profesor "don" (lo de señorito sonaba mal y señor tenía connotaciones militares). No había una relación de tú a tú, pero no faltaba una corriente de simpatía y admiración por el representante de la sabiduría y la experiencia. No faltaban tampoco las relaciones amistosas entre educadores y educandos, siempre sin traspasar la barrera antes mencionada. Uno de nuestros colaboradores nos hablaba, hace unos días, de su querido profesor D. Alfonso, siempre don y siempre de usted, con el que también aprendió a jugar al billar, a asistir a reuniones y coloquios literarios y políticos; jamás sin perder el respeto, jamás en plan "coleguillas".

Quizás el usted sea la mejor forma de introducir esa barrera de la que hablábamos, pero no debemos quedarnos ahí. Las autoridades académicas, inspectores, tutores y padres deben llegar a un consenso social, al igual que se llega en otros aspectos de la vida ciudadana. En aras de una convivencia pacífica y fluida, los comportamientos antisociales no deben ser tolerados porque, como los sacramentos en ciertas religiones, esas cosas imprimen carácter, ¡y qué carácter!

LA REDACCIÓN

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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Última modificación: 28-06-2007