Contenido de esta sección:

Reflexión

Jesús Miguel Sáez González, crítico de cine.
Miguelescine@hotmail.com

Sé que estos días se ha hablado mucho de Bergman y Antonioni. Por supuesto, cuando niño no entendía nada.

Me impactó el plano final del Séptimo Sello, justo cuando los comediantes miran hacia las montañas y encuentran todas esas sombras (personajes) siguiendo a la muerte, penando de por vida. Aprendí entonces -tenía catorce o quince años- no sólo la parte doliente propia del ser humano, que también era la mía (mi vida no ha sido agradable desde que tengo uso de razón, aunque no por ello intensa), sino algo más interesante, cuáles eran los niveles de realidad y cuáles los de ficción, dentro de la propia representación, que se desdobla.

A menudo me paro y observo. Una pareja está sentada en un velador, ella habla con un tono disidente al tiempo superfluo, "frente a él", está fumando, y procura echar el humo en otra parte, cómo su mirada; el guarda silencio. Cada vez que veo está escena recuerdo una película de Antonioni (por supuesto y como he apuntado, con otra mirada, otra perspectiva, la propia; o será porque siempre me gustó aquel cuento de Cortázar).

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Sueño de una noche de verano

Jesús Miguel Sáez González, crítico de cine.
Miguelescine@hotmail.com

Dicen que ahora vuelvo,
doy un rodeo,
me paseo por aquí y miro;
simplemente (Autobiografía, variación 5)

Índice:

LOS CLIMAS de Nuri Bilge Ceylan

Entre aquellas ruinas el amor se olvidó, la mirada brota lágrimas. Es la lejanía de Bahar, el finiquitado hecho del amor. Isa y sus fotografías, apenas se percibe, aunque, más tarde, el amante mira hacia el extrañamiento, pues su voz, bajo el sol, se anticipa como un susurro íntimo, que habita en el presente. Porque el pensamiento se hace realidad con la amada que regresa, y la fragilidad de los sentimientos es ya la soledad de la ruptura del desamor, de una necesidad y de un afecto pétreo, que abandona ser paradoja para adentrarse en la ausencia y sus entrañas. Y la distancia, y el tiempo -también atmosférico- que pasa, no viene a ser máscara ni simulación. La desnudez no vacila, los sentimientos son tan nítidos que acontecen desnudos como la imagen y el sonido que se define, redefine con sus costurones, se desgasta, se diluye, con su profundidad de campo en sí misma, con toda su hiperealidad hasta intercambiarse el fondo con la imagen, sin yuxtaponerse como en un principio, pues son sombras y, como tales, afrontan las angostas miradas precipitadas. Correcciones cromáticas que sucumben al simbolismo y la metáfora, subrayadas por la iluminación significante de Gokhan Tiryaki y un montaje que da un sentido al significado: por Ayhan Ergursel, Thomas Robert y Nuri Bilge Ceylan.

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YO de Rafael Cortés

Desde lejos vino un hombre; al decir su nombre lo confundieron, Hans también era su otro yo. Qué mundo, nada se entiende, sí somos distintos -pensó con su perfil derecho-, y todo se comprende, el misterio no es culpa, la mancha desgarra la inocencia con total incomprensión; y la identidad, hasta cuándo parece diluirse en el laberinto cornúpeto, que delimita los contornos. Las paredes encierran el secreto tomado y lo saben las habladurías deslenguadas y distantes; y el suspense nace de la incomodidad inocente. Se crece en angustia, pues los crescendos temporales se abren poco a poco en el relato claustrofóbico, porque el alma terminará siendo apoderada por la sombra, que la desnuda, hasta la vacía, sin saber de ese otro cuerpo; son tantos yo, que son uno mismo tras la metamorfosis.

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REQUIEM POR BILLY EL NIÑO de Anne Feinsilber

El mito. Dejemos que la leyenda como tal siga su curso. Un complejo poliedro que deviene hacia parte de una realidad, que se abstrae como crepúsculo necesario, pese al paso del tiempo, bien por necesidad económica imperiosa o por establecer ciertos parámetros de libertad dentro de la memoria, la que se revindica o se añora, la inminentemente histórica en su contradicción con los hechos. Y se indaga una y otra vez, estableciéndose hasta un diálogo supuesto con el fallecido, tan vivo (voz en off) como elegiaco, hasta consumarse líricamente aquel enfrentamiento entre William H Bonney y su asesino Pat Garrett. Cuánta verdad, alguna que otra ficción. No lejos, Rimbaud y Verlaine discuten, en paralelo. Sus versos son susurros que descansan sin saberlo, sabiéndolo con toda extrañeza, y se interrelacionan bajo las tumbas, esta vez los nichos del condado de Lincoln, en la más profunda América –sin renunciar a ella-, donde yacen los pistoleros, cuyos espíritus errantes van y vienen, espectadores de una nueva realidad, quizás no tal, que se representa, con toda seguridad, en un duelo folletinesco si cabe, que surge de la admiración de sus herederos; testigos históricos. Pero también la pantalla, como eco proyectado, sigue su propio curso representando el cine con sus virtudes mentirosas y sus paisajes abiertos, no tan distantes, con toda su verosimilitud, que recurren, aún sabiéndolo, al mito nuevamente, conservando la leyenda, manipulándola, reinterpretándola. Peckinpah frente a Penn también, forman su propia cara; como las imágenes fijas conservadas, sólo que estas son fotogramas en movimiento.

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LA INFLUENCIA de Pedro Aguilera

Siento, son seres no personajes, autistas del silencio que se vacía con su sufrir. Sí esto es poesía de la determinación Kafkiana sin juicio, radicalmente abstracta y desnuda, como trozo de vida que espira. Más que amor es un sufrir; nada de nostalgias, no existen, ni siquiera una copla que respira. El silencio no generoso prefiere la soledad desnuda con su distancia real, nunca distanciada, decrépita hasta precipitarse en la caída y el drama se llena, conquistándolo todo hasta los espacios vacíos, incluso a aquellos que no son posibles de sustituir, pero sí reinterpretar, como el auxilio y la redención. Y se pregunta ese alma herida disciplinadamente (Sra Rivero) -todo es prescindible nada lo es, sí o no como el tiempo presente o ya futuro-, sin saberlo, queriéndolo sin querer a la deriva; entrelazando siempre entre esos planos secuencia, porque, ahí están los lugares, cuyo aliento sin aliento transpira la angustia del que nada tiene y marcha por decisión. Determinismo abocado a la desesperanza igualmente, pero del que, además, sobrevive, con la ilusión y la alegría y la fatalidad asumida por el espacio común, incluso. Esa segunda oportunidad por derecho, contrapuesta, la infancia ascendente nacida y que ríe y vive con determinación, y sustituye a la generación antecedente, la de un principio; ese verbo lacerante, mortuorio. Son los estados de una a otra parte, en definitiva.

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CAOTICA ANA de Julio Medem

Todos los mundos posibles son Islas. Conoce Penélope, trasfigurada, antes que nadie el viaje de Odiseo, porque es la mater del alma, que se perpetúa amantísima en el tiempo. Intrauterino es éste sin embargo, girando en espiral también hasta el conocimiento y la materia molecular, experimentando, y sus contrarios nuestra antinomia junto a la emoción. Es cierto, o el caos deviene seguro, a la vez, es de suponer, supongo, al ser la teoría fractal un hecho a un tiempo, conviviendo la hermosura y el amor y la franqueza y la sensualidad y la tragedia y el dolor y la violencia y el miedo y la fortaleza y la maternidad latente, pero aún más el sueño, una metáfora derivada que contiene la vida subterránea, y la mar, su devoto demiurgo alojado en la sal de una gruta, influenciado por sus ciclos lunares, reflejándose, poroso, muriendo, amando, muriendo; así por toda la eternidad, pues se complica la complicidad de las digresiones discontinuas y el genio y el amor. Un todo es libertad y creación; en definitiva, lo que nos determina y libera.

Extraordinaria interpretación de la actriz Manuela Vellés.

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SANXIA HAOREN de Jia Zhang Ke

Recorremos los mismos demolidos lugares, dos independientes miradas diferenciadas confluyendo, un idéntico espacio que lo es en el tiempo, solapándose, aunque no entrecruzándose -quizás con el tiempo, quien sabe-, a pesar que, en los cielos de la indiferencia, lo surque un objeto volador "no identificado". Y ese instante común a ambas cede una historia a la otra, narrándose como un díptico, puede ser un tríptico, esperando su resolución final en punto muerto emocional, de una historia hacia la otra, para recuperar la inicial que concluirá definitivamente. Interrelacionándose con éstas, más que como fondo, también como personaje, la incomunicación que se ha dilatado, la barrera infranqueable de estos tiempos, la construcción a lo largo del Yangtse de una gran presa impertérrita. Y a ambos lados del río ese paisaje frío, desconstruido y ausente o que se ha redefinido, abnegando sus aguas la vida, que sucumbirá pronto, si no lo ha hecho ya, pronunciando la palabra diáspora, junto con los recuerdos desmantelados. Tan sólo la memoria alcanza a la imagen de un billete. Y los fantasmas entre los escombros. Y los muertos que no tienen donde guarecerse de la lluvia ácida. Y la locura global resentida confunde; un país petulante como un equilibrista sin red. Para entonces, el documento y la ficción coexisten; sin querer.

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RATATOUILLE de Brad Bird

Con tranquilidad suficiente, en ese estado de calma, que tanto cuesta a la fragilidad, añadimos cierta verosimilitud a la lactancia de la niñez. El flautista de Hameling viene de nuevo, atravesando la noche de los sueños en perpendicular. Un pigmento entra resultón por nuestros orificios nasales, hasta viajar, además, hacia el gusto -no hay vuelta atrás, hemos regresado, creo que a la pura evasión-. Esto es, andamos extasiados, volvemos a nacer por un momento, hasta la emoción del aplauso; no hay crítica alguna, no la hemos escrito. El encanto es un sentido de placer, las palabras se difuminan, y el ejercicio de contrarios juega en nuestro organismo, no sólo a través de la vista, o el gusto, sino utilizando el resto de los sentidos, hasta configurar la esencia. Y el proceso, a cocción lenta, pura abstracción divinizada, sin desdeñar la tradición del trazo, y la profundidad (de esas tres dimensiones digitalizadas, por donde se desenvuelven los protagonistas de mil formas autónomas). Se trata más que autoafirmación personal, superación, perseveración de la genialidad, y el triunfo final, es cierto, y de la excelencia. Para eso la narración no necesita subrayados, sino perfectas elipsis aceleradas, que retornan intrínsecas al relato, a la más pura diversión; como hemos apuntado.

Merece reseñar ese pequeño corto "Abduction" de Gary Rydstron; un pequeño juego de equívocos

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