Editorial
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

 Histórico. Año IX

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Septiembre 2007. Nº 88

LAS FRASES DEL MES:

Los ancianos y los cometas son respetados por idéntica razón: sus largas barbas y la pretensión de predecir acontecimientos.
Jonathan Swift

Nunca se da tanto como cuando se dan esperanzas.
Anatole France

Reflexiones sobre el cambio climático

Resulta difícil hablar objetivamente del "cambio climático" sin recibir acusaciones de estar vendido a potencias económicas, de ser un irresponsable o, peor aún, de ser un fascista peligroso. No obstante, haremos unas reflexiones sobre el particular, desde el escepticismo científico, algo que parece faltar en aquellos que se otorgan la posesión de la verdad absoluta en un tan endeble marco experimental.

En primer lugar, no vamos a negar la posibilidad de un cambio climático, la historia de la Tierra está marcada por repetidos, a veces catastróficos, sucesos de este estilo. Afortunadamente, no vivimos en un planeta estacionario, de lo contrario no habría aparecido la vida en él y, menos todavía, el hombre no sería una de sus especies pobladoras. Pero de ahí a dramatizar, a la luz de unos pocos y muy recientes datos fidedignos, algunas veces contradictorios, va un abismo.

Efectivamente, lo peor del caso es la falta de rigor científico con la que algunos trabajadores del ramo sacan sus conclusiones. Pongamos un ejemplo. Se habla hoy de la terrible sequía que asola nuestro país, "jamás conocida". Evidentemente, quienes hablan así no han leído las crónicas del Reino de Castilla. Allá por el siglo XVI, en épocas de Felipe II, la sequía fue tan severa, que el río Tajo se cruzaba a pie enjuto, a su paso por la ciudad de Toledo. Hoy, pese a los trasvases y regadíos regionales, es impensable un Tajo sin agua abundante en dicha comarca. Otro ejemplo, éste más difícil de entender, por tratarse de un caso muy reciente: al parecer, tras corregir un error informático, los científicos han encontrado que el año más caluroso, en USA, no ha sido 1998, como se nos venía diciendo, sino 1934, cuando el nivel de gases invernadero en la atmósfera estaba muy por debajo del actual. Por otra parte, debemos primero dilucidar si el remedio es mejor o peor que la enfermedad. A comienzos del siglo XX, algunas revistas científicas se hacían eco de las ventajas medioambientales proporcionadas por el automóvil frente a los vehículos de tracción animal; en la ciudad de Nueva York, los miasmas pestilentes y la contaminación bacteriana debida a los excrementos de caballo eran ya insoportables.

Sin embargo, peor que unas conclusiones poco afortunadas son unos remedios recomendados sin meditación previa de las consecuencias perjudiciales derivadas. Precisamente, gracias a ese tipo de recomendaciones, algunas empresas están haciendo su agosto con la puesta en marcha de ciertos "salvadores" del medio ambiente. Al fin y al cabo, los autores de una solución no van a salir después con que es mala; deberán mantener el tipo defendiéndola aunque esté lejos de ser buena. Véase la instalación por doquier de parques eólicos y el cultivo de vegetales para obtener biocarburantes.

Los nuevos molinos de viento destruyen el paisaje, es obvio –deberíamos recapacitar al respecto, también el paisaje forma parte de los recursos naturales-. Pero hay más y se ha demostrado suficientemente, los parques eólicos suponen un atentado a la biodiversidad, amén de otras consecuencias medioambientales nefastas (podemos preguntarles a los vecinos de tales ingenios sobre el ruido a soportar, por ejemplo). Vivat Academia ha publicado varios artículos poniéndolo de manifiesto, por tanto, y para no cansar al lector, no vamos a insistir en el tema.

Peor protagonismo, por su incidencia en el medio ambiente y el desarrollo sostenible, tienen los combustibles derivados de la llamada biomasa. La contribución real de los biocarburantes a la mitigación del cambio climático se pone cada vez más en duda. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ha publicado un informe titulado «Biocombustibles: ¿es el remedio peor que la enfermedad?», en el que se cuestionan la rentabilidad y el beneficio para el medioambiente del uso de combustibles de origen biológico. La sustitución de combustibles fósiles como el carbón, petróleo y gas natural por los biocarburantes tendrá sin duda consecuencias económicas a nivel mundial, más perjudiciales que beneficiosas. El informe denuncia que el conflicto «comida contra combustibles» "obligará a los agricultores a decantarse por destinar sus campos de cultivo a la alimentación o a la elaboración de biocombustibles, producidos sobre todo de maíz, caña de azúcar o cereal". Si se deciden por la segunda opción –algo lógico, pues, por ejemplo, para esos usos no habrá restricciones en el cultivo de plantas transgénicas, hoy denostadas para consumo humano- el precio de la comida subirá (este mes de septiembre ha sido ya testigo de noticias en esa dirección). A pesar de ser las regiones tropicales las más adecuadas para dedicarse a estos cultivos, los productos medioambientales están subvencionados y cuentan con incentivos en la UE, lo cual provocará, según el informe, una destrucción de los ecosistemas naturales, como bosques, humedales y pastos, en favor de las cosechas para energía biológica. Por otra parte, en las regiones tropicales reside la mayor reserva selvática de la biosfera. Si se cultivan allí productos agrícolas combustibles, adiós a la selva amazónica (Brasil es ya uno de los mayores productores de tales carburantes).

Los defensores del biocombustible dicen que, al fin y al cabo, su uso sólo produce la misma cantidad de CO2 (uno de los gases culpables del efecto invernadero) que los cultivos originarios rescatan de la atmósfera durante su producción. Sin embargo, callan lo más importante. Poco o nada dicen de las consecuencias del uso de fertilizantes o del agua necesaria para el riego, la toxicidad del uso de pesticidas agrícolas y el empobrecimiento y acidificación de suelos normalmente aptos para otros cultivos, es decir, la pérdida de biodiversidad.

Hartmut Michel -premio Nobel de Química en 1988 conjuntamente con Johann Deisenhofer y Robert Huber por sus trabajos, mediante cristalografía de rayos X, determinantes, en una bacteria, del funcionamiento en detalle de la fotosíntesis (la reacción más importante del mundo, según el jurado)-, ha declarado, en la reunión de premios Nobel, celebrada este verano en Lindau (Alemania), que los combustibles de origen vegetal no son una buena opción para combatir el cambio climático: no ahorran emisiones de CO2 y promueven la deforestación de la Amazonia. "No soy el único que dice esto, basta hacer los cálculos para verlo. Sólo que los políticos no quieren escuchar esta idea".

La obsesión por el medio ambiente puede suponer, pues, una amenaza mayor para la biodiversidad. "El impacto de la utilización de los nuevos carburantes puede superar fácilmente el de la gasolina o el diésel mineral" según reza el mencionado informe de la OCDE; eso sin contar con la posible extensión del hambre en los países más necesitados de alimentos.

No vamos a dar la razón a Lindzen, Catedrático de Meteorología y Física de la Atmósfera del Massachusetts Institute of Technology (MIT) de Boston, quien dice: "no hay ningún modelo meteorológico que describa con precisión los movimientos pendulares de la temperatura planetaria, simplemente porque el calentamiento global no se reduce a un solo factor sino a cientos. Y la acción humana apenas si deja huella. Los mecanismos diseñados por la sociedad internacional para contener las emisiones serán ineficaces". Las palabras de Lindzen son totalmente ciertas, pero nos conviene y estamos obligados a no desequilibrar el clima terrestre. No es bueno aumentar el contenido atmosférico de CO2 o metano, los principales causantes del efecto invernadero, hay que tomar medidas, pero esas medidas han de ser pensadas, meditadas y puestas en práctica en la idea de su efecto a largo plazo. Ya conocemos la tendencia de los políticos a adoptar soluciones que les proporcionen resultados en los cortos años de un periodo electoral.

El aumento de CO2 va unido a la desertización y, por desgracia, parece que los gobiernos occidentales siguen sin poner remedios eficaces al respecto. Dejan a la especulación del suelo y a la ambición de industriales poco escrupulosos acabar con los bosques, principal sumidero del temido CO2. La especulación ha propiciado, entre otras cosas muy perniciosas, el uso masivo del automóvil; ahora un trabajador debe recorrer, de media, ciento veinte kilómetros diarios, entre la ida y la vuelta, para acudir a su puesto de trabajo. Las subvenciones para promocionar el ahorro energético, como son el uso de paneles solares en los tejados de las casas -de impacto nulo sobre el medio ambiente-, cuando existen, son escasas y el periodo de amortización de la inversión necesaria es demasiado largo.

Falta además una política global, a largo plazo, de reforestación de las zonas expoliadas, lo que supondría un freno a la desertización amén de un aumento de la masa vegetal sumidero de CO2

No obstante, somos conscientes de la necesidad de la existencia de los "agoreros" del cambio climático; si no fuera por ellos, posiblemente no se tomaría medida alguna. Gracias a las feministas recalcitrantes, las mujeres de hoy han conseguido derechos fundamentales que se les negaban hace menos de un siglo. Gracias a los ecologistas "coñazo", como algún escritor español los apodaba, hay hoy preocupación por el medio ambiente y el desarrollo sostenible. Sin embargo, los científicos deberían ser más cautos al dar al gran público sus opiniones y, desde luego, deberían hacerlo con sumisión absoluta a las reglas de la investigación científica.

Añadiremos algo obvio. No todos los defensores de la ausencia de un cambio climático están vendidos a potencias económicas o políticas, aunque haberlos puede que los haya. Sin embargo, también es incuestionable que muchos de los defensores intransigentes de la idea debieran explicarnos a quién favorecen y en aras de qué beneficios personales lo hacen. Por ello, quizás sea conveniente añadir una reflexión final.

La Ciencia, y ha sido así a lo largo de toda su historia, se mueve por modas, entre otras cosas, porque los fondos para hacer investigación los proporcionan, en su mayor parte, personas o instituciones ignorantes totales de la realidad científica. Los científicos han aprendido a vender sus mercancías presentándolas como imprescindibles, no ya para el desarrollo de la humanidad, sino para resultar altamente rentables a los que aflojan el bolsillo, haciéndoles creer que van a ser caramente recompensados y a ganar ciento por uno en su riesgo económico o político. Fue así siempre y, como ejemplo, baste recordar la época de los alquimistas. Los mecenas de entonces soñaban con llenar de oro sus arcas repletas de plomo. Hoy, basta con añadir al título de un proyecto de investigación dos o tres palabras clave, para hacerlo atractivo a los ojos de los políticos, tras un calentamiento previo de los medios de comunicación, y ello aunque usted vaya a estudiar la sexualidad del cangrejo amarillo del mar Muerto, por supuesto, un personaje de ficción. Algunos ejemplos recientes serían: "energía renovable", "cambio climático", "biodiversidad sostenible", "impacto medioambiental", "efecto invernadero", "desertización", "amenaza al medio ambiente", "biocarburantes"... Otros términos han caído ya en desuso, pero hicieron furor en épocas no muy lejanas, aunque deberían seguir constituyendo llaves maestras para el logro de fondos (ciertamente, los titulares de los informativos juegan un papel fundamental en este fenómeno): "agujero de la capa de ozono", "lluvia ácida", "deforestación", "polución atmosférica"... Hay, además, claves que hoy conviene eludir para evitar el anatema, si bien en épocas no tan pretéritas supusieron el "abracadabra" del investigador científico: "energía nuclear", "promoción y desarrollo industrial", "prospección de hidrocarburos", "fertilizantes artificiales", "alimentos transgénicos"... Cualquier científico de la especialidad que usted se imagine, sabe que su probabilidad de éxito en la obtención de fondos aumenta exponencialmente sin más que deslizar, con un poco de habilidad, el término correcto en su proyecto de investigación. ¿No les recuerda esto un poco, o un mucho, al timo de la estampita?

LA REDACCIÓN

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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Última modificación: 19-09-2007