Editorial
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

  Histórico. Año X

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Noviembre 2007. Nº 90

LAS FRASES DEL MES:

El que no sabe, no sabe que no sabe.

Anónimo

Hay ocasiones en que cuantos nos rodean no merecen sino un poco de comedia. Seamos, entonces, un poco farsantes.

Benjamín Jarnes

Los estudios de grado o la reforma de la contrarreforma

En la Universidad española se ha dado el pistoletazo de salida a unA nueva carrera. En ella todos quieren ser los primeros en ofrecer nuevas titulaciones -los llamados ahora grados, para evitar nomenclaturas equívocas-, en la idea de la convergencia europea. Como es habitual en nuestro país, el fracaso está asegurado.

Ya ocurrió hace unos veinte años, cuando se debatieron los, entonces, "nuevos planes de estudio", diseñados a fin de reducir el número de años de permanencia en las aulas. El resultado fue justamente el contrario. A la sazón, también se decía que, como estábamos en el espacio europeo, debíamos organizarnos en convergencia.

¿Cuáles son las claves de estos fracasos? ¿Por qué vaticinamos un nuevo fiasco?

En primer lugar por la alegría con que los españoles solemos hacer estas cosas. Casi todos –afortunadamente no todos han entrado en el juego- los profesores universitarios se han apresurado a participar en las múltiples comisiones, formadas para discutir sobre los contenidos de las nuevas titulaciones a proponer en cada Centro. De ellos, algunos tienen una ligera idea de lo que se cuece en otros países y del porqué de esta reforma, otros ni la más remota. Como es natural, cada cual está observando a sus contertulios, esperando la oportunidad de verles bajar la guardia, para colar la asignatura que considera más conveniente para su propia supervivencia y/o la de su grupo de presión. ¿Cuántos realmente están pensando en las necesidades formativas de los alumnos? No hablaremos de aquellos dispuestos a impartir docencia de cualquier materia con tal de conseguir un aumento de profesores sobre los que, después, ejercer el "mecenazgo" propio de las universidades españolas. Olvidan, eso sí, que estos nuevos planes no van a suponer un aumento del número de docentes, en ningún caso. Demos tiempo al tiempo.

En segundo lugar, como es práctica persistente en la Universidad española, nadie ha pensado, ni autoridades académicas ni comisionados, en que una reforma de estas características, para realizarla con éxito, conlleva una modificación radical del presupuesto dedicado a la educación superior, atendiendo a su distribución y, por supuesto, a su cuantía (no hablamos del presupuesto dedicado a personal docente, comentado más arriba). Además, de una vez por todas, y aunque no sirva de precedente, debería traer aparejada una transformación tajante en la forma de reclutar al profesorado.

En tercer lugar, nadie está dispuesto a aceptar que una reforma universitaria está abocada al fracaso más estrepitoso, si antes no se hace una reforma profunda de la enseñanza secundaria y se diseñan e implantan unos estudios de formación profesional dignos y atractivos para nuestros jóvenes. ¿De qué nos sirve converger hacia Europa en la enseñanza superior, si nuestros estudiantes no están capacitados para comenzar los estudios correspondientes? ¿Alguien se ha preguntado, por ejemplo, cuántos de nuestros estudiantes serían aceptados para ingresar en alguna de las prestigiosas grandes escuelas francesas? Ya lo tienen difícil los propios galos...

En cuarto lugar, como ha sido la tónica general en anteriores ediciones de esta alocada carrera, por mucho que cambiemos la nomenclatura de las materias a impartir, el que más y el que menos seguirá enseñando lo que sabe (¿o lo que no sabe?) –incluso utilizando esos apuntes costrosos de su época de estudiante-, pues ¿qué otra cosa puede hacer, si el reciclaje del profesorado universitario en España es una asignatura suspendida con carácter indefinido?

En quinto lugar, ¿qué decir de los estudiantes? A ellos lo único que les importa es obtener una titulación, y de la manera más fácil y rápida posible; lo de aprender es harina de otro costal, sólo un porcentaje muy pequeño (apenas un 10%) está dispuesto a realizar el sacrificio correspondiente. Ya existen, desde hace varios años, experiencias piloto en algunas titulaciones reveladoras de lo difícil, por no decir imposible, de la tarea de valorar el trabajo efectuado por el alumno fuera de clase. Por un lado, la excesiva carga docente del profesorado, frente a sus tareas investigadoras, si quiere recibir esos pluses mencionados (no hablaremos ahora de su causa, motivo de muchas páginas de reflexión), hace inviable el seguimiento de los estudiantes de forma correcta. Por otro lado, y esto es lo más grave, los estudiantes no están dispuestos a trabajar fuera del aula. Para ellos, lo oído al profesor y sus apuntes mal tomados, cuando no fotocopiados los últimos días del curso de un compañero más perseverante, han de ser condiciones necesarias y suficientes para obtener una buena nota. Las bibliotecas no se usan para consultar libros, se llenan en época de exámenes, bien para buscar un ambiente tranquilo, bien para eludir el control paterno. Existen textos, recomendados en algunas asignaturas, consultados una sola vez, o ninguna, en más de 10 años.

Tampoco es raro que, en estas experiencias piloto, se siga dando importancia capital al examen final. Aquellos que han intentado lo contrario, es decir, practicar lo supuestamente correcto, se han visto asediados por sus propios compañeros, cuando no por las autoridades académicas; llegado final de curso sin que el examen final sirva para aprobar, debiendo haber trabajado duro durante el año escolar, impele a los alumnos a presionar sobre los decanos y directores y, no olvidemos, éstos deben su elección, en gran medida, a los votos de aquellos. En el mejor de los casos, profesores conscientes del comportamiento de los estudiantes españoles individualizan los trabajos a realizar fuera de las aulas, a fin de evitar el copieteo. El resultado no puede ser más desalentador, desde corresponderles corregir trabajos consumados por el maravilloso método del corta y pega de varias páginas web, por aquello de la diversidad quizás, –y vaya usted a saber qué páginas-, con el texto formado por un conjunto de frases inconexas y carentes de significado alguno, hasta valorar tareas prescritas a otro compañero, usando el tan socorrido "creí qué, pensé qué". En fin, a veces, ello da lugar a la aparición de la picaresca española en beneficio pecuniario de algún avispado. Aunque ustedes no se lo crean, hay alumnos que se dedican a hacer los trabajos de los compañeros y venderlos a precios más o menos asequibles, montando un pequeño pero lucrativo negocio -esos quizás prendan algo, no hay mal que por bien no venga-. Y nosotros nos preguntamos: ¿de qué forma podemos los profesores fiscalizar que el trabajo lo ha hecho realmente el alumno? Preguntar en clase sobre el particular es impensable y en horas de tutorías menos, pues no acuden a ellas, argumentando la falta de tiempo.

En sexto lugar, nadie parece caer en la cuenta, al menos no se dice nada al respecto, de una posible y nefasta consecuencia de esta reforma. Dada la situación de los fondos públicos dedicados a la enseñanza superior, entre los que no es nada desdeñable la partida destinada a los sueldos de los docentes –condenados a mendigar anualmente unos pluses ridículos, para poder mantener el nivel adquisitivo de hace veinte años-, esta carrera nos lleva indefectiblemente a la privatización, dentro de las aulas públicas, de la enseñanza superior especializada. En definitiva, muchos de los que ahora ven con buenos ojos esta metamorfosis poco reflexionada, están ya relamiéndose con el aumento de sueldo encubierto que supondrá impartir un "master" de tal o cual materia y que, dicho sea de paso, no será sino un lavado de cara de alguna asignatura del grado. ¿Piensan ustedes en verdad que estos cursos de especialidad van a tener un precio político? Alguno habrá, no decimos que todos vayan a ser sufragados en su totalidad por los propios estudiantes, pero ya verán, ya verán.

En séptimo lugar ahí están los colegios profesionales, sobre todo los más fuertes: ingenieros arquitectos, médicos etc, que intentarán presionar lo máximo posible para que sus afiliados actuales no queden en entredicho o en el paro; al fin y al cabo son los que cuentan, los futuros ya se apañarán como puedan.

Por supuesto, nadie habla sobre otra importante consecuencia de la renovación. Tras ella, algunas universidades deberán contentase con ser de una categoría inferior respecto a otras. Ninguna va a estar dispuesta a aceptarlo con resignación, como tampoco lo estará la propia sociedad. Que la universidad de mi barrio sea de menor categoría que la correspondiente a la universidad existente a 300 kilómetros, pone los pelos de punta a los padres; han aprendido, con estupor, en las películas americanas, que se debe hacer un buen acopio de fondos para enviar a sus hijos a universidades de prestigio, cuando no a pedir un préstamo añadido a la hipoteca de la propia vivienda familiar. Voces en este sentido ya han aparecido entre los estudiantes franceses, curiosamente enfrentados a la idea de su gobierno actual de dar autonomía a las universidades.

Entretanto, nuestros estudiantes están mudos ante tanto despropósito. Los que ya están dentro, porque desean que el proceso dure lo suficiente como para poder salir antes de que les pille el toro y los que están fuera porque carecen de la conciencia suficiente sobre lo que se les avecina

Como todo se está llevando a cabo sin reflexionar y con prisas exageradas e innecesarias, no hace falta mucha imaginación para concluir que ello conducirá a la conversión de la Universidad española, en el mejor de los casos, en una escuela formación profesional mal capacitada para esta labor, cuando no en una guardería; los síntomas ya han comenzado a manifestarse.

LA REDACCIÓN

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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Última modificación: 29-11-2007