Editorial
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

  Histórico. Año X

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Abril 2008. Nº 94

LAS FRASES DEL MES:

El objeto de la oratoria no es la verdad, sino la persuasión.

Thomas B. Macauly

Obra siempre de modo que tu conducta pudiera servir de principio a una legislación universal.

Enmanuel Kant

Justicia a la española

Por alguna razón que se nos escapa, dos sucesos recientes, el horrible asesinato de la pequeña Mari Luz y el doble asesinato y suicidio en nuestro vecino pueblecito de Alovera (Guadalajara), han puesto de manifiesto la desastrosa Administración de Justicia en España. Y aseguramos no entender el motivo de esta repentina búsqueda de responsables entre los jueces y funcionarios, porque los problemas del sistema judicial español están a la vista de todos, desde hace siglos, y han sido la causa de muchos de los crímenes cometidos en este país. Mas la responsabilidad no es sólo de los encargados de administrar la Justicia, mayor responsabilidad tienen los políticos encargados de legislar y de velar por el cumplimiento de lo legislado, es decir, parlamentarios –a través de las comisiones correspondientes- y gobernantes.

Curiosamente, los medios de comunicación han escurrido el bulto en la parte de culpa que les corresponde en todo este desaguisado, como si ellos estuvieran por encima del bien y del mal, cuando, en realidad, son los impulsores de mucha de la violencia creciente en España, con sus morbosas programaciones y difusión de noticias, por no hablar de sus silencios, siempre a coveniencia del poder político. Poco o nada han hecho en el sentido de denunciar el pernicioso sistema judicial español.

No podemos culpar únicamente del aumento de criminalidad al módico precio a pagar por la comisión de un delito, aunque salga realmente barato delinquir en España. Tampoco podemos culpar únicamente a la obsolescente Administración de Justicia en todos sus aspectos; a muchos, al parecer, les interesa que siga por ese camino. El problema, de ahí su antigüedad, tiene raíces sociales y muy profundas.

Efectivamente, el delito en España no se valora por su gravedad intrínseca, sino más bien por el valor social de la víctima del mismo o por el valor social del delincuente. Consecuentemente, un asesinato será tanto más grave, cuanto más relevancia tenga la víctima y menor el malhechor y, viceversa, tendrá menos importancia, cuanto más ascendencia social tenga el culpable y menor tenga la víctima. No piensen queridos lectores que esto es así sólo a los ojos de los medios de comunicación, los propios jueces participan de este modo de proceder, porque la costumbre está bien arraigada en la idiosincrasia del español; ya se lo decía Don Quijote a Sancho, "con la Iglesia hemos topado..." Ejemplos recientes hay para escribir un tratado. El caso Farruquito es uno de los prototipos del segundo supuesto; algunos periodistas, incluso, llegaron a lamentarse de la extensa pena (?), de por sí liviana, por aquello de arruinar la carrera de un artista. Y como paradigma del primer supuesto tenemos, sin ir más lejos, la persecución policial implacable a los artífices del "top manta" o a los vendedores de ropa adornada con "cocodrilos" de pacotilla. En estos casos los agraviados son famosos y poderosas multinacionales.

Por otra parte, a nadie ha interesado "poner el cascabel al gato justiciero". Los jueces, fiscales y demás funcionarios judiciales -no todos, evidentemente, siempre hay honrosas excepciones-, parecen tener libertad absoluta para trabajar al ritmo y con la diligencia o profesionalidad que les viene en gana. Sólo a raíz de los casos citados al comienzo de estas líneas, parece haberse despertado cierta necesidad de encontrar culpables "colaterales", aunque, como también hemos mencionado, se librarán los auténticos responsables. Por cierto, esa es también otra de las prácticas habituales, cuando el delincuente es demasiado poderoso, lo mejor es buscar un hombre de paja como pagano del delito; lo importante es hacer el paripé de castigar a alguien y todos contentos. Ciertamente, en España somos expertos en paripés, sean sociales, policiales, judiciales o políticos.

Y en todo este berenjenal, los abogados, además de hacer el agosto, participan con alegría de las delicias del sistema -no todos, evidentemente, siempre hay honrosas excepciones-.

No sabemos si han tenido ustedes la mala suerte de participar en un juicio, pero el que ha caído en las redes de la justicia a la española sabe muy bien de qué estamos hablando. Uno de nuestros colaboradores nos ha contado su experiencia judicial por un accidente de tráfico. Disponía de dos abogados defensores, el de su compañía de seguros y el de otra compañía de defensa jurídica al automovilista. En primer lugar, la jueza llegó al juzgado a la hora que estimó oportuna, es decir, con unos noventa minutos de retraso. Durante la vista oral, el protagonista tuvo la impresión de estar presenciando una película surrealista: la Guardia Civil de Tráfico había perdido los datos de los testigos, el presunto culpable no se dignó en aparecer y allí sólo estaban presentes las dos víctimas, una de ellas también presunta culpable, porque los informes no eran concluyentes (en realidad eran muy deficientes). Pero lo peor fue la sensación de haberse confundido de juicio, pues los hechos relatados y defendidos por los abogados no concordaban con la realidad, ni con los informes de la Guardia Civil; estaba claro, no se los habían leído, ni habían repasado con sus defendidos el caso. Harto de escuchar disparates, nuestro amigo solicitó a la jueza poder intervenir para dar su versión y no limitarse a responder escuetamente a las preguntas del fiscal y los abogados. No es necesario decir que le denegaron ese derecho. Resultado del juicio: sin culpables y las víctimas, una de ellas con secuelas importantes, sin indemnización. Quizás deberíamos añadir que la compañía aseguradora del contrario había quebrado y correspondía defender su inocencia a un abogado del Estado, por consiguiente, mejor que no hubiera culpables. Afortunadamente, y tras los correspondientes recursos, el caso se solucionó meses después.

Ello demuestra que las vistas orales en España son una representación teatral; lo que no está en el sumario no se puede sacar a colación. En otras palabras, el resultado de un juicio depende de la instrucción del caso y no de la habilidad de abogados y fiscal para investigar los hechos reales, como ocurre en otros países; y no entramos a debatir la necesidad de la existencia de Jurados Públicos.

Para remate, el cumplimiento de las penas. Sentencias ridículas, en cuanto a extensión, se convierten, a la velocidad del rayo, en testimoniales, por obra y gracia de los Juzgados de Vigilancia Penitenciaria. De nada sirven los expertos que claman justicia, denunciando la imposibilidad de reinserción de un convicto confeso y públicamente incontrito, el sujeto en cuestión tendrá asegurado el tercer grado, casi como una obligación. La pregunta es obvia: ¿están tan llenas las cárceles españolas como para que la única forma de hacer hueco sea excarcelar a los presos?

Y para terminar, el colmo de la ridiculez de nuestro sistema judicial. Lo del "tres por uno" de los grandes almacenes es una nimiedad frente a las rebajas penitenciarias. Si un asesino se cobra una víctima, le caen, dependiendo de atenuantes o agravantes, unos veinte años. Consecuentemente, por diez víctimas le caerán unos doscientos años de reclusión. En aras de la racionalidad, uno esperaría que, tras cumplir un tercio de la pena, es decir, unos 66 años, le concedieran la libertad condicional por buen comportamiento. Pues no, se la concederán contando la condena por una sola de las víctimas, es decir, 6 años, las demás le salen gratis. Ciertamente, en nuestro país no se pueden cumplir más de 30 años, pero al menos esos treinta..., por favor. ¿A qué vienen entonces esas contundentes y teatrales condenas de miles de años? ¿Es un paripé más? Para una mente racional, este tipo de cosas resultan demasiado complicadas e incomprensibles.

De las actuaciones policiales, mejor no hablamos, de momento.

En conclusión, toda la polémica desatada por los casos recientes comentados al inicio se diluirá en el olvido en unos pocos meses. Como se suele decir, con el tiempo la mierda deja de oler y ya no molesta. Además, los españoles tenemos poco sentido del olfato.

LA REDACCIÓN

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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Última modificación: 30-04-2008