El Rincón Literario
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

  Histórico. Año X

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Abril 2008. Nº 94

Contenido de esta sección:

Historia del Cielo. Segunda parte (Eduardo Acaso Deltell)
La persistencia del tiempo (Jesús Miguel Sáez González)

Historia del Cielo. Segunda parte

Eduardo Acaso Deltell

En el capítulo anterior, Dios, desde la Nada, crea el Mundo y los ángeles. Tras una corta aunque intensa guerra civil (el Luciferazo), los primeros seres humanos le traicionan. Se detecta un súbito aumento de la Ira de Dios que culmina cuando decide destruir el Mundo. Finalmente, pone Dios en Noé y los suyos toda su complacencia, sella una alianza con un arco iris, y la Historia del Cielo puedo proseguir, aunque no sin tensión.

Quedaban, tras la lectura del texto, algunas preguntas difíciles de contestar. La más espinosa: Si Dios es omnipotente, ¿cómo puede haber cometido errores? La lectura del capítulo segundo disipará nuestras dudas.

 Lo de la Torre de Babel fue una chiquillada, sí, pero lo de Sodoma y Gomorra clamó bastante. La venta de José como esclavo, algún asesinato que otro, dos o tres exterminios, varios degollamientos de primogénitos..., una a una, las crisis, grandes y pequeñas, se fueron sucediendo. En todas ellas, Dios se tenía que emplear a fondo, mientras se preguntaba una y otra vez: "¿Pero por qué tenía que hacer yo una alianza, si se puede saber?"

En efecto, todas estas crisis citadas sólo sirvieron para que Dios se diese cuenta de la tontuna que había hecho con Noé. No es de extrañar, por tanto, que siempre apareciese colérico y con ganas de bronca. En aquellos tiempos, como no hallases gracia a los ojos de Él, ya podías andarte con cuidado, porque te masacraba vivo por menos de nada. Lo dicho, este período se caracterizó por el cabreo permanente de Dios por una parte y, por otra, por un no para que le tenía a Él y a todos los ángeles de aquí para allá y sin tiempo de poderse mirar unos a otros.

- Casi estoy por acabar con mi obra –anunció Dios a Gabriel y a varios querubines que le acompañaban (estos últimos eran ángeles en versión niño rollizo).

- Pero, ¿no eres impotente en esto de destruir el Mundo?

- Parece mentira que seas arcángel –y Él le miró fijamente con lo que Gabriel no cabía en sí de gozo.

- ¿Por qué lo dices?

- Porque ignoras que es precisamente mi omnipotencia y sólo ella, la que me permite ser impotente.

- Entiendo.

Más crisis. Dios pensaba que las demás cosas del Mundo rodaban solas debido a que no hacían más que obedecer las distintas leyes que las regían –las Leyes de Newton, las de Mendel, la Teoría Cuántica, la Evolución, etc.- pero, chico, algo con el género humano había fallado.

- Me ha dicho Gabriel que otra vez estás decidido a terminar con tu obra –dijo Miguel sentándose enfrente de Dios.

- No te diría yo que no.

- ¿Y has pensado en lo mal que hace que Dios no cumpla su palabra?

- La verdad es que no sé que hacer.

Finalmente todo quedó en agua de borrajas, cuando Dios tuvo una idea al fijarse en una gente que no paraba de sufrir haciendo una pirámide tras otra en medio del desierto, que también es mala suerte. Decidió entonces, dejar de ser universalista y se centró exclusivamente en ellos y los llamó el Pueblo Elegido. Por tener algún respiro. A los demás, por tanto, no les hizo ni caso, como no fuera quitarles de en medio con rayos de fuego o trompetas ensordecedoras. A ver si, ahora, puedo descansar un poquito, se dijo.

Esta vez calculó la operación al milímetro y procuró dejarlo todo bien mascadito para que nadie se llamara a engaño.

- Te vas a subir a ese monte –dijo Dios a Moisés- y me vas a coger a vuela pluma lo que yo te diga.

- ¿Es mucho?

- El Éxodo, el Levítico, Números y los Diez Mandamientos.

- Cágate el lorito.

- ¿Decías algo?

- Nada, nada.

El Cielo, por aquellos días, se encontraba eufórico porque el Jefe, al fin, había tomado una decisión y todo el equipo se afanaba con la esperanza de aliviar el mucho trabajo que daba el Mundo.

- Ahí es nada –comentaba una ángel del escuadrón de la muerte- En vez de exterminar indiscriminadamente, desde ahora lo haré sólo con el Pueblo Elegido, imagínate el ahorro.

- ¿Y los demás?

- Puerta.

- Sí que es un ahorro, sí.

A los pocos días, y sin que se sepa muy bien el porqué, el Pueblo Elegido se puso a adorar un becerro de oro, mientras bailaban voluptuosamente y comían racimos de uva de un modo realmente escandaloso. El plan divino se venía estrepitosamente abajo aún antes de comenzar. Vaya por Dios.

Parece ser que la cosa empezó cuando aburridos de esperar a Moisés que no terminaba de bajar del Sinaí, alguien dijo:

- Se me ha ocurrido una cosa, ¿por qué no hacemos un becerro de oro y lo adoramos?

- A mi me parece bien –dijo otro.

- Por aquí dicen que un parchís.

Cuando Dios se enteró, su Ira alcanzó unos niveles difícilmente superables. La apostasía -especialmente la apostasía-, le ponía de los nervios. Es que parece que lo hacen apóstata, se decía.

- Tenían que hacerse adoradores de Baal –murmuraba con rabia mientras paseaba por el Paraíso y se mesaba el divino cabello–. Que se abra la tierra y surja fuego – exclamó entonces– y que caigan rayos y bolas ígneas además de gran turbación en el orbe y terremotos y oscurecimiento de los cielos, porque a estos idólatras me los cargo; como hay Nos que me los cargo- ¡Cómo me pesa el haberlos hecho!- concluyó dando un fuerte grito.

- O sea –le preguntó Gabriel siempre deseoso de aprender- que tú piensas que te pesa el haberlos hecho, ¿no?

Dios le miró incrédulo, si es que ello fuese posible, por lo que el arcángel se sonrojó pletórico de felicidad.

- De verdad Gabriel que a veces me preocupas –le contestó.

Hubo, por resumir, un gran extermino de apóstatas y al resto del Pueblo Elegido los trató con mano dura durante siglos.

¿Qué influencia tuvo este suceso? Pues la constatación de que con este plan tampoco se iba a descansar demasiado. El Cielo cayó de nuevo en la rutina y los disgustos se fueron sucediendo.

Había excepciones, claro. Por ejemplo, el profeta Elías. Este buen hombre enseguida halló gracia a los ojos de Dios y fue tanta la complacencia que se puso en él, que consiguió un estatuto de ciudadano del Cielo verdaderamente insólito y único. Sin más mérito que el de ir por aquí y por allá diciendo profecías y derribando algún ídolo que otro, consiguió un carro de fuego y sin llegar a morirse (ojo al dato: sin morirse), se subió a él y desde entonces viaja como un loco por todo el Cielo revoloteando y haciendo cabriolas. ¿Por qué este trato singular? Recuérdese que, desde hace bastante tiempo, nadie va al Cielo –salvo los ángeles- sin fallecer. Es como un peaje. Hasta Jesucristo, que es el hijo de Dios, tiene que morirse para ir el Cielo, aunque luego, bien es verdad, ensaya con éxito otras versiones. ¿Por qué Elías es una excepción? ¿Por qué un carro? ¿Qué tiene Elías que no tengan los demás tipo Moisés o Abraham? ¿Era tan majo como dicen?

Este asunto de Elías nos permite además, traer a colación algunos aspectos interesantes que conviene resaltar. ¿Se acuerdan que al principio mencionamos el hecho de que Dios situó al Mundo dentro del Cielo, cuando el Génesis?, ¿que Mundo y Cielo no estaban separados? Pues bien, una de las consecuencias de esto es que, por aquel tiempo, la gente cuando se moría no se iba a ninguna parte, es decir, se quedaban en el Cielo donde siempre habían estado. Pero es que, además, no consta que tuviesen alma o cosas así que se liberasen al fallecer el cuerpo. De manera que, al morirse el Rey Salomón, pongo por caso, simplemente se moría y ya estaba. O Moisés, una vez que Dios le permitió contemplar la Tierra Prometida bajo el lema: "Lo verás pero no lo catarás". Murió y nunca más se supo. Es decir, que estas gentes de aquellos tiempos tan bíblicos quedaban como desconectadas, inertes. La muerte, por tanto, sólo era el sencillo acto de desenchufar la corriente por la que fluía el llamado hálito de la vida. Menos Elías que, no contento con dejar el Mundo en un carro de fuego, está liberado del mal trago de morir. La verdad es que tenía que ser majo.

- ¿Y tú entonces, además de estar hablando ahora conmigo, estás en otras partes al mismo tiempo? –le inquirió un día el ángel Rafael a Dios.

- Claro, en este preciso instante estoy, déjame ver… sí, en unos dos millones cuatrocientos mil setecientos sitios a la vez –contestó Dios complacido porque alguien se interesara por una de sus características más preciadas.

- ¿A la vez? ¿En dos millones cuatrocientos mil setecientos sitios a la vez?

- Sí, sí. Si quieres te digo la cifra exacta.

- ¿Y además estás hablando conmigo tan tranquilamente?

- Miento, en dos millones cuatrocientos mil ochocientos treinta y cuatro sitios. Contigo treinta y cinco.

- ¿Y no te aturullas?

- Que va, la omnipresencia es lo que tiene.

Esta escena dio que pensar a Dios que durante días fue rumiando una idea. Se trataba de lo siguiente: si una de mis cualidades es la omnipresencia, razonaba, ¿por qué no me desdoblo con carácter permanente? Así reduzco el trabajo a la mitad. Además, si me hago hombre pues mucho mejor, porque voy a estar a pie de obra y me ahorro dietas.

Dicho y hecho.

- Te vas a ir al Mundo y te vas a comportar como yo te diga -ordenó-. Por favor, San Gabriel, cuídame los detalles.

El arcángel fue pues, a cumplir las órdenes y se presentó ante la Virgen María que, en ese momento, recogía flores en la terraza de su casa de forma callada y discreta, como es preceptivo.

- Esto es la Anunciación –exclamó San Gabriel mientras le brillaban las carnes-. Por la presente, tienes que alegrarte, porque como se conoce que estás llena de gracia, vas a concebir un varón al que pondrás de nombre Jesús, que reinará; no puedes hacerte una idea de lo que reinará. Yo creo que no me dejo nada.

Así fue cómo Dios, gracias a su omnipresencia, se desdobló en lo que constituye un segundo intento de reducción de su jornada laboral. Por si fuera poco, y para curarse en salud, se desdobló de nuevo, esta vez en forma de ser incorpóreo, aunque con apariencia de blanca paloma con rayo dorado saliendo de su pecho.

- O sea, que ahora eres uno y trino –le comentó Rafael.

- Efectivamente y la dirección del Cielo, a partir de este momento, se va a llevar de forma colegiada –respondió Dios.

Lo que nadie sospechaba es que, con estas decisiones, se iniciaba una cadena de acontecimientos que conducirían a la más grande reforma que, hasta ahora, ha visto el Reino de los Cielos. Pero vayamos por partes.

En primer lugar, a Dios, poco después, le devolvieron a su hijo hecho un ecce homo.

- Lo que no comprendo –dijo Dios arrebatado por la ira– es que, en plena crucifixión, me digas lo de perdónalos porque no saben lo que hacen. La verdad es que hay veces que no te entiendo hijo. Y luego te vienes con este ladrón que yo no sé donde lo vamos a meter.

- Es que yo creo –respondió Jesucristo- que hay que cambiar la línea que se ha venido llevando hasta ahora.

- ¿La línea? ¿Qué línea?

- El tono, las maneras, no sé…

En efecto, Jesucristo intentaba convencer al Dios Padre que la Ira, la Justicia Divina, la Cólera de Dios, llámalo como quieras, ya no se llevaba como antes. Ahora hay que amar. Amor, sobre todo mucho amor, repetía Jesucristo.

- ¿Nada de ángeles exterminadores ni ciudades masacradas?

- Comprensión, benevolencia y….

- No me lo digas: amor, mucho amor.

- Ahí.

Jesucristo tenía un plan. Como quiera que el Espíritu Santo también votara a favor, el resultado (dos votos a uno, ninguna excepción) decidió el asunto.

El plan se basaba en el concepto, ciertamente revolucionario, del libre albedrío. Esto del libre albedrío suponía que cada uno de los seres humanos que formaban parte del Pueblo Elegido se hacía dueño de su destino responsabilizándose de sus actos individualmente.

- Que decidan ellos –le decía Jesucristo a su Padre.

- Pero tendrá que haber un control, unos castigos… -respondía Dios.

- Ellos se castigarán o premiarán según sus necesidades. Díselo Espíritu.

- En efecto.

- Así que se acabaron los diluvios, las explosiones, los asesinatos en masa, las ballenas gigantescas, las langostas y todo eso –puntualizó Jesucristo.

- ¿Y si algún día me da por algún degollamiento de primogénitos? –insistía Dios.

- Ni se te ocurra. ¿Pero tú has oído? –se asombró el Dios Hijo volviéndose al Espíritu Santo.

- Quizá...

Mientras tanto, los ángeles, libres de servicio, se confundían, no sabiendo a qué rostro fijar su atención.

- Esto de que sea uno y trino es un lío por muy omnipresencia que tenga –murmuraba un arcángel menor intentando contemplar el sereno rostro de Cristo.

- Yo hago turnos, un rato con cada uno.

- Con la paloma –se lamentaba un querube- no se puede estar más de diez minutos, te lo juro.

- De manera –dijo Dios- que les dejamos como al pairo, a ver cómo se portan. ¿Es eso o no es eso?

- A su libre albedrío –respondió el Hijo de Dios- lo que yo te decía.

Así, y de forma siempre colegiada, se procedió a realizar la obra más gigantesca jamás emprendida en la historia del Cielo: Dios encargó hacer la división horizontal.

- Gabriel, Miguel, Rafael, movilizad vuestras legiones, despertad a querubines y guardianes. ¡Ejércitos míos! ¡Yo os convoco! Apresuraos. ¡Huestes celestiales, es Dios quien os habla! ¡Venid!

Y cuando el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se vieron rodeados por una inmensa multitud de ángeles, dieron la orden definitiva:

- Llevaos el Mundo fuera del Cielo, separadlo de Nos y de mi casa. Que, desde ahora, el Universo y la Tierra toda se marchen de aquí por los siglos de los siglos, modalidad setenta veces siete.

- Yo soy el que soy –continuó el Dios Padre con voz grave y lenta– y al principio era el verbo y el verbo era Nos, así que ya lo habéis oído. ¡Sacadme el Mundo de aquí!

- ¿Y a dónde lo llevamos?

- Abajo.

Así, el Cielo quedó arriba como la última y más íntima aspiración del hombre y el Mundo debajo de él como valle de lágrimas y esperanza. Pero es que no quedó ahí la cosa.

- ¡Satanás! ¿Me oyes? –exclamó Dios con un fuerte grito-. ¡Satanás!

- Te recibo alto y claro. ¿Qué quieres ahora?

- Voy a darte una casa donde vivir. Se llamará el Infierno, ¿te parece bien?

- ¿Y voy a dejar de arrastrarme?

- Te lo prometo.

- Por mi vale.

Construyeron el Infierno en las entrañas de la Tierra toda, de manera que se situó debajo del Mundo. Por resumir, el Orbe quedó como un bocadillo: el pan de arriba era el Cielo, el Mundo la mortadela y, por último, en lo más bajo, en el llamado quinto infierno, el Infierno, la otra mitad del pan.

A propósito de esto último, es de destacar que se completa así, el viaje de las fuerzas del Mal, pasando de arrastrarse por la superficie, a horadar el suelo y quedar cómodamente instaladas en una serie de cuevas habilitadas al efecto. Ahí es nada, recordemos el viaje completo: Zona de delante (cuando Lucifer), zona de detrás (en la espalda de Dios), en el suelo del Mundo (lo de la viborilla) y, por último, y ya como Satanás, en el interior de la Tierra, en los bajos del Mundo con toda la carga simbólica que esto conlleva.

Pero volviendo a nuestra historia, ¿por qué hacer la división horizontal? El Cielo, el Mundo y el Infierno, uno debajo del otro, ¿por qué? La respuesta está en unos tubitos que unen unos ámbitos con otros. En efecto, del Mundo salen como dos conductos. Unos de ellos va derecho al Cielo y el segundo conecta con el Infierno. ¿Por qué?, insisto.

Todo esto tiene que ver con el libre albedrío aunque parezca mentira. Se va a ver enseguida.

Y es que el Cielo hasta ahora había sido la casa de Dios, su hogar, pero, a partir de este momento, se prepara para recibir a nuevos huéspedes. Porque ahora, además de casa solariega, queda convertido en premio. En el premio gordo. ¿Qué te lo haces bien?, pues Dios pone en ti toda su complacencia y cuando te mueres pasas por el tubito, llegas al cielo, te llenas de gracia y para dentro. Te ponen un aro en la cabeza y a revolotear. El premio gordo.

Para ello, Dios ordenó que eliminasen la vieja raya que dividía la zona de detrás y la de delante y encargó una veladura de blanco de zinc en el Cielo todo.

- Sí, uniforme. Más ahí, eso es, que se ve todavía un poco de tiniebla. Más, más, no reparéis en gastos.

Luego, una vez seca la veladura, dispuso que en lo más alto extendiesen un azul medio con algo de carmín, hasta acercarse al cobalto y conseguir, Cielo abajo, un azul claro, un Prusia muy claro, más cada vez, hasta llegar a una pálida luminosidad vibrante.

- Con efecto de atmósfera interpuesta. Que se vea respirar, alejarse, hendirse en lo infinito. Hondo, ¿me entendéis? Lo que se llama atmósfera interpuesta.

Por último, en el sector más cercano al Mundo, extendió Dios un amarillo limón que, luminoso y en paz, fundía hasta el blanco más llameante, de modo que todo pareció encenderse en un ascua de luz esplendorosa.

- ¿Alguna cosa más?

- Sí, ponedme nubes, de verano, de esas pomposas que cruzan brillantes y reflejan la felicidad de lo que sombrean.

- ¿Cómo dices?

- Cúmulos, cúmulo-nimbos. Con la luz entrando por la izquierda, en desfile ininterrumpido. Arriba, claras y llenas de volumen, recién hechas, limpias. Hacia el medio, en la veladura azul dominante, un auténtico cortejo de blancas nubes libres y veloces. Y hacia la parte de abajo, apelotonándose y empequeñeciendo, un mar turbio de luz en el temblor lejano.

- Eso está hecho.

Cuando terminaron las obras y ante numeroso público, Dios, severo y antiguo, preguntó con voz de trueno al ladrón bueno:

- ¿Y es verdad que has muerto?

- Naturalmente y pongo a su Hijo por testigo.

- ¿Y eres bueno?

- Que lo diga Jesucristo.

- De verdad que es majo, padre.

- Pues nada –dijo Dios levantándose-, choca esos cinco.

Y en ese momento, sonó una lejana fanfarria trompetera que, repitiéndose como majestuosas olas de un mar sonoro, fue acercándose hasta llenar toda la Gloria. Mientras, las infinitas legiones de ángeles exclamaban:

- ¿Dónde está muerte tu victoria?

Y entonces, el tubito que comunica con el Mundo fue abierto por los ángeles guardianes y fueron llegando una multitud de almas piadosas. Porque -esto no se ha dicho-, la gente llegaba incorpórea, aunque enseguida les daba por parecer jóvenes maduros envueltos en túnicas blancas. Elías, sin embargo, es el único que está con su forma corpórea, cachas de verdad. ¿Por qué?

En efecto, gracias al libre albedrío, los hombres podían decidir si obedecían las leyes de Dios o no las obedecían. ¿Que eran buenos?, al Cielo, el premio gordo. Así fue como el Ladrón Bueno se convirtió en el primer ser humano que entró en el Cielo, si exceptuamos a Elías.

Ni que decir tiene que el Infierno recibió a los que se habían portado mal. El Infierno era el Castigo, así, con mayúsculas. El Castigo Eterno. Para ello se habilitó una puesta en escena impactante, con calderas, cuevas semioscuras y alaridos desgarradores. Con vampiros y cosas así.

Con esta importante reforma, volviendo al Cielo, la casa se llenó de gente que revoloteaba de aquí para allá en un goce perpetuo.

- ¿Te parece que vayamos a esa nube? –decía uno.

- Estupendo, es mi nube mil quinientos de las que llevo visitadas hoy. ¡Cómo me lo estoy pasando!

Las dos almas entonces, se dirigían a un hermoso cúmulo que navegaba rumbo a la luz.

- ¿Te has fijado en lo hermoso que es este cúmulo?

- Como que me quedo a retozar un rato.

Continuará...

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La persistencia del tiempo

Jesús Miguel Sáez González

Soy la prolongación de mi propio ser. Ante mis pupilas, mi imagen gemela se prolonga traspasada, devorada por la impaciencia del instante. Detrás, a mi espalda, otro yo me mira vigilante, censor; mientras mis palabras se congelan eternamente mudas. Mi rostro turbado, mi ceño fruncido me contagia. Soy yo de nuevo. Lo sé. Permanezco con toda certeza.

Tras la frontera precosciente, que rinde culto a la inconciencia de la consciencia, he descubierto al fin mi última proyección. Siempre concatenada, conformando con sus hermanas un brazo tripartito alargado. Una devoradora locura real entre mi yo, el súper yo y el ello. La carga del destino no se disculpa. Cierro los ojos. Despierto, trasportado en el tiempo. Ahora la historia se adentra en un complejo laberinto de espejos nítidos. Unos niños cruzan un paso de peatones. Los observo. Distingo sus cuerpos mutilados, castrados, penetrados. Comienzo a llorar lágrimas de sangre. No puedo huir. Quisiera fugarme -grita, aún, la conciencia turbada por la presunción de los medios-. Me vengaré del Minotauro. Lo juro –repito-, mientras mis labios permanecen sellados en silencio.

Aterrado, aparto la mirada hacia otro punto de referencia. Giro sobre mi mismo. Permanezco sentado. Ni siquiera lo he notado. Atento, percibo la Torre de Babel. Minuciosamente describo su estructura arquitectónica perfilada hacia el cielo. Indago. La voz recupera su tesitura. Su cariz. La palabra alzada, paradójicamente, recita poemas sobre el espacio conocido. Desconozco mi lengua; sin embargo. A mi lado se ha sentado un anciano ciego, lleva entre sus manos un viejo bastón. Siento calor humano. Su aliento susurrante suspira próximo. Inquebrantable. La voz parece una profecía en el desierto. Apaciguadora. Los ojos cansados por el polvo, nublados para siempre. Expectantes. Dialécticamente diserta. Los sentidos me sustraen. Me reconforta su monólogo. Es extraño. Analizo la situación nuevamente hasta lograr tranquilizarme. Hablamos un mismo idioma. El universo mágico de la realidad expresada. Aleph. Cada palabra es un jardín de senderos que se bifurcan -medito y me contradigo a un tiempo-. El pensamiento, ha surgido de las profundidades de mi corazón; como un pálpito vespertino, como un deseo de infancia añorada. Sonrío. El deseo se esfuma entre la niebla. El viejo Parménides se adentró; cuidadosamente; en la oscuridad de Babel para siempre. Los labios sedientos recorren la angustia de la pérdida.

Encallecidas están mis manos, ahora, como los robles centenarios. No siento el viento penetrando sobre un rostro ya gélido. La muerte adormecida aún respira para asesinarme. As time Goes by. Vuelvo a cerrar los ojos. Atravieso un pasillo en forma de L, trasformado en una pieza de ajedrez ajena a su destino. Una más supongo. Una de tantas bajo el dominio de Séptimo Sello. Deténgome, un instante quizá, ante un espejo situado a mi izquierda. Distingo nítidamente la palabra, al tiempo diserto sobre el bien y el mal; si es cierta la persistencia de la premisa convocada o es una delimitación confusa de la circunstancia humana. Adiós a la moral sin moral. Reniego del comportamiento humano si es su deseo de permanecer. El alma es una circunstancia. Un juicio implorado. Concedo un resquicio a la vida, me digo. Deseo el deseo de comprimir el tiempo, el espacio, y la quietud de la velocidad comprometida con el silencio involuto. Reflexiono. El principio del verbo habla a través de mí, auspiciado por un ave cornúpeta –Verbo, eres palabra sencilla, infinitamente recordada como el aliento de Pandora susurrado y conjugado; cuya verdad, sin disculpas, nos hace ser simples. Inmortales a nuestra existencia-.

Entonces adormezco entre la persistencia del tiempo cíclico.

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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Última modificación: 30-04-2008