Editorial
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

  Histórico. Año X

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Mayo 2008. Nº 95

LAS FRASES DEL MES:

El hombre emplea la hipocresía para engañarse a sí mismo, acaso más que para engañar a los demás.

Jaime Balmes

Las revoluciones no se hacen por menudencias, pero nacen por menudencias.

Aristóteles

Cuarenta años después

Aquel mes de mayo de hace, exactamente, cuarenta años ha quedado impreso en la memoria de todos los que, en aquellos días, tenían más de quince años. En realidad, nadie sabe el porqué de la revolución, por mucho que los analistas se empeñen en explicar las causas y han sido muchos los intentos en estas últimas semanas. En nuestra opinión, fueron múltiples las razones que llevaron a unos y otros a salir a la calle y enfrentarse al poder establecido. El caso es que la idea de acabar con el sistema social, fuera el que fuese, prendió en los jóvenes de entonces y se transmitió a muchos de sus mayores. Los franceses estaban hartos de De Gaulle y sus, así llamados, "Autogolpes de Estado". Los alemanes sentían en su conciencia el peso de la aquiescencia, cuando no la complicidad, de sus padres ante el horror nazi. Los moradores de los llamados países del este de Europa clamaban por sus libertades, ahogadas por Stalin y demás camarilla. Los americanos no entendían la Guerra de Vietnam, ni por qué debían inmolarse por la frivolidad de sus políticos, en un conflicto más económico que político, como es habitual. Y así podríamos recorrer el planeta, intentando comprender los motivos de cada colectivo.

¿Cuáles eran las razones de los españoles? Vaya usted a saber. Los que vivieron aquellos días recuerdan huelgas y algaradas por todo tipo de causas: por el fin de la dictadura; por la amnistía de los presos políticos del régimen franquista, que ya daba su boqueadas; por la calidad de la enseñanza; contra la Guerra del Vietnam; por la situación económica española, todavía exportadora de mano de obra al extranjero en busca de una subsistencia precaria en España, aunque en aquellos días se atisbaba el despegue de una nueva política económica; por la falta de libertades, desde la de expresión a las sexuales -entonces te caía una multa por un apasionado beso en público-; por conseguir erradicar al sindicato único de estudiantes; y un largo etcétera. Por supuesto, hubo quienes aprovecharon el río revuelto y, en todos los países donde hubo revueltas, activistas adiestrados, de una u otra ideología política, sabían imponer su voz en las asambleas estudiantiles, para provocar la confusión necesaria favorecedora de sus intereses. La revuelta nunca fue de ellos, la revuelta fue algo espontáneo que, ciertamente, algunos supieron aprovechar o, al menos, lo intentaron.

Los jóvenes son rebeldes, y así lo reconocen todos los tratados de psicología evolutiva y de la educación. Su rebeldía contra la imposición de reglas de sus mayores se debe, en gran medida, a su falta de experiencia en la vida y al efecto de las hormonas. Sin embargo, esa rebeldía es buena para la sociedad, supone un revulsivo para los comportamientos acomodaticios de los maduros; no en vano, generación tras generación, se ha ido moldeando el sistema hasta llegar al modelo actual. Mayo del 68 significó, quizá por primera vez en la historia de la humanidad, la expresión de una conducta colectiva resonante a nivel mundial; los medios de comunicación permitieron el conocimiento global. La expansión estaba entonces servida. Sin lugar a dudas, el ser humano es, como sus primos los primates, un animal que gusta de las imitaciones y los jóvenes, pese a presumir de individualismo, gustan, hasta la compulsión, de imitar a sus iguales, para no ser menos o quedar atrás; las modas en el vestir son un claro ejemplo de ello. Entre los universitarios, en aquellos días con más capacidad de análisis que tienen los jóvenes modernos, era normal que prendiera la rebeldía.

No obstante, con el transcurrir de los años –la edad cura todos los males de la adolescencia-, muchos se arrepentirían de sus actos pero, como es natural, nunca lo reconocerán. El hombre es poco proclive a reconocer errores, incluidos los pasados. Otros, los inmaduros hasta la muerte, se aferrarían a su recuerdo y han sido carne de depresión o marginación. Sin embargo, el mayo del 68 representaba algo más que una mera rebeldía; prueba de ello es que, aún hoy, hay muchos que expresan con orgullo su participación en aquellas algaradas primaverales. Pero no se confundan, la gran mayoría de los que presumen de su valentía jamás protagonizaron ninguno de los eventos; si, de verdad, en París, capital de la revuelta, hubieran estado todos los que dicen haber vivido en primera persona los sucesos, hubieran hecho falta más de tres ciudades de su tamaño para albergar semejante multitud. Como decíamos, mayo del 68 fue algo más para los que verdaderamente anhelaban cambiar las estructuras sociales, para los que deseaban un mundo solidario y libre de imposiciones de corte político, sin embargo, para su desgracia, vieron frustradas sus ilusiones y su esfuerzo de forma radical. Ellos suponen un reducto, no de nostálgicos de la época, pues la nostalgia es mala compañera y peor consejera, ni de pesarosos de lo acontecido, pues el pesar implica arrepentimiento y no están arrepentidos, sino defraudados por el devenir del proceso en que se vieron inmersos, pues el resultado ha sido totalmente contrario al pretendido. También fue algo más para aquellos que vieron cómo pintaban calva la ocasión e hicieron su agosto. No olvidemos el dato más importante: los que hoy nos gobiernan, casi todos y en todas partes, eran los jóvenes de entonces. Ésos son los que mejor partido -¡y qué partido!- han sacado de los acontecimientos.

Efectivamente, hoy, un gran número de los líderes de las revueltas ha caído en el adocenamiento burgués de izquierdas, el peor de todos desde el punto de vista ideológico. De ellos, los que desempeñan o han desempeñado puestos de gobierno se las han ingeniado para dar al traste con el modelo de sociedad plural y solidaria pregonado en las proclamas del 68. ¡Quién les ha visto y quién les ve! Como muestra un botón: Javier Solana, uno de los más activos de la revuelta contra la Guerra de Vietnam, entonces residente en USA, después, uno de los más dinámicos antiyanquis de la época presocialista en España –"OTAN no bases fuera"-, ha pasado por el cargo de Secretario General del engendro y hoy defiende a capa y espada el bienestar, superfluo, hipócrita e insolidario, proporcionado por la sociedad capitalista occidental, desde su puesto de Señor PESC.

Por otra parte, las empresas multinacionales apreciaron enseguida el potencial de la movida y se inventaron la globalización. Efectivamente, la universalidad de la revuelta condujo a la universalidad de modos de comportamiento, de vida y de pensamiento, provocando la expansión del consumismo, importado de los EE.UU., justamente lo contrario de lo pretendido.

Todos notaron que aquello no era una revolución cualquiera, suponía el triunfo del inconformismo frente a la obediencia ciega de los que creen en el "dame pan y llámame perro". La solidaridad hipócrita de la sociedad actual, con sus llamadas al 0,7%, su proliferación de ONG y, sobre todo, con sus proclamas ecologistas intransigentes y desproporcionadas, es hábilmente manejada por hilos que convergen en manos expertas, y consiste en una cortina de humo extendida sobre el espíritu del 68, para evitar posibles repeticiones. Como decíamos anteriormente, muchos de los artífices de aquellas revueltas son los más beneficiados del olvido de tales rebeldías y participan ahora activamente en sofocar la idea.

¿Quién hubiera pensado, en aquellos días, que los jóvenes del futuro iban a ser incapaces de manifestar su rebeldía con el sistema? Los que se autoproclaman antisistema no cuentan, no son sino elementos marginados y marginales, con ideas trasnochadas, que se limitan a hacer una burda imitación de algo que sólo conocen de oídas.

¿Qué ha quedado de todo aquello?

Como si de un efecto pendular se tratase, el reverso de la medalla. Los americanos son cada vez más yanquis. Cualquier ciudadano de EE.UU., participando del chovinismo exaltado por sus políticos, se cree salvador del mundo y guardián de los valores –hipócritas valores- de la sociedad occidental, mientras es incapaz, por ejemplo, de clamar por la seguridad social, prácticamente inexiste en el país; al fin y al cabo le han inculcado que ello supone el primer paso hacia el comunismo. Los europeos, hartos de Coca Cola, aparatos audiovisuales de última generación, máquinas electrónicas de juego y adictos a Internet, no han dudado, ni por un instante, en caer en las trampas de la sociedad de consumo. Los españoles, mileuristas cuando tienen suerte, entrampados hasta la tercera generación y con el miedo al paro en el cuerpo, aceptan impertérritos las tomaduras de pelo de los políticos y demás camarillas. Y mientras, explotamos a los nuevos esclavos, como nosotros fuimos explotados en el pasado.

La trampa ha sido bien urdida por aquellos que aprendieron, desde dentro, la lección en mayo del 68. ¿Quieren libertades políticas? Démosles debates televisivos donde cuantas más mentiras se digan y promesas huecas se hagan mejor. Démosles, además, la libertad de introducir una papeleta en una urna, tanto les va a dar, los políticos se diferencian tan poco de unos partidos a otros, hoy, en Europa, en sus actos como en su forma de gobernar, como poco se diferencian los demócratas y los republicanos en yanquilandia. ¿Quieren la libertad de hacer de su capa un sayo? Démosles libertad de consumir todo tipo de drogas y emborracharse hasta el delirium tremens todos los fines de semana, empezando los jueves, no sea que se les ocurra pensar. ¿Quieren libertad de pensamiento? Alienémosles con la libertad de elegir entre una multitud de cadenas de televisión que sólo emiten basura y publicidad de los productos de consumo más inútiles que el hombre haya podido imaginar, así pensarán lo que deben pensar. ¿Quieren la libertad de vivir a imitación de los ricos? Démosles la libertad de vivir a cientos de kilómetros del lugar de trabajo para, siendo realmente pobres, sentirse ricos, entrampando hasta a los biznietos. Démosles también la libertad de conducir coches de lujo, preferiblemente del tipo 4x4, altamente contaminantes, de los que no tienen necesidad alguna. Démosles, además, la libertad de tener la casa a veinticinco grados en invierno y a dieciocho en verano, derrochando los escasos recursos energéticos del planeta. ¿Quieren libertad de expresión? Démosles la libertad de decir lo que les venga en gana, total nadie les va a escuchar, aunque tengan la impresión contraria. ¿Cuántas manifestaciones al año recorren las calles de una capital como Madrid, sin que nada de lo solicitado se haya cumplido? ¿Quieren la libertad de intentar resucitar el verdadero espíritu del 68? Dejémosles predicar cualquier cosa -como hacemos nosotros desde estas páginas-, de todas formas nadie va a poner el más mínimo interés en lo que dicen...

En definitiva, tenemos lo que nosotros mismos nos hemos construido y nos merecemos. Eso sí, nos queda una libertad esencial que nadie nos va a arrebatar jamás: la libertad de no ejercer la libertad.

LA REDACCIÓN

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Última modificación: 11-06-2008