LAS FRASES DEL MES:Pocas cosas desmoralizan más que la injusticia hecha en nombre de la autoridad y la ley. Concepción Arenal La diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en una democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes. Charles Bukowski Miedo, desmoralización y engañoComenzamos esta vez con unas palabras enviadas por uno de nuestros lectores, que desea permanecer en el anonimato:
Desde los tiempos más remotos, los poderosos han sabido utilizar el miedo, la desmoralización y el engaño para poder sacar adelante sus planes; éstos normalmente coinciden sensu stricto con su beneficio personal y su ambición de poder. En las democracias modernas el método es usado, en sus posibles combinaciones, con profusión. Es normal, pues si el pueblo carece de lo más imprescindible no tendrá miedo a perder nada, pues nada posee, y, por tanto, no tendrá reparo en rebelarse y exigir la satisfacción de sus necesidades mínimas. Las grandes revoluciones de la historia se han fraguado en esos ambientes. En las hoy llamadas sociedades occidentales democráticas, la jugada ha salido redonda; los ciudadanos temen perder su "bienestar social". Así, las injusticias, las mentiras reiteradas de los gobernantes y los abusos de poder son tolerados, cuando no aplaudidos, ante la posibilidad de ver difuminado el espejismo de riqueza en que vivimos. Sin embargo, no nos enteramos, o fingimos hacerlo, de que, poco a poco, como a cuentagotas, los gobiernos van reduciendo los logros sociales a cambio de migajas de lujo y de una falsa sensación de progreso. Son varios los métodos actuales para amedrentar al pueblo. El más utilizado y eficaz consiste en incitar el endeudamiento para incrementar la propiedad privada. El sentimiento de posesión está muy arraigado en el ser humano y "todos queremos más" como decía la canción- y cuanto más tengamos, más realizados nos sentiremos y más necesidades tendremos. De esta forma, el miedo a perder lo conseguido, comprado a crédito y, por consiguiente, todavía impagado, nos hace más obedientes y, si añadimos precariedad laboral, temerosos de perder el trabajo con el que sufragar los implacables plazos de la amortización de la deuda. Otro de los métodos consiste en asustar con los posibles males futuros derivados de una no aceptación del pernicioso y cruel contubernio político-económico entre gobernantes y empresas. "Si no aceptáis congelaciones salariales os veréis en el paro"; " Si no soportáis aumentos de impuestos desorbitados no cobraréis pensiones en el futuro"; " Si votáis a tal o cual partido, recordad las guerras civiles"; "Si no aceptáis nuestras falsas promesas será peor, la próxima vez no os prometeremos nada"; y así sucesivamente. El miedo por sí solo, al parecer, no funciona, es necesario añadir desmoralización. El procedimiento es sencillo, una vez el ciudadano está necesitado de un sinfín de artículos completamente inútiles, que es imprescindible cambiar, en corto tiempo y mientras están en perfectas condiciones de funcionamiento, por otros más modernos provistos de prestaciones que jamás se utilizarán, se suben adecuadamente los precios por encima del poder adquisitivo de los salarios, para que el esfuerzo por conseguirlos sea mayor: la desmoralización está servida. Asimismo, resulta muy eficaz provocar los sentimientos de envidia; el poder/capacidad de persuasión de la publicidad es inefable en este menester. Todos desconocemos si comen a diario y qué comen nuestros vecinos, pero todos podemos ver los signos externos de riqueza. La envidia estimulada establece una carrera para ver quién tiene el auto más lujoso, lleva a sus hijos a los colegios más caros, aunque no necesariamente mejores, o practica el deporte más de moda en el club más costoso posible. Evidentemente, también es imprescindible añadir el engaño. No es difícil convencer al consumidor de que el aumento del coste de la vida es ajeno a los manejos políticos y económicos de los que nos gobiernan. Mientras, las compañías productoras y distribuidoras se frotan las manos con ganancias cada vez mayores año tras año; por cierto, lo normal es considerar como pérdidas la disminución de las ganancias previstas. ¿Se han preguntado alguna vez por qué, en épocas de crisis, los bancos y ciertas multinacionales aumentan el porcentaje de beneficios respecto de las épocas de bonanza? En definitiva, el ciudadano hipotecado hasta las cejas, con un trabajo precario y mal pagado pendiente de poder comprar un automóvil o una televisión mejor que la del vecino, se conforma con todo. Los cambios le dan no miedo, sino pavor, porque puede perder lo conseguido; le han convertido en un conservador fervoroso, aunque presuma de ser un intelectual de izquierdas que predica la igualdad y la oposición a la propiedad privada. Recuerden el chiste: "Vamos a socializar los coches". "Vale". "Vamos a socializar las casas". "Vale, estupendo". "Vamos a socializar las bicicletas". "¡Ah no! eso no vale. Bicicleta tengo una". Y para ilustrar aún mejor estas ideas basta con estudiar la evolución de los precios del petróleo desde hace ocho años. Como todos ustedes habrán constatado, los medios de comunicación son los cómplices más activos de esta farsa, con informaciones sesgadas y ausencia de comparaciones esclarecedoras, no vaya alguien a darse cuenta. Veamos:
Y ahora viene la pregunta del millón: ¿a quién beneficia esta subida? Desde luego a las compañías petroleras, sobre todo a las distribuidoras de los productos finales, y a los gobiernos, que cobran impuestos porcentuales en los combustibles. ¿Por qué no protestamos por el engaño? ¿A qué tenemos miedo? Para rematar la faena, nos han, casi, obligado a vivir a cientos de kilómetros diarios del lugar de trabajo ¿Quién puede prescindir ahora del automóvil? Terminaremos con el resto de la contribución de nuestro lector anónimo:
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