De Cine
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

  Histórico. Año X

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Julio- Agosto 2008. Nº 97

Contenido de esta sección:

Historias (Jesús Miguel Sáez González)
WONDERFUL TOWN de Aditya Assarat
CAOS CALMO de Antonio Luigi Grimaldi
EL INCIDENTE de M. Night Shyamalan
A THOUSAND YEARS OF GOOD PRAYERS de Wayne Wang
MARGOT Y LA BODA de Noah Baumbach
Cine de Aventuras (Jesús Miguel Sáez González)
INDIANA JONES Y EL REINO DE LA CALAVERA DE CRISTAL de Steven Spielberg

Historias

Jesús Miguel Sáez González, crítico de cine
miguelescine@hotmail.com

WONDERFUL TOWN de Aditya Assarat

Entre los restos, el naufragio, la inmanente deconstrucción yace hacia alguna parte. Las almas perdidas como fantasmas son intuiciones para estos lugares físicos, aún comunicándose, donde cohabita el dolor y, hasta que punto, la soledad, una morada interior -el tsunami devastó la vida, con sus semillas de incertidumbre de futuro, un presente que se aproxima, sin querer, a la inquietud-. El intrínseco amor de este rescoldo renace la fragilidad que siempre dicta el misterio; al tanto el agotamiento mira de reojo el soslayo de la culpabilidad, que tan bien habita el devenir cotidiano, con su vista horrorizada, mostrando sus minimalistas enseñas hostiles que crecen, y las olas imperecederas, dispuestas a la intranquilidad, rasgan los sentimientos encendidos de estos besos cálidos del hoy y la tempestad arremete con su cuchillo afilado, sin esperanza, como metáfora de una premonición que conduce a la muerte de los amantes en su presumible felicidad, para de nuevo volver a empezar, cerrando puertas al mar forastero del amor, a esa felicidad neutralizada que nuevamente marchitó el miedo con su venganza.

Ficha técnica:
Dirección y guión: Aditya Assarat
Fotografía: Umpornpol Yugala
Montaje: Lee Chatametikool
Música: Zai Kuning, Koichi Shmizu
Intérpretes: Anchalee Saisoontorn, Supphasit Kansen, Dul Yaambunying
Tailandia 2007
Premio Tiger Award, mejor película Festival de cine internacional de Rótterdam 2008.

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CAOS CALMO de Antonio Luigi Grimaldi

El azar de improviso inunda la tragedia inesperada, con su zarpazo de dolor y de angustia y de miedo y pérdida, y la fragilidad del instante socavado no es liviano sino se torna perdurable e intenso, con sus monstruos, cuando la amada no permanece, y son precisamente los ojos llorosos del adulto, ante la duda, los que se confunden en la confusión y sus fracasos, los que ahora se vuelven extrañamente misericordiosos hacia el infante inocente, con total gravedad, como pater amantísimo, que en el fondo se es, constructor de un manto de protección, buscando la calma y el perdón a la espera de una catarsis súbita, que desaloje la orfandad. Fue sin duda otro el tiempo y su negación de culpabilidad, quien distancia la cotidianidad y su separación entre los seres amados, ahora quizás "encontrada" misteriosamente en ese parque frente al colegio de su hija única -su parque-, donde recomponerse y volver a la vida sin hacer nada. Es extraña esta aseveración, la vida y el cuidado, y la duda insistente. Desde ese espacio su cotidianidad, y las sombras hechas realidad, y en ese instante de tiempos muertos, el caos; en definitiva, del mundo moderno con sus componendas, de los que le rodean con sus confesiones neuróticas, bien sean laborales, familiares; lo vienen a visitar, no como aliento, sino como problemática de un incierto laberinto emocional.

Ésta es en esencia la trama adaptada basada en la obra homónima de Sandro Veronesi, que ahora se estrena.

Ficha Técnica:
Dirección: Antonio Luigi Grimaldi
Guión: Nanni Moretti, Laura Paolucci, Francesco Piccolo; a partir de la novela de Sandro Veronesi
Fotografía: Alessandro Pesci
Montaje: Angelo Nicolini
Música: Paolo Bounvino
Intérpretes: Nanni Moretti, Valeria Golino, Isabella Ferrari, Alessandro Gassman, Blu Yoshimi
Italia 2007.

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EL INCIDENTE de M. Night Shyamalan

Un viento imperceptible nubla la voluntad hasta la autodestrucción, es el miedo en su trascurrir -la clave, nunca el monstruo- su definición cotidiana: la existencia, quien agita extrañamente como un virus la venganza sublevada tantas veces vilipendiada, la de los unos contra los otros, en cadena, como en ese largo plano secuencia de suicidio colectivo (la cámara se sitúa justo a la altura de los pies), la Naturaleza pertinaz entonces domina sin estridencias el caos humano, y la huida del Ser sin juicio racional huye inmisericorde hacia ese laberinto abierto inerte, que es la apacibilidad agredida, y de ahí la catarsis kafkiana -sin resolución posible, autodestructiva-. Lo sobrenatural pesa tanto como vivir; su alegoría, habitando en la copa de los árboles, dispuestas sus enseñas al Apocalipsis por los siglos de los siglos, amén.

Ficha Técnica:
Dirección y guión.M. Night Shyamalan
Fotografía: Tak Fujimoto
Montaje: Conrad Buff
Música: James Newton Howard
Intérpretes: Mark Wahlberg, Zooey Deschanel, S.Breslin
EEUU, 2008 .

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A THOUSAND YEARS OF GOOD PRAYERS de Wayne Wang

Existen verdaderas y comunes razones para el desarraigo de los seres humanos como distancia geográfica, que también lo es la íntima cotidianidad generacional entre los seres, el día a día cercenado.

El reencuentro pospuesto hace tiempo entre padre e hija (un padre viudo, el señor Shi, viaja desde Pekín para visitar a su hija Yilan, a la que hace tiempo no ve y se ha divorciado, que vive y trabaja desde hace tiempo en una localidad norteamericana), es testigo poroso de un mudo y conciso minimalismo dentro de la escena concebida, las miradas no se necesitan no se encuentran aún en la proximidad física del instante -las parcelas están delimitadas por imposibles alambres de espinas, los que trae el corazón hastiado y el perecedero dolor del pasado, pero también la identidad de una misma cultura (oriental)-.

Por otro, el silencio -lo es de las culturas diferenciadoras-, también acrecienta la soledad de los mortales, la no libertad atrapada de los sentimientos, que no resisten a salir a la superficie, aunque todo sea dicho o esté todo por decir, pero las lenguas diferenciadas se necesitan en su diferencia idiomática, tenderán irremediablemente a dialogar en su universalidad común, aunque a hurtadillas; es más fácil asumir el pasado entre los iguales, con sus contradicciones, que nada les une a la tierra impropia (esos dos ancianos sentados en un parque, el señor Shi y esa emigrante iraní; Madam), que entre las emigradas generaciones -más activas- de la juventud sin juventud, atrapados por la confusión y el consumo, dentro de un país destinatario, del que se sienten ciudadanos (Yilan y Borís).

Poco a poco los sentimientos tienden a salir y ese minimalismo conceptual lo ocupa ahora el diálogo mesurado a un tiempo activo, de reproches y verdades aunque no de definitivas reconcializaciones (el señor Shi y Yilan; Yilan y su compañero sentimental Borís; Madam, la emigrante iraní y su familia).

Ficha técnica:
Título en español: Mil años de oración
Dirección: Wayne Wang
Guión: Yiyun Li, a partir de su propia novela
Fotografía: Patrick Lindenmaier
Montaje: Deirdre Slevin
Intérpretes. Henry O, Faye Yu, Pasha Lychnikoff, Vida Ghahremani
EEUU, 2007.
Concha de Oro a la mejor Película y la de Plata al mejor actor; Henry O en el Festival internacional de San Sebastián de 2007.

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MARGOT Y LA BODA de Noah Baumbach

Un mismo viaje, un solo trayecto, y, sin embargo, nada ocurre, aunque hallan acontecido tantas cosas. Esto es el desconcierto, que impide evolucionar, o su contrario (se cuestiona el uso tradicional de la estructura narrativa decimonónica de planteamiento, nudo y desenlace, pues el punto de inicio desaparece y la lógica evolución psicológica de los personajes deja de existir), nada es vital, sino el estancamiento abrupto y neurótico de la vida cotidiana –en este caso familiar- destructurada (se interroga como en un espejo cóncavo la responsabilidad de la educación adulta hacia los hijos, desde su autoridad paterno filial, que deforma la infancia), pues no existe redención: egoísmo, volatilidad, extravagancia, incontinencia verbal, imperfección, manipulación, miserabilidad. Así son las criaturas-personajes. En definitiva, rezuman autenticidad en su desnudez por todos sus poros, como la vida misma –iniquidad, nunca empatía- hasta sentirlos odiosos en su mundanidad. Intrínsecos a estos sentimientos de extrañeza verité, se encierran unas imágenes igualmente áridas hasta ser incomodas, cuestionadoras, de cruenta digestión.

Ficha técnica:
Dirección y guión: Noah Baumbach
Fotografía: Harris Savides
Montaje: Carol Littleton
Intérpretes: Nicole Kidman, Jennifer Jason Leigh, Zane Pais, Jack Black, John Tuturro, Ciarán Hinds, Flora Coss
EEUU, 2007.

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Cine de Aventuras

Jesús Miguel Sáez González

Viento a babor, velas desplegadas, al abordaje, el pirata Flynn sonríe, su personaje cuando quiso ser Blood el libertario -nunca el alcohólico quien lo interpreta, que denunció a sus benefactores ante el Santo Oficio Norteamericano por el simbólico precio de una botella de ron- alecciona a sus hombres, fornidos grumetes como clichés que atemperan el tiempo bajo la tutela del húngaro Curtiz, nunca arponeros al servicio de Ajab contra el Tótem apocalíptico.

La historia en su trayecto un supuesto directorio, hasta que un fogonazo nos sorprende por la proa con voz femenina, la lección de ataque con sus enseñas y estandartes tiene por nombre Jean Peters; mientras, en el horizonte, ondea la bandera del tesoro, que cubre en sus entrañas la isla, aquella en que un pérfido John Silver dicta la vida de un joven muchacho -no el almirante con su submarino ni el pescador con sus consejos-, para luego este último también traicionarlo y finalmente liberarlo, esta vez, en beneficio de la colonia -no hay romanticismo menos perfecto que el de la traición cuando se defiende en un duelo justo en los Mares del Sur-, aunque, de vez en cuando, dos buques de distinto pelaje traten de robarse protagonismo surcando los mares a toda velocidad-eólica dicen-, pero sin máscara, pues la defensa del más débil depende del antifaz, y en su hipocresía la lucha por los pobres, no del mundo, sino de aquel pueblo mejicano sin ser Fuenteovejuna al que se debe arremeter con su espada en nombre de la Z contra el poder, como honra -es cierto-, pero individual y de doble juego moral, no desde la colectividad, porque derrumbar muros de una fortaleza más bien depende del caballero Curtis y sus hombres frente al tuerto vikingo Douglas -a cualquier precio-; no del todo cierto, sino a la cantinela del amor de Ivanhoe por su rey patria o alguna dama que salvar, y, claro, no era la Kerr con la que se casaba sino la Taylor por "parentesco", pues el infante se llamaba Robert.

Y ya dispuestos los códices del Santo Grial: Arturo y Ginebra bajo el sol de la cobardía en Cuatro plumas que devolver al pasado patriótico, y fue el mimético Korda quien firmó el manifiesto de Kipling, para luego doctorarse en literatura Powell -el Inglés- con su caballero Blimp, quien hacedor de mundo, integró la colonia que repartirse -exacto la India o Sudamérica, con su Tesoro de Sierra Madre, o África, con su cuchillo desgarrado, al compás del alarido de un Tarzán llamado Weissmuller el loco contra el miedo del reptil dando mil vueltas -y en el trayecto de la conquista-, fuera ya de la selva con su jungla en armas -la sabana de Quatermain, antes no sé si de Hemingway-, según la novela -con su zigzagueante alcoholismo pertinaz-.

Llegados al interior, tras el viaje por el desierto del Gobi, la tienda de campaña donde duermevela un retrato de cabecera, cuyas imágenes son estos dos hombres que creyeron ser Reyes y pudieron reinar como hombres, el más importante Lawrence luchando contra las arenas movedizas del desierto en su disculpa, y lo llamaron el Santo de Los Siete Pilares, como una Biblia colonial que se dicta como especulación o aventura en Cinemascope, para abrir el Jordan a la nostalgia de un pueblo elegido –los productores de la vieja Meca-, que camina hacia el paraíso, y otro bien distinto que exige en Babilonia, cuando todo se ha perdido y Cooper muere, no como el señor de Balantry-y las espadas no se cruzan- porque los muertos torturados a navaja yacen en el fuerte de Beau Geste o serán finalmente redimidos por Gunga Din, pero nunca en aquellos Horizontes Perdidos de Capra -lo saben Stevens y Gary Grant-, no Lancaster quien vigila la bahía con su barco de nueva majestad, sin oír los gritos de Indiana, ni los láseres de Lucas, pero sí los dulces besos de las danzarinas en su sueño real, y no aquel muchacho que los robó, al tiempo que escapaba en su alfombra mágica acompasada por un genio de la lámpara, allá por las mil y una noches de historias.

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INDIANA JONES Y EL REINO DE LA CALAVERA DE CRISTAL de Steven Spielberg

La imaginería del viejo Hollywood quiso, en parte, sustituir la novela de aventuras decimonónica -dícese planteamiento, nudo y también desenlace- del XIX y principios del XX, buscando mil fórmulas propias de reinvención, hasta casi anularla en esencia, dotando (no en su estructura argumental), sí, es cierto, de otra vida suficiente y autónoma, como para que el espectador medio alucinara con las nuevas historias, cuyo recorrido lógico descansaba sutilmente en la plena acción continuada, mediante su romanticismo épico arrebatado, ceñido a una capacidad imaginativa visual, que no sólo descansaba en sutiles y ágiles movimientos de cámara, sino la capacidad de integrar a los personajes en espacios construidos verazmente por donde moverse con total libertad, acompasados por una partitura musical tan atractiva, pues no sólo los definía, sino multiplicaba los efectos de la evasión aventurera de lo que acontecía (caso de las partituras compuestas por el músico alemán Korngold para el film de Curtiz, El capitán Blood), bajo una estética posible en lo imposible, que por lógica pasó del blanco y negro al Truco Color, sometida por un montaje no menos embriagador y atrevido.

Ese espíritu acrecentó la infancia y la juventud de generaciones que admiraban su sentido libertario, a la vez ensoñador pleno, siempre paralelo al texto. Los más inteligentes fuimos capaces de devorar los viejos textos de Salgari o Verne hasta paladearlos con nuestro vuelo imaginativo, al tiempo emocionarnos, sin necesidad de acudir al glamour valiente, pero impostado, del cine americano, tan seductor como sensual, como en ocasiones necesario, pues éste estaba cargado de otras habilidades bien distintas a las raíces narrativas, geográficas, históricas o científicas, porque el efecto especial añadido cubría "alguna necesidad de pensamiento", y que ya en la pantalla -que por generación propia fue la televisión- acrecentaba tal vitalidad, aunque supiéramos que ambos mundos no se entendieron nunca, pese a coexistir pacíficamente (debemos añadir también los efectos -no nocivos- que proporcionaban las imágenes fijas contenidas en aquellos álbumes de cromos y por supuesto el dibujo coloreado de las novelas gráficas, que hoy -desde hace décadas- llamamos cómic, como género complementario a nuestro conocimiento, elevado a condición de arte).

Con estas enseñas nace seguramente Indiana Jones, otra vuelta de tuerca más de los mitos de antaño, donde es verdad que la historia prevalece, y el efecto especial está al servicio narrativo, pero la acción, en su lógica, subía un peldaño más hasta adquirir un ritmo endiablado que acentuaba la adrenalina, por esto contribuía tanto un ágil montaje como su banda sonora apabullante -en este caso compuesta por John Williams-, hasta precipitarnos al vacío más siniestro, cual montaña rusa, donde al final volvíamos a recuperarnos para volver a caer por un torrente y así sucesivamente hasta el infinito y más allá, de una recién redescubierta emoción primaria, que operaba como reacción en cadena.

Casi veinte años después, el héroe ha vuelto dignamente, ya en el crepúsculo del género -pues el efecto digital ha sustituido definitivamente a la historia hasta asesinarla, y la dinámica del videojuego se ha impuesto hasta la despersonalización de la fantasía-. Y aunque se repitan algunas modelos ya transitados, aquí surgidos como variaciones, la acción se equilibra perfectamente con la no acción –el trayecto con sus incontinencias nos permite solucionar el enigma- y su sentido del humor vitriólico hasta desmitificador se adereza como guiños constantes al pasado más reciente y al cine llamado de palomitas; y al cómic del que siempre ha bebido -pero nunca de las andanzas y honores parejos de las grandes empresas arqueológicas, versus Carter-, y a la serie B, campando por sus anchas espaldas hasta nunca perder al espectador –contribuye en esta entrega el guión de David Koepp-. Aunque algunas concesiones a la galería se entrometan (un tramo final puede que incongruente, algunas soluciones dramáticas estiradas que pecan por las mismas razones), no impide que la trama, a modo de un sombrero de ala ancha, sobrevuele -de nuevo- como un boomerang: Lucas–Spielberg han devuelto con sus personajes individualistas como fuerza común, incluyendo a Harrison Ford -Indy-, el sentido más que lúdico por el viaje y sus recónditos laberintos, la Guerra Fría -esta vez-, la paternidad recién adquirida del protagonista...

Ficha técnica:
Dirección: Steven Spielberg
Guión: David Koepp
Fotografía: Janusz Kaminsky
Montaje: Michael Khan
Música: John Williams
Intérpretes: Harrison Ford, Cate Blanchett, Karen Allen, John Hurt
EEUU, 2008.

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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Última modificación: 30-07-2008