De entre los alumnos de la escuela Politécnica de la Universidad de Alcalá, D.
Melero destaca por su prosa fluida y amena. Una vez más nos deleita con una de sus
narraciones.
Las tres siluetas avanzaban lentamente a través de la niebla. Dos de ellas tenían el
paso tranquilo pero firme. A la tercera, la más pequeña, le costaba seguir el ritmo de
las otras dos, e iba tras ellas a trompicones.
- Me parece que, de este modo, no vamos a llegar a ningún acuerdo, Alo.
- Eso es porque eres un intransigente, Kunu.
- Mira, chico. Solo defiendo mis intereses. Y no me negarás que estoy siendo bastante
generoso. Yo sólo quiero una pequeña parte.
La figura que atendía al nombre de Alo se detuvo y puso los brazos en jarras. Su
poderosa y afilada mandíbula apuntaba hacia el cuerpo de Kunu.
- ¡Pero qué valor tienes! ¿Tus intereses? ¡Tú no tienes ningún interés! Lo que
quieres es el mayor beneficio posible.
El más pequeño de los tres chocó contra Kunu, que pareció no notarlo.
- ¡Uy, perdón!
Ni siquiera le miró. En vez de eso, Kunu cerró los ojos con tranquilidad sin cambiar
ni un ápice su gesto de indiferencia.
- Poniéndote histérico no vas a conseguir que ceda.
- ¡Me pongo como me da la gana! Eres un egoísta. ¿Es que no me merezco que al menos
escuches lo que te propongo? Creo que es el trato más justo para los dos. Podrías al
menos escucharlo.
- Mira, chico. Sé qué es lo que me vas a proponer, y es lo mismo de siempre. Ahora te
doy, luego tú me lo devuelves, pero con menos calidad. Y un poco de aquí, un mucho de
allá, que si subo, que si bajas, y al final siempre salgo yo perdiendo. Y, por supuesto,
encima consigues que quede mal.
- Tú no quedas mal, idiota. Todo el mundo sabe que es tu trabajo y que eres bueno en
él. Pero eso hace que te crees algunos enemigos.
Kunu miró al suelo con tristeza.
- Ya. Como siempre, el malo soy yo.
Los dos se quedaron en silencio. Alo, con gesto preocupado, puso su fuerte mano sobre
el hombro de Kunu.
- Va, va. Tampoco te pongas así.
La pequeña silueta, que se había pasado toda la conversación con la boca abierta,
posando los ojos de uno en otro, vio por fin su oportunidad de intervenir. Jadeante,
sonrió tímidamente y tomó aire.
- Eh..., disculpen, señores. Sé que este no es un buen momento para intervenir, pero
quizá ustedes puedan aclararme....
Los otros dos le prestaron atención por primera vez. Le miraron de arriba a abajo con
sorpresa, como si acabaran de darse cuenta de que estaba allí.
- ...algo que llevo preguntándome durante el rato que llevo con ustedes. ¿Podrían,
por favor, decirme qué lugar es éste y quiénes son ustedes dos?
La cara de sorpresa de los otros dos se tornó en enfado.
- Cállate, hombre. No molestes.
- Cállate, chico. ¿No ves que es por tu bien?
- ¡Vale, vale! No quisiera....
Continuaron caminando. El pequeño hombre suspiró, miró hacia arriba, puso los ojos
en blanco y, con resignación, siguió trotando tras los otros dos.
- Bueno, Alo. Yo creo que podemos llegar a un acuerdo bueno para los dos si no nos
ponemos nerviosos y no perdemos los papeles.
- Vale. Estoy dispuesto a ceder un poco, si tú también lo haces.
- De acuerdo. Qué me propones.
- Por mi parte, sólo facilidades. Hay una pequeña parte corrompida que a mí no me
interesa. Te la cedo.
- ¿Y qué más?
- ¿Cómo que qué más? ¿Qué más quieres? Yo me quedo con el resto, y todos
contentos.
- ¡Pero qué rostro tienes! Esa parte es mía de todas formas. Yo quiero algo de la
zona pura.
- ¡Claro, y qué más! Sabes de sobra que no puedo darte nada de la zona pura o mi
jefe me despedirá. Éste es mi trato. O lo tomas o lo dejas.
- ¡Yo también tengo que responder ante mi jefe! Si vuelvo sólo con lo que por
derecho me corresponde también me despedirá a mí. Tengo que volver con algo bueno, en
el estricto sentido de la palabra.
- Entonces no hay modo de que nos entendamos, Kunu.
- Dis..., disculpen de nuevo, señores.
Las dos altas figuras volvieron a fijarse en la tercera, que estaba rojo y sudoroso por
la caminata.
- ¿Sería mucho pedir que fueran más despacio?
Se detuvieron y le miraron.
- Mira, chico. Tú no tienes por qué estar aquí, siguiéndonos como un perro faldero.
Si estás cansado, siéntate, relájate y déjanos hacer nuestro trabajo. ¿De acuerdo?
- Verán, señores. Yo haría lo que ustedes me dicen, pero es que me da miedo quedarme
solo en un lugar que no conozco. Ustedes son las únicas..., las únicas..., en fin,
personas que he visto desde que estoy aquí, y quizá puedan aclararme dónde estoy.
Los otros dos se miraron y estallaron en carcajadas. El pequeño hombre sintió que le
temblaban las piernas. La risa de uno sonaba como una inmensa catarata cayendo desde el
desfiladero más alto; la del otro, como el sonido de campanas enormes tañendo locamente.
La combinación de los dos sonidos era terrorífica. El de aspecto más agradable de los
dos, Alo, se dirigió a él con una sonrisa.
- Mira, hombre, estás en...., digamos que en ningún lugar en concreto.
- ¿Co... cómo?
- Verás. Esto es una especie de punto muerto. Por eso supongo que no verás nada,
¿verdad?
El hombre miró a su alrededor. Era cierto: la niebla lo cubría todo.
- Bueno...., pero es que todo está oculto por la niebla. A ustedes les veo
perfectamente.
El de aspecto más desagradable le sonrió, mostrando unos poderosos y blanquísimos
colmillos hiperdesarrollados.
- Claro, chico. Y seguro que no estás muy seguro de lo que ves, ¿cierto?
El hombrecillo se fijó detenidamente en ellos. Alo era alto, de porte atlético y muy
fuerte. Tenía el pelo moreno y muy rizado y los ojos azul cielo. Kunu, el otro...., en
fin, le aterrorizaba todo su aspecto, sus ojos de gato, su piel escamosa roja y verde, sus
pequeños cuernos, sus orejas puntiagudas, sus pezuñas.... Pero lo peor eran las enormes
alas recogidas que colgaban de la espalda de los dos. Las de Alo parecían las de un
pájaro, blancas y emplumadas, y las de Kunu las de un murciélago, negras y membranosas.
- Eeeeh.... Bien, por el aspecto de ustedes dos, yo diría que estoy ante un ángel y
un diablo. Aunque, por supuesto, no quisiera molestar a ninguno de los dos con esta
afirmación gratuita. Es sólo una idea, que quede claro...
- Muy bien, chico. Pero que te quede claro a ti que lo que estás viendo no es más que
lo que quieres ver.
- Exacto, Kunu. En realidad nuestro aspecto no es realmente este. Lo que ves es la
interpretación que hace tu personalidad de nosotros.
- Bi.. bien, señores.
La voz del hombrecillo era sospechosamente aguda.
- En fin, ahora que ya sé quiénes son ustedes, les diré que no he podido evitar
escuchar su conversación. Están hablando de llegar a un acuerdo sobre la propiedad de
algo, ¿verdad?
- Verdad.
- Cierto
- En ese caso, permítanme ofrecerles mi ayuda. Verán, en..., en..., en otros tiempos
ese era mi trabajo.
- ¿Ah, sí?
- Eso es. Y, si me dijeran cuál es el objeto de la discusión, en ese caso quizá
pueda ayudarles....
Alo y Kunu se miraron. Fue este último el que respondió con voz grave.
- Tu alma, chico, tu alma...
Las piernas del pequeño hombre cedieron y cayó sentado a un hipotético suelo.
Sujetó su cabeza con manos temblorosas y así se quedó unos instantes. Miró con
gravedad a los dos, suspiró, y se volvió a poner de pie con lentitud.
- Bien, les ayudaré de todas formas. ¿Cuál es el problema?
- Hombre, pues el de siempre. Los dos queremos tu alma entera. Nada de partes.
- Y ninguno estamos dispuestos a ceder la parte que nos corresponde, así que tenemos
que llegar a un acuerdo. Como siempre.
Un imperceptible tic comenzó a pulsar en la mejilla del hombre.
- Bu... bueno, supongo que la partición se hace en función de los actos buenos y los
actos malos.
- Exacto.
- ...Y no llegan al acuerdo porque no hay mayoría ni de unos ni de otros.
- Eso es.
El hombrecillo se quedó pensativo unos instantes.
- Entonces me parece que tendremos que llegar a una solución tajante.
- ¿A qué te refieres, chico?
- Me refiero a la reencarnación, por supuesto.
Alo y Kunu pusieron cara de asombro.
- Es perfecto. Ustedes me reencarnan, y así tienen más peso para juzgar la próxima
vez. ¿Están de acuerdo?
Por primera vez, el hombre sonrió tímidamente.
- ¡Claro! ¿Cómo no habíamos pensado en esto?
Los dos seres sonrieron y afirmaron al unísono.
- Entonces trato hecho. Podemos comenzar cuanto antes ¿Nos vamos ya? ¿Cuál es el
camino?
El ángel y el demonio se pusieron a ambos lados del hombre, que estaba tan nervioso
que parecía a punto de estallar, y comenzaron a andar.
- Espero que no esté muy lejos. Odio caminar.
- Tranquilo, chico. Aquí las cosas no están lejos o cerca. Todo depende de ti.
- ¿Sí? Pues entonces no creo que tardemos mucho.
- El hombre tiene razón. Mira, Kunu, allí está la puerta.
- ¿Dónde? No veo más que niebla.
Las tres figuras se detuvieron.
- Tranquilo, chico. Ahora sólo tienes que seguir caminando y todo empezará de nuevo.
- ¿De verdad? ¿Recordaré algo de mi vida anterior o de esto?
- Por supuesto que no, hombre. Pero tu alma seguirá siendo la misma.
- Bien, señores. Muchas gracias por su colaboración.
No sabía si darles la mano, por si uno se la aplastaba o el otro se la abrasaba. Al
fin, decidió no hacerlo.
- En fin, gracias por todo y adiós.
El hombrecillo se adentró en la penumbra.
- Adiós chico. No seas demasiado bueno.
Alo miró a Kunu de reojo con ojos inquisitivos. Éste se encogió de hombros y
sonrió, enseñando los colmillos.
- Ni demasiado malo, hombre.
Ambos seres se dieron la vuelta y caminaron.
- La verdad es que el chico no ha tenido una mala idea.
- Pues no. Prefiero velar por él otra vida que enfadarme contigo otra vez.
- En su vida fue abogado, ¿no?
- Creo que sí. De divorcios, me parece.
Sus aladas espaldas se perdían entre los jirones de niebla.
- Espero que no me haya visto con pezuñas. Son horribles. Y antiestéticas.
- Y yo que no me haya visto alas con plumas. Odio las alas con plumas. Son tan
cursis....
FIN