Docencia e Investigación
Arriba Último Nro. Índice Nros. Anteriores Índices Históricos

ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

Histórico Año I

linea.gif (922 bytes)

Junio 1999   Nº seis

 

INTRODUCCIÓN

En este número un grupo de investigadores de la Universidad Complutense de Madrid, encabezados por Miguel Ángel Recarte, nos presenta un interesante artículo divulgativo que describe su trabajo de investigación, en psicología aplicada, sobre los problemas de percepción y atención durante la conducción.

Vivat Academia se honra en presentar estos trabajos, ajenos a la comunidad alcalaína, que representa un reconocimiento del alcance menos local que está adquiriendo la revista.

Por otra parte, hemos añadido una sección de recortes a esta página, en la que recogemos una serie de artículos aparecidos, durante estos últimos meses en la prensa española, que hacen mención explícita de uno de los problemas más graves que tiene planteados la universidad en general, y muy particularmente la de Alcalá de Henares. Desde hace tiempo, los responsables de la ciencia en nuestro país y algunos rectores (el de Alcalá quizás con más insistencia que otros), vienen abogando por una financiación exclusivamente privada de la investigación. Nuestra modesta opinión es que ello terminará por ahogar la investigación básica y, lo que es peor, dejando a las generaciones venideras sin avances fundamentales con los que edificar el desarrollo futuro; o aún más, perjudicar claramente el desarrollo del tercer mundo.

Voces más expertas y reconocidas que la nuestra opinan prácticamente lo mismo, en contra de las corrientes de moda, puestas de manifiesto en los informes que, sobre la reforma universitaria, se están sacando a la luz.

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN
El programa Argos: investigación aplicada sobre la percepción y la atención en conducción real (Por Miguel Ángel Recarte)
RECORTES
¿El final de la ciencia?
Reflexiones de urgencia sobre la ciencia
Investigación pública y rentabilidad

El programa Argos: investigación aplicada sobre la percepción y la atención en conducción real

Miguel A. Recarte.
Facultad de Psicología. Universidad Complutense. Madrid.

La Dirección General de Tráfico (Subdirección de Investigación y Formación Vial) ha puesto en marcha en la presente década un programa de investigación, el Programa Argos, orientado al estudio experimental del comportamiento del conductor bajo condiciones de tráfico real. Este programa ha incluido el desarrollo de una infraestructura tecnológica avanzada basada en un vehículo instrumentado para obtener información sobre la conducta del conductor, la cual se ha venido desarrollando con el apoyo técnico de la Facultad de Informática de la UPM. El sistema proporciona parámetros cuantitativos sobre la dinámica del vehículo, acciones sobre los mandos y registro de la mirada del conductor, incluyendo movimientos oculares y diámetro pupilar a la vez que imágenes de vídeo del escenario de la carretera con indicación a tiempo real del punto de fijación de la mirada. Detalles del sistema pueden consultarse en Nunes y Recarte (1997). Los datos obtenidos posibilitan estudios conductuales relacionando eventos de la carretera o condiciones particulares de la tarea de conducir con la atención prestada a distintos elementos o zonas del campo visual.

Dentro de este programa Argos, un grupo de investigadores de la Universidad Complutense hemos desarrollado trabajos abordando directamente los procesos de percepción y atención en la conducción, los cuales han sido divulgados en congresos y publicaciones nacionales e internacionales.

Un primer grupo de trabajos trata de la percepción de la velocidad (Recarte y Nunes, 1996; Recarte, Conchillo y Nunes, 1996; Recarte y Nunes (enviado para publicación), Conchillo, Nunes, Ruiz y Recarte, 1999). Los principales resultados indican que los conductores infraestiman la velocidad a la que van; consiguientemente sobreajustan la velocidad cuando intentan mantener una dada sin mirar al velocímetro. Este efecto es mayor para velocidades bajas y más tras decelerar, precisamente en situaciones que exigen mayor control sobre la velocidad (aproximación a poblaciones, centros educativos, glorietas, salidas de autovías, etc.) y en las que se predice una menor probabilidad de consultar el velocímetro debido a la mayor demanda del entorno.

Un segundo grupo de trabajos considera la percepción del tiempo de llegada o de colisión (Recarte, Nunes y Lillo, 1996; Recarte y Nunes, 1998). Las personas privadas momentáneamente de visión infraestiman el tiempo que tardará el automóvil en alcanzar un lugar predeterminado. La infraestimación es mayor cuanto mayor es el tiempo; si la variación en el tiempo se produce por variar la velocidad los cambios en los juicios son mayores que si se produce por variar la distancia. La experiencia de conducir tiene escasa relevancia en este proceso. Esta forma directa de estimar el tiempo del automovimiento frontal tiene poco que ver, como habilidad, con la estimación del movimiento transversal de móviles en pantallas de ordenador.

Un tercer grupo de trabajos trata sobre la atención, controlada mediante la realización de tareas mentales, y de los movimientos oculares como indicadores de los patrones de búsqueda de información visual mientras se conduce (Recarte y Nunes, en prensa; Recarte, Nunes y López (1998), Recarte, Nunes y Conchillo (admitido para publicación). Los principales resultados indican que tener la atención puesta en los propios pensamientos produce estrechamiento de la ventana funcional de exploración visual y, congruentemente, disminuyen las miradas a espejos y velocímetro. Esto ocurre, fundamentalmente, si la tarea mental implica imágenes espaciales y cuando el procesamiento requiere emisión de respuestas, a diferencia del procesamiento de material verbal y del mero procesamiento receptivo de un mensaje.

En la actualidad continuamos esta línea de investigación con cuatro objetivos de estudio: (1) qué otras tareas cognitivas (y procesos implicados), incluyendo la actividad mental cotidiana en la conducción (tratar de recordar algo, repasar una cuenta, mantener una conversación, hablar por teléfono, repasar un itinerario a seguir, etc.) producen estrechamiento del campo de búsqueda visual. (2) Cómo estos cambios en los patrones visuales asociados con la distracción pueden afectar a la seguridad vial: detección de sucesos inesperados y toma de decisiones sobre estos sucesos. (3) Relaciones entre atención y velocidad, tanto la carga atencional que puede suponer el control de la velocidad y la posible pérdida de información sobre otros aspectos de la conducción, como el efecto de la ocupación de la atención en pensamientos ajenos a la conducción sobre la percepción y el control de la velocidad. (4) Relaciones entre atención y movimientos oculares en situaciones de seguimiento de otros vehículos, especialmente cómo se ve afectada la percepción del movimiento relativo de dos vehículos y el control de la distancia de seguridad.

Dada la importancia de la distracción como factor de siniestralidad esperamos contribuir a deslindar aspectos de especial relevancia aplicada al proporcionar una evaluación mas objetiva de algunos factores de riesgo asociados con la actividad mental cotidiana como potenciales distractores en la conducción de vehículos.

BIBLIOGRAFÍA

Conchillo, A., Nunes, Recarte, M. A & L. M., Ruiz, T. (1999). Speed estimation in various traffic scenarios: open road and closed track. VIII International Conference on Vision in Vehicles. Boston (USA).

Nunes, L. M., & Recarte, M. A. (1997). Argos program: Development of technological systems and research programs for driver behavior analysis under real traffic conditions (ISHFRT 2). In P. A. Alburquerque, J. A. Santos, C. Rodrigues & A. H. Pires da Costa (Eds). Human Factors in Road Traffic II. Universidade do Minho. Braga. Portugal.

Recarte, M.A. y Nunes (en prensa). Effects of verbal and spatial-imagery task on eye fixations while driving. Journal of Experimental Psychology: Applied.

Recarte, M. A. & Nunes, L. M. (1996). Perception of speed in an automovile: estimation and production. Journal of Experimental Psychology: Applied, 2, 291-304.

Recarte, M. A., Conchillo, A. & Nunes, L. M. (1996). Percepción y ajuste de incrementos de velocidad en automóvil. Psicológica, 17, 441-454.

Recarte M. A. & Nunes, L. M. (1998). Effects of distance and apeed in the time to arrival estimation in an automobile: two classes of time?. En A. G. Gale et al (Eds) Vision in Vehicles VI. Amsterdam: Elsevier (North-Holland)

Recarte, M. A., Nunes, L. M. & Conchillo, A. (1999). Attention and eye-movements while driving: effects of verbal versus spatial-imagery and comprehension versus response-production tasks. VIII International Conference on Viion in Vehicles. Boston (USA).

Recarte, M. A., Nunes, L. M. y Lillo, J. (1996). Estimation of time to arrival in a real vehicle and in a simulation task: effects of sex, driving experience, speed and distance. En A. G. Gale et al. (Eds): Vision in Vehicles V. Amsterdam: Elsevier.

Recarte, M. A., Nunes, L. M., López, R. y Recarte, S. (1998). Recursos atencionales y parámetros oculares en la conducción. En J. Botella y V. Ponsoda (Eds), La atención: un enfoque pluridisciplinar (pp. 373-385). Promolibro: Valencia.

Volver al principio del artículo       Volver al principio
Volver al índice

RECORTES

Reproducimos tres interesantes artículos, de Jesús Mosterín Emilio Méndez y José Olivares Pascual, aparecidos en el Diario "El País" en los primeros meses de este año, ya que se vuelve insistentemente a poner en tela de juicio el papel de la ciencia en la sociedad actual y la idoneidad de fomentarla en las universidades; sobre todo tras la aparición del informe sobre la reforma universitaria.

¿El final de la ciencia?

JESÚS MOSTERÍN
Diario "El País" ( 24-03-99)

Parece que los ocasos de siglo propician los anuncios agoreros, aunque prematuros, sobre el final de la historia y de la ciencia. A finales del siglo XIX Lord Kelvin pensaba que todas las fuerzas y elementos básicos de la naturaleza habían sido ya descubiertos, y que lo único que quedaba por hacer a la ciencia era solucionar pequeños detalles ( "el sexto lugar de los decimales"). En 1875, cuando Max Planck empezó a estudiar en la Universidad de Munich, su profesor de física, Jolly, le recomendó que no se dedicara a la física, pues en esa disciplina ya no quedaba nada que descubrir. En 1894 Robert Millikan recibió el consejo de abandonar la física, una ciencia agotada, y dedicarse a la sociología. Pero al año siguiente se descubrió el electrón (cuya carga eléctrica mediría el mismo Millikan más tarde) y Max Planck (que afortunadamente no había seguido el consejo de Jolly) inició el estudio de la radiación del cuerpo negro, que acabó conduciendo a la cuantización de los niveles de energía y, en definitiva, a la nueva física cuántica.

El 29 de abril de 1980 el físico Stephen Hawking dedicó su lección inaugural como Profesor Lucasiano de la Universidad de Cambridge a la pregunta ¿Está a la vista el final de la física teórica?. Su respuesta fue que sí, y que la teoría de supergravedad N = 8, entonces de moda, sería la teoría definitiva. Sin embargo, el viento sopla con fuerza en las cumbres especulativas de la física contemporánea y en menos de una década la supergravedad N = 8 pasó a formar parte de lo que el viento se llevó. Hoy las apuestas irían por las teorías de supercuerdas, pero quién sabe dónde estarán en otra década.

Hace dos años el periodista John Horgan publicó el libro El fin de la ciencia en el que generalizaba a todas las ramas del saber la tesis escatológica de que el final está próximo. Su mayor debilidad estriba en la ingenua fe con que el autor acoge cuanto le dicen unos y otros científicos. Los científicos lo son porque a veces obtienen resultados más o menos sólidos, pero ello es compatible con lanzarse en otras ocasiones a las especulaciones más arriesgadas o descabelladas.

Newton dedicó tanto tiempo a la alquimia como a la mecánica, Faraday era miembro de una secta fundamentalista, Cantor interrumpía sus clases de matemáticas para sostener que las obras de Shakespeare en realidad fueron escritas por Francis Bacon, y el físico Frank Tipler ha desarrollado recientemente la tesis (tomada en serio por Horgan) de que todo el universo se va a transformar en un supercomputador programado por Dios para resucitar a los muertos. La ciencia no se basa en argumentos de autoridad, y las afirmaciones de los científicos (incluso de los famosos) han de someterse a la criba del análisis epistémico y de la contrastación empírica.

Lejos de acercarse a su final, gran parte de la ciencia actual está en mantillas. No sabemos nada de la vida fuera de la Tierra, ni siquiera si la hay o no. No entendemos el funcionamiento de nuestro cerebro, no sabemos qué pasa en nuestra cabeza cuando tomamos una decisión o aprendemos una canción.

Ignoramos en qué consiste la materia oscura, que constituye más del 90 % de la masa del universo. No sabemos si existe el campo de Higgs previsto por el modelo estándar de la física de partículas. La mejor teoría física de que disponemos, la teoría cuántica de campos, es incompatible con la gravitación y sólo evita los valores infinitos de la energía de sus campos mediante la renormalización, estableciendo un corte ultravioleta, lo que implica que no aceptamos su validez más allá de cierta cota de energías. De hecho, suele considerarse que las teorías cuánticas de campos son meramente teorías efectivas, aproximaciones a bajas energías de otras teorías subyacentes distintas y aún desconocidas. En astronomía, cada vez que lanzamos un nuevo detector al espacio, encontramos sorpresas. En cosmología, como en paleoantropología, cada nueva radiación medida y cada nuevo hueso excavado pone patas arriba nuestras teorías precedentes. Los modelos cosmológicos inflacionarios están cogidos con alfileres y no duran más que la canción del verano. La ciencia está en ebullición y su final no está a la vista.

Jesús Mosterín es catedrático de Filosofía, Ciencia y Sociedad (CSIC).

Volver al principio del artículo        Volver al principio

Reflexiones de urgencia sobre la ciencia

EMILIO MÉNDEZ
Diario "El País" ( 03-02-99)

Sr. Ministro:

Tres días antes de dejar el ministerio del que hoy es usted titular, la Sra. Esperanza Aguirre me llamó a su despacho para hablar de la ciencia en España, aparentemente sin intuir que en setenta y dos horas sería historia en el Ministerio de Educación y Cultura.

Con un candor que yo no esperaba, en medio de nuestra conversación me asaltó, "¿Y qué harías tú en cuanto a ciencia si estuvieras en mi puesto?" Eludí la respuesta, porque prefería meditar mis palabras y además no estaba seguro que a ella le interesara escuchar lo que le habría dicho. La conversación siguió amable y distendida, pero al despedirnos me recordó que no había contestado su pregunta y me pidió que en breve le enviara un folio con mis ideas. La noticia del cambio de ministros me llegó cuando terminaba para ella un borrador escrito a vuela pluma. Para no sentir que he perdido el tiempo, o quizá por vanidad, en lugar de tirar mis reflexiones a la papelera me atrevo a enviárselas, por si usted tuviera inclinación a hacer el mismo tipo de preguntas que su predecesora.

Yo empezaría por definir la filosofía del ministerio en materia científica a partir de las mismas características de la ciencia: apartidismo, excelencia, y apertura a la discusión. La ciencia moderna tiene un doble valor, cultural y económico. Es a la vez un reflejo del progreso intelectual de un pueblo, como las bellas artes, la música o la literatura, y un motor de avance económico. Sólo este segundo valor justifica las grandes inversiones que exige el desarrollo de la ciencia actual, y la convierte, junto a la política monetaria, la defensa y las relaciones exteriores, en una verdadera cuestión de estado, más allá del partido en el gobierno.

Por ello, el responsable directo de la política científica no debiera ser un político sino un profesional del mayor prestigio, con visión clara del papel de la ciencia, con dotes de administrador y capacidad para dialogar y aunar esfuerzos con otros ministerios y con la comunidad científica. Sólo con esas cualidades, y rodeado de un grupo de asesores independientes y seleccionados de entre nuestros mejores científicos, podría aquél enfrentarse a los apremiantes desafíos que tiene planteados la ciencia española.

Uno de los más profundos problemas, y del que se derivan muchos otros, es la falta de planificación y continuidad del apoyo a la ciencia, cuya historia reciente está llena de aceleraciones y frenazos. Al fulgurante arranque de mediados de los años ochenta siguió un crecimiento espectacular que ha dado muchos frutos, pero que ha traído un futuro incierto para muchos de los científicos de menos de cuarenta años, que ven, dentro y fuera de nuestro país, cómo pasan sus mejores años profesionales sin conseguir una estabilidad desde la que explotar una excelente preparación en la que el erario público ha invertido tanto. Siendo realistas, a la vista de los números que se citan (más de cuatro mil en España y unos mil en el extranjero, según EL PAÍS del 17 de enero, es impensable que la totalidad de dichos científicos tenga cabida en el sistema de investigación pública, pero la situación es muy seria y exige urgentemente una solución que involucre a la empresa privada.

España invierte en ciencia poco y de forma irregular. Se habla a menudo de la notable diferencia en gastos de I +D con países más avanzados, aunque una distinción entre la "I" y la "D" mostraría que las diferencias son algo menores en Investigación y mucho mayores en Desarrollo. Es esencial corregir este desequilibrio, pero no a expensas de la primera sino a través de un crecimiento sostenido de ambas —mejor moderado y constante que fuerte y esporádico— que acorte distancias con nuestros socios europeos.

Para obtener de la sociedad ese apoyo mantenido a la ciencia, es crucial reducir la separación entre ambas. Aquélla ve a los científicos como seres remotos y despreocupados por los problemas reales, mientras que éstos se quejan de su aislamiento e irrelevancia en el debate público. Hace falta conseguir el acercamiento de nuestros investigadores al resto de la sociedad, en especial a los sectores médico e industrial, y su participación para explicar la contribución de la ciencia al desarrollo y bienestar del país.

La inversión en ciencia es cara y exige la optimización de los recursos, evitando duplicaciones y propiciando la colaboración. Por ello, es importante la coordinación efectiva —si no la fusión en un Ministerio de Ciencia y Tecnología— de los diferentes organismos con responsabilidad en I + D actualmente dispersos en diferentes ministerios. Un peligro pocas veces mencionado pero bien real es el de la atomización de la ciencia española en el Estado de las Autonomías. Al lógico deseo por ampliar el esfuerzo científico regional y adecuarlo a las necesidades locales, podría seguir una fragmentación de la política científica, que sólo serviría para multiplicar los gastos y disminuir la eficacia de los diferentes grupos de investigación.

Estos acuciantes problemas, y otros igualmente importantes, como la mejora de la calidad científica o la capacidad de innovación, aunque tienen una componente política son primordialmente técnicos. Su solución necesita de una participación amplia de los diferentes grupos políticos y de los propios científicos, de la que debiera salir una visión común del futuro de la ciencia española y un compromiso para hacerla realidad.

La reputación de apertura al diálogo con que usted llega al Ministerio de Educación es fuente de renovada esperanza para que España se suba definitivamente al tren de la ciencia. Quedo a su disposición para comentar en detalle los problemas que aquí apunto, aunque tengo la seguridad de que mis colegas en España, que los viven a diario, le podrían dar una lista más completa de ellos y valiosas sugerencias para afrontarlos.

Emilio Méndez es catedrático de Física de la Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook y Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica.

Volver al principio del artículo      Volver al principio

Investigación pública y rentabilidad

JOSÉ OLIVARES PASCUA
Diario el País ( 24-02-99).

La aparición en la revista Nature de una nota sobre el posible lanzamiento al mercado de especies vegetales dotadas del llamado gen terminator es un ejemplo más del desamparo en que se encuentran la agricultura y la sanidad de los países en desarrollo. Por el enojo causado en los agricultores de dichos países, la compañía productora está considerando retrasar la introducción de las semillas genéticamente programadas para autodestruirse.

El control de la germinación tiene como objeto proteger la propiedad intelectual de quienes han desarrollado la semilla. La compañía ve en la moratoria un deterioro de su propia imagen y afirma que podría influir negativamente (¿todavía más, me pregunto yo?) en la percepción pública de la biotecnología agrícola. No me refiero a la percepción de los daños que el cultivo de plantas transgénicas pudiera causar al ambiente o a la salud (bajo o nulo, por otra parte), sino a la discriminación económica que implica. Muy pocos países pueden pagar el coste de este tipo de productos. Además, muchas veces se riza el rizo y el cultivo de una especie mejorada exige la aplicación de un agroquímico producido por la misma compañía.

Si nos vamos a la salud, tenemos el mismo panorama. Un artículo publicado en Molecular Medicine Today sobre la comercialización de la genética humana pone el dedo en la llaga al señalar la gran importancia que está adquiriendo la investigación genética médica en el sector privado. El problema es que tiene un alto coste que tiene que pagar el usuario de los productos o de la tecnología obtenida. Si, según se dice en el mismo número de la revista, el ministerio de Sanidad de Sudáfrica ha abandonado el programa para administrar AZT a las embarazadas seropositivas por falta de fondos, ¿cómo se puede tratar el sida en otros lugares de mayor incidencia y más bajas posibilidades económicas? ¿No van a ser los países ricos cada vez más sanos y los pobres cada vez más enfermos?

Recientemente hemos podido leer en la prensa una denuncia sobre la falta de interés que al parecer muestran las compañías farmacéuticas por la vacuna contra el sida. Es una postura comprensible, teniendo en cuenta el gasto que supone la aplicación de la triple terapia. Pero ¿están supliendo esa falta de interés los organismos públicos? ¿Se puede conseguir algo dentro de un contexto a nivel nacional e internacional donde se prima la investigación privada frente a la pública (o dicho de otro modo, la investigación privada con fondos públicos?). Quizá esto suene algo exagerado, pero corresponde a la realidad: la UE sólo subvenciona proyectos de investigación si participan empresas interesadas en la comercialización de los posibles resultados obtenidos.

La investigación es cara. La introducción de un nuevo producto farmacéutico puede haber supuesto la inversión de varios miles de millones de pesetas. En principio parece una carga difícil de soportar con financiación pública. Sin embargo, se olvida que, indirectamente y en su mayor parte, se está subvencionando a través de la medicina socializada. El valor intrínseco de una dosis de interferón o de un anticuerpo monoclonal para diagnóstico es relativamente bajo, pero el valor añadido es muy alto, como consecuencia de los gastos invertidos en investigación, los ensayos clínicos, los fracasos y retrasos, la corta vida del disfrute de una patente en la que hay que recuperar el capital invertido, y los beneficios de ese capital.

¿Cómo podría lograrse que los avances en agricultura, sanidad y medio ambiente llegaran a todos? Es una pregunta de difícil contestación. ¿A través de la beneficencia? ¿A través de subvenciones? ¿O con nuevas ideas sobre la distribución de los fondos que los países desarrollados dedican o deberían dedicar a la investigación? Para el aprovechamiento global de las nuevas tecnologías es imprescindible la participación del sector público. Habría que pensar si, al menos en la investigación en los campos mencionados, no convendría dejar a un lado la rentabilidad económica de la inversión pública, aparte de hacer un esfuerzo general para incrementarla significativamente.

José Olivares Pascual es profesor de investigación del CSIC en la Estación Experimental del Zaidín (Granada).

 Volver al principio del artículo             Volver al principio 
linea.gif (922 bytes)
Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
Tus preguntas y comentarios sobre este Web dirígelos a vivatacademia@uah.es
Copyright © 1999 Vivat Academia. ISSN: 1575-2844.  Números Anteriores. Año I
Última modificación: 16-12-1999