El Rincón Literario
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

Histórico Año I

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Julio y Agosto 1999   Nº siete

 

En este número:

Ivan Golub: "Quare fremuerunt gentes". Poema
Daviz Melero: "Hermandad". Cuento

Por gentileza de la editorial Oikos-Tau de Barcelona, les ofrecemos un nuevo poema de Ivan Golub, sacado de la espléndida edición bilingüe, croata-español, titulada "Peregrino" ("Hodocasnik") (1998); traducción de Albertina García Corveiras-Razum y Francisco Javier Juez Gálvez.
Para esta ocasión hemos elegido el poema "Quare fremuerunt gentes", que de nuevo nos enfrenta a la cruda realidad de la guerra.

IVAN GOLUB : "Quare fremuerunt gentes"

Es de noche, noche cerrada.
La luna llena es de un rojo de sangre.
El silencio amenaza con el ruido.
Las tinieblas cubren los movimientos.

No duermen los ojos de los próceres
ni se cierran los párpados de la madre.
Las manos juntas imploran a Dios
y la sangre de Abel clama venganza.

Los amigos de Job cuentan disparates.
El guerrero conoce su herida.
Orugas de hierro se arrastran por la carretera.

Empezó lo que empezó.
Empezó la guerra. La guerra.
El loco Marte puede frotarse las manos.

Quare fremuerunt gentes
et populi meditati sunt inania?

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Hemos pedido al alumno de la Escuela Politécnica de la Universidad de Alcalá, Daviz Melero, finalista este año del concurso de narración en ese centro, "IMPARCIAL", que nos deleitara con alguno de sus cuentos. Ahí va el primero:

Daviz Melero: "Hermandad".

Octubre de 1997.

Caminaba encogido, sin firmeza ni valentía. Sólo había pasado un día. ¿Tanto? La voz de ella resonaba en su cabeza, repitiendo esas malditas palabras que habían caído sobre su alma como hojas de otoño, pero para las que no habría viento que las llevara lejos. Estaban grabadas a fuego y sólo las sucesivas capas del tiempo las taparían. Pero él sabía que podría torturarse con ellas siempre que quisiera; sólo tendría que excavar entre sus recuerdos y ellas acudirían prestas a su llamada. Como pequeños demonios personales que le acompañarían siempre.

Miró a ambos lados de la calle. Estaba hundido, pero, de momento, no tenía ganas de morir aplastado por algún loco urbano sediento de velocidad. Ya faltaba menos para llegar así que se obligó a caminar más despacio.

¿Cómo había llegado a esa situación? Todo empezó como un sueño. Ella estaba allí. Simplemente eso. Sus miradas se cruzaron de vez en cuando esa noche, pero ninguno de los dos se atrevió a decirle nada al otro. Cada uno estaba con su grupo de amigos, lo que aumentaba más la distancia. Pero el hecho es que se miraron, eso él lo sabía.

Todo transcurrió de lo más normal. Él se fue cuando se fueron todos los demás, y ella se quedó allí. Sintió pena de no tener más iniciativa. Pero ese era el sino de su vida amorosa. Sus amigos eran distintos: siempre tenían novia, en cualquier época del año. Cada dos meses era una chica distinta, e incluso algunos cambiaban en menos tiempo. Pero él no era así. Él esperaba a alguien realmente especial, quería reservarse para su gran amor.

Nunca pensó que sería aquella chica flacucha que fumaba sin parar. El lugar no era el más indicado para alguien así. Quizá un poco demasiado pijo para alguien tan hyppie. Pero el caso es que seguía allí cuando volvió la semana siguiente. Por supuesto con otra ropa, pero en la misma situación. Le comentó a uno de sus amigos más exitosos con las mujeres que ella le estaba mirando, igual que el Sábado anterior. Su amigo le animó a decirle algo, pero no se le ocurría nada con qué entrarla. Aunque quizá si….

- Perdona, ¿tienes un cigarro?

Ella le sonrió mientras introducía la mano en el bolsillo de su ancha camisa de algodón estampado.

- Claro.

Él aspiró la primera calada mientras ella encendía la brasa del cigarrillo con su mechero. Le devolvió la sonrisa, pensando en algo que decir.

- Este…., me he estado fijando en ti antes. Me he dado cuenta de que me mirabas.

Ella dejó de sonreír.

- Pues…, no… No te miraba a ti exactamente. No sé, miraba en general…

Él se estaba carcajeando por dentro. Qué chica tan maravillosa. Además estaba muy buena. Sus amigos iban a estar muy orgullosos de él.

Ya estaba empezando a ver los familiares edificios, como preludio de su destino. Aunque no quería llegar todavía. Estaba disfrutando de este momento de recapacitación, de pensar lo que había sido de ellos. Esa noche se intercambiaron los teléfonos y quedaron en llamarse esa semana. Sus amigos de clase se sorprendieron mucho cuando les dijo que había encontrado una chica que le gustaba. "Menos mal. Empezábamos a creer que eras maricón." Todos rieron la gracia de Borja. Pero a él no le hizo ninguna gracia enterarse de que era eso lo que pensaban de él. Así que decidió pasar de ellos y contar sólo con sus amigos de verdad, sus coleguitas. Al fin y al cabo, eran ellos los que le habían prometido apoyarle siempre que lo necesitara. No como sus padres, a los que sólo les interesaba que sacara buenas notas en el instituto. No querían enterarse de que tenía otros problemas aparte de las notas, por eso también pasaba de ellos.

Ella le llamó esa semana, el Viernes. Que si quería que quedaran para tomar algo. Él no se negó y se citaron para por la noche. Después llamó corriendo a uno de sus mejores amigos para decírselo.

- Qué guay, tío. Ya era hora de que te soltaras de una vez.

- Ya lo sé, tío. Ahora lo que estoy es más cortado que el copón.

- Tú no te preocupes, tronco. Quedamos un rato antes con toda la peña y ya está. Lo que sea por los colegas.

Y así llegó a su cita, apestando a alcohol e intentando controlar la relajación que le había entrado en los labios, lo que hacía que hablara de modo raro. Ella estaba con sus mejores galas: unos pantalones de tela, unas botas bajas enormes y una mecha azul en el pelo. Fueron a un sitio de heavy, donde estaban las bebidas mucho más baratas. Allí se pidieron un mini de cerveza, que hizo que él se envalentonara un poco más. Sus colegas le habían animado mucho mientras se bebían unos litros antes de su cita con ella. Así que reunió coraje, le dijo que le gustaba y le pidió salir. Ella volvió a sonreír como lo había hecho la semana antes y se enrollaron allí mismo.

Su carga empezó a resultarle algo pesada, pero no se cansaría mucho hasta llegar a su destino. Allí estaban sus amigos esperándole. Como siempre que tenía problemas, podía contar con ellos. Dejó de pensar en eso. Ellos estarían allí. Eso seguro. De momento, prefería seguir pensando en ella.

Empezaron a salir juntos. Él no se lo podía creer , pero así era. Había conseguido a la chica que había querido cuando él había querido. Estaba contento en clase y en su casa. Las movidas con sus padres habían pasado a un segundo plano porque ya no le importaban. Lo que sentía era tener que dejar de lado a sus amigos para salir a solas con ella. Porque estaba seguro de que ellos se cortarían con ella delante, y no quería que se mosquearan con él.

Salían siempre por la misma zona. Al principio daba igual, porque estaba tan ilusionado que no le importaba el lugar. Pero, cuando el tiempo pasó, resultaba aburrido hacer siempre lo mismo. Los mismos bares, la misma charla intranscendente, y cada vez más ganas de irse de marcha con sus amigos. Así que un día le dijo que no iba a salir el Sábado porque tenía que estudiar para un examen de Filosofía. Lo que hizo fue salir por otro lado sin que ella se enterara. Se lo pasó fenomenal, sus amigos tan guay como siempre. Bebieron e hicieron el cabra, como en los viejos tiempos.

Ese día la echó un poco de menos, pero no era a ella exactamente. En realidad, lo que echaba de menos era algo inexistente: que ella hubiera estado allí de marcha con él. Pero eso era algo que sus colegas no hubieran aceptado. Cuando se iban de marcha, tenían que ser sólo hombres. Las novias de los otros, las que desaparecerían en menos de dos meses, se tenían que aguantar. Sus amigos sí que los tenían bien puestos: si ellos decían que ese día salían solos, ellas ni rechistaban. Eso era algo que él admiraba: la forma firme que tenían al tratar a sus novias. Quizá él hubiera tenido que tratar a la suya así.

Se cambió la carga de brazo. Ya casi estaba llegando, pero quería repasar mentalmente del todo su historia con ella antes de llegar. ¿Qué había pasado después? Él había empezado a ser duro con ella, respondiéndole con borderías y manteniendo la cara de palo más a menudo. Por supuesto, ella se dio cuenta del cambio y no tardó en preguntarle qué le pasaba, que si tenía algún problema. Sólo lo hacía para que supiera quién era él y de lo que era capaz para que le respetara. Igual que hacían sus amigos con sus novias. Les respetaban y hacían lo que ellos querían. Así tenía que ser. De este modo, llegaría el momento en el que podría decirle que ese día no quería salir con ella porque prefería hacerlo con ellos. Pero ella, en vez de darse cuenta de eso, parecía empeñada en influirle en su vida. Qué pesada se ponía cuando le decía que sus amigos eran una mala influencia, que eran unos machistas y que salieran alguna vez con sus amigas. Para qué, ¿para pasarse la noche de un lado a otro, bailando y en sitios caros? Para eso prefería quedarse en casa.

Así llegó la primera disputa. Él lo pasó un poco mal, porque estaba bastante pillado por ella, pero se arregló rápidamente gracias a que dos de sus amigos le fueron a buscar a casa al día siguiente y le emborracharon para que se le pasara el mal rollo. Qué bueno era pertenecer a un grupo de amigos así. La borrachera funcionó, y le hizo sentirse mejor. Todavía más cuando ella le llamó un día entre semana para disculparse porque se había puesto muy borde con él.

Decidieron quedar para el Viernes siguiente; ayer. Iban a hablar de ellos, de su relación, de si debían seguir. Él fue con muy buenos ánimos: uno de sus colegas le había dicho que hiciera lo que tuviera que hacer, que no se cortara, que no tenía sentido seguir si no había nada entre ellos. Eran palabras sabias, la voz de la experiencia. Así que ya estaba decidido a terminar con ella si fuera necesario. Lo iba a sentir, porque era muy buena chica y se preocupaba por él, pero no merecía la pena seguir con ella si eso implicaba meterse también con sus amigos.

En cuanto la vio, supo que la cosa no tendría solución. Iba muy hyppie, como siempre, pero esta vez le pareció sucia, desarreglada. El mechón azul no le hizo ninguna gracia. Parecía una enorme cagada de pájaro. No tenía muy buenos ánimos para hablar. Prefería enrollarse con ella, abusar de sus buenas intenciones y meterla mano hasta que le dijera que se parara. Pensar eso le hizo gracia. Quizá si después de eso ella seguía igual, habría conseguido lo que se proponía. Así que la convenció para llevarla al descampado que había cerca de su casa, allí donde a veces había ido con sus amigos a fumar y a beber.

- Oye tío, que este sitio está muy oscuro. Me da miedo.

- No pasa nada. He estado aquí otras veces con mis colegas. Allí hay una casa medio derruida. ¿Lo ves?

Se dirigieron hacia la casa, ella un poco asustada, él a cada paso más excitado. Ahora vería de lo que era capaz, sus amigos iban a estar muy orgullosos de él cuando se lo contara. Iba a empezar besándola, luego le cogería las tetas y después ya vería. Sólo de pensarlo, el bulto en el pantalón se le hacía cada vez más grande. Eso es lo que hacían sus amigos más mayores, ¿no? Pues ahora él también lo haría.

Por fin llegaron a la casa en ruinas. En realidad no era más que unos muros caídos sin techo encima que habían dividido un pequeño habitáculo en dos. Pero los muros eran suficiente para cubrirse de las miradas indiscretas de quien bajara al perro al descampado a unos quinientos metros de allí.

- Siéntate, mujer. Y no te pongas así que no pasa nada….

- Tío, es que tengo un poco de miedo.

Él se sentó, la espalda apoyada contra una ruinosa pared, y la sentó a ella encima suyo. Empezó con su plan de ataque, besándola y abrazándola, jugueteando en su espalda con el broche de su sujetador. Cuando consiguió abrirlo, su erección estaba ya a punto de hacerle estallar. Al fin y al cabo, era la primera vez que estaba así con una chica. Ella había empezado a moverse, lo que le gustó aún más. Sus muslos le apretaban las caderas y sus manos estaban desordenando su pelo. Era la gloria, y se habría conformado con eso, pero recordó para lo que había ido allí. Así que introdujo su mano derecha entre el hueco de los botones de su camisa de algodón. El contacto fue sorprendente; la piel de ella era suave, pero en esa zona, por increíble que pudiera parecerle, lo era aún más. Pero lo mejor de todo fue cuando llegó al centro y sintió el contraste de la dureza entre ese mar de suavidad. Dirigió la mano hacia el otro lado para completar el trabajo realizado en ese pecho.

- Espera un momento, tío.

Ella se incorporó y le sacó la mano de entre la camisa.

- ¿No crees que te estás pasando?

Sus palabras fueron dirigidas por la fuerza de la pasión que sentía en ese momento.

- Pero si no hemos hecho más que empezar, ¿no?

Ella se puso de pie y se llevó las manos a la espalda para abrocharse el sujetador.

- Todos los tíos sois iguales. Sólo vais a lo mismo. Estoy muy decepcionada contigo porque creía que eras distinto a los demás. Pero te comportas como un bestia. Se supone que hoy habíamos quedado para hablar, y me traes a este sitio para meterme mano. Eres un cerdo.

Él se quedó sin saber qué decir. ¿Que él era un cerdo? Pero si sólo quería pasárselo bien con ella.

- Yo sé que tú no eres así. Eres cariñoso y dulce, pero cuando ves a tus amigos te vuelves un cabrón y un borde.

¡Quería influir en él! ¡Le estaba diciendo que sus amigos no eran una buena influencia! Al final resultaba que era verdad lo que decían sus amigos, que todas las tías eran unas zorras y que decían que no cuando querían decir que sí. Tendría que convencerla de esa verdad.

- Venga ya, tía. Si a ti también te gusta.

- ¡Pero qué dices, joder! Este sitio me da miedo y está todo lleno de mierda. Además, no soy una puta, yo no quiero hacer el amor todavía…

Una profunda llama de rabia empezó a arder dentro de él. ¿Así que le daba miedo el sitio? ¿Y qué coño quería? ¿Una habitación de hotel?

- No te pongas tonta, tía, que me vas a cabrear.

- ¡Pues si te cabreas te jodes! Tú y yo hemos terminado, así que me voy a coger el metro y me voy a casa. ¡Ni quiero volver a verte ni me llames nunca más!

Ellos tenían razón: ella era otra puta que le había calentado y le había dejado tirado en lo mejor. Pero no se iría tan fácilmente, antes jugarían a un jueguecito….

- Ven aquí un momento.

- ¡Yo me voy, que te den por el culo!

Él se levantó de un salto y la cogió del brazo.

- ¡Ahhh, me haces daño! ¡Suéltame!

- No quiero que te vayas todavía. Antes hemos de hacer una cosa.

Ella intentó salir corriendo, pero él la agarró de la cintura y la tiró al suelo. Se colocó encima de ella.

- Antes de irme me vas a dar lo que me debes.

- ¡Aaaahhh, suéltame, déjame en paz! ¡Socorro, socorro….!

Por fin estaba llegando y ya distinguía las siluetas de sus colegas.

- ¡Eeeehhh, ya era hora cabrón!

Él sonrió. Estaban tan graciosos como siempre. Levantó el brazo donde llevaba la carga y lo agitó mostrándoselo. Su sonrisa era de oreja a oreja. Allí estaban ellos, ni sus padres, ni los de clase, ni nadie más. Sólo ellos. Sus amigos, sus coleguitas.

- Qué pasa, troncos. Llevo un rato andando y esto pesa bastante.

- Trae eso para acá. A ver, dónde está.

- Aquí mismo, detrás de esa pared.

- Muy bien, chaval. Casi ni se nota entre las hojas.

Él les miró mientras trabajaban. Es cojonudo tener gente así contigo, pensó, sabiendo que puedes contar con ellos siempre.

- No te quedes ahí como un pasmarote. Tráete una botella de whisky que hay en el maletero del coche, a ver si nos animamos.

Así lo hizo. El fogonazo del alcohol calentó su garganta, pero también encendió su ánimo, un poco decaído.

- Joder, ¿de dónde has sacado una pala tan asquerosa?

Él volvió a sonreír.

- Es de mi viejo. La tiene metida en el garaje desde hace años. No se va a dar ni cuenta de que ha desaparecido.

Sus amigos se turnaban cavando para no cansarse. Media hora más tarde el agujero era lo suficientemente grande. Entre los tres cogieron el cuerpo de ella y lo metieron dentro.

- ¿Quieres decir algo antes de taparla?

- Sí. ¡Jódete, zorra de mierda!

Le dio una patada al cuerpo y lo escupió. Todos rieron.

- ¡Sí, jódete! ¡Esto te pasa por no ser una buena chica y no dejarte!

Las carcajadas animaron su ingrata labor. Cuando hubieron tapado el agujero con arena y colocado estratégicamente ladrillos y piedras encima, parecía que no había pasado nada allí. Todo seguía tan asqueroso como siempre. Se dirigieron al coche. Por el camino surgió una duda en él.

- Oye, ¿creéis que no pasará nada?

Uno de ellos respondió.

- Tú no te preocupes, tronco, como si aquí no hubiera pasado nada. Aunque te hubiera visto alguien, ayer estaba demasiado oscuro para distinguirte la jeta.

- Pero los padres de ella denunciarán la desaparición a la policía.

- Que no pasa nada, coño. De algo tendría que servir ser guardia civil, ¿no?

Él siguió caminando, más tranquilo ahora. El otro amigo, que no había hablado casi hasta entonces, le dijo:

- Y no te olvides de que tenemos reunión mañana. Por cierto, ¿cuándo te vas a rapar el pelo? Los demás chicos ya lo han hecho….

FIN

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Última modificación: 16-12-1999