El Rincón Literario
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

 Histórico Año III

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Noviembre 2000. Nº 20

Un lector del otro lado del charco nos envía el instructivo cuento anónimo que les ofrecemos.

Antes, sin embargo, queremos pedir disculpas a nuestros lectores por no haber incluido en el Rincón Literario del número anterior (VA19), la nota de Daviz Melero, referente a su narración titulada "Barras y Estrellas", que decía: "Basado en un relato de "Historias Bélicas".

El círculo del noventa y nueve

Cuento de autor anónimo.

Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente que, como todo sirviente de rey triste, era muy feliz.

Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey cantando y tarareando alegres canciones de juglares. Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre.

Un día el rey lo mandó a llamar.

- Paje -le dijo-, ¿cuál es tu secreto?

- ¿Qué secreto, Majestad?

- ¿Cuál es el secreto de tu alegría?

- No hay ningún secreto, Majestad.

- No me mientas, paje. He ordenado cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.

- No le miento, Majestad, no guardo ningún secreto.

- ¿Por qué estás siempre alegre y feliz?, ¿eh?, ¿por qué?

- Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Serena Majestad me honra permitiéndome atenderlo. Tengo a mi esposa y a mis hijos viviendo en la casa que la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y, además, su Majestad me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿cómo no estar feliz?

- Si no me dices ahora mismo el secreto, te haré decapitar -dijo el rey-. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.

- Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando...

- Vete, ¡vete antes de que llame al verdugo!

El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación.

El rey estaba como loco. No consiguió explicarse cómo el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos.

Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.

- ¿Por qué el paje es feliz?

- Ah, Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo.

- ¿Fuera del círculo?

- Así es.

- ¿Y eso es lo que le hace feliz?

- No Majestad, eso es lo que no le hace infeliz.

- A ver si entiendo, ¿estar en el círculo te hace infeliz?

- Así es.

- ¿Y cómo salió?

- ¡Nunca entró!

- ¿Qué circulo es ese?

- El círculo del 99.

- Verdaderamente, no entiendo nada de lo que estás diciendo -se irritó el rey.

- Verá Majestad, la única manera para entenderlo, sería mostrarlo con hechos.

- ¿Cómo?

- Haciendo entrar al paje en el círculo.

- Eso, obliguémoslo a entrar.

- No, Majestad, nadie puede obligar a otro a entrar en el círculo.

- Entonces habrá que engañarlo.

- No hace falta, Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solito.

- ¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?

- Sí se dará cuenta.

- Entonces no entrará.

- No lo podrá evitar.

- ¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo y, de todos modos, entrará en él, y no podrá salir?

- Tal cual. Majestad, ¿está su Serenidad dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del círculo?

- Sí

- Bien, esta noche, a la hora del alba, pasaré a buscar a su Majestad. Debe tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. ¡99!

- ¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso?

- Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche.

- Hasta la noche.

Así fue. El sabio pasó a buscar al rey. Juntos se deslizaron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del paje. Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía:

"Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie cómo lo encontraste."

Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse. Cuando el paje salió, el sabio y el rey espiaban detrás de unas plantas lo que sucedía. El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados y penetró en la casa. Se oyeron los metálicos ruidos de los cerrojos al correrse, y dos sombras se acercaron a la ventana para ver la escena.

El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa y dejado sólo la vela. Se había sentado y había vaciado el contenido de la bolsa sobre el mantel. Sus ojos no podían creer lo que veían, ¡era una montaña de monedas de oro!

Él, que nunca había tocado una de estas monedas, tenía hoy una montaña de ellas para él.

El paje las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar la luz de la vela sobre ellas. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así, jugando y jugando empezó a apilar las monedas en torres de 10. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis.... y, mientras, sumaba 10, 20, 30, 40, 50, 60.... hasta que formó la última pila: ¡¡¡9 monedas !!!

Su mirada recorrió primero la mesa, buscando una moneda más; luego la bolsa y finalmente el piso. "No puede ser", pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja.

- Me robaron -gritó-. Me robaron, ¡¡malditos!!

Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro, ¡sólo 99!

- 99 monedas. Es mucho dinero –pensó-. Pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo -razonaba-. Cien es un número completo, pero noventa y nueve no.

El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, tenía el ceño fruncido y los rasgos tensos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el que asomaban los dientes.

El sirviente guardó las monedas en la bolsa y, mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña. Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar como sirviente para comprar su moneda número cien?

Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguir redondear la cifra. Después, quizás no necesitara trabajar más. Con cien monedas de oro un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es rico.

Con cien monedas de oro se puede vivir tranquilo. Hizo el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario. "Doce años es mucho tiempo", se dijo. Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por una temporada. Y él mismo, después de todo, terminaba su tarea en palacio a las cinco de la tarde, podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello. Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero. ¡¡¡ Todavía era demasiado tiempo!!!

Quizás pudiera llevar al pueblo lo que sobraba de las comidas de palacio todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender... Vender... Vender...

Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno? ¿Para qué más de un par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.

El rey y el sabio se retiraron. El paje había entrado en el círculo del 99...

Durante los meses siguientes, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche. Una mañana, el paje entró en la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando y con cara de malas pulgas.

- ¿Qué te pasa? -preguntó el rey de buen modo.

- Nada me pasa, nada me pasa –gritó.

- Antes, no hace mucho, reías y cantabas a todas horas.

- Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría su Majestad, que fuera su bufón y su juglar también?

No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.

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MORALEJA:

Tu y yo y todos nosotros hemos sido educados en esta estúpida ideología:

Siempre nos falta algo para estar completos, y sólo completos se puede gozar de lo que se tiene. Por lo tanto, nos enseñaron, la felicidad deberá esperar hasta completar lo que falta....

Y como siempre nos falta algo, la idea retoma el comienzo y nunca se puede gozar de la vida. Pero qué pasaría si la iluminación llegara a nuestras vidas y nos diéramos cuenta, así, de golpe, que nuestras 99 monedas son el cien por ciento del tesoro, que no nos falta nada, que nadie se quedó con lo nuestro, que nada tiene de más redondo cien que noventa y nueve, que todo es sólo una trampa, una zanahoria puesta frente a nosotros para que seamos estúpidos, para que empujemos el carro, cansados, malhumorados, infelices o resignados.

Una trampa para que nunca dejemos de empujar y que todo siga igual... ¡eternamente igual! ....

Cuántas cosas cambiarían si pudiéramos disfrutar de nuestros tesoros tal cual están...

Fuenteovejuna

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