El Rincón Literario
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

 Histórico Año III

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Mayo 2001. Nº 25

LA LUZ DEL ATARDECER

Arturo Pérez París

Cada tarde, cuando llega el crepúsculo, me suele sorprender en mi habitación estudiando. He de decir que habitualmente estudio sentado a la mesa frente a una ventana viendo todo el paisaje de poniente. Éste me muestra la perspectiva del Madrid que se encontraría aquel que entrase por el este de la ciudad. El horizonte está roto por una sucesión de edificios en la distancia, al que se antepone el pequeño bosque del parque La Quinta de los Molinos. Disfruto así de una singular mezcla de naturaleza domada (sí tal cosa es posible) y paisaje urbano, a mi entender poco agresivo.

Como decía, hay un momento mágico, en el que de modo, yo diría instintivo, levanto la mirada de mis papeles y observo el mosaico de formas, sombras y colores que, de manera gratuita, se me ofrecen. Es un momento especial, en el que casi podría jurar que noto bajo mis pies cómo la tierra rota ocultando así la luz del sol, y cómo los últimos rayos, en una desesperada lucha por oponerse a la oscuridad se aferran al horizonte y, desgarrándose, nos muestran las vetas rojizas y azuladas que apreciamos cada tarde, si conscientemente queremos notar y hacer que realmente ese día también haya merecido la pena haberlo vivido.

Si a todo ello sumamos que, a la vez, también es normal que estudie con la radio puesta, en la que sintonizo permanentemente Sinfo Radio, y da la casualidad que en esos momentos emiten alguna pieza con un marcado sentimiento dramático (como la marcha fúnebre del "Crepúsculo de los Dioses" de Wagner o mejor aún el primer movimiento del concierto para chelo de Elgar), entonces a uno se le desgarra el alma, y no puedo reprimir (ni quiero) que una lagrimilla, de la emoción del momento, sea derramada. Después de seis años con esta misma costumbre, a la fuerza, este galvanizado corazón mío debía evolucionar de alguna manera, aunque no así mi sardónico sarcasmo.

Es precisamente, en ese momento, cuando más claros tengo los pensamientos, y con más alegría bullen en mi cabeza y conviven. en el mismo momento y lugar. las ciencias aprendidas con las ilusiones y las fantasías casi infantiles que todos tenemos. Así al cabo de un rato me asaltan las fábulas o cuentos, como las que ya con anterioridad relaté y como las que ahora expongo, aprendidas en el continuo de esta corta existencia de casi treinta años.

La primera que expondré me fue transmitida hace bien poco, a raíz de haber conseguido un gran logro profesional, que no viene al caso mencionar, después de un gran y prolongado esfuerzo:

LA CAMPANA

Para los monjes y lamas tibetanos la campana tiene un hondo significado espiritual y forma siempre parte del ritual religioso.

Había una vez un joven monje que anhelaba disponer de su propia campana y poderla tener en su celda. Tal era su anhelo por poseer una campana para sí mismo, que muchos de sus compañeros lo sabían y la noticia llegó a oídos del abad del monasterio. Un día hizo llamar al joven y le dijo:

- Tengo entendido que te gustaría tener una campana para ti, ¿no es así?

- Así es, venerable abad. Me gustaría poder contar con una campana para tenerla en mi celda.

- Pues te propongo una cosa -dijo el abad al monje-. Si limpias a fondo el monasterio y lo dispones todo perfectamente para el próximo festival religioso, que tendrá lugar en una semana, tendrás la campana que tanto deseas; te lo aseguro.

El monje sintió una gran dicha. Por fin sus sueños de poseer una campana se iban a hacer realidad. Con dedicación absoluta se puso a limpiar y ordenar todo el monasterio. Fue un trabajo duro, pero el fatigoso trabajo estaba guiado en todo momento por la motivación de poder conseguir la campana. Unos días después, el monasterio aparecía reluciente y todo había sido perfectamente ordenado. El monje suspiró aliviado. ¡Por fin había cumplido su tarea y lo había hecho a la perfección! En verdad que se había ganado la campana.

Anochecía. A la luz vacilante de las lamparillas de manteca de yak, novicios, monjes y lamas efectuaron la ceremonia del atardecer, saturando la mente de salmodias y del sonido de los címbalos y las trompetas. Acabada la ceremonia, cada monje se retiró a su celda. Pero el monje que había limpiado el monasterio se acercó a hablar con el abad y, antes de que nada pudiera decir, éste declaró:

- Has hecho un trabajo excelente Aquí tienes la campana. Ahora ve a descansar, que buena falta te hace.

El monje se retiró a su celda. Se sentó sobre el jergón y como un muchachito ilusionado comenzó a mover la campana para escuchar su embelesante tañido. Pero la campana no sonaba. «¿Cómo es posible?», se preguntó extrañado. Dio la vuelta a la campana y se dio cuenta de que no tenía badajo. Se sintió engañado. ¿Era una broma pesada del abad? ¿Quería mofarse de él? ¿No apreciaba lo suficiente el fatigoso trabajo que había llevado a cabo? Corrió hasta la celda del abad y llamó a la puerta.

- Pasa -dijo el abad-. Te estaba esperando.

- Venerable lama, apenas podía creer lo que he visto hace unos instantes. Me obsequias con la campana prometida, voy a tañerla y resulta que carece de badajo. ¿Para qué quiero una campana muda, una campana sin que pueda sonar?

- Estás indignado, ya veo -dijo serenamente el abad-. Pero eres tú el quien debe poner el badajo.

El monje miró al abad estupefacto.

- Sí, así debe ser. El badajo es tu claridad y tu compasión internas. No es un badajo de bronce lo que tiene importancia, sino hacer sonar la campana (la campana maravillosa de tu mente y de tu corazón) con el badajo de tu lucidez y tu benevolencia.

Sobrecogido por la emoción, el monje dijo:

- Nunca nadie hubiera podido hacerme un regalo mejor. Gracias, venerable maestro.

Con esta fábula quiero decir, que no es suficiente con conseguir nuestros propósitos, después debemos desarrollarlos, siempre para bien. Por ello nuestras actividades deben ser dinámicas, es decir, vivas, en continuo desarrollo. Nunca estáticas, con un principio y un final. Ojo, esto no quiere decir que estemos siempre "mareando la perdiz" y que todo cuanto hagamos esté siempre de forma provisional y en obras. No, con esto indico que podemos acabar las cosas en un momento dado, pero ello no quiere decir que deban quedarse así "PER SECULA SECULORUM". Todo es susceptible de mejorarse y siempre en beneficio de todos, no sólo en el presente, sino también para los que vengan en el futuro.

Otra "historieja", que nos da una vieja pauta de comportamiento ya muchas veces repetida, pero con los tiempos que corren y, por ende, en la hoguera de vanidades en que vivimos, no nos permite aplicar.

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LA TORTUGA

Había una vez una simpática tortuga que vivía en las proximidades de un lago. Diariamente acudían dos garzas a saciar su sed en aquellas límpidas aguas. Poco a poco fue naciendo una estrecha amistad entre la tortuga y las garzas. La vida discurría apaciblemente en esas silenciosas tierras entre un circo de elevados picos y un maravilloso lago en el valle. Pero las vicisitudes alcanzan a todos: seres humanos y animales. Ese año las lluvias no terminaban de llegar, ante la desesperación de la tortuga y sus buenas amigas. Así, implacablemente, el nivel del lago iba disminuyendo ostensiblemente. Poco a poco se iba quedando seco. Las garzas reflexionaron y llegaron a la conclusión de que era necesario tomar una decisión urgente o corrían el riesgo de morir de sed. ¿Qué decidieron nuestras diligentes amigas? Pues acordaron que era necesario emigrar a regiones húmedas y así lograr sobrevivir. Emprenderían el vuelo hacia otras tierras más prometedoras. ¿Pero acaso habían pensado en la tortuga? No sabemos si hay en algún lugar tortugas que tengan alas y puedan volar, pero no era el caso de la tortuga de nuestro relato, que se quejó apenada:

- Vosotras tenéis alas y podéis ir a cualquier parte que os propongáis pero, decidme, ¿qué me espera a mí, qué puedo yo hacer?

La tortuga se introdujo en su caparazón, pero sus sollozos eran bien audibles. Lloraba y lloraba desconsoladamente. Llegó la noche y el cielo se cuajó de rutilantes estrellas. Sólo se escuchaba el llanto de la tortuga y, a su lado, desconcertadas, estaban las garzas. Se les partía el corazón al ver el desconsuelo de su amiga. Entonces, cuando ya el sol comenzaba a despuntar, tuvieron una idea tan luminosa como luminoso se anunciaba el día. Se iban a llevar a la tortuga con ellas. ¿Cómo? Pues cogerían un palo, que sostendrían desde cada extremo con el pico, y la tortuga se colgaría del mismo atenazándolo con la boca. ¡Qué fenomenal solución! La tortuga dejó de llorar y, agradecida, se abrazó a las garzas. Eran momentos de alegría sin límite.

Buscaron un palo adecuado y cada garza lo cogió con el pico por un extremo. La tortuga mordió el centro del palo. Así dio comienzo el viaje. Dos garzas y una tortuga planeaban por el cielo azul de las altiplanicies. Cruzaron por encima de un pueblo y, al ver a los animalitos, la gente exclamó:

- ¡Mirad, mirad, qué tortuga tan lista, con qué destreza se agarra al palo!

La tortuga se sintió henchida de orgullo. Las garzas ponían toda su atención en proseguir el viaje. Sobrevolaron pueblos y aldeas. La gente exclamaba deleitada:

- ¡Qué tortuga tan inteligente! ¡Con qué habilidad se cuelga de la vara!

La tortuga no cabía en sí misma, tal era su vanidad. Aquellos elogios la hacían sentirse muy feliz e incluso se dijo a sí misma: «La verdad es que siempre he sido una criatura muy inteligente y sagaz».

Siguió el viaje. Entonces las garzas y la tortuga sobrevolaron una valle fértil, donde había buen número de pacíficos campesinos. Miraron al cielo y exclamaron:

- ¡Ved, ved, no os lo perdáis! Mirad que garzas tan sabias, tan sagaces, tan hermosas. ¡Qué inteligencia la suya para poder transportar a esa tortuga! ¡Qué animales tan espléndidos, tan inteligentes, tan generosos, tan ocurrentes! ¡Qué garzas bellas y además bondadosas!

La tortuga estaba indignada porque ninguno de aquellos campesinos profería un sólo elogio hacia ella. Al contrario, era casi como si ella no existiera, y seguían exclamando maravillados:

- ¡Qué garzas más fantásticas, qué criaturas gráciles y bondadosas!

Harta de tantos halagos a las garzas y herida en su orgullo, la tortuga gritó:

- ¡Necios! ¡Qué sabréis vosotros!

Al hablar, la tortuga soltó el palo e, inevitablemente, se precipitó en el vacío. Chocó violentamente contra el suelo, el caparazón se hizo mil pedazos y su cuerpo quedó reventado.

¿Acaso esta fábula nos es extraña? ¿Tal situación no la hemos vivido?. ¡Cuántas veces habré metido la pata por bocazas! En tales ocasiones doña Matilde (mi madre), que siempre me pilla en tales lides, me recuerda aquello que reza el Kempis:

"Nunca me penó el haber callado y si mucho el haber hablado"

Y es que ¿cuántas ocasiones perdemos de mantener la boca cerrada? Nuestra propia vanidad nos pierde: VANITA VANITATUM, ET OMNIA VANITAS.

Siempre me he considerado un pacifista nato. Odio la violencia en todas sus formas aunque, para mi desgracia, aún continuo siendo lo suficientemente orgulloso, o quizás debería decir soberbio, como para no poner la otra mejilla cuando me abofetean. Por otro lado creo ser paciente. Por ello cuando actúo, lo hago de forma contundente y después de muchas bofetadas. Ojalá todo esto no fuese nunca necesario. Sin embargo, a veces, las bofetadas no son físicas. La siguiente fábula va dirigida a todos aquellos que creen en la violencia, en cualquiera de sus formas, para resolver los problemas.

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LA DISPUTA

Un yogui de la India peregrinó al Tíbet. Anhelaba rendir pleitesía al sacrosanto monte Kailash y también, por qué no, tener encuentros intelectuales con los monjes tibetanos y poder departir sobre la Enseñanza. En el camino se encontró con uno de esos monjes. El yogui hindú, afablemente, pidió unos minutos de compañía y le rogó comentar algunos puntos de vista sobre la Enseñanza. El monje tibetano era muy cordial y estaba encantado con la proposición. os dos hombres eran simpáticos, abiertos y se sentían bien con este encuentro. Se sentaron apaciblemente bajo un árbol y comenzaron a charlar animadamente. De repente, el monje tibetano aseveró:

- Todo es transitorio, inestable, doliente, vacuo.

El yogui hindú replicó:

- No es así, te lo aseguro. Hay dicha, así como un principio superior permanente, y nada es vacuo.

Pero el monje insistió implacablemente:

- Estás equivocado. Todo es impermanente, todo. Todo está vacío. Nada perdura.

¡Insensato! -replicó el yogui hindú-.¡Qué sabes tú! En cada persona hay un alma imperecedera. Es perdurable, inmortal, eterna.

- ¡Necio! -gritó el monje-. Nada tiene entidad fija. Nada trasciende. Nada dura.

Se enzarzaron en una gran discusión. Los gritos quebraban el reconfortante silencio de las montañas y valles. Estaban a punto de llegar a las manos, cuando pasó por el lugar un anciano lama que, conciliador, se aproximó a los disputadores y les pidió que le explicaran por qué discutían. Se lo hicieron saber y el lama dijo:

- Ahora este anciano os propone un instructivo ejercicio. Solicito que cada uno de vosotros defienda la postura opuesta que, tan acaloradament,e defendíais. Luego pasaré a veros. Ahora debo partir.

Una vez se hubo alejado el anciano, el yogui y el monje comenzaron a exponer sus ideas, pero a la inversa, cada uno defendiendo la que antes había atacado. Poco a poco se fueron enardeciendo. El yogui hindú afirmaba:

- Pero ¿acaso estás ciego, tonto monje? Todo es inestable, pasajero, causa de sufrimiento, insustancial, vacuo como una gota de rocío.

El monje tibetano, fuera de sí, replicaba:

- ¡Nunca he visto mayor obcecación, mayor ofuscación y negligencia! ¡Mira que decir que todo es insustancial! ¿Y el alma? ¿Y el Divino? Estás gravemente equivocado.

La disputa se hizo más violenta si cabe que la anterior. Hasta los yaks se sentían atemorizados. Pero volvió el anciano lama y pidió calma y reflexión. Luego estalló en una carcajada que hizo temblar las nubes. No necesitó decir nada, porque el yogui y el monje se dieron cuenta de la estratagema del anciano y de cómo uno y otro se habían aferrado a los conceptos defendiendo lo que luego atacaban y viceversa. Se sintieron al primer momento ridículos, pero luego estallaron también en una gran carcajada.

Qué podemos decir sino que los conceptos que tenemos sobre lo que nos rodea son una limitación, ya que ni los pensamientos ni las palabras pueden pensar ni hablar sobre lo que está más allá de ellos. Si esto lo tuviéramos en cuenta y fuésemos menos inflexibles: ¿Cuántos problemas se resolverían sin haber siquiera empezado? Quizás la respuesta se encuentre a continuación.

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LA ECUANIMIDAD

Los lamas siguen los principios básicos de la enseñanza del Buda, entre otros el del camino del medio, que evita la indulgencia sensorial (la vida excesivamente disipada), por un lado, y la automortificación (como los ascetas) por otro. Un lama estaba impartiendo enseñanza a uno de sus discípulos y le estaba recordando los factores iluminadores, tales como la atención, la energía, el sosiego y otros. El discípulo le atendía con atención y provecho, pero cuando el lama comenzó a extenderse a propósito del importantísimo factor iluminador que es la ecuanimidad, el joven no terminaba de comprender en qué estribaba realmente esta cualidad. Sí, estabilidad de ánimo, firmeza de mente, armonía... Pero no acababa de comprender exactamente lo que representaba la ecuanimidad. Se excusó:

- Venerable lama, perdona mi ofuscación, pero así como entiendo muy bien el provecho y alcance de los otros factores de iluminación, no termino de comprender qué es y representa exactamente la ecuanimidad.

El lama no contestó. Se limitó a tender un alambre entre dos árboles. Ante la sorpresa del discípulo, se remangó la túnica y se encaramó al cable, con la misma soltura que un pájaro se coloca en la rama de un árbol. ¿Qué pretendía el lama? El discípulo temió que se cayese y se lastimase de veras. Iba a prevenirle, pero el lama se adelantó para decir:

- Ahora observa con mucha atención. No dejes de observar

El maestro comenzó a caminar por el cable tratando de mantener hábilmente el equilibrio. Cuando su cuerpo se iba demasiado hacia un lado del alambre, corregía en sentido contrario, con cuidado y armonía; si su cuerpo se iba hacia el otro lado, volvía a rectificar con precisión. Así evitaba precipitarse hacia uno u otro lado. Esforzándose lúcidamente por mantener el equilibrio, rectificando sabiamente cuando era necesario, el maestro, ante la creciente perplejidad del discípulo, fue y vino por el alambre. Después dio un salto y se colocó firmemente sobre la tierra. Preguntó:

- ¿Has logrado comprender?

- Perfectamente, querido maestro -repuso satisfecho el discípulo-. Has tratado hábilmente de mantener en todo momento el equilibrio, con mente firme, evitando caer a uno u otro lado. Ahora entiendo lo que es la ecuanimidad y su gran valor

Así las cosas, la respuesta que andábamos buscando aquí la hallamos. Debemos evitar por todos los medios los extremos, ya que éstos resultan ser trampas peligrosas. Por ello, debemos mantener la mente en equilibrio y no permitir que nuestras reacciones ante los eventos que nos acontecen sean desorbitadas. Es decir, el punto medio (el tan traído y llevado centro) en nuestra manera de pensar y actuar es el más adecuado, siempre y cuando lo hallamos encontrado, pero esa es otra tarea...

Por último esta fábula quisiera dedicarla a un amigo en especial que tanto busca entre los que leen el porvenir, lo que él mismo vería sólo con hilar los datos que tiene en el presente, para predecir exactamente lo futuro en función de lo que hacemos.

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EL ASTRÓLOGO

Había, hace mucho tiempo, un monarca muy poderoso que reinaba despiadadamente, como si no tuviera sentimientos. Era un rey cruel y despótico pero, a menudo, consultaba a los astrólogos, tal vez porque temía que otros pudieran vengarse de él por los actos crueles a los que había recurrido sin reparo. En una ocasión oyó hablar de un astrólogo que era muy preciso en sus predicciones. Enseguida le hizo llamar. Pero el monarca estaba harto de que los astrólogos, por miedo a ser arrestados o a perder la cabeza, le mintieran, le suavizaran las predicciones o le hicieran oír lo que pensaban le gustaría escuchar. Por eso, en cuanto tuvo al astrólogo ante él, el monarca le previno:

- Si me mientes te arrestaré de por vida. Quiero que me hagas un estudio muy profundo y me digas lo que ves más relevante.

- Así lo haré, majestad -dijo el astrólogo.

Durante días el astrólogo hizo sus cálculos e interpretaciones. Después se encontró de nuevo con el rey.

- ¿Qué es lo más relevante? -preguntó al punto el rey.

- Os he prometido franqueza y la tendré -dijo el astrólogo-. Lamento decíroslo, señor, pero la muerte os robará la vida en siete días.

El rey se sobrecogió espantado. Seguramente, pensó, como tenía tantos enemigos, alguno de ellos estaría maquinando para quitarle la vida. ¿Qué hacer? Lo mejor era recluirse durante más de siete días en un refugio inexpugnable. Dio órdenes de construir uno muy seguro. Durante seis días edificaron una pequeña fortaleza realmente inexpugnable. El monarca solicitó que, cuando se introdujese en ella, clausurasen las ventanas y la puerta con un sólido e impenetrable muro y que apostaran su guardia personal alrededor del refugio. Una vez hubiera pasado el día séptimo, podría abandonar la fortaleza y regresar a palacio.

El monarca entró en la fortaleza el sexto día. Nada más alojarse en ella, se clausuraron las ventanas y la puerta. El rey suspiró aliviado. «Ahora estoy seguro. Mis enemigos se llevarán un chasco. ¡Pobres estúpidos!» Pero de repente, sobrecogido, el monarca descubrió que había una rendija en uno de los muros. «¡Maldita sea! -Se dijo-. Por esa rendija a saber qué podrían hacer los que intrigan contra su rey». Con su propia saliva y un poco de arena hizo una masilla y la colocó sobre la rendija. Volvió a suspirar aliviado. «¡Por fin estoy realmente a salvo!», pensó. Unas horas después, sin embargo, se extinguía todo el oxígeno de la fortaleza. Al amanecer del día séptimo, el monarca moría por asfixia.

Para este caso puntual se podría declarar que el único refugio seguro es el corazón bondadoso, o como decía el refranero castellano: "Enemigos los menos y muertos". Quizás esta no sea la mejor manera de expresarlo, pero ya sabemos cómo se las gasta nuestra sabiduría popular. Una manera más "políticamente correcta" de expresarlo sería lo que me decía mi padre: " Ten amigos por todas parte, incluso en el infierno". Quizás ésta sea la manera más apañada de ir por la vida.

Por otro lado, advertiré del cuidado a tener con las predicciones del futuro. ¡Qué curioso!, nunca tienen fecha, y por esa razón, por la ambigüedad con la que se exponen y cómo nos condicionan, siempre se cumplen o mejor dicho hacemos que así sea.

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Última modificación: 29-05-2001