El Rincón Literario
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

 Histórico Año III

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Febrero 2001. Nº 22

FÁBULAS

Arturo Pérez París. Alumno de la Escuela Politécnica. Universidad de Alcalá. 

Después de seis años de carrera en la Universidad de Alcalá, han sido tantas las cosas que he visto, que lo único que se me ocurre es recordar una serie de fábulas, aprendidas aquí y allá, que resumen alguna de las perspectivas que tengo de la vida. Las interpretaciones de cada una de ellas que a continuación se exponen no son más que eso, las consecuencias que particularmente saco yo, tan acertadas o equivocadas como lo puedan estar otras pero, en ningún caso, son artículos de fe. Sería bueno que cada uno obtuviera sus propias moralejas. Ojalá sirvan al lector de algo, cuando menos más de lo que a mí me sirvieron. ¡Qué sencillo es predicar y qué difícil dar trigo! Comencemos pues con los cuentos que es para lo que estamos aquí.

El León y el Viento

Hubo una vez un poderoso león, dominador de un gran y rico territorio. A éste un día llegó el viento con la intención de arrebatárselo. El león creyéndose capaz de hacerle frente, le plantó cara con un feroz rugido. Sorprendido el viento se paró y le dijo:

- Es loable tu postura, pero cuan patético me pareces. ¿No ves que con sólo quererlo podría matarte y borrar tu rastro de la faz de la tierra?

Ante estas palabras el león retrocedió unos pasos pero, enseguida, recuperado el ánimo, contestó:

- Cierto es que eres más poderoso que yo. Ello lo demuestra todo lugar por el que pasaste y todo aquel oponente que tuviste, los cuales no volvieron a levantar cabeza. Mas algo si es cierto, aun siendo más fuerte que yo, tú estás de paso y, sin embargo, yo estoy aquí para permanecer. Cuando lo hayas arrasado todo y no seas más que una simple brisa, yo continuaré siendo quién soy, mientras que tú desaparecerás.

Al oír este discurso, el viento, enfurecido, de una fuerte racha se deshizo del león y, ensoberbecido por tal acto, comenzó a arrasar el territorio. Llegó un momento en el que el viento, cansado, se convirtió en brisa y, con sus últimos resuellos, el moribundo león hizo una profunda inspiración acabando con él.

- Ves yo permanezco y cuando yo no esté quedarán los míos que ocuparán mi lugar, mientras que tú eres único y al ser exterminado ya no queda nada de ti, porque en verdad eres estéril.

Curioso, ¿verdad?. "VANITAS VANITATUM ET OMNIA VANITAS". Cuántas veces el orgullo nos lleva a pecar contra nosotros mismos y/o contra los demás. Si el viento no se hubiese engreído tanto aún continuaría su camino. Si el león, a pesar de tener la razón, se hubiera doblegado algo, no habría dejado huérfana a su grey. Siempre existe, aunque a veces no la veamos, una tercera vía, y esa es la del amor, que, en sí, es la máxima expresión de la comprensión y de la misericordia. Y, sin embargo, casi siempre elegimos las otras opciones porque creemos que ésa es la elección de los débiles. ¡Cuán equivocados estamos!. Es más, en esta historia ¿con qué papel nos sentimos más identificados? Ésta es una respuesta que sólo nuestro corazón puede verdaderamente darla.

El invierno y el verano

Un discípulo, apesadumbrado, se dirigió a su maestro para preguntarle:

- Maestro, cuando llega el verano, ¿cómo escapar de él? Cuando llega el invierno, ¿cómo escapar de él?

- Es fácil, amigo mío –repuso el maestro-. Cuando llega el verano, sudas; cuando llega el invierno, tiemblas. ¿Dónde está el problema? Ya has escapado al verano y al invierno, ¿te das cuenta?.

Quizás porque estoy en una época mitad mística, mitad extremadamente sensible, esta fábula me provoca la siguiente reflexión:
La mente tiene una tendencia tremenda, y por cierto horrible, a crear conflictos. En verano, desea que sea invierno; en invierno, que sea verano. Ésta quizás sea la naturaleza de nuestra mente. Ahí suele radicar en ocasiones el problema. Por falta de claridad, y de eso estos tiempos están bien preñados, se genera tensión innecesaria y se añade sufrimiento a nuestras angustias. Nos debatimos y nos desgarramos en nuestras propias contradicciones. Es por ello que deberíamos conocer, reeducar y aprender a dirigir nuestra mente, tarea de gigante en espíritu. Pienso que así como el agua, en su fluir, "sabe" encontrar el punto de menor resistencia para seguir haciéndolo, así debería nuestra naturaleza adaptarse al cosmos y no perder tanto tiempo y energía en adaptar lo que no es viable de ser adaptado, es decir, debería respetar la entropía universal. Sin embargo, nuestras mentes, y la mía la primera, son un hervidero de contradicciones. No sabemos tener paciencia y por ello terminamos por angustiarnos. Aún conociendo todos estos hechos: ¿Qué hacemos para ponerles remedio?.

Esta tercera historia quizás no desvele la respuesta a esta pregunta, sino que descubra parte de aquellos males que nos aquejan, cuando menos a mí (francamente yo me siento fielmente reflejado).

El león guardián del lago

Un atardecer, un león se acercó hasta un lago para calmar su gran sed. Era un lago de aguas claras y despejadas. Cuando el felino se dispuso a beber en las apacibles aguas del lago, vio su rostro reflejado en ellas y creyó que otro león le miraba con ferocidad.

- "Este debe ser el león encargado de custodiar el lago. ¡Cualquiera bebe aquí!" -pensó.

Así, atemorizado se alejó del lago. Pero la sed iba en aumento y decidió volver a intentarlo. Al ir a beber agua, otra vez se encontró con el león del lago observándole. Para espantarlo abrió sus fauces de manera amenazadora, pero lo mismo hizo el león del lago. Asustado se fue corriendo. Mas la sed era implacable. Lo intentó varias veces (bien lo sabe Dios...), pero siempre estaba allí ese maldito león protegiendo el lago.

Sin embargo, era tanta la sed que tenía que, no pudiendo resistirla, tomó la determinación de beber agua del lago sucediera lo que sucediese. Se acercó a la orilla e introdujo rápidamente la boca en sus cristalinas aguas y, al punto, el "león guardián" se desvaneció.

Bonito ¿verdad?. Y es que a veces no hay peores miedos que los imaginarios, o aquellos que surgen por un enfoque distorsionado de la realidad. Lo cómico (o quizás por lo que sufrimos sea también trágico), es que cuando nos decidimos a enfrentarnos a tales miedos, estos se disipan como el león del lago. Ojalá , y yo el primero, nos aplicáramos el cuento, para resolver todos y cada uno de nuestros conflictos.

La Verdad

Un maestro y su discípulo comenzaron a dar un apacible paseo por el campo cuando el sol comenzaba a ponerse. Caminaban en silencio mas, de repente, el discípulo preguntó:

- Maestro, ¿puedes mostrarme la verdad?

El maestro preguntó:

- ¿Escuchas el trino de los pájaros?

- Sí –repuso el discípulo.

- Entonces –concluyó el maestro- , no tengo nada más que enseñarte.

Un poco críptico ¿verdad?. No, no tanto. A lo que nos refiere esta pequeña historia es a que debemos permanecer atentos a todos y cada unos de los matices del día a día, a todo aquello que nos rodea. Así el aprendizaje no cesa, poniendo en marcha todos los recursos de nuestra mente con el fin de arrojar algo de luz sobre las sombras e incertidumbres en que estamos inmersos. "Saber mirar, es saber amar", y, sin embargo, (soy el primero en acusarme), miramos y no vemos. O quizás nos autoengañamos y definitivamente no queremos ver. ¡Cuántas veces me he sorprendido a mí mismo, aún teniendo una gran certeza sobre algo, normalmente terrible, agarrándome a la más mínima de las expectativas, normalmente falsa, para conservar un ápice de esperanza de solución donde no existe! "La verdad nunca es triste, lo que no tiene es remedio". Esto es de Serrat, no vayan a acusarme de plagio como a Ana Rosa Quintana.

A tenor de esto último, quizás el siguiente cuento tenga algo que decir.

El loro desplumado

Un tendero tenía un loro en su tienda. Era un gran parlanchín y gustaba de hablar sobre todo cuando había clientes en la tienda.

Un día, estando el tendero ausente, con torpeza volcó una jarra de aceite que manchó todo el mostrador de la tienda. El propietario al ver el desastre que organizó el loro, montó en cólera y le arreó un golpe tremendo en la cabeza, haciéndole perder muchas plumas. A partir de entonces, el loro dejó de hablar. El dueño se culpaba a sí mismo, por ello hizo todo lo posible para que el loro volviera a parlotear, aunque no lo consiguió. Un día como otro cualquiera, un cliente calvo entró en la tienda.

Nada más verlo el loro comenzó a gritar:

- ¡Bobo pelado, bobo pelado!. Tú también has derramado una jarra de aceite ¿verdad?, y te han golpeado en la cabeza.

Más que una pequeña fábula, ¿no recuerda a un chiste (malo)?. Sin embargo, tiene una pequeña moraleja muy al caso. A menudo no vemos los hechos como son porque permitimos que nuestras anteriores experiencias nos condicionen, perturben e incluso distorsionen nuestra visión de la realidad. ¿No es cierto?. Por ello, pararse y meditar las cosas, desposeer nuestra mente de sus pasiones, incluso, como diría Carl Sagan, "dar un paso hacia atrás para ganar en perspectiva", es algo que nos puede ayudar a apreciar las cosas tal y como son, sin adulterarlas con nuestros propios esquemas.

¿Qué dirán?

En cierta ocasión un maestro y su discípulo caminaban de regreso a casa para cenar. Llegando al hogar (bonita palabra) el discípulo preguntó:

- Maestro, ¿cómo he de comportarme ante los comentarios de la gente?

Éste, mirándole con ternura, respondió:

- Esta noche irás al cementerio. Estando en mitad del camposanto, proferirás todo tipo de alabanzas y buenas palabras para con los muertos. Y mañana me cuentas el resultado.

- Pero maestro, ¿al cementerio? –repuso.

- Hazlo y verás. Pero antes cenemos...

Así pues cenaron y después el maestro se acostó, mientras el discípulo hacía lo mandado. Al día siguiente preguntó el maestro:

- ¿Qué te han dicho los muertos?

- Nada –contestó el discípulo.

- Bien. Pues esta noche volverás allí y les gritarás todo tipo de insultos y maldiciones que conozcas.

- Pero maestro, ¡es el cementerio y ellos son los muertos! No sé yo sí...

- Hazlo y verás.

Llegó la noche y el maestro se fue a dormir, mientras el discípulo cumplía fielmente con lo mandado. Al día siguiente preguntó el maestro:

- ¿Qué te han dicho los muertos?

- Nada –respondió el discípulo.

- Muy bien, ahí tienes la respuesta a cómo debes comportarte ante los halagos e insultos de la gente. Pues tanto la vanagloria, como la ira o el furor corrompen nuestra alma.

Creo que esta vez sobran los comentarios. Quizás sólo decir que esta historia se la contaba mi abuela a mi madre, ésta me la contó a mí hace mucho tiempo y ahora soy yo el que la transmite. Sería bonito que continuara... ¿A que parezco talmente un gurú? ¡Qué místico me estoy volviendo!. O en su defecto un rollista.

Y esto fue todo. Reitero la idea de que todas las interpretaciones anteriores no han de ser tomadas como verdades absolutas. Son sólo eso: mis conclusiones. Pueden, quizás, servir de guía, mas como diría mi abuela, que era una mujer muy sabia: "Haz lo que yo te diga y no lo que yo haga". En realidad, ¿quién soy yo para dar lecciones a nadie? Y menos siendo quien soy y estando como estoy. Lo mejor es que cada uno saque sus propias ideas, que en definitiva es de lo que se trata.

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