U.A.H.
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

 Histórico Año III

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Febrero 2001. Nº 22

Por una parte, nos va a tocar vivir un año y medio especialmente interesante y movido en la Universidad de Alcalá (tenemos elecciones de renovación total del Claustro el próximo 28 de febrero y en la primavera de 2002 elegiremos "nuevo rector"). Por otro lado, compañeros y lectores habituales de Vivat Academia de otras Universidades de Madrid nos han pedido colaboración para iniciar la edición de una revista semejante (es estos momentos estamos negociando la ampliación de esta publicación, con páginas especiales para cada una de estas Universidades, dejando un cuerpo común de opinión sobre temas generales).

Por tales razones, incluimos a partir de este número una página especial, denominada U.A.H., que tratará temas muy específicos de la Institución alcalaína. En ella daremos información puntual de los procesos electorales y decisiones de los órganos de gobierno; también publicaremos las opiniones de los lectores sobre nuestra situación actual. Comenzamos con dos artículos de nuestro compañero José Morilla, que contienen un preciso análisis del punto de partida del largo proceso electoral que se avecina.

Esperamos vuestras colaboraciones.

Gala en su laberinto (José Morilla Critz)

La Universidad: el día en que nos encerramos y arrojamos la llave (José Morilla Critz)

Gala en su laberinto

José Morilla Critz, Catedrático de Historia Económica. Universidad de Alcalá

Aunque parezca mentira D. Manuel Gala Muñoz, Rector de la Universidad de Alcalá, es economista y vive en los albores del siglo XXI en Europa. Hace tiempo que está alejado del debate científico y académico de su ciencia, pero el mero ojeo a periódicos y las pocas veces que escucha a sus interlocutores en las pausas de sus monólogos, le han debido hacer sospechar que eso del déficit es cosa mala. Hace sólo unos años solía contestar a los compañeros que ocasionalmente le planteaban dudas sobre compromisos de la Universidad sin tener asegurados los fondos que ¿cómo le podía preocupar el déficit a un economista?. Hoy, en tiempos en que el equilibrio presupuestario es defendido tanto por la teoría como por la política económicas, ya no se atreve a decir tamañas "boutades" y por eso cuando ese déficit le va quemando los "culottes", echa mano de la proverbial picaresca de su estilo de gobernar: la reprimenda gratuita a los demás y la cazurrería del campesino, extemporánea en un intelectual, de despacharse contra el "gobierno" (de la Nación o la Autonomía se entiende, no del suyo).

Hasta el presente la universidad española no ha conseguido generar fuentes sustanciales de recursos propios, a pesar de mucha declaración programática. Quienes como el Sr. Gala llevan dieciséis años (algo realmente extravagante) al frente de su universidad, tendrían que dar cuenta de su propio fracaso al respecto, en lugar de machacarnos frecuentemente con el recuerdo de esa evidencia de la que todos somos conscientes, pero ante la que tenemos menos capacidad de hacer algo que él. Como la medicina de caballo de las "privatizaciones" aplicado a un país como el nuestro en el que el capitalismo se ha hecho a golpe de contratistas del Estado y jóvenes radicales convertidos en su madurez en captadores de recursos públicos para sus "empresas de estudios", no hace nada más que duplicar los gastos y las funciones y desmoralizar a los honrados, y habitualmente más eficientes, servidores públicos, los déficits son graves siempre que se incurra en ellos sin la garantía del respaldo de las instituciones financiadoras de la universidad en cuestión. Tanto más cuando el motivo o motivos por los que se incurre sean acciones poco o nada productivas para los fines que deba cumplir.

La autonomía universitaria tal como está articulada en nuestro país, que debe ser criticada intelectualmente por muchas razones, significa para los que voluntariamente se meten a regir las universidades y, por tanto, aceptan las reglas del juego, tener en sus manos la posibilidad de decidir gastar y en qué gastar pero, en la práctica, extraordinarias dificultades para generar los recursos con los que cubrir esas decisiones voluntaristas. Esta contradicción, a falta de éxito en generar recursos propios, sólo se puede resolver con sentido de la responsabilidad, prudencia, entereza para quemarse eligiendo entre diversas opciones, buscando las ventajas competitivas de la institución e invirtiendo, siempre y contumazmente, en calidad y eficiencia. En el largo plazo, además, alcanzar el punto en el que éstas sean una realidad, no un manipulado recurso propagandístico, será alcanzar el estadio en el que el mercado se atreverá a invertir en nosotros.

Una política responsable de este tipo no hubiera engendrado los déficits en los que nos encontramos. Lo contrario, huir hacia delante bajo la premisa de que todo lo que deshilvanadamente soñado se crea, va a venir antes o después con un pan bajo el brazo, no puede justificarse en que ha hecho existir y crecer a muchas instancias que ahora hay en la Universidad, pues ello es jugar con la vieja trampa de los padres inmorales que, ante la crítica de sus hijos, les chantajean con haberles dado el ser. Para hablar en plata: en nuestra Universidad se han creado muchas cosas por puro capricho, sin respaldo de nuestros financiadores y con el eufemismo de "coste cero" que, de antemano, se sabía falso. Indudablemente, a posteriori, y dado nuestro sistema institucional, es absurdo pensar que tienen que dejar de existir, pero los responsables deben tener la integridad moral de no echar las culpas de sus decisiones a aquellos a los que no consultaron o aplacaron con arteras cuentas.

Se ha jugado, y nunca mejor se podría aplicar este término, a una política presupuestaria de "farol", es decir, a gastar en cosas que nos coloquen permanentemente en la palestra del "colorín colorado" y acumular así la suficiente presencia mediática, y expectativas, y poder, que, por sí mismas, concitaran un interés especial sobre la institución y, con ello, eventualmente, una financiación extraordinaria. Es la táctica que en mi tierra llaman del "espantacatetos" que, verdaderamente y sin ironías, puede ser algo serio y productivo, pero claro, siempre que no se pase uno de listo; siempre que no se pierdan los referentes con la realidad y los límites en el espacio y en el tiempo. Cuando al ingenioso loco que hace esto se le pillan las vueltas, todo se le vuelven pedorretas y capones, como ha hecho ahora el Tribunal de Cuentas. Y Gala está metido ya en este laberinto. Se lo dicen incluso esas auditorías de las que habla y de las que debería tener la gallardía de contarlas en su integridad; lo mismo que esa reciente auditoría de organización, que advierte seriamente del caos de gestión que tiene la Universidad.

No son tiempos estos ya de predominio de Keynes. Él, de formación "monetarista", debió darse cuenta antes que nadie, pero su megalomanía, tal vez un oculto sentimiento de desordenada necesidad de reconocimiento social y político y un simpático trazo de cinismo filosófico, le han llevado a creer que la Universidad de Alcalá era un juguete, o un cortijo, en el que se podían hacer todo tipo de experimentos para su mayor gloria en los cenáculos de la generación hambrienta de protagonismo de los "deslumbrantes 60". Aquí, en los últimos años del rectorado de Gala, desbordada ya toda medida, se han confundido fines y medios. Recuerdo una memorable escena en la que fui testigo excepcional hace tres años: Gala y el Presidente de una universidad americana, que reconocía abiertamente que disfrutaba con los grandes eventos, me plantearon que entre las dos Universidades tenían que hacer algo "grande". Yo contesté que me parecía muy bien pero que antes de utilizar el adjetivo habría que hablar sobre el sustantivo, es decir, qué se quería hacer y ya veríamos cuan grande se podía hacer: ambos me respondieron que lo de menos era el qué, pues lo verdaderamente importante es que fuera grande y con eco. Yo respondí, con ironía por supuesto, que podríamos organizar entre todos un asesinato y de esa manera la cosa tendría impacto..., la broma no gustó indudablemente y ahí quedó el asunto. Pero la escena resume lo que he venido diciendo: hay una actitud de ación por la acción en el gobierno Gala de la Universidad que lleva tiempo fuera de toda medida, planificación y prudencia. Toda acción genera gasto en recursos humanos y en recursos financieros y sólo si se selecciona inteligentemente y se es consciente de que hay que invertir previamente produce, a menor o mayor plazo, los recursos para su mantenimiento y continuidad. Si no es así, sólo deja caos y, a la postre, incapacidad de seguir funcionando.

Cuando se empieza a entrar en el laberinto y no se controlan las claves para salir de él, ni tampoco se tiene la humildad de reconocer que se anda perdido, el pícaro culpa a los organizadores de la atracción y al resto del público que le dificulta el paso: todos son ineficientes, egoístas, lentos, desagradecidos, pobres de espíritu. Sin embargo, la verdad es más sencilla: el pícaro se pasó de rosca y él, sólo él, es el culpable.

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Este artículo ha sido publicado en el periódico local "Diario de Alcalá"

La Universidad: el día en que nos encerramos y arrojamos la llave

José Morilla Critz, Catedrático de Historia e Instituciones Económicas. Universidad de Alcalá

Nuestra Universidad tiene en las próximas semanas una cita con las urnas de la que tiene que surgir un "Claustro" (asamblea de representantes de todos sus sectores: alumnos, personal de administración y profesores) que por razones de calendario habrá de elegir en la primavera del 2002 al Rector de la Universidad para el período 2002-2006. Esto es muy importante, pero igual de importante es que ese Claustro que surja de esas urnas decidirá cual ha de ser su papel real en la vida de la Universidad: motor del cambio o armazón de la estabilidad.

Hace varios lustros que un reducido número de maestros, un amplio grupo de jóvenes profesores y administradores y una plétora de alumnos motivados, los primeros, por el reto moral e intelectual, entusiasmados, los segundos, por el campo que se abría a sus expectativas intelectuales y profesionales y, encantados, los últimos, por el momento de aceleración histórica que les había tocado vivir, nos pusimos, todos, manos a la obra y elaboramos aquí, en Alcalá, como en las demás universidades españolas, una "carta magna" de nuestra institución: Los Estatutos de la Universidad de Alcalá.

Construimos un texto característico de unos arrogantes "revolucionarios" ya bien alimentados, imitando con notable anacronismo lo que tanto se repitió en la constituyente Europa de la segunda mitad de siglo XIX: como éramos por decisión propia el "bien absoluto" y con nuestro simple nacimiento el mundo había alumbrado una nueva era, si construíamos algo teníamos, en lo sucesivo, que garantizar su estabilidad. No nos planteamos algo tan elemental como que el hombre es siempre el hombre con sus grandezas y miserias, autoproclamado o no revolucionario y que un sistema, para ser útil a la vida que es flujo (los economistas decimos "crecimiento") tiene que tener, él mismo en su seno, tanta capacidad de cambio y renovación como de estabilidad.

Creamos en la Universidad de Alcalá un sistema en el que una instancia entendida como ejecutiva, dinamizadora y arbitral: el Rectorado, podría en un tiempo caracterizado por el rápido crecimiento extensivo de las actividades de la Universidad, constituir una red de poder por vínculos de dependencia asociados inevitablemente a las creaciones voluntaristas, favorecida por la no limitación de los períodos de mandato. Y creamos así la fuente de las viejas corrupciones congénitas a la estabilidad, a la vez que dificultamos la renovación normal, no traumática, elegante y benevolente para todos, que es imprescindible en una institución cuyos fines, en principio, favorecen la búsqueda constante, la crítica y la prueba.

Peor aún, creamos un sistema que favorecía la desmovilización de la opinión y dificultaba la interacción de las ideas, pues los órganos deliberantes y de formación de opinión en los estratos más primarios de la escala orgánica (p.e. las "Juntas de Centro") son de vida estatutáriamente efímera y en la cúspide (Claustro) su convocatoria e iniciativa real de funcionamiento queda, salvo extraordinario esfuerzo en los casos de haberse formado una "avalancha" contestataria, en las manos del grupo de poder en torno al Rector.

Andando el tiempo, el sistema ha alcanzado su perfección como instrumento de estabilidad, lo que se expresa en los dos hechos más destacables de la pobreza vital de la Universidad de Alcalá en los últimos años: el adocenamiento y arrogancia de un Rector casi "vitalicio" de facto y la caricatura de un Claustro que se reúne sólo a efectos formales y de trámite en el mínimo exigido por los Estatutos. También, secundariamente, se expresa en el funcionamiento como parlamento de "cemento" (estado de posiciones apriorísticas enfrentadas e irreconciliables entre las fuerzas en presencia en un órgano deliberante) del órgano de "cogobierno" con el Rectorado: la Junta de Gobierno. Sí, es verdad aunque no lo puedan creer sus ojos: un órgano en el que se reúnen mensualmente unas treinta personas conocidas entre sí hasta la saciedad, a veces por más de veinte años de contacto diario, hace tiempo que toma sus decisiones, hasta las más nimias, mediante votación secreta en una urna que, sin duda, se ha ganado ya el premio a la más alta productividad electoral del mundo y de todos los tiempos. Estamos ante el fracaso de una institución.

Los márgenes de cambio son, pues, muy estrechos en la práctica. En principio, y en teoría, hubiera habido la posibilidad de dos vías de cambio a pesar de la tela de araña que tejimos aquellos Prometeos de antaño: por una parte, el convencimiento moral de los gobernantes de la necesidad consustancial a la institución de la renovación que, si bien en política es complicado de imaginar (el poder es un fin en sí mismo y por tanto la autocrítica difícil) en el mundo académico se da con cierta frecuencia porque hay un fuerte sentimiento de "autoestima intelectual" (por tanto de autocrítica) y porque el grupo de referencia del académico suele sancionar duramente la "desviación" de sus miembros hacia la gestión. Por otra parte, la otra alternativa es una "avalancha" de descontento y dignidad, surgida de esa fuerza humana entre la razón y el sentimiento que Hegel llamó el timos y que la moderna historiografía y sociología política críticas han rescatado para explicar los movimientos de masas y solidaridad en las sociedades desarrolladas, que pusiera contra las cuerdas intelectual y políticamente a los poderes tejidos con los mecanismos del don, la reciprocidad, la picaresca, el favor, el palo, la zanahoria, el silencio y la ignorancia de una mano de lo que hace la otra.

Claro que hasta aquí he dado por supuesto que el cambio es necesario y, sin embargo, esto requiere una argumentación consistente. La renovación es necesaria porque nuestra Universidad está instalada ya desde hace varios años en un círculo vicioso de incremento de la ineficiencia, empobrecimiento y crecimiento errático y la sociedad no nos paga para eso. Pero de esto hablaremos en otro momento.

Este artículo ha sido publicado en el semanario alcalaíno "Puerta de Madrid"

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Última modificación: 11-10-2001