Editorial
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

 Histórico Año III

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Septiembre 2001. Nº 28

LA FRASE DEL MES:

Para rezar a Dios con devoción, no hace falta creer en Dios según los dogmas de ninguna religión.

Sometset Maugham.

La religión no se lleva en las rodillas sino en el corazón.

Pintada en una parroquia de un barrio de Barcelona.

Como Dios manda

No es que la Iglesia Católica se haya significado nunca por su tolerancia, su disponibilidad al perdón y a codearse con los "pecadores", muy al contrario de lo que se supone significa la filosofía cristiana. Hay que reconocer que las demás Iglesias y religiones tampoco; al fin y al cabo los dogmatismos conducen inevitablemente a la intransigencia. Pero lo que no cabe duda alguna es que, tras 21 siglos de existencia, no parece haber reflexionado mucho. El espectáculo que algunos Obispos están dando con los despidos de los profesores de religión (una por casarse con un divorciado, otro por irse de copas con los amigos y "llevar una vida desarreglada"...) no es que mejore en nada la imagen de obsoleta y poco evolucionada que tiene la Institución.

No vamos a entrar a analizar el problema desde el punto de vista teológico, ni dogmático, ni social, simplemente haremos unas reflexiones para buscar la perspectiva a la luz del sentido común, y ello independientemente del posible debate respecto de si la enseñanza de una asignatura de religión debe ser cosa de la escuela o se debe circunscribir al ámbito meramente parroquial.

Para empezar, siempre hemos pensado que había dos tipos de profesores de lo religioso, los que enseñaban las llamadas Sagradas Escrituras como fundamento de la Religión Católica, así como sus dogmas y formas de gobierno y liturgia, y los que se dedicaban a la difusión de los principios, dogmas y teología aplicados a la captación del pagano, a la iniciación del neófito, o el perfeccionamiento del iniciado en los entresijos de la moral y la forma de vida católicas. Los profesores ahora despedidos se enmarcan más bien en el primer grupo y no en el segundo, donde, hasta cierto punto, estaría justificado retirar de la labor docente a quien no cumple con la forma de vida que pretende inculcar.

Precisamente las Escrituras y la Historia de la Iglesia están plagadas de ejemplos contradictorios y, además, ser un experto en esas materias no significa que uno deba creer o practicar lo que ellas preconizan. Es decir, ser un buen profesor de religión no lleva aparejado ser un buen católico. Por esa regla de tres, jamás se debería dejar a un católico convencido explicar filosofía en un centro docente, ya que, indudablemente, cuando hable del estoicismo, del existencialismo, del materialismo, de las ideas ateas, etc, estaría desvirtuando indefectiblemente el verdadero sentir de dichas corrientes filosóficas.

Por supuesto que existe un concordato que deja al albedrío de los obispos el decidir quién sí y quién no puede explicar religión en los colegios. Y llegados a este punto, debemos dar la razón a la señora ministra de Educación, cuando manda callar a los psoistas, alegando que tiempo tuvieron ellos de cambiar la situación. En la Universidad de Alcalá, al comienzo del gobierno socialista, allá por los tempranos ochenta, ya surgió un problema parecido cuando, en la Escuela de Magisterio, existía todavía una asignatura de Religión. La Dirección General de Universidades se limitó a indicarnos, eso sí, con otras palabras, algo parecido a: "con la Iglesia hemos topado".

No vamos a entrar tampoco en la polémica de si ese concordato es inconstitucional, pero estimamos que una escuela subvencionada, por muy privada que sea, no puede dejar que sus profesores sean impuestos por nadie y menos aún por quien no les paga.

Por otra parte, y haciendo uso del mismo razonamiento obispal, yo les pediría que suspendieran de empleo y sueldo, al menos temporalmente, a todo sacerdote que comete un pecado mortal. Claro, me dirán que mientras ese pecado no sea públicamente conocido no pasa nada, "al fin y a cabo esos profesores sancionados han hecho ostentación pública de su conducta y relaciones pecaminosas". Ya estamos... Pero ¿no habíamos quedado que Dios lo veía todo? Además, ¿quién le dice a los obispos que tal o cual pecado no es de conocimiento público? En muchos pueblos castellanos se sabía de buena tinta que la sobrina del cura lo era sólo de nombre. Nada, nada, cura con pecadillo en el dique seco una temporada, al menos hasta que se reforme y deje de ser reincidente.

La verdad es que contrasta esta postura tan intransigente con la adoptada (¿por los mismos obispos?) hace unos meses, cuando saltó la noticia de las violaciones de ciertas eclesiásticas en tierra de misiones. Es el mismo tipo de hipocresía estilo puritanismo anglosajón, en cuya moralidad todo está permitido a condición de que no se vea o se sepa. Usted puede ir por la calle bebiendo alcohol de 90º que, mientras la botella sea de leche o vaya tapadita con esas bolsas tan opacas de que gustan los yanquis, nadie se va a sentir ofendido. Debemos, no obstante, reconocer que la Iglesia Católica tiene otras muchas hipocresías dignas de mención. Véase su tendencia general (con honrosas excepciones) a alinearse con los ricos y poderosos antes que con los pobres y desvalidos, y eso que los ricos, siguiendo textualmente el Evangelio, deben ir todos al infierno pues, que sepamos, nadie ha visto aún un camello entrando por el ojo de una aguja.

Si de verdad no hubiera hipocresía imaginamos que la Iglesia analizaría muy bien dónde va su dinero antes de hacer una inversión de sus fondos: si la empresa trata bien a los obreros y cumple con sus cristianas obligaciones, no se dedica a fabricar armas o traficar con los modernos esclavos, etc, etc. Por cierto, que las malas lenguas, que siempre las hay, van diciendo por ahí que el "impuesto revolucionario" sobre el salario de los profesores de religión fue a parar a Gescartera.

No se trata de dar ideas, es algo que suponemos está ya en la mente de esos Obispos tan preocupados por la salud moral de sus ovejas: Para aprobar la asignatura de Religión, no solamente hará falta conocer bien la teoría, sino que la práctica habrá ser acorde con lo aprendido. Por lo tanto, antes del examen final, se someterá a los alumnos a una confesión, de forma que en caso de existencia de pecado mortal se suspenderá la asignatura, siendo imposible sacar sobresaliente si no se tiene una conducta sin tacha, y eso aparte de la penitencia correspondiente.

Sin embargo, a lo mejor no hay mal que por bien no venga y, si la vida privada y/o pública de un profesional no está en plena armonía con lo que enseña, podemos retirarlo del ejercicio docente. Así, bajo este prisma, podríamos pedir al rector de la Universidad de Alcalá que se jubilara inmediatamente, porque eso de ser economista y llevar a la UAH por el camino de la ruina debe ser igual de pecaminoso que enseñar religión y casarse por lo civil. (Sentimos este último párrafo, pero no hemos podido evitarlo).

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