El Rincón Literario
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

 Histórico Año III

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Julio - Agosto 2001. Nº 27

En este periodo de cambios universitarios, no vienen mal unas reflexiones, narradas en clave de cuento, sobre la comunidad a la que preferentemente se dirigen estas páginas. El autor ha titulado "cuento invernal universitario" a su relato, no porque pretenda reducir el impacto de estos calores estivales tan exagerados, sino más bien porque después de su lectura nos "quedaremos helados".

CUENTO INVERNAL UNIVERSITARIO

Dom NAIDE

El relato que narro a continuación debe forzosamente ubicarse en una ciudad universitaria, más bien provinciana y con poco más recursos que el turismo de una noche y alguna agricultura (más o menos subvencionada). También he de añadir que esta historia es mero producto de mi fantasía, de una ensoñación, dado que es imposible que ello suceda realmente, conociendo el eficaz funcionamiento de la Justicia española (por mucho que algún Alcalde andaluz se empeñe en denigrarla) y la alta calidad y eficacia (en su doble vertiente docente e investigadora) de las Universidades hispanas, máxime teniendo en cuenta el indiscutible prestigio de las Universidades más antiguas. Por tanto, si alguien se sintiera mancillado en su honra al leer este relato, debe de abstenerse de denunciarlo por difamación, aunque reconozco que no sería el primer fabulador (ni siquiera el último) que, por dar rienda suelta a su desbordada fantasía, terminara a la sombra de algún Penal sus postreros días.

Hace mucho tiempo, joven yo, me quise preparar concienzudamente para opositar a investigador y/o profesor universitario. Para ello, una vez terminados mis estudios y Tesis doctoral en una Universidad española, me fui a Francia a ampliar estudios sobre mi especialidad; recuerdo que, estando en medio de las nieblas centroeuropeas, sucedió el asesinato del presunto sucesor del viejito que teníamos como Jefe de Estado.

A la vuelta superé, sin grandes sobresaltos, mi primera Oposición a un organismo público de investigación estatal y así/ahí pude reposar tranquilamente el resto de mis días...

Sin embargo, inquieto de mí, simultaneé la investigación científica con labor docente en mi Universidad de origen, lo cual consideraba de interés para una integral formación de mi persona. Pero, como consecuencia de esa natural inquietud, pensé que también podría opositar a la Universidad como Profesor. Con ese fin, me trasladé a Estados Unidos con una buena Beca, lo cual (en aquellos tiempos) era un logro sólo alcanzable para una minoría más bien aventurera; eran tiempos inciertos para el país, con un tal Suárez (joven político procedente del Movimiento) al frente del Gobierno. Al convocarse, por Oposición, la plaza de Profesor Agregado (figura hoy extinguida) en la Universidad de origen, regresé más bien apresuradamente de Estados Unidos, con la esperanza de lograr el puesto.

Todo marchó según lo estipulado y un buen día los opositores fuimos convocados en Madrid. Entre los opositores se encontraba el favorito (como suele suceder en toda Oposición universitaria), un aspirante del Sur (llamémosle el Señorito) que, en uno de los primeros ejercicios (no recuerdo ya bien), cometió un error evidente acerca de la autoría de ciertas investigaciones clásicas sobre fisiología vegetal, oportunidad que aproveché para hacérselo notar al Tribunal (como era de rigor) y así obtener alguna ventaja en la Oposición. Tras el revuelo consiguiente, algunos coopositores me felicitaron pues, no había duda, que el incidente favorecía a los que no éramos candidatos oficialistas.

Pero el desconsuelo fue tremendo tras saber la calificación de dicho ejercicio: El Señorito seguía teniendo superior nota que el resto. Acto seguido me dirigí a mi hospedaje, hice mi maleta y me volví a casa. Una vez allí, procuré dejar listas las cosas para recibir al Señorito y despedirme para siempre de la Universidad y de (parte de) mis ambiciones docentes universitarias. En efecto, con el inicio del nuevo Curso apareció por la Ciudad el Señorito, trayéndose consigo a un recién doctorado (a quien llamaremos el Santo Gabacho) y ambos intentaron marginar todo lo que tuviera relación, directa o indirectamente, con mi persona y labor. Afortunadamente me concentré en mis investigaciones dentro del organismo público de investigación al cual estaba adscrito, dispuesto a olvidar un asunto poco grato y adaptarme a las realidades hispanas.

Pero en 1984 se convocaron unas oposiciones (llamadas "idoneidades"), para las cuales cumplía todos los requisitos demandados. Por tanto, me presenté a la Oposición pensando que, con mi Curriculum y al no haber un número cerrado plazas, sería difícil que me denegaran esta vez el acceso al Cuerpo docente universitario. También se presentó a dichas oposiciones el Santo Gabacho. Como estaba previsto, ambos sacamos las oposiciones aunque, quizás, por diferentes razones... Sin embargo, al estar éste en la Universidad inmediatamente tomó posesión, mientras que en mi caso, al estar fuera de ella (en un organismo público de investigación), debí solicitar mi adscripción. Pedí ésta a mi Universidad de origen, pero el Señorito y el Santo Gabacho se encargaron de responder con una negativa; no obstante, el recién nombrado nuevo Rector (llamémosle el Mgfco. Hermoso) me prometieron, por escrito, que cuando se implantaran los nuevos estudios que se estaban programando, pensaban que no habría problema alguno en mi reincorporación. Curiosamente, por entonces, fui nombrado Vocal del Consejo Social de mi antigua Universidad, por lo que aparqué el tema (por incompatibilidad), no sin antes protestar severamente ante el Ministerio de Educación y Ciencia, que hizo oídos sordos a mi escrito. Mientras tanto, no debía hacer mal mi trabajo científico, pues fui nominado Director del Centro donde investigaba.

En 1989, finalizada mi etapa como Vocal del Consejo Social, decidí que era hora de interponer Recurso administrativo ante el Ministerio de Educación y Ciencia por no darme posesión de mi plaza de Profesor Titular de Universidad. En 1991, por fin, el Ministerio no tuvo más remedio que responder, dándome la razón. Pero (supongo que) no queriendo indisponerse con el Rector Hermoso (del mismo signo político) no tuvo más feliz idea que destinarme a la Universidad más lejana de la de mi origen, estimo que con el objetivo de que, dadas las distancias, desistiría de tomar posesión. Me presenté a la citada Universidad que, al estar en otra (dicen que) nacionalidad histórica, me dieron unas palmaditas en la espalda diciéndome que el Ministerio de Educación y Ciencia mandara (problemas a) en su territorio.

De pura vergüenza el Ministerio de Educación y Ciencia me destinó finalmente a mi Universidad de origen, pensando que, con ello, el asunto tocaría a su fin... Pero el Rector Hermoso procedió al silencio administrativo, me imagino que con el previo acuerdo del Ministerio de Educación y Ciencia, ya que éste no hizo nada judicialmente frente a tal desacato (obviamente no puedo demostrarlo). Inocente de mí, presenté una denuncia penal (supuesta prevaricación). El Mgfco. Hermoso debió sentirse herido, pues un antiguo amigo mío (los amigos los fui perdiendo a medida que el enfrentamiento con el Rectorado se hacía mayor) y Vice-Rector me llamó para decirme que, si retiraba la denuncia y elevaba un Recurso administrativo, se dejaba perder este Recurso y así podría tomar posesión (sin que se pudiera sublevar el Señorito). Yo le propuse una alternativa más fácil: Que me dieran posesión de mi plaza y retiraba en el acto la denuncia penal (dado que, obviamente, los hechos me demostraban que su palabra no valía gran cosa) o que, al menos, el trato se firmara por escrito. A ambas cosas el Vice-Rector se negó y fue la última vez que hablé con dicho supuesto amigo.

Meses después (1992) se produjo el fallo del procedimiento Penal y vino a decir (más o menos) que, aunque en casos parecidos se había fallado en contra de la Autoridad, en este caso yo no quería condenar penalmente al Rector por prevaricación, sino sólo tomar posesión (es curioso como el Juez supo leer en mi mente mis verdaderos e íntimos deseos), por lo que me recomendaba acudir a un Contencioso-administrativo. Es decir, me daba la razón, pero no se pronunciaba. Yo, lego en Leyes, pensé que el Juez se lavaba las manos, pero entonces no pude intuir el terrible castigo al que se me destinaba: ¡Iniciar un Contencioso-administrativo! Era evidente que un simple hijo de un Policía Armada (no sé si les dije que mi nombre es Dom NAIDE) no podía tambalear el (correcto) orden social establecido, ni mancillar el (buen) nombre de las afamadas familias universitarias..., aunque pudiera incluso tener mejor Curriculum que el de los que se querían proteger. Eso de los Derechos Humanos es cosa a denunciar en el Tercer Mundo, pero es de mal gusto hablar de ellos en una España ya europea...

Pero volvamos al relato; elevé un Contencioso-administrativo y el, primer y no pequeño, problema fue encontrar en la Ciudad (que presume de tener afamada Facultad de Derecho) un abogado que defendiera mi caso frente al Rectorado. Los abogados universitarios consultados me comentaron que el asunto estaba perdido. Intenté probar suerte fuera del entorno universitario y otro me dijo que no deseaba ir contra el Rector. Porfié y encontré a un abogado tildado de "progresista" que accedió a defender mi caso; cual fue mi sorpresa cuando, a las pocas semanas, me dice que no continuaba con mi asunto; solicité la documentación entregada y su secretaria (a él nunca le volví a ver) me dijo que se había extraviado (sic).

Intenté un último letrado y la minuta que me solicitó me pareció bastante elevada, por lo que tuve que irme a otra Ciudad más cosmopolita a buscar un abogado. Finalmente lo encontré, se interpuso el Contencioso-administrativo y comenzaron a pasar los años... Cansado de esperar, elevé protesta al Defensor del Pueblo, que acogió mi súplica y llevó mi asunto a las Cortes españolas (Informe correspondiente a 1992); pero eran tiempos de mayorías psocialistas absolutas y del asomo de los primeros escándalos y estos pecadillos de Rectores afines no valían la pena se airearan...; pero, en mi porfía, conseguí que mi caso se publicara (Junio de 1994), de improviso, nada menos que en... ¡El Periódico Oficialista! (muy leído por el paisanaje progresista): no volvió a suceder.

Entretanto, mi carrera científica se centraba en Proyectos científicos internacionales y dirección de Tesis doctorales, lo cual me permitió superar otra Oposición a un puesto más elevado como Investigador en el organismo público de investigación donde trabajaba/trabajo. En 1994, finalmente, el Tribunal Superior de Justicia sentenció diciendo que, a pesar de que el Rector Hermoso había hecho silencio administrativo, éste no era totalmente un silencio administrativo..., por lo que desestimaban mi demanda en espera de un "verdadero" silencio administrativo: ¡Otros jueces que se volvían a lavar las manos!. La decepción fue mayúscula y a punto estuve de tirar la toalla. Pero, aún así, tuve fuerzas para recurrir el fallo en el Tribunal Constitucional, en espera que se pronunciara de manera más positiva.

De nuevo a esperar... En 1995 hubo una primera protesta internacional de científicos del todo el mundo por mi asunto (estrechamente relacionado con la endogamia y clientelismo universitario español), lo cual se silenció en la prensa y en los organismos públicos como se pudo...; elevé también escrito de protesta a S. M. El Rey (previamente había solicitado un Indulto al Gobierno progresista, por si acaso había cometido algún delito desconocido por mí) con la esperanza de algún cambio cualitativo en el panorama jurídico. De resultas de la protesta internacional, el Ministerio de Educación y Ciencia interpuso otro Contencioso-administrativo contra el Rector (quizás para cubrir las apariencias formales frente al extranjero), sin que llegara a saber si coadyuvó también a ello una efímera y periférica Autoridad en la Secretaría de Estado de Universidades, desmarcándose aparentemente del evidenciable cinismo de los anteriores cargos de esa Secretaría...

Obviamente, yo no necesitaba dos lentos y paralelos Contecioso-administrativos contra mi Universidad de origen. Hubiera mejor deseado ningún proceso judicial, pero que el Ministerio de Educación y Ciencia hubiera obligado al Rector Hermoso a que me diera posesión de mi cargo... Una cosa tenía clara, el Ministerio, a pesar de tener armas muy poderosas para hacerse obedecer (mi antigua Universidad dependía, en ese tiempo, enteramente de los presupuestos del Ministerio), nunca tuvo verdadero interés en que yo tomara posesión de mi plaza (por lo que, hasta entonces, habría sido presumiblemente una desobediencia más o menos consentida).

Por mi parte, mi carrera científica iba en buena marcha. No sólo se afianzaba mi nombre internacionalmente, sino que era invitado con frecuencia, en ambos lados del Océano Atlántico, por diferentes motivos. Evaluada mi carrera, obtuve todos los llamados "quinquenios" y "sexenios" posibles de acuerdo con mi antigüedad. Los Proyectos europeos financiaban la investigación que ya, claramente, no me financiaban en mi país. Mientras tanto, el Rector Hermoso terminó su mandato, cediendo el puesto a su Vice-Rector preferido (al que denominaremos el Mgfco. Verduguillo), que había cobrado también íntima amistad con el Santo Gabacho, dada su buena disposición al servicio, aunque no tanta para la Ciencia (o al menos, no se le conoce internacionalmente, que es lo que discrimina bien entre lo que es mérito científico y lo que es mera propaganda oficial hispana).

En 1996, con la aparición de un nuevo diario en mi Ciudad (Junio de 1996), logré que sirviera de tribuna y publicara (a toda página en un suplemento universitario) mi caso con pelos y señales; pero de este asunto no se volvió a hacer el menor comentario, ni siquiera en los periódicos de la competencia. Creo que ahí debí perder los pocos (y falsos) amigos que aún creía tener en el mundo universitario: Absolutamente ninguno hizo el menor comentario, simplemente no existía... (quizás en consonancia con mi nombre). También intenté recabar el apoyo de cierta Asociación Nacional de Profesores universitarios cuya Presidencia, por aquel tiempo, estaba radicada en la Ciudad; su respuesta (temida, por esperada) fue que no me podían ayudar porque, al no haber yo tomado posesión, no era aún Profesor y dicha Asociación no podía hacer nada por mí.

En 1998, por fin, el Tribunal Constitucional se pronunció diciendo que el fallo del Tribunal Superior de Justicia no se ajustaba a Derecho, por lo que se reiniciaba de nuevo el Contencioso-administrativo; por tanto, de nuevo estaba a merced de un nuevo fallo del Tribunal Superior de Justicia...

Poco después el Señorito se trasladó como Profesor a su Universidad del Sur, nunca sabré si viendo que mi reincorporación era ya imposible evitar, o por sus continuos roces con el Santo Gabacho (quien ahora se había hecho pieza clave en el Rectorado y a quien había que pagarle sus favores. ¡Y los quería todos para él!, sin repartición posible con su antiguo Señorito...); o, quizás, por ambas cosas.

A principios de 1999 de nuevo se produjo otra protesta internacional de científicos interesándose por mi caso, motivada por la aparición de un Editorial y artículos acerca de la endogamia universitaria española en la prestigiosa revista internacional (de lengua y naturaleza inglesa); como ésta sólo citó el caso de un astrofísico y silenció el mío (me habían solicitado fotografías y Curriculum vitae), la prensa nacional se centró mayormente en el problema individual citado, cuando era un secreto a voces que existían numerosos casos (no sólo los dos referidos aquí) y que la endogamia era/es un lastre en la Universidad española. Poco más tarde un periódico que presume de razonable también me solicitó la historia completa, me exigió fotografías de manera urgente y, tras decir que mi caso se publicaría en un suplemento dominical, también fue omitido sin conocidas razones (valga la posible redundancia). Pero mi aislamiento local/nacional (cuando más grandes eran mis relaciones internacionales) continuaba.

El Rector Verduguillo creó una nueva Facultad (para el Santo Gabacho, al cual se le hizo Decano de inmediato a dedo, se supone que por los siglos de los siglos, dado que, de otra manera, sus méritos pudieran no ser entendidos por un Tribunal científico riguroso). Es obvio que el Santo Gabacho desea ascender de Titular a Catedrático (la antigua plaza del Señorito está vacante y presumiblemente guardada para él), pero también debe comprender que no puede ascender mientras haya mínimas posibilidades de que un Tribunal universitario (incontrolado o imparcial, rara avis) pudiera darme la plaza (oculta) a mí (si se convoca a Oposición) y quedarse sin su presa más codiciada; por ello, continúa/continuará como Decano inamovible...

Finalmente, en 1999, el Tribunal Superior de Justicia falló condenando (en doble y paralela Sentencia) al Rector Verduguillo a darme posesión de mi plaza. Silencio absoluto del Rectorado. De pronto, en una Junta de Gobierno de mi Universidad de origen, se creó una nueva Escuela Técnica Superior fuera de mi Ciudad y, en el siguiente punto del Orden del día, se añadía que se me destinaría a esa nueva Escuela cuando tomara posesión. Hecho inaudito, por cuanto son los Departamentos universitarios quienes asignan las diferentes clases y tareas, estén los Centros en unos lugares u otros. Además, en la Escuela Técnica Superior creada, mi carga docente era residual, mientras que el grueso de la carga docente se encuentra/encontraba (lógicamente) en la nueva Facultad creada ad hoc para el Santo Gabacho. Supuse que el Rector Verduguillo quería mantenerme alejado de aquél, para no hacerle la mínima sombra de competencia. Intuí, por tanto, que lo que se pretendía era darme posesión de mi plaza obligados por la Sentencia del Tribunal Supremo de Justicia, pero desterrándome al más lejano y oscuro rincón de una Escuela nueva y vacía de contenido en lo que respecta a mi área o especialidad, lo más lejos de mi Ciudad.

Poco después me llegó una carta del Rectorado por la que "accedían" a darme posesión en el plazo de un mes. Elevé Recurso contra mi destino previo sin haber tomado aún posesión y sin, ni siquiera, el preceptivo oído de mi (supuesto) Departamento universitario de adscripción. Silencio administrativo, ya de sobras (por mí) conocido... Un día, 7 de Julio (San Fermín), antes que terminase el plazo legal, tomé finalmente posesión ante la Secretaria General de la Universidad y los abogados de las partes, que llegaron a un acuerdo de como se debería proceder. El Rector Verduguillo y los Vice-Rectores ausentes...

¡Qué gentileza!. El día 14 de Julio (San Camilo) recibí un escrito del Rector Verduguillo diciendo que yo no podía recurrir mi destino a la otra Ciudad, luego mi petición era inválida. El día 15 de Julio (San Buenaventura) presenté una solicitud de excedencia por desempeñar otro puesto superior en la Administración Pública. Obviamente, no podía consentir un castigo por parte del Mgfco. Verduguillo por hacer valer los Derechos Humanos y haber demostrado judicialmente que él obraba contra Ley (curiosamente ese mismo Rector está promoviendo la constitución de un Tribunal -penal- Internacional para que sean allí juzgados los países -supongo que sólo los subdesarrollados- que conculquen los Derechos Humanos. ¡Qué hipocresía...!). Paralelamente, solicité al Tribunal Superior de Justicia la debida aclaración de la Sentencia y las pertinentes compensaciones económicas por daños y perjuicios causados (otra vez mi caso en manos de la Justicia: ¡Largo me lo fiáis...!). También recibí una carta del Defensor del Pueblo diciéndome que cerraban mi caso, dado que yo había tomado efectivamente posesión de mi plaza; le respondí cortésmente que, por supuesto, dieran por cerrado mi asunto, pero negativamente, porque todos los objetivos del Rectorado se habían cumplido:

- Me habían destrozado mi carrera docente universitaria, impidiendo mi toma de posesión desde 1985 hasta 1999 (¡15 años!).

– Mientras tanto, habían favorecido la carrera docente de sus protegidos, sobre todo del Santo Gabacho quien, sin Curriculum científico demostrado/demostrable, tenía toda la propaganda y reconocimiento del Rectorado de la Universidad, mientras que habían logrado mi aislamiento de los medios universitarios locales.

- El Rectorado se había librado de cualquier penalización judicial, habiendo sufragado el Estado los gastos de la Universidad (nuestros impuestos), los míos mi propio bolsillo, y no había, hasta el momento, ningún atisbo de indemnización por daños y perjuicios a mi persona, a pesar que se habían claramente conculcado los Derechos Humanos. Al final, le indicaba que había comprendido que quien me denegaba la toma de posesión de mi plaza no era el Rector, sino la Sociedad española. Consecuente con esta deducción, obviamente, me abstuve de solicitar de nuevo ayuda, valga como ejemplo, a la Asociación Nacional de Profesores universitarios, para evitar llevarme nuevas desazones...

Esto es lo que puedo narrar respecto a este kafkiano (pues no logro encontrar otra calificación más adecuada) relato. El paciente lector quizás tenga la sensación de que está incompleto, que lo dejé inconcluso, pero siempre es previsible intuir como terminará (mal para mí...). Y también querrá preguntarme (o indagar) si esta historia es (o no) imaginaria o si, aunque teniendo base real, se ofrece de manera desvirtuada. Me inclino a afirmar que lo narrado obedece, más bien, a un mal sueño que, afortunadamente, no desembocó en pesadilla. Quizás por entender, personalmente, que la vida (ya se dijo/así se dice), no deja de ser un sueño, agravado o atenuado por el color del cristal con que se mira...

- Pero ¡Déjese de rodeos! -reitera algún lector ya impaciente, casi gritándome-: ¿Lo narrado es, finalmente, verdadero o no?

Y respondo:

- Lo narrado es verdadero en cuanto quizás describa fielmente un sueño. Quizás algún Tribunal de Justicia, súbitamente, pueda despertarme (o envolverme de nuevo en el sueño) y podría, entonces, decidir si me conviene regresar a la realidad o dejar enterrado el asunto como simple (y pasada) mala pesadilla. En todo caso, la experiencia dice que no conviene olvidar los sueños (para evitar repetir las mismas historias), aunque sea obligado el superarlos.

Escrito por Dom NAIDE.

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