En esta sección, dedicada a la opinión libre y el debate, podrás encontrar: Este artículo ha sido tomado de la revista de la Asociación para el Avance de la Ciencia y la Tecnología en España ("Apuntes de Ciencia y Tecnología", AACTE, número 2, junio de2001), con cuya autorización lo reproducimos. (ENTRE)VISTA (ENTRE)ABIERTA DE LA (NUEVA) LEY DE UNIVERSIDADESJuan F. Gallardo Lancho Salió de su casa de la c/ S. Antonio y subía hacia la plaza, cuando al pasar por la estrecha c/ Tiendas se (casi) empotró con la Ministra de Universidades (UU.), saludándola; la Ministra le sonrió:
Horas más tarde, ante el humo de las tazas, la conversación se desarrollaba en la penumbra del palacio de la Villa de la siguiente guisa:
La Ministra miró la hora pensativa y el invitado, prudentemente, se despidió cortésmente; descendió desde la Villa hacia la plaza, donde un cernícalo tremolaba en la vertical de la estatua de Pizarro...; hermosa imagen, quizás sugerente. Obviamente, el inteligente lector habrá comprendido que todo lo descrito es irreal, no porque no exista Trujillo y sus viejas casonas, sino porque no existe Ministra de UU.; existe una de Educación, Cultura y Deportes y éso es otra cosa. Es sabido que la Cultura se centra en justificar ideológicamente el status de los poderosos. Recordemos como los intelectuales psocialistas, republicanos y ateos ellos, se pusieron de inmediato, tras el poder, a presidir misas y procesiones y, últimamente, a escribir editoriales sobre con quién debe casarse S.A. El Príncipe... (¡vivir para ver!). Pero estas cosas no se deberían decir (se hace uno antipático) y de ahí la imposible (entre)vista entre una Ministra y un represaliado de la Universidad. Volver al principio del artículo Volver al principioREFLEXIONES SOBRE LA FUNCIÓN DOCENTE DEL PROFESOR UNIVERSITARIOMichel Heykoop Fung-A-You. Prof. Titular y Director del
Departamento de Biología Vegetal. Universidad de Alcalá. En general el debate que se está produciendo, y su traducción en el citado anteproyecto de ley, se ha centrado excesivamente sobre algunas cuestiones como son, por ejemplo, la endogamia en la selección del profesorado o la reforma de los órganos de gobierno dejando de lado otros problemas mucho más graves. Así, por ejemplo, se echa especialmente de menos un plan de financiación adecuado para una Universidad que, en el contexto europeo, se encuentra prácticamente a la cola del ránking en cuanto a porcentaje del PIB dedicado a la misma se refiere. Esto resulta paradójico ya que ¿cómo se pueden solucionar de verdad los problemas que nos aquejan si el coste de la reforma parece ser cero? Por otro lado, como ya dijera Ortega y Gasset (1930) "la raíz de la reforma universitaria está en acertar plenamente con su misión", y en este sentido todos tenemos que reflexionar sobre la misión que debiéramos desempeñar en el seno de la Universidad. Por ello, en calidad de profesor voy a tratar de analizar algunos de los problemas recurrentes que salen a relucir, una y otra vez, en círculos de debate más reducidos que los mediáticos y que son absolutamente cruciales en relación con lo que se supone es nuestra misión como profesores universitarios. En primer lugar, a diferencia de lo que cree el gran público, nuestra función es doble. Me estoy refiriendo al hecho de que "a pesar" de ser profesores nuestra misión no es exclusivamente docente, sino que conlleva también una actividad investigadora. Ese es un hecho fundamental en el que no se ha profundizado lo suficientemente en este país, y que, desde luego, la sociedad en general no ha sabido comprender. Desarrollamos un servicio a la sociedad que consiste en formar futuros científicos, profesionales, y, en general, personas, además de producir y crear conocimiento por lo que en teoría cumplimos una función básica en el sistema. ¿Por qué entonces este sentimiento de frustración e incluso de fracaso en el profesorado? ¿Por qué este claro desprestigio de la figura del docente en general y del profesor universitario en particular? Estas son dos preguntas claves en el debate y que hoy por hoy no han tenido una respuesta satisfactoria. Muchos sectores de la sociedad nos tachan de ser unos trabajadores privilegiados, que gozan de muchas vacaciones, que trabajan poco, con una seguridad laboral de la que carece la mayoría, y que, en consecuencia, no tienen derecho a quejarse por nada a pesar de cobrar unos sueldos "miserables". Preguntas como: ¿a qué te dedicas a partir del 1 de junio si ya han terminado las clases? o ¿cuántas horas de clase tienes que impartir al día?, etc., son tan frecuentes que uno se desespera dando explicaciones una y otra vez al lego en la materia. Por otra parte, éste nunca acaba de creerse del todo nuestras explicaciones, por lo que, al final, acabas por ignorar o eludir ese tipo de discusión. He aquí, pues, uno de los primeros aspectos que debería ser sometido a un serio debate para tratar de configurar con más precisión nuestra función en la Universidad. ¿Cuánto de Profesor y cuánto de Investigador debemos ser? ¿Es posible ser Profesor e Investigador, al mismo tiempo y con un mínimo de rigor? En esta doble función ¿cuál de ellas debe primar, si es que alguna debe hacerlo? Actualmente se habla mucho de la necesidad de incrementar la calidad de las Universidades haciendo especial hincapié en la importancia y papel clave de la investigación como indicador inequívoco de la misma; sin embargo, en este discurso se deja bastante de lado el aspecto de la calidad docente... A título de ejemplo, recientemente un grupo de Catedráticos encabezados por el Prof. Tortella (2001) propone un modelo universitario en el que la responsabilidad de la toma de decisiones recaiga exclusivamente en aquellos profesores de más calidad, y para establecer dicha calidad sugiere, ¡nada menos!, que se clasifique a todo el personal docente en diferentes niveles basados en el número de sexenios (tramos de investigación) obtenidos por los mismos. Es decir la calidad del profesorado se establecería exclusivamente en función de su excelencia investigadora... Afortunadamente existen otros profesores, entre los cuales me incluyo, que no sólo consideran totalmente necesario la valoración rigurosa de la labor investigadora, sino que valoran en igual medida la excelencia docente la cual, ¡obviamente!, no se establece en función de los sexenios. En este sentido, son muy interesantes los puntos de vista de profesores como por ejemplo Yela (2000) y Michavila & Calvo (2000) o los de García Garrido (2001) que al analizar la carta abierta de Tortella manifiesta:
En relación con todo lo anterior, no deja de ser sorprendente que nuestros cargos de funcionarios reciban el nombre de "profesores de Universidad" cuando lo que prima cada vez más es la labor investigadora. Lo primero que choca es que para acceder a los cuerpos docentes nos van a valorar, casi exclusivamente, nuestro currículum investigador. El número y calidad de nuestras publicaciones es prácticamente lo único que el tribunal va a tener en cuenta en la inmensa mayoría de las oposiciones y concursos. No importa si un profesor tiene unos méritos docentes excepcionales, no se tienen en cuenta. Además, ¿de qué manera puede un tribunal o una comisión valorar esos méritos docentes? Como mucho podrá verificar los años de docencia y el nombre de las asignaturas impartidas por el candidato. Claro, a los "brillantes pensadores" del Ministerio de Educación se les ocurrió que esta deficiencia debía de ser paliada de alguna manera y se estableció un sistema de complementos por méritos docentes, los cuales serían adjudicados mediante una supuesta evaluación consistente en unas encuestas a las que, todos los cursos académicos, se les somete a los estudiantes. ¿Sirve este método? Hay opiniones para todos los gustos. Casi siempre sesgadas y dependientes del resultado personal del profesor en cada caso. Desde mi punto de vista creo sinceramente que, con todas las deficiencias y errores que pudiera tener este sistema de encuestas (deficiencias subsanables por otra parte), sí que sirven y que debieran ser tenidas en cuenta. El valor de dichas encuestas, por supuesto, no es absoluto sino relativo, pero claramente -sobre todo si se analizan considerando un periodo lo suficientemente largo, no de un solo curso académico- indican unas tendencias y pueden arrojar mucha luz sobre la labor desempeñada por cada profesor. ¿Por qué entonces no se tienen en cuenta a la hora de adjudicar el complemento por méritos docentes (quinquenio)? Algunos argumentan, no sin cierta razón, que ese complemento constituye una subida de sueldo encubierta. Lo correcto sería solucionar de una vez por todas el problema de retribuir dignamente al profesorado, y a partir de allí establecer una evaluación docente rigurosa que, naturalmente, no puede ser llevada a cabo por nosotros mismos, sino que debería ser externa al igual que la evaluación de nuestra labor investigadora. Deben establecerse diferencias a la hora de la adjudicación de los complementos por docencia, del mismo modo a cómo se establecen en las evaluaciones de la actividad investigadora. Lo importante está en acertar en el método evaluador, y me refiero a la evaluación del profesor, no a la de la evaluación institucional que esa sí se está llevando a cabo en algunas licenciaturas. Veamos algunas opiniones al respecto. Michavila & Calvo (2000) indican que:
Yela (2000) sugiere:
Esta misma problemática existe en países tan avanzados como los Estados Unidos de América donde científicos como Lenhoff (1996) ponen de manifiesto que para mejorar la docencia en las universidades americanas, y que ésta no se vea perjudicada en favor de la investigación, se debería obligar a todos los profesores que vayan a solicitar financiación para su investigación a la NSF (National Science Foundation) que, junto a sus solicitudes de proyectos, adjunten las evaluaciones realizadas por sus estudiantes de licenciatura y que ya son utilizadas como mérito y criterio de promoción por sus Departamentos y Decanos. Todas estas opiniones apuntan a la necesidad de que de alguna manera se evalúe rigurosamente la actividad docente del profesorado para evitar su progresiva degradación. Ahora bien, aquellos que consideren que el único problema es el del incentivo cometen el error de caer en una visión demasiado simplista. La falta de incentivos, económicos se entiende, no es la causa única de los problemas de la docencia. También existe un problema vocacional como muy bien apunta José Luis Sampedro (1997) -catedrático, jubilado, de Estructura Económica y novelista-:
Efectivamente, la actividad docente constituye una de las actividades más enriquecedoras, desde el punto de vista personal, que se pueda imaginar, porque ¿qué puede ser más satisfactorio que estar colaborando en formar ciudadanos más cultos, educados y, por tanto, más libres? ¿Qué profesor, al menos el que es vocacional, no ha sentido alguna vez esa sensación de bienestar, indescriptible, esa sensación de éxito y triunfo después de una clase bien impartida? Sea como fuere, y volvemos al principio, el problema básico es nuestra doble condición de profesor/investigador. En este sentido, hay dos visiones muy claras: por un lado, 1) aquellos que creen que no se puede ser profesor universitario sin realizar investigación científica; y, por otro 2) aquellos que creen que ambas actividades debieran estar claramente separadas. Sirva como ejemplo la opinión de Gerd Binnig (1989), premio Nobel de Física en 1986 y Profesor de la Universidad de Munich, que apunta lo siguiente:
¡Interesante punto de vista...! Y prosigue:
Esto último, claro, siempre que se sea lo suficientemente humilde y se esté dispuesto a recibir enseñanzas, actitud que no siempre se da entre los profesores de Universidad. ¿Cómo podríamos solucionar este problema central? He aquí la propuesta de Binnig:
Mi opinión personal es que, ¡naturalmente!, un profesor universitario debe también desarrollar una actividad investigadora. La clave está en que tengamos siempre presente que ante todo somos docentes (sin alumnos no habría universidades) y que lo ideal sería que se valoraran en igualdad de condiciones ambas actividades, y cuando digo valorar me refiero a que, por ejemplo, se tengan en cuenta para los cómputos de la carga docente no sólo las horas de docencia impartidas sino todo lo relacionado con esa actividad: preparación de clases, tutorías (¡eso sí, tutorías serias!), participación en tercer ciclo, etc. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que por ley tengamos que impartir 8 horas de docencia a la semana y dedicar además 6 horas a tutorías, y que luego la misma ley establezca que nuestra dedicación investigadora -los famosos EJC (equivalentes a jornada completa)- sea de 32 horas? ¡Eso constituye una contradicción intrínseca que va contra la calidad docente! Por otro lado, deben establecerse los instrumentos adecuados para una evaluación justa de la actividad docente -la de la actividad investigadora, con todas sus "pegas" (véase el artículo de Gómez Caridad & Bordons Gangas, 1996), está bien desarrollada- y que a la hora de presentarse a cualquier concurso de una plaza o promoción el resultado de la valoración de los candidatos derive de la valoración equilibrada de ambas actividades. Sólo así se podrán corregir las disfunciones del sistema resultantes de la falta de interés, generalizada, por la actividad docente. Con todo, no sólo es suficiente para solucionar el problema que estamos analizando evaluar la actividad docente. Ésta también debiera de someterse a una intensa revisión en el marco de todo este debate de reforma universitaria. La docencia, en nuestras universidades, adolece de toda una serie de problemas ancestrales y que tienen consecuencias muy negativas. Y no me estoy refiriendo ahora al problema que hemos analizado más arriba. Incluso en la labor de todos esos profesores que, sí, se toman en serio la actividad docente aparecen signos alarmantes que ponen de manifiesto la necesidad de una reforma exhaustiva. La cuestión central sobre la que, a mi juicio, debería girar este debate y que tendría que modificarse es la "pasividad" del método docente de nuestras universidades, y de la cual derivan otros muchos problemas. Aquí, conviene señalarlo, también tienen su parte de culpa los estudiantes y, en última instancia, la Sociedad que concibe la Universidad exclusivamente como un lugar donde se expiden títulos para habilitar a profesionales. ¿A qué me refiero al hablar de "pasividad"?, pues sencillamente a que el método de enseñanza se reduce a la mera transmisión de conocimientos, que son asimilados de forma totalmente pasiva por los estudiantes, en detrimento de la estimulación de la creatividad en su sentido más amplio. Muchos profesores se limitan a dictar unos apuntes mientras que los estudiantes se obsesionan con copiar todo lo que se les dicta. Así, los profesores se convierten en "dictantes" y los estudiantes en "copiantes" perdiendo la condición de docentes y discentes. Veamos algunas opiniones al respecto: Paul Kurtz -vicepresidente de la Unión Humanista y Ética Internacional- indica en una entrevista publicada en El País (1995) que:
Por su parte, Emilio Lledó (2000) -filósofo- manifiesta respecto de la Universidad española:
Francisco Michavila anterior secretario general del Consejo de Universidades y Catedrático de Matemática Aplicada- manifiesta en una entrevista, publicada en Menos 25 (1999), que:
Volvamos ahora al libro de Gerd Binnig, comentado anteriormente. Según este autor la creatividad humana es un juego de alternancia entre síntesis y análisis, donde la síntesis sería el intento de buscar nuevas unidades de acción, mientras que el análisis consistiría en descubrir si el resultado realmente es una nueva unidad de acción y ver cuál es su importancia. En este sentido, Binnig opina que tanto en las escuelas como en las universidades no educan nuestra capacidad de síntesis ni de análisis; es decir, no nos familiarizan en absoluto con la creatividad. Al contrario, en la escuela y la universidad se nos dan los resultados que son unidades de acción establecidas. Según él:
Es decir, resulta muy interesante dedicarse a otras actividades como, por ejemplo, componer música, escribir versos o pintar cuadros, ya que los mecanismos que conducen a la creatividad en el arte son exactamente los mismos que los que conducen a la creatividad en la ciencia. El "material" es diferente pero el "juego" que se entabla con él es el mismo. Es evidente que en nuestras universidades, y en nuestros métodos docentes, se pone el acento, casi exclusivamente, en la transmisión de conocimientos. No deja de ser sorprendente que en el sistema actual de oposición a Profesor de Universidad el primer ejercicio consista en una valoración y defensa del currículum vitae (casi exclusivamente de la parte investigadora) del candidato, seguida de la exposición de un programa docente, es decir, haciendo hincapié en los conocimientos que se piensan transmitir a los estudiantes. El segundo ejercicio consiste exclusivamente en la exposición de uno de los temas incluidos en el programa mencionado antes. No se aprecia ni valora la capacidad docente. El opositor va a lucirse exponiendo casi todo lo que sabe sobre el tema en cuestión. Como se ve exclusivamente méritos investigadores y transmisión de conocimientos. ¿Dónde quedan todas las cuestiones relacionadas con la metodología docente, la creatividad o el método científico? ¿Qué pasa con la filosofía de la ciencia?, otro aspecto que poco o nada se tiene en cuenta. Y, sin embargo, si lo que pretendemos (al menos en las carreras experimentales) es formar científicos, la filosofía de la ciencia no debería sernos ajena... Vayamos, finalmente, al otro elemento fundamental de la docencia: los estudiantes. Como he dicho antes, el estudiante tiene su parte de culpa en la problemática de la docencia. El carácter pasivo de la docencia tiene su origen, en parte, en el método docente de los profesores, pero la actitud del estudiante es, por lo general, también absolutamente pasiva. A menudo, lo único que ambiciona éste es lograr obtener un título académico que le faculte para desempeñar una profesión, pero sin mostrar el más mínimo interés por el conocimiento o cultura en sí mismo o, lo que es peor, en llegar a ser una persona mejor, en el más amplio sentido de la palabra, que cuando entró en la Universidad. Es decir, los estudiantes están enfermos de "titulitis" y no parecen querer, en general, curarse de esta enfermedad. Por supuesto, como ya he apuntado, mucha de la culpa es nuestra, de los profesores, ya que en nuestras manos está el tratar de estimularlos y atraerlos hacia la senda correcta. Eso sí, para ello es absolutamente necesario poner menos énfasis en la transmisión de conocimientos y potenciar la transmisión de unos "modos de actuar" frente a los problemas, en este caso de la ciencia. Debemos hacer comprender a los estudiantes que lo más importante, la lección primordial, es que deben estudiar para ser persona y no para ser algo. Ahí está el quid de la cuestión: una enseñanza que no sea pasiva sino interactiva, en la que participen ambas partes. De esa manera, y esa es la parte más remuneradora de todo el proceso, podremos lograr un cambio de actitud del estudiante frente a la vida, estimulando su curiosidad, su creatividad, su capacidad de plantear y resolver problemas, su capacidad -en definitiva- de pensar, lo cual unido por supuesto a los conocimientos específicos de la materia que impartimos le servirán de bagaje para su vida futura que comienza después de su paso por la Universidad. BIBLIOGRAFÍABINNIG, G. (1989).- Desde la Nada. Sobre la creatividad de la naturaleza y del ser humano. Círculo de Lectores S.A. Madrid. EL PAÍS (1995).- Científicos y filósofos abogan por la razón frente a lo religioso y lo paranormal. El País 23 de abril de 1995. GARCÍA GARRIDO, J.L. (2001).- Una Universidad mejor. ABC, 12 de junio de 2001. GÓMEZ CARIDAD, I. & M. BORDONS GANGAS (1996).- Limitaciones en el uso de los indicadores bibliométricos para la evaluación científica. Política Científica 46:21-26. LENHOFF, H.M. (1996).- Letters. Promoting teaching. Science 273:721. LLEDÓ, E. (2000).- Reflexiones sobre unos primeros recuerdos de Gadamer. El País, 25 de marzo de 2000. MENOS 25 (1999) Entrevista a Francisco Michavila, Secretario General del Consejo de Universidades. Menos 25, 10 de Abril de 1999. MICHAVILA, F. & B. CALVO (2000).- La Universidad Española hacia Europa. Fundación Alfonso Martín Escudero. Madrid. ORTEGA Y GASSET, J. (1930).- Misión de la Universidad. Revista de Occidente S.A. Madrid. Alianza Editorial S.A. Madrid. 1999. SAMPEDRO, J.L. (1997).- El salto a la tarima. El veterano. Gaceta Universitaria:19. 13 de enero de 1997. TORTELLA, G. & al. (2001).- Carta abierta a la ministra de educación sobre la L.R.U. El País, 9 de junio de 2001. YELA, J.L. (2000).- Docencia universitaria e investigación: ¿complemento o esquizofrenia? Revista Vivat Academia 19; http//www2.alcala.es/vivatacademia/diecinueve/opinion.htm Volver al principio del artículo Volver al principioRECORTES
Investigadores españoles en el extranjero denuncian que las universidades vetan su vueltaLos centros favorecen a sus propios candidatos para los proyectos públicos de investigaciónCARLOS ELIAS, MADRID. Diario "El Mundo", martes 19 de junio de 2001. Ya se han resignado. Jamás volverán. Presentían que los vetarían por tener un buen currículo, pero les quedaba una esperanza de que las cosas hubieran cambiado. Pero no. En las universidades y centros públicos de investigación españoles nadie quiere incorporaciones que hagan sombra a sus vacas sagradas. Las últimas cifras hablan de 3.000 científicos que quieren regresar. Estaban ilusionados con el programa Ramón y Cajal propuesto por el Gobierno. Todo parecía idílico: «800 plazas en toda España que se otorgarán en razón exclusiva de su currículo y proyecto». Pero había una trampa mortal: «Se necesitará una carta de aceptación del centro en el que se va a instalar el investigador. En caso contrario, ni siquiera se baremará su solicitud». La Federación de Jóvenes Investigadores Precarios y la Asociación Española para el Avance de la Ciencia han enviado cartas al secretario de Estado de Política Científica, Ramon Marimon, afirmando que esta medida invitaba a las universidades y centros de investigación a firmar las cartas a sus protegidos y a rechazar a los de fuera. La endogamia campaba a sus anchas por el Programa Ramón y Cajal. Esta semana finaliza el plazo de entrega de solicitudes de los candidatos. La mayoría de ellos está en España y aprovechará el programa para mejorar su precaria situación laboral. Sus compañeros en el extranjero, a los que en principio iba dirigido el Ramón y Cajal, lloran. Por culpa de la polémica «carta de aceptación» jamás podrán volver y ni siquiera podrán medir sus currículos porque nadie les ha firmado la autorización. Francisco Rodríguez-Quiñones tiene 41 años. Estudió Farmacia en la Universidad de Sevilla, pero cometió un primer error: ser brillante. Fue Premio Extraordinario de licenciatura y de doctorado. También fue Premio de la Real Maestranza al mejor estudiante. Después, cometió su segundo error: salir becado a EEUU y Gran Bretaña para formarse mejor en los países punteros en su área, la genética microbiana. «Nadie me quiere» Tiene un buen puesto en la Universidad inglesa de Reading, pero se ilusionó con el Ramón y Cajal, y a pesar de que le pagaban mucho menos de lo que él ganaba allí decidió volver. Y ese fue su tercer error. Pese a su currículo de más de 20 buenas publicaciones, las universidades le han negado la carta de aceptación. «Me la han negado en las facultades de Biología, de Farmacia y de Medicina de la Universidad de Sevilla. También en la de Biología y Farmacia de la Universidad de Barcelona, en la Escuela de Agrónomos de la Politécnica de Madrid y en la Universidad de las Islas Baleares. Nadie me quiere y me vuelvo a Inglaterra», se queja Rodríguez-Quiñones. Lo único que este investigador pedía era que alguien le firmara para que el Ministerio evaluara sus méritos. En otro país él hubiese sido el que elige. Aquí todos desprecian su valía. Lo más triste fue lo de la Universidad de las Islas Baleares. «Yo ya había colaborado con el área de Microbiología y el trabajo había sido fructífero. Había elaborado un proyecto que se ajustaba a las líneas del departamento. Pero a última hora se dotó de capacidad de veto a cada miembro y uno de ellos decidió vetarme. Mi solicitud ni siquiera será tramitada. En Gran Bretaña sí me acogerán». La directora del Departamento de Biología de la Universidad de las Islas Baleares, Isabel Moreno, tiene otra versión: «No veo que en este asunto haya nada periodístico. No busque noticias donde no las hay y olvídese de este tema. Sólo se han rechazado los currículos malos y no se veta a nadie. Cuando uno se va con una beca al extranjero asume que es difícil volver». Luis Santamaría tiene plaza de investigador en Holanda, pero quería volver a España. Tampoco nadie le ha firmado la carta de aceptación a pesar de tener un currículo de tal envergadura que en Holanda, uno de los países que más científicos ilustres ha dado por habitante, ya es investigador senior. «Para mí el Ramón y Cajal es absolutamente endogámico, pero con el añadido de que lo han usado para presumir de lo contrario internacionalmente». Al menos, él puede venir de vez en cuando. Peor lo tiene Sonia Antoranz, experta en electrónica molecular, que investiga en la Universidad de Osaka (Japón). Tampoco nadie le ha firmado. «Hablé con el Laboratorio de Nuevas Microscopías de la Universidad Autónoma de Madrid. Me dijeron que sólo le habían dado una plaza y que no me firmaban porque no quieren competencia para el candidato de la casa. Las plazas en España son para el que más espera, no para el más brillante. No creo que el jefe apruebe la endogamia, pero el sistema le supera». Privilegiados y escépticos Algunos privilegiados han logrado la preciada firma. Raúl Méndez lleva ocho años en el Hospital de la Universidad de Massachussets (EEUU) investigando sobre genética. Pero, claro, le han firmado en el nuevo Centro de Regulación Genómica de Barcelona, dirigido por Miguel Beato, último fichaje estrella de la Generalitat y cuyo propósito es seguir las líneas de contratación de los países avanzados. «La carta de recomendación es de vergüenza. En España, el sistema público de investigación es endogámico. No sólo la universidad. Este año me presenté a una plaza en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). El mismo tribunal (que se elige a dedo, no por sorteo) juzgaba las tres plazas. Dos de ellas fueron para candidatos cuyos jefes estaban en el tribunal», dice Méndez. Otros ni se han presentado a la convocatoria. «Cuando vi que las universidades empezaban a elaborar perfiles muy concretos ya comprendí que las 800 plazas tenían nombre y apellidos. Yo quería ir a la Politécnica de Barcelona. Su plaza en la extensa área de Física del Espacio buscaba un candidato con experiencia en Técnicas SAR avanzadas. Radar de apertura sintética para el estudio de fenómenos geofísicos», dice Alberto Fernández, que trabaja en el Observatorio Astronómico de Brera (Italia). «Hubiese sido más ético poner directamente el nombre y apellido del protegido». Lo mismo le ha sucedido a Marisol Soengas, que ha publicado su investigación sobre tratamiento del melanoma en Nature y que trabaja en el prestigioso Cold Spring Harbour Laboratory. «He visto cómo era el programa y no me ha interesado ni intentarlo». Volver al principio del artículo Volver al principio de Recortes Volver al principioUniversidad: cantidad o calidadANTONIO MARZAL. Diario "El Mundo". Edición Cataluña.Lunes, 2 de julio de 2001 Del debate sobre el estado de la Nación, me interesó concretamente una afirmación que se hizo de manera bastante compartida, por casi todos los que intervinieron, y que, a mi juicio, ha tenido nulo eco en la prensa. Según ella, en la Universidad «se habría resuelto» ya el problema de la cantidad, y ahora sólo quedaría el problema de la calidad. Eso dijeron. Lo que no se dijo es qué se pensaba hacer con ese vuelco del problema. Claro que el debate sobre el estado de la Nación, tal como se inventó en tiempos de Felipe González y de Gregorio Peces-Barba, no es el mejor foro para ello. Bueno como teatro, bueno como carnaza a los medios que pueden rellenar así con palabras páginas y tertulias enteras, bueno como técnica de selección de líderes políticos que confirman así su autoridad o se revelan promesas, como sucede con los toreros en la feria de San Isidro, el debate sobre el estado de la Nación no se ha revelado útil hasta ahora para saber dónde estamos, ni qué queremos, ni para plantear ni resolver un problema. La palabra vela allí los problemas en vez de desvelarlos. Los diputados aplauden o gritan. Realmente no sé si piensan. Porque ¿qué quiere decir que ya tenemos más estudiantes que la universidad alemana? Hay países, Alemania entre ellos, que no pretenden tener tantos universitarios como tenemos nosotros.Un sistema eficaz de formación para el trabajo los vacuna del orgullo estadístico que nosotros tenemos. Del mismo modo, el déficit de formación profesional que nuestro sistema padece debería ayudarnos a nosotros a pensar si nuestra universidad, por disfrazada que venga de igualitarismo, no es hoy más que un sitio de aparcamiento de nuestros jóvenes, con los que no sabemos qué hacer por el momento. Nuestra universidad es una especie de EGB española con nivel de clase «terminal» francesa. Pero en el debate sobre el estado de la Nación, unos y otros repetían que hemos resuelto el problema cuantitativo de la universidad, que apenas nos queda ya el problema cualitativo. Lo que hace la estulticia unida a la buena conciencia. Actualmente, en Cataluña, la población entre 18 y 28 años es de unos 990.000. De ellos, en las 10 universidades que tenemos, están hoy unos 230.000. Al tiempo, la población catalana entre 0 y 10 años es hoy de unos 500.000. Cuando se de la sustitución de aquéllos por éstos ¿La Universidad tendrá la cuarta parte de nuestros jóvenes de hoy, o la mitad de los de mañana? ¿Resolverá eso el problema? No lo creo. Para mí, el problema de nuestra universidad está en otra cosa.En gran parte, en que pocos se atreven a decir que «el rey está desnudo» simplemente. La mediocridad domina, la endogamia se ha instalado sin que nadie quiera decirlo porque ya nos va bien con ella, y hemos hecho de la masa la materia prima de la universidad en vez del talento. Y entre tanto, el Gobierno habla sin atreverse a hacer, y las universidades se acantonan, para no dejar hacer, en un corporativismo como nunca se había dado, gracias a esa institución esterilizante que se llama el Consejo. Y entre tanto, el país gasta inútilmente el dinero en gente que vive en la universidad en vez de vivir de ella o para ella, y se lo niega a quienes por talento se marcharon fuera y ahora no encuentran modo de volver porque la endogamia corporativa dominante les niega un sitio en ella. ¿Cantidad o calidad? El rey está desnudo, eso es lo primero. Volver al principio del artículo Volver al principio de Recortes Volver al principio |
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