La revista "Cuadernos de realidades sociales" del Instituto de Sociología Aplicada de Madrid, nos ha proporcionado una serie de artículos sobre sociología del consumo -tema de gran actualidad-, para su inclusión en las páginas de Vivat Academia. Agradecemos a su director, el Prof. Joaquín Bandera su deferencia y su interés por aportarnos contribuciones de innegable calidad. Para lo que es habitual en VA, los artículos son un poco extensos, pero hemos considerado necesario editarlos, en cada número de VA, en su versión íntegra, debido a su variedad, evitando así a los interesados en estos temas una espera innecesaria. Para aquellos que quieran ponerse en contacto directo con la revista "Cuadernos de Realidades Sociales", su dirección es:
En esta ocasión, Marta Vázquez nos hace una breve presentación de Aldo Leopold, el llamado "padre del ecologismo no mercantilista". ALDO LEOPOLD Y SU "ÉTICA DE LA TIERRA".por Marta Vázquez Martín. El pasado año 2000 se editó por fin por primera vez en España (Ediciones de la Catarata, Colección Clásicos del pensamiento crítico) un librito que recoge algunos de los escritos más señalados de Aldo Leopold (1887- 1948), considerado hoy por todos como el padre del ecologismo no mercantilista. En 1999 se conmemoraba el cincuenta aniversario de la publicación del famoso A Sand County Almanac (1949), traducido al español como Un Almanaque del Condado Arenoso, hoy ya un clásico en la literatura ético-ambiental. Para quienes de un modo u otro nos hallamos próximos a estas cuestiones, sea desde el punto de vista profesional o desde la mera sensibilidad por el entorno natural que nos rodea, y del que formamos parte, esta publicación se convierte en un acontecimiento a celebrar. No es preciso tener conocimiento alguno de ecología o de ética para encontrar en esta lectura a la vez un estímulo y una educación, en el sentido más ilustrado de la palabra, en la percepción ecologista de los espacios naturales. El libro, al igual que en su primera edición, está estructurado en tres partes: el ya mencionado Almanaque del Condado Arenoso, otros escritos dispersos dedicados a diversas regiones de EE.UU., que el autor tituló Sketchs Here and There y se han traducido al español como Bocetos de aquí y allá (de éstos sólo se incluyen los dedicados a Arizona y Nuevo México y a Chihuahua y Sonora) y unas Conclusiones. Según indica el propio Leopold en su prólogo, "La parte I cuenta y lo que ve mi familia en su refugio del fin de semana, lejos de un mundo demasiado moderno. (...). La parte II (...) recoge algunos episodios de mi vida que me enseñaron, poco a poco y a veces con dolor, que la sociedad ha dado un paso en falso. (...). La parte III, "Conclusiones", muestra, en términos más lógicos, algunas de las ideas con que los disidentes racionalizamos nuestra disidencia"(pp. 38-39). Aldo Leopold procedía de una familia de ingenieros y naturalistas; su abuelo había sido ingeniero y paisajista en Stuttgart (Alemania) y su padre cazador y naturalista en Iowa, a las orillas del río Mississipi, de donde era oriundo Aldo. Entre 1905 y 1909 estudió gestión forestal en Yale, la primera universidad que había introducido este tipo de estudios desde el año 1900. Posteriormente trabaja en gestión de fauna (caza y pesca) y en 1933 publica un tratado sobre esta gestión, Game Management, tras el cual se crea para él una cátedra sobre su especialidad en la Universidad de Wisconsin. En 1935 funda, con otros preservacionistas, la sociedad The Wilderness Society y adquiere una granja en las proximidades de Baraboo, en el estado de Wisconsin, con objeto de poner en práctica sus ideas de restauración ecológica de aquellas tierras degradadas por la explotación industrial de la época. Una vez instalado en los condados arenosos, Leopold inicia su Almanaque en 1941, que será editado por primera vez en 1949, un año después de su muerte. Un Almanaque del Condado Arenoso es una obrita de apenas 75 páginas, cuyo contenido, lejos de ser trivial, muestra una riqueza y pluralidad de matices que la hace, entre otras cosas, una obra de arte. Junto a la formación científica y experiencia de campo sobradamente mostradas por Leopold a lo largo de sus páginas, encontramos una estructura narrativa que reúne la precisión de la prosa y estructura expositiva científica y la expresión poética más refinada, tanto en lo que se refiere a las descripciones del paisaje como al intimismo y proximidad con que aparece descrita la relación de Leopold con la diversidad de seres que pueblan los espacios de los condados por él frecuentados. Efectivamente, la obra se va desarrollando a través de la estructura de un almanaque, que comienza en el mes de enero y termina en el mes de diciembre. Con ello se mantienen las descripciones y las narraciones tal y como aparecen en el curso de la naturaleza, al sucederse las estaciones del año. La narración reproduce igualmente el proceso de abandono de las técnicas aplicadas sin observación previa del medio, sustentadas sobre los a priori de una civilización del progreso, hasta llegar a una integración cada vez mayor con el ambiente. Aldo Leopold dibuja a la perfección ese proceso que sufre el hombre de ciencia a medida que abandona los modelos estereotipados y se va perdiendo, haciéndose uno, con el paisaje, con el hábitat natural, a medida que su observación directa le permite comprender los complejos mecanismos que operan en los equilibrios naturales. De lo que no cabe duda es de la familiaridad que adquiere Leopold con el entorno natural que le rodea, fruto, sin duda, de muchos años de observación y de convivencia con el mismo. La primera parte del Almanaque muestra, pues, un mayor contenido crítico hacia los usos industriales de la gestión ambiental, mostrando las innumerables agresiones al medio registradas en aquellos lugares a lo largo del período 1940 a 1860. El mes de febrero del almanaque está dedicado a mostrarnos críticamente esta destrucción ambiental, en una sucesión retrospectiva que se inicia, en su expresión literaria, con la incisión permanente de las sierras cortadoras sobre los troncos de los árboles: "Ahora la sierra muerde los años veinte, la década Babbitt, cuando todo crecía más y mejor en el descuido y la arrogancia, hasta 1929, cuando se derrumbó la bolsa. (...). En marzo de 1922 la "Gran Helada" quebró los olmos de la vecindad, rama a rama (...). Ahora la sierra muerde en los años 1910- 1920, la década del sueño del drenaje, cuando las excavadoras dejaron secos los pantanos del centro de Wisconsin para levantar granjas y, en su lugar, dejaron basureros. (...).Cortamos 1906, cuando el primer ingeniero forestal del estado asumió su cargo, y los incendios abrasaron 17.000 acres en esos condados arenosos. (...). Ahora la sierra muerde en los años 1890, llamados alegres por quienes ponían los ojos en la ciudad más que en el campo. (...). Ahora la sierra muerde en los años 1870, la década de la parranda triguera. Pero la mañana del lunes llegó en 1879, cuando las chinches, los gusanos, el moho y el agotamiento de la tierra convencieron por fin a los granjeros de Wisconsin de que no podían competir con las praderas vírgenes de más al oeste en el juego de sembrar trigo hasta matar la tierra (...)". (pp.46- 54). En las descripciones de Leopold vemos aparecer cada individuo de cada especie bajo la consideración de un valor único, de una historia personal. Este es el final de un roble talado: "Hemos cortado el corazón. Ahora la sierra da marcha atrás en su orientación histórica; cortamos hacia atrás a través de los años, y hacia fuera, hacia el otro extremo del tocón. Por fin se produce un estremecimiento en el enorme tronco; la hendidura serrada se ensancha de repente; se saca la sierra a toda velocidad, mientras los aserradores saltan hacia atrás para ponerse a salvo; todos gritan "¡madera!"; mi roble se inclina, gime y se rompe con el estruendo de un terremoto, hasta quedar postrado sobre la carretera de emigrantes que le dio a luz". (pp. 53-54). Cualquier objeto inanimado o las variaciones del paisaje sirven a Leopold de guía para reconstruir la historia de las interacciones del hombre con la naturaleza. Todo, hasta el más mínimo acontecimiento, va dejando una huella inequívoca: "La inundación primaveral nos trae algo más que una gran aventura; nos trae también una miscelánea imprevisible de objetos flotantes, robados a las granjas río arriba. Una vieja tabla, encallada en el prado, tiene para nosotros dos veces más valor que la misma pieza nueva y recién serrada. Cada tabla vieja tiene su propia historia individual, siempre desconocida, pero casi siempre adivinable (...). La autobiografía de un viejo tablón es un tipo de literatura que no se enseña todavía en los campus universitarios, pero cualquier granja a orillas del río es una biblioteca donde quien martillea y sierra puede leer a placer. Que venga la riada, pues siempre traer más libros nuevos". (p. 61). No cabe duda de que con Leopold nos encontramos en medio de los paisajes y los hábitats no sólo haciendo una descripción o una crítica a los errores de gestión llevados a cabo por decisiones gubernamentales, sino que nos encontramos integrados en un diálogo constante con el medio que el autor sabe entablar a través de sus extraordinarias dotes de observación, de su sensibilidad y de su actitud de respeto hacia la totalidad del mundo vivo y su soporte abiótico. Leopold enseña desde sus conocimientos y observaciones, pero también aprende, desde una posición abierta, a través de la interpretación de las conductas animales y vegetales, que se muestran cargadas de una lógica vital y adaptativa, lejos de la común interpretación mecanicista correlato de la cosificación de los seres naturales no humanos - que perdura en nuestro mundo moderno. Especialmente emotiva resulta una de sus narraciones en las que se siente alumno de su perro, reconociendo la destreza olfativa del animal: "A propósito, mi perro piensa que yo tengo mucho que aprender sobre las perdices y, como soy un naturalista profesional, estoy de acuerdo. Con la calma y paciencia de un profesor de lógica, insiste en enseñarme a sacar conclusiones de una nariz con estudios. Me encanta verle sacar una conclusión, en forma de una parada, a partir de datos que para él son obvios, pero especulativos para mi ojo si no se tiene más ayuda. Quizá mantiene la esperanza de que su torpe alumno aprenda algún día a oler. Igual que otros alumnos torpes, sé cuándo tiene razón el profesor, aunque no sepa por qué. Reviso la escopeta, sigo caminando. Como cualquier buen profesor él nunca se ríe cuando fallo, lo cual sucede a menudo. Sólo me echa una mirada y avanza corriente arriba, en busca de otro gallo lira". (pp. 91- 92). La lectura del Almanaque, al igual que la de los Bocetos, muestra claramente que Leopold tenía una percepción ecológica del entorno, algo poco usual en su tiempo (tampoco puede decirse que medio siglo después se haya desarrollado demasiado este modo de percibir, aunque algo si parece haberse despertado a partir de los años 70 con la llamada crisis ecológica) y de lo que se quejará y advertirá en las Conclusiones. Tienen razón los que consideran a Leopold como uno de los pioneros de lo que hoy podemos denominar pensamiento ecologista, sin entrar en radicalismos y otros ismos bajo los que se ha pretendido situarle. La discusión de si Leopold es, ante todo, conservacionista no ha lugar, ya que sus planteamientos se sitúan en otra perspectiva diferente, aunque él mismo hubiera formado parte y trabajado con otros conservacionistas. Tal vez haya sido el conservacionismo, lógicamente, uno de los primeros pasos en la redefinición de la relación hombre- naturaleza, aún no culminada, que se inició a mediados del siglo XIX con el progreso teórico científico de las ciencias de la naturaleza (paradigma evolutivo de Darwin, nacimiento de la ecología como ciencia) y con el creciente progreso técnico, que facilitó las intervenciones a gran escala del hombre sobre los entornos naturales con carácter extractivo y productivo, orientadas por una economía de los recursos naturales aún no ecológica. El surgimiento del conservacionismo a principios del siglo XX tiene su razón de ser como consecuencia de las explotaciones madereras, agrícolas y animales (incluyendo producción alimentaria y ocio: en particular caza y pesca indiscriminadas) desde la segunda mitad del XIX, que dieron lugar a las primeras desapariciones de especies, a la devastación de amplias zonas por cultivos intensivos y los primeros síntomas de desertización por consunción de grandes masas de bosques, todo ello suficientemente descrito e ilustrado por Leopold. En ningún momento encontramos en las argumentaciones a lo largo del Almanaque (y de los Bocetos y las Conclusiones) nada en contra de las acciones humanas en el medio natural. De lo que Leopold se queja es de la orientación puramente económica de estas acciones, desde una filosofía económica en la que aún no ha penetrado el pensamiento ecológico. El equilibrio se logrará no negando el punto de vista económico, sino integrando los aspectos económicos de la naturaleza con los no económicos, aspectos éstos últimos aún no reconocidos en los modos de explotación natural de la economía ortodoxa: "Resumiendo: un sistema de conservación basado únicamente en el interés económico propio está desequilibrado sin remedio. Tiende a ignorar y por tanto a eliminar en el largo plazo muchos elementos de la comunidad de la tierra carentes de valor comercial, pero que (por lo que sabemos) son esenciales para su funcionamiento saludable. Cae en el error de creer que las piezas económicas del reloj biótico pueden funcionar sin las piezas no económicas." (pp. 144-145). La percepción ecológica del medio que se nos describe a lo largo de toda esta obra y las paradojas que suscita en el concepto clásico, lineal y simple, del medio natural están ilustradas a la perfección en uno de los Bocetos, el dedicado a las regiones de Arizona y Nuevo México, que Leopold subtituló Pensar como una montaña, referencia tomada en los años 90 por Luc Ferry (1993), en su conocido "El nuevo orden ecológico. El árbol, el animal y el hombre". En él trata Leopold la cuestión de la eliminación masiva de los depredadores superiores, en particular del lobo, de las montañas. La supresión de estos animales, guiada por la conveniencia de los ganaderos de proteger sus reses de ganado y por la amenaza de estos grandes predadores al hombre, que comenzaba a aventurarse por las altas cimas, corresponde a un pensamiento natural lineal que no tiene en cuenta la inserción de estas especies en la trama de cadenas tróficas del ecosistema. A finales del siglo XIX se pensó que esta eliminación podía hacerse sin más, sin consecuencias negativas para el conjunto. La observación de Leopold es que, sin haberlo previsto, la eliminación del lobo estaba trayendo como consecuencia el arrugamiento de las montañas, su devastación completa a manos de los ciervos: "Desde entonces, he visto cómo un estado tras otro extirpaban sus lobos. He contemplado el rostro de muchas montañas recién privadas de lobos, y he visto como las laderas meridionales se iban arrugando con laberintos de nuevas sendas de ciervos. He visto cómo eran ramoneados hasta el más mínimo arbusto y plantón comestibles, primero hasta del desmedro anémico y luego hasta la muerte. He visto todos los árboles comestibles defoliados hasta la altura de una silla de montar. Una montaña tiene así el aspecto de que le hubieran regalado a Dios unas tijeras de podar nuevas, prohibiéndole al mismo tiempo cualquier otro ejercicio. Al final, los huesos de los tan anhelados ciervos, muertos de hambre por su número excesivo, se blanquean junto a los despojos de la salvia muerta, o se convierten en polvo bajo los enebros. Ahora barrunto que igual que un rebaño de ciervos vive sintiendo temor mortal hacia sus lobos, una montaña vive sintiendo temor mortal hacia sus ciervos. Y acaso con mayor razón, pues mientras un macho abatido por los lobos puede reemplazarse en dos o tres años, un territorio devastado por el exceso de ciervos puede tardar muchos decenios en recuperarse."(p.119). La propuesta ética de Leopold está formulada no sólo desde el conocimiento de los ecosistemas; también se hallan presentes el amor y admiración que siente por las intrincadas redes que sustentan la vida en nuestro planeta y el valor estético del medio natural, tan resaltado en sus descripciones y relatos. Para el autor, la necesidad de una ética de la tierra se funda en el imperativo de mantener los equilibrios armonías- naturales. Dado que el ser humano forma una comunidad viviente con el planeta, no podrá establecer su vida fuera de los flujos bioenergéticos que se mantienen entre el sol y la Tierra. El equilibrio de estos flujos no tiene únicamente repercusiones ecológicas sensu stricto para el ser humano. El bienestar que ha procurado el progreso científico, tecnológico y social de los últimos siglos puede quedar en entredicho si se rompen los equilibrios básicos: capacidad de carga del ecosistema, agotamiento y contaminación de suelos, desaparición acelerada de especies, destrucción de la fauna marina, calentamiento global, etcétera. La aceleración de la producción exigida innecesariamente a los medios naturales y ahora la introducción de productos alimenticios sintéticos o manipulados genéticamente no pueden ya considerarse como elementos de bienestar en nuestras sociedades opulentas en las que la producción sobrepasa con mucho la demanda. El enfoque económico debería, en este punto, señalar más los factores de calidad que de cantidad y, en este sentido, una regulación de la producción agrícola, por ejemplo, debería apuntar más en la dirección de los cultivos biológicos. Hay quienes argumentan que, en ese caso, la producción caería ostensiblemente hasta situar la demanda por encima y consecuentemente se produciría un aumento de los precios. Esto es lo que está ocurriendo en realidad, ya que los escasos productos de cultivo biológico que se comercializan en la actualidad alcanzan precios sin competencia, estando tan sólo al alcance de las clases de mayor poder adquisitivo. Nos encontramos de lleno con una consecuencia lógica de la superpoblación humana, a la vez causante de la superexplotación agrícola y extractiva: la mayoría de la población accede a una alimentación básica, pero ésta es de calidad inferior a la obtenida a través de los sistemas tradicionales de cultivo o de alimentación de las reses de ganado o a la obtenida en los bancos de pesca antes de la contaminación marina y el agotamiento de los mismos o del cultivo en piscifactorías. Los productos de cultivo biológico son ahora, más que nunca, artículos de lujo que muy pocos se pueden permitir. La necesidad de una ética de la tierra la ve Leopold como un proceso de evolución ecológica: "Esta ampliación de la ética, hasta ahora estudiada sólo por los filósofos, es en realidad un proceso en la evolución ecológica. (...). Hasta ahora no hay una ética que se ocupe de la relación del hombre con al tierra y con los animales y plantas que crecen sobre ella. La tierra, como las esclavas de Odiseo, es sólo propiedad. La relación con la tierra sigue siendo estrictamente económica y acarrea privilegios, pero no obligaciones. La ampliación de la ética a ese tercer elemento del medio humano es, si no me equivoco, una posibilidad evolutiva y una necesidad ecológica.(...). Se puede considerar que una ética es un modo de orientación al encontrarnos en situaciones ecológicas tan nuevas o intrincadas, o que implican reacciones tan diferidas, que la vía de lo más conveniente para la sociedad no es discernible para el individuo medio. (...). La ética de la tierra, sencillamente, extiende las fronteras de la comunidad para incluir los suelos, las aguas, las plantas y los animales; dicho de un modo colectivo, la tierra.". (pp. 134-135). Esta consideración exige un nuevo concepto de la vida humana en la que el humano no vive desconectado, es decir, como realidad separada, de su medio natural, de los ecosistemas particulares y, en general, del ecosistema global. Evidentemente esto requiere un cambio profundo de mentalidad a la que, desde muchos sectores humanistas, se opone una considerable resistencia. No obstante, se tiene la aún la tendencia a mantener un pensamiento unidireccional y excluyente que se opone a esta percepción del ser humano como si fuera incompatible con otras percepciones de corte tradicionalmente más humanista. En este sentido cabe interpretar las dificultades mostradas en el pasado y aún hoy por el naturalismo en su penetración en las teorías de elaboración humanista. Sería suficiente considerar por igual los pesos específicos de ambos enfoques en una apreciación más completa y exacta de la realidad humana, como ya se ha empezado a hacer en algunos sectores más abiertos y actualizados de la filosofía (cabe citar, entre otros, a Marcuse, Habermas, Mosterín, Ferrater Mora y Morin, herederos en parte del naturalismo filtrado de finales del XIX, que puede verse en antecesores como DiltheyNOTA1 , Freud y Ortega, entre otros). La crisis ecológica de los 70, sucesora en parte de los problemas ambientales señalados por Leopold, y las alarmas suscitadas por los progresos tecnológicos y científicos que demostraron su alta capacidad destructiva durante la Segunda Guerra Mundial (armamento nuclear) han avivado la conciencia sobre la necesidad de una ética de la tierra, o de forma más general, de una ética ecológica, cuyas argumentaciones tuvieron su origen y primeros desarrollos a mediados y finales de los años 70. Si bien se ha producido un avance en este campo a lo largo de las décadas de los 80 y 90, las principales dificultades a la hora de ensamblar conceptos tradicionalmente tan contrapuestos como ética y ecología (o medio ambiente) proceden de esta separación radical entre hombre y naturaleza, con que se ha percibido la realidad humana a lo largo de una tradición filosófica milenaria. La naturaleza parece mostrarse como un cuerpo extraño a la argumentación ética, exclusivamente reservada al ámbito de las acciones humanas en el seno de las sociedades humanas. La naturaleza parece encontrar dificultades en pasar de ser objeto de conocimiento y explotación humanos a ser objeto de consideración moralNOTA2 . ¿Es suficiente para una ética de la tierra partir de la consideración de la necesaria convivencia armónica entre el hombre y su medio? Muchos son los interrogantes que pueden establecerse en relación a esta cuestión. En todo caso, haciendo consideraciones a medio y largo plazo, puede afirmarse que lo que es malo para la tierra lo es también para el hombre que la habita, si bien lo que es bueno para la tierra puede ser en el corto plazo adverso para el hombre. De este modo, el hombre tendrá que establecer una negociación inteligente con su medio en la que las pérdidas y las ganancias sean adecuadamente valoradas, sopesadas y compensadas y en la que, de ningún modo, tenga perdida la última partida. De ahí la importancia de las consideraciones globales a medio y largo plazo. Esta necesidad de cooperación es cada vez una realidad menos cuestionada. El hombre y la Tierra pueden seguir siendo parte, como señala Leopold, de una historia común. Este cambio hacia una ética de la tierra no se producirá sin la exigencia de "un cambio interno en nuestros intereses intelectuales, lealtades, afectos y convicciones"(p. 141). Quizás nos falte también algo que está presente en los escritos de Leopold: una poética de la tierra, rescatando tal vez con ello la contraposición, llevada a cabo por Schiller, del análisis científico, que descompone y mata, por la contemplación artística, que permite la comprensión de la vida independiente en la naturaleza. Más allá de lo que el método científico permite, el artista, el poeta, es capaz de amar y representar lo sagrado, inviolable y omnipotente que se da a nuestra vida como naturaleza. Los aspectos estéticos del medio natural no deberían ser tan relegados a un segundo plano, como suele ser habitual, sobre todo en los contextos economicistas. Una recomendación final a los lectores de esta obra sería que no leyeran la introducción de Jorge Riechmann antes de acercarse al texto original, salvo quizás la breve biografía de Aldo Leopold. Se trata de una introducción pormenorizada que incurre en el intento de encuadrar la filosofía de Leopold en el conjunto de las clasificaciones y orientaciones al uso. Sí me parece interesante, en cambio, acercarse a esta introducción una vez leída la obra original. En resumen, se trata de una obra de lectura recomendable para los amantes de la naturaleza y para quienes muestren su preocupación por el creciente deterioro ambiental. NOTAS: NOTA1: En su Introducción a las ciencias del espíritu(1883) considera las unidades vitales, esto es a los individuos psicofísicos (humanos), como los elementos constitutivos de la sociedad y la historia, el objeto de estudio de las ciencias del espíritu. En la psicofísica o psicología fisiológica se parte de la dependencia de la vida espiritual de la vida corporal; hay una dependencia unilateral de los hechos y alteraciones psíquicos respecto a los fisiológicos. La psicofísica se halla, pues, en la frontera entre las ciencias de la naturaleza y la psicología. No obstante, Dilthey mantiene la dicotomía naturaleza-sociedad en su percepción de la realidad humana, aunque establece un nexo claro de dependencia. Volver al párrafo Volver al principio del artículo Volver al principioNOTA2: Sin ánimo de entrar en detalles sobre esta cuestión, baste con aclarar que esta consideración moral de la naturaleza lo sería en tanto objeto de consideración moral y no como sujeto moral, que sería la diferencia básica entre una ética entre iguales (humanos) - la ética tradicional - y una ética de la naturaleza. Volver al párrafo Volver al principio del artículo Volver al principioVolver al principio del artículo Volver al principio |
|