El Rincón Literario
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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia

 Histórico Año III

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Marzo 2001. Nº 23

En esta ocasión deleitamos a nuestros lectores con dos contribuciones:

La revolución silenciosa (Conjunto de fábulas orientales, por Arturo Pérez París)
Exposición en Vallecas (Por Caronte)

La revolución silenciosa

Arturo Pérez París. Alumno de la Escuela Politécnica. Universidad de Alcalá.

Antes de comenzar, quisiera dedicar estos cuentos a tres grandes amigos que se portaron muy bien conmigo en estos últimos meses en los que no anduve muy fino: Mª José Redondo, José Antonio Bernal y Julio Gutiérrez. Ojalá esta amistad dure tantos años como granos de arena hay en el desierto.

Con este título, abro esta segunda entrega de fábulas de corte orientalista. Con él me refiero a los cambios imperceptibles que se producen en nuestra personalidad a lo largo del día a día, con el contacto con los demás, con lo que leemos o, simplemente, con lo que vemos por la televisión. Un día te das cuenta de que no te reconoces a ti mismo y que, muchas veces, no sabes realmente por qué haces o dejas de hacer las cosas. Qué es lo que te mueve a levantarte todos los días de la cama: la inercia de la rutina tal vez. Y no es que la vida en si haya perdido su sentido, simplemente es que hemos dejado de pensar por nosotros mismos y esos pequeños cambios han ahogado nuestro "yo". En ese preciso momento tomas conciencia de tu propia realidad y no comprendes lo que te rodea.

Es ahí cuando uno ha de parar y debe empezar a meditar sobre lo esencial de nosotros mismos. Desvincularse de ese papel (en muchos casos absurdo) que se nos dio en este gran teatro, y ganar algo en perspectiva con el fin de no terminar diluido en la vorágine que nos rodea. Es por ello, que propongo las siguientes fábulas. Algo que nos valga de pequeña evasión y recreo, además de recibir una pequeña lección que nos sirva de algo ante lo cotidiano.

Dejémonos ya de rollos y pedanterías. Vayamos pues a lo que interesa. En esta primera historia quisiera tratar uno de los males que aqueja nuestra sociedad: la indolencia.

El Abad Tibetano

El abad de un monasterio del remoto Tíbet era un hombre muy anciano, pero con gran lucidez mental y notable energía. En el monasterio había un buen número de novicios de las más diversas edades, así como algunos monjes. Bajo el cielo azulado de la altiplanicie, en el reconfortante silencio de las montañas, novicios y monjes recitaban las escrituras, practicaban meditación y efectuaban las ceremonias litúrgicas propias de su religión. Pero había dos monjes que a menudo evitaban su presencia en estos actos y se dedicaban a charlotear sobre trivialidades. El abad era un hombre muy paciente y, aunque era consciente del proceder de sus discípulos, nada decía. Prefería dejar pasar el tiempo para ver si los jóvenes, por ellos mismos, comprendían lo equívocado de su actitud. Era un lama comprensivo y que no coaccionaba a los aspirantes. Pero el tiempo discurría con la facilidad con que las nubes cruzan por el cielo, día tras día. Los monjes persistían en su proceder y en verdad que cada día se iban tornando más abúlicos y ya apenas asistían a ningún oficio, ni leían las escrituras, ni practicaban la meditación.

El abad hizo llamar a los dos jóvenes y les atendió en su propia celda. Dijo en un tono afectivo:

- No os puedo seguir ocultando que me duele ver cómo, día a día, consumís vuestra vida sin tratar de acercaros a vuestra naturaleza iluminada. Os habéis vuelto unos insolentes. No quiero reprenderos, porque cada persona debe responsabilizarse de sus actitudes, pero soy vuestro maestro y tengo que advertimos de que os habéis dejado ganar por la negligencia.

Los jóvenes se quedaron pensativos durante unos instantes. Miraron al venerable lama y vieron en su rostro surcado por las arrugas de la ancianidad cuánta paz y compasión se reflejaban. Uno de los jóvenes dijo:

- Pero, venerable lama y respetado maestro, tú nos diste la iniciación. ¿No es suficiente para que, con el poder que nos transmitiste con la iniciación, podamos evolucionar? ¿No basta ese poder para que vayamos aproximándonos a la mente iluminada, al Nirvana?

El anciano guardó silencio. Los jóvenes se postraron ante él y abandonaron la angosta estancia. Pasaron unos días y he aquí que una hermosa mañana el venerable lama colocó en las manos de cada uno de los jóvenes un frasquito herméticamente cerrado que contenía el oloroso perfume de sándalo. Les dijo:

- Colocad el esenciero en vuestra celda.

Los monjes, extrañados, dejaron el esenciero en las respectivas celdas. Si el lama así lo solicitaba, por algo sería. Y transcurrieron algunas semanas. Cierto amanecer, el abad se acercó a los monjes que, como era habitual en ellos, estaban holgazaneando, y les dijo:

- Haréis penitencia. Os quedaréis en vuestra celda encerrados durante tres días, en ayuno.

- Pero, ¿por qué? -protestaron perplejos los monjes.

- Porque no oléis a sándalo.

- ¿A sándalo?- preguntaron cada vez más consternados.

- Sí, a sándalo -dijo con firmeza el abad-. Os di un esenciero con sándalo y ningún día he apreciado que oláis a su perfume.

- Pero, ¿cómo vamos a oler a sándalo si el frasquito que nos diste lo hemos tenido cerrado? -replicaron.

El abad, les miró en silencio unos instantes. Luego rompió el silencio para decir:

- Además de holgazanes e insolentes, sois unos necios. ¡Claro que no podéis oler a sándalo, puesto que aunque os he obsequiado con el sándalo de mejor calidad, está herméticamente cerrado en el esenciero! De igual modo, os dí la iniciación más poderosa, pero en lugar de utilizarla y desplegar su poder en vosotros mediante la meditación, os habéis abandonado a vuestra inexcusable indolencia. ¿De qué sirve que os haya obsequiado con el mejor sándalo si no lo habéis usado? De la misma manera, ¿de qué sirve que os diera una poderosa iniciación si con vuestra holgazanería habéis dejado que se extinga su llama?

Curiosa historia. Con cuanta contundencia se nos hecha en cara, que a pesar de la cantidad de medios de que disponemos, no sólo los usamos mal, sino que a veces ni eso. Éste es un gran pecado. Por ello, debemos ser diligentes, sacar el máximo que podamos de lo que hagamos, pues no sólo nadie lo hará por nosotros sino que, de no hacerlo, posiblemente se perderá no siendo aprovechable para nadie.

El Maestro lama

Esta segunda fábula, más parece sacada de la película "Kárate Kid", pero resulta útil sobre todo para aquellos que se hayan sometido a la terrible tortura de los exámenes.

Un lama impartía enseñanzas a los monjes y novicios de un monasterio. Siguiendo la doctrina de Buda, ponía especial énfasis en captar la transitoriedad de todos los fenómenos así como de aquietarse, retirarse de los pensamientos y, en meditación profunda, percibir, en el vacío interior, la voz de la mente iluminada. Mostraba métodos muy antiguos a sus discípulos para que pudieran apartarse del pensamiento y vaciar la mente de inútiles contenidos.

- Vaciaos, vaciaos -exhortaba incansablemente a los discípulos.

Así un día y otro día, con la misma insistencia.

Tanto insistiera en ello, que algunos discípulos acudieron a visitar al maestro y le dijeron respetuosamente:

- Venerable maestro, en absoluto ponemos en duda la validez de tus enseñanzas, pero...

- ¿Pero? -preguntó el lama con una sonrisa en los labios.

- ¿Por qué pones tanto énfasis en que nos vaciemos? ¿Acaso, respetado maestro, no acentúas demasiado ése aspecto de la enseñanza?

- Me gusta que me cuestionéis -dijo el lama-. No quiero que aceptéis nada que no sea sometido al escrutinio de vuestra inteligencia primordial. Ahora debo llevar a cabo sin demora mi meditación, pero solicito que todos vosotros os reunáis al anochecer conmigo en el santuario. Eso sí, quiero que cada uno de vosotros traiga consigo un vaso lleno de agua.

Los discípulos disimularon como pudieron su asombro e incluso alguno de ellos se vio obligado a sofocar la risa. ¿Será posible? Su maestro les pedía algo tan ridículo como que todos ellos fueran al santuario portando un vaso lleno de agua. ¿Se trataría de algún rito especial? ¿Sería una ofrenda que iban a hacer a alguna de las deidades?

Fue transcurriendo el día y los discípulos no dejaban de conjeturar sobre la extraña solicitud del maestro. Unos aventuraban si no se trataría de una ceremonia especial en honor de la diosa Tara; otros pensaban que tal vez era que el lama les iba a hacer leer durante toda la noche las escrituras y que el agua era para evitar la excesiva sequedad de boca; otros confesaban no tener la menor idea del por qué de la insólita petición del lama. El sol comenzaba a ocultarse tras los inmensos picos que se divisaban a lo lejos. Los discípulos cogieron cada uno de ellos un vaso y lo llenaron con agua. Luego, ansiosos por desvelar el misterio, fueron hasta el santuario y se presentaron ante el maestro.

- Buenos chicos -dijo el maestro riendo con su excelente humor-. Ahora vais a hacer algo muy simple. Golpead los vasos con cualquier objeto. Quiero escuchar el sonido, la música capaz de brotar de vuestros vasos.

Los discípulos golpearon los vasos. De los mismos no brotó más que un feo sonido sordo, desde luego nada musical. Entonces el maestro ordenó:

- Ahora, queridos míos, vaciad los vasos y repetid la operación.

Así lo hicieron los monjes. Vaciados los vasos, golpearon en ellos y surgió un sonido vivo, intenso, musical. Los discípulos miraron al lama interrogantes. El lama esbozó una sonrisa pícara y se limitó a decir:

- Vaso lleno no suena; mente atiborrada no luce. Os deseo felices sueños.

Los discípulos, un poco avergonzados, comprendieron al momento. Nunca habrían de olvidar aquello de «vaso lleno no suena».

Con cuanta sencillez se puede hacer comprender tanta sabiduría como la que aquí se encierra. Únicamente cuando nos liberamos de nuestra ignorancia, nuestros prejuicios y nuestros miedos podremos dar el paso que nos lleve a la compresión del Cosmos.

No tengo tiempo

La siguiente historia quisiera dedicarla a todos aquellos, entre los que también me incluyo, que andamos a vueltas con el "no me da tiempo a ..."

Un hombre muy ocupado escuchó hablar de un sabio lama y se decidió a visitarle. Era un destacado comerciante, pero albergaba algunas inquietudes espirituales y por ello sintió interés por visitar al monje y poder conocerle en persona. Así que viajó hasta donde estaba el lama y fue recibido por él.

- Aunque soy un hombre de negocios muy ocupado -dijo-, siento inclinaciones espirituales, venerable maestro. Por eso he venido a veros. Quería encontrarme con vos y escuchar algunas de vuestras, sin duda, sabias palabras. Sé que habéis dedicado parte de vuestra vida a la meditación y que habéis captado verdades de una realidad superior que a mi se me escapa.

- Cada uno tiene que acercarse por sí mismo a esa realidad superior -dijo el lama-. Pero sí quiero prevenirte de que ya no eres joven y que sería conveniente que empezaras a interesarse de verdad un poco por la vida espiritual. No sólo que tengas algunas inclinaciones espirituales, sino que comiences a practicar.

El hombre se encogió de hombros en un gesto como para disculparse. Explicó:

- Lo haría, ¡pero estoy tan ocupado! Tengo que atender mis innumerables negocios, asistir a reuniones de trabajo y congresos, hacerme ver en fiestas sociales, cambiar puntos de vista con mis colegas, responder a las numerosas cartas que me llegan... ¡Estoy tan atareado!

El lama esbozó una sonrisa. Movió la cabeza ligeramente, pensativo. El visitante agregó:

- Tengo que viajar para atender mis negocios, hablar por teléfono sin cesar, hacer estudios de mercado... ¡Estoy tan ocupado!

- Bueno, bueno -dijo apaciblemente el maestro-. Cuando mueras (y la vida es muy corta, no lo olvides), alguien comentará, o incluso rezará en tu lápida, «He aquí que ha muerto un hombre que supo llenar su vida de inútiles actividades. ¡Enhorabuena!»

Diría mi abuela que entre el día y la noche no hay pared, y que, si realmente nos interesa hacer algo, en verdad que lo haremos. Lo que verdaderamente nunca será inútil es aquello que se haga para liberar nuestra alma de los "grilletes" de la ofuscación la codicia y el odio.

El término medio

La fábula que sigue es la sencilla clave que muchos buscamos en las cosas de nuestra vida.

El búfalo y el yak son dos animales muy singulares. Tienen en común su capacidad de resistencia, su solidez, su mansedumbre, su parca belleza y su simpatía. Ambos son bovinos, pero el búfalo habita en las planicies y en montañas de media altura, en tanto que el yak mora en las altiplanicies y, por tanto, en lugares de notable altura. Y he aquí, porque así es el juego caprichoso de la vida, que un búfalo y un yak se hicieron amigos. Entonces comenzó el problema para ambos. ¿Por qué? Pues porque cuando el búfalo acudía a visitar al yak a sus moradas, se sentía mareado, cansado y, en suma, padeciendo el desagradable mal de altura, y cuando el yak iba a visitar al búfalo a sus tierras, se notaba alicaído, víctima de un insoportable calor y de un aire irrespirable. Búfalo y yak se quejaban. Les unían estrechos lazos de amistad, pero cada vez que uno visitaba al otro en verdad que la cosa se complicaba. Estaba en juego, incluso, la salud de ambos.

- Pero yo, hermano yak, no quiero dejar de verte -dijo tristemente el búfalo.

- Amigo búfalo, tampoco yo querría nunca dejar de verte a ti.

¿Qué hacer? ¿Cómo resolver el problema? El búfalo y el yak consultaron a un ermitaño. Estaban muy apenados. El ermitaño era un hombre de mente clara. Escuchó con paciencia a los animales. Incluso vio alguna lágrima en los ojos del búfalo. Dijo:

- Nos os preocupéis, amigos míos. Lo importante es siempre encontrar el punto de equilibrio.

- ¿El punto de equilibrio? -preguntaron extrañados los bovinos.

- Así es -repuso el ermitaño-. ¿Por qué creéis que me he dedicado a la meditación y a las privaciones durante tantos años? Para hallar el punto de equilibrio.

- ¿En qué nos puede ayudar eso? -preguntó el yak.

- ¿Cómo soluciona ello nuestro problema? -preguntó el búfalo.

- En el punto de equilibrio siempre está la respuesta. Os diré lo que debéis hacer. Buscad conjuntamente el terreno del medio en el que podéis reuniros, cediendo cada uno un poco, pero sin extremarse. Que el yak baje hasta donde le sea posible sin perjudicarse y que el búfalo suba hasta donde pueda sin dañarse. En esa franja de tierra os encontraréis.

El búfalo y el yak encontraron la solución gracias al buen consejo del sabio ermitaño. Han fijado su lugar de encuentro y han descubierto dos cosas muy importantes: el valor de la amistad y la doctrina del equilibrio.

¡Que añadir a lo dicho! Los extremos son siempre perjudiciales, de ahí la necesidad de buscar un punto medio, negociándolo incluso, que nos lleve a una solución conveniente para todos. Tómelo cada uno como quiera.

La humildad

Con esta última fábula quisiera hacer un llamamiento a nosotros mismos por carecer (por ser hijos de nuestro tiempo y nuestras circunstancias) de una de las más apreciadas de las virtudes: la humildad.

En la cima de una montaña se elevaba un monasterio tibetano en el que residían buen número de novicios, monjes y lamas. Uno de los lamas jóvenes había obtenido un gran control psicosomático, conocía las técnicas más poderosas para dominar la respiración, las energías y la mente, y gustaba de llamar la atención de sus compañeros con su fabuloso autodominio. A menudo se jactaba de sus poderes mentales, energéticos y psicosomáticos, y en el colmo del engreimiento no se recataba al declarar que era el más avanzado mental y espiritualmente. Tal era su vanidad, que el joven lama no pudo por menos que retar al más anciano y venerable lama del monasterio a una competición de «tummo». Esta técnica yóguica estriba en elevar notablemente la temperatura del cuerpo mediante la puesta en práctica de sofisticadas técnicas del yoga basadas en el control respiratorio, el dominio sobre la mente y la sagaz manipulación de las energías. También se utilizan elaboradas visualizaciones místicas. Gracias a esta técnica hay yoguis y ascetas que sobreviven a bajísimas temperaturas, pero lo importante es que desarrollando estos métodos hay, asimismo, una transformación anímica de gran alcance.

El joven lama, cegado por la vanidad, no tenía inconveniente en llegar incluso a ridiculizar al anciano lama al que había desafiado para demostrar sus poderes. El anciano lama, que siempre había destacado por su genuina humildad, accedió al insólito reto, entre otras razones porque no quería desairar al joven. La prueba consistiría en secar sábanas elevando la temperatura del cuerpo. Vencería aquel que secase más sábanas húmedas en el tiempo prefijado.

El sol fue apareciendo tímidamente por el horizonte. Al amanecer, novicios, monjes y lamas llevaron a cabo los primeros oficios religiosos del día y la práctica meditacional. El canto del gallo se confundió con las salmodias envolventes de los lamas. Después de la ceremonia, todos partieron hacia el lugar que se había escogido para la competición. El sol había ido lentamente trepando por el cielo, pero era un día frío de invierno, aunque espléndidamente luminoso. Los dos lamas se sentaron erguidos como postes y entraron en profunda meditación. Dio comienzo la competición. ¿Quién secaría más sábanas? Todos estaban expectantes. Se hizo un silencio abismal. Ni siquiera los novicios más jóvenes se atrevían a quebrar el silencio. Pasaron los minutos y se consumió el tiempo dedicado a la prueba. El resultado no dejaba lugar a dudas sobre el vencedor. En tanto el lama anciano había secado una sábana, el arrogante joven lama había secado seis. ¿Os imagináis cuán henchido de orgullo se encontraba el petulante joven? Sin ningún pudor, comenzó a exclamar:

- ¡Qué enorme dominio he conseguido sobre mi mismo! He obtenido logros insuperables. En unos años he obtenido más poder que los lamas más sabios y respetados a lo largo de toda su vida.

Desde luego había demostrado un control psicosomático excepcional. Los más jóvenes estaban entusiasmados. Entonces el lama joven comenzó a ridiculizar al lama anciano sin la menor consideración. Dijo:

- Con la de años que llevas siendo un santurrón, ¿cómo has obtenido tan poco dominio sobre ti? Muy pocos logros son los tuyos. ¿De qué te ha servido seguir tan fielmente la Doctrina?

El venerable anciano no se inmutó. La sonrisa se reflejaba en sus labios y la ecuanimidad en su mirada. Con serenidad inquebrantable, dijo:

- Joven lama, no me extraña en absoluto que hayas vencido, claro que no. Lograrías secar todas las sábanas del mundo con el ego de tu soberbia. Yo no puedo secar ni la cuarta parte de sábanas que tú, desde luego, pero no me dejo dominar por la vanidad, que es uno de los más graves obstáculos en la senda hacia el Nirvana. Ten mucho cuidado, amigo, porque terminarás abrasándote en la hoguera de tu ego.

Todos estallaron en una sonora carcajada. Incluso los más jóvenes perdieron su entusiasmo por ese lama fatuo y que se extraviaba en las apariencias.

Creo que nada ha de comentarse a tal efecto. Que cada uno haga, como pueda, de su capa un sayo y se aplique el cuento, que a más de uno (y yo el primero) nos haría falta una buena cura de humildad en esta hoguera de las vanidades en la que nos encontramos. ¿Cuándo aprenderemos del poder de la humildad frente a la soberbia?

Con esto he concluido. No aburro más al lector con mis rollos mañaneros, que más me valdría a mí seguirlos que andar dando lecciones a quién, de seguro, no las necesita, sólo por el hecho de ser mejor y más sabio que el que suscribe. No es falsa modestia, solo me confieso, como uno que además de tener los mismos pecados que el común de los mortales, se atreve a predicar sin dar ejemplo. Ojalá algún día entrara en razón.

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Exposición en Vallecas

Caronte

Tras soñar con fabulosos y exóticos viajes oníricos y algunos fantásticos, un Domingo por la mañana me levanté con ansias de viajar, de conocer mundo. No pude ir más allá del casco urbano de Madrid, pero no significó, ni mucho menos, una experiencia frustrante. Madrid aún tiene rincones que me sorprenden.

Uno de dichos lugares resultó ser un centro cultural llamado "Vallecas Todo Cultura", me asomé por la puerta y me encontré con una exposición de pintura, dibujo, fotografía y arte audiovisual. Guiado por la curiosidad entré a ver dicha exposición.

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Mientras disfrutaba de un frugal "gathering" asistí asombrado al arte de unos autores desconocidos y no por ello peores ni mejores que los conocidos. Quedé especialmente impresionado por las láminas de Diego Cobo Fernández, donde aprecié una armoniosa unión del dibujo a lápiz y el difícil oficio de los tonos pastel sobre papel sepia. El tema de todos sus dibujos era la vida de las comunidades afroamericana y caribeña, donde el tostado color de la piel de sus personajes contrastaba sobre el sepia y los más alegres tonos de sus ropajes rodeados de escenarios melancólicos y cálidos. Me llamó mucho la atención la sencilla técnica de dibujo, en perfecta armonía con la sencillez de las vidas de los personajes anónimos; mas su anonimato no les restaba algo a cada uno de particular- una simple mirada, una sonrisa, un rostro alegre, un rostro cansado por el duro trabajo, las altas temperaturas o la misma melancolía- y así haciendo cada dibujo como algo único e imprescindible para el conjunto de su exposición. Bajo la atenta explicación de su autor- allí presente- no pude evitar fijarme en el tono metálico de los grises, lo cual no era su intención, fue una característica del gris pastel, afortunada por el efecto de vida y brillo en un mundo de luces ocres donde mi imaginación me llevó a esos atardeceres exóticos de mis oníricos viajes; pero dicho efecto no dejaba de ser sorprendente dándole más vida a los personajes allí plasmados.

En ningún dibujo se sirvió de modelos reales, su autor me explicó la fuente de inspiración de cada una de ellos. En ellos se plasmaron los sentimientos sufridos o disfrutados por el autor en el último año hasta la finalización del último dibujo. Como todo autor, su obra no es más que un fiel reflejo de esa parte del alma tan íntima y tan difícil de expresar por cualquiera. Al final de la mañana conocí la técnica del autor y con su obra conocí al autor personalmente, acabamos hablando de su obra y mi vida en un bar disfrutando de elixires capaces de refrescar nuestras melancolías causadas por esta difícil sociedad.

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Última modificación: 12-10-2001